La dulce libertad de sacar la palabra “celos” de nuestro diccionario

Todo comenzó con una amiga que contó cómo le revisó el celular a su novio. ¿Es posible pensar una relación desde la desconfianza? Comenzando por Shakespeare, pasando por la RAE y terminando en el feminismo, lo que queda, al final, es no perdernos a nosotres mismes, lo único que realmente podemos poseer

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Revisar el celular o las redes sociales del otro son las primeras señales de violencia (Getty Images)
Revisar el celular o las redes sociales del otro son las primeras señales de violencia (Getty Images)

“Repetimos: no existe la tierra prometida. Todo está por construir”.

- “Luddismo Sexxxual”.

La semana pasada almorcé con dos amigas y una de ellas nos contó que se sentía tan insegura que “no le quedó más remedio” que revisarle el celular a su novio… El caos comienza justo ahí, cuando desconfiamos. Lo caótico de esto no es solo la acción sino su estrategia. “El corazón se me salía por la boca, chicas”, nos decía mi amiga alterada mientras nos contaba sobre la “secuencia de espionaje”. Como la mayoría, esperó a que su novio entrara a bañarse para comenzar con las averiguaciones. Yo la miraba hablar, tensa, nerviosa y, por sobre todo, angustiada. Acerqué mi mano a la suya y la miré fijo a los ojos. Ella me entendió, pero igual se lo dije: le pedí que me respondiera, con honestidad, qué era lo que esperaba encontrar en ese celular, qué había ido a buscar. A ustedes, a nosotres, nos pregunto: ¿Es posible pensar una libertad desde la desconfianza? Si la verdad no está al alcance de nuestras manos, si no se huele desde lejos, es difícil llamarla verdad. ¿Puede ser una opción mendigar la verdad? Lo agrio, lo ácido y lo venenoso, creo yo, no es ni debe ser libertad. ¿Acaso no sería más fácil dejar de pensar que otras personas nos pertenecen? De ese modo, dejaríamos de juzgar a nuestra pareja desde la moral para poder hacerlo desde qué me duele y por qué y, qué no me duele y por qué. A mi amiga, entiendo, le dolía la idea de pensar al novio con otra persona. Desde ya, algo lógico y comprensible. Pero, ¿Es revisar el celular la manera de curar ese dolor? El mayor tesoro que me dio el feminismo es, entre otras cosas, la búsqueda de un camino que lleve a la paz. Y por paz no me refiero solo a la exterior (necesidad urgente) sino también, a la interior. ¡Pensar que alguien que quiero (y me quiere) me está “engañando” es lo contrario a tener paz! Pero, para llegar a ese punto tan anhelado, (tan difícil en los tiempos que corren), debemos primero salir del miedo a quedarnos solxs.

En el mundo heterosexual las relaciones patriarcales sobran. Tanto en los vínculos sexo-afectivos, como en las amistades. ¿Quién no celó a su mejor amigue cuando estaba en la primaria o en el secundario? Y de novies mejor ni hablemos.

Arranquemos por el hecho de que vincularse es un arte muy complejo, acaso uno de los más complejos. Ahora me es raro pensarme vinculándome por fuera del feminismo. Quiero decir, cuando repaso mis relaciones pasadas o mis amistades, sigo sintiendo una fuerte angustia. Como un nudo en la garganta de recuerdos tóxicos. No por la gente que me rodeaba sino por cómo estábamos programades para relacionarnos. La posesión, los celos, la inseguridad, la agresión pasiva… entre tantas otras maneras de ejercer violencia hacia al otre.

Es por eso que la “promesa del amor romántico” que nos venden desde chiquites es muy peligrosa. Y los celos son la consecuencia de la presión que ejercen sobre nosotres con respecto al cómo hay que amar y cómo hay que ser amades. ¿No es acaso también la libertad el poder elegir los modos y caminos? Todo lo que se corra de esa regla preestablecida, es anormal. ¿Y quién quiere ser anormal en esta sociedad tan castradora? Pienso que esa “promesa” nos estupidizó el cerebro y nos endureció el corazón, “corta la bocha”, como dirían mis amigas. Pero lo peor es que nos hizo creer que el amor lo es todo. Vengo a desilusionarles… el amor es solo una parte. Sí, a mi también me dolió entender eso. Me sigue costando…tanto que hasta dudé en si escribirlo o no. Pero la libertad es también eso, animarnos a decir lo que antes era impensado. Y aquí viene… El amor no es matrimonio, el amor no es tener sexo, el amor no son celos, y menos que menos es violencia.

Hasta el mismísimo Shakespeare nos mostró cómo alguien era capaz de matar por celos. Otelo asesina a su “amada” Desdémona porque sufre y ejerce celos enfermizos. ¿Es esta historia una historia de amor? ¿Podemos justificarla con la pasión? De ninguna manera. No hay tal crimen pasional, eso se llama femicidio. Hay un diálogo muy impresionante de Otelo que dice así:

CASSIO – Es una dama exquisitísima.

YAGO – Y que le gusta el regodeo, os garantizo.

CASSIO – Es, en verdad, la criatura más lozana y deliciosa.

YAGO – ¡Qué ojos tiene! ¡Parece que tocan una llamada a la provocación!

CASSIO – Unos ojos incitantes; y, sin embargo, diría que su mirada es sumamente modesta.

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El diálogo sigue unas dos líneas más, pero con esto es suficiente. Vayamos directo a la parte en donde dice “una llamada a la provocación”. Una mujer que incita, pero de manera modesta, algo así como un “calladita te ves más bonita” o un “puta, pero elegante”. Durante toda la obra, Desdémona está puesta en juicio de valor. Es disputada entre los hombres y, aún así, ella es la culpable. Ella es la histérica, la incitadora, la “gata flora”. En la obra, la violencia ejercida por Otelo está percibida desde la victimización; el “pobre” tipo inseguro, atormentado, celoso…el pobre tipo que de pobre no tiene ni un pelo. Aclaro: no empatizar con Otelo no significa no empatizar con Shakespeare. Significa no empatizar con el patriarcado, significa reconocer los patrones de una relación tóxica para poder corrernos de ese lugar en nuestras vidas. Significa que, cuando leemos que Otelo le dice a Yago “la desgarraré toda en pedazos”, seamos conscientes de que eso pasa por fuera de la obra, eso pasa en la vida real y, muchas veces, a la vuelta de nuestras casas.

Según la RAE (Diccionario de la Real Academia Española), “celos” viene del latín zēlus que puede ser traducido como “ardor” o “celo”, proveniente del griego zêlos, que puede traducirse en zeîn que significa “hervir” (hervir un conejo… o una mujer) La RAE también afirma que los celos son “interés extremado y activo que alguien siente por una causa o por otra persona”, “envidia del bien ajeno, o recelo de que el propio o pretendido llegue a ser alcanzado por otra persona”, “sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño”, entre otras. Si entendemos a los celos como un miedo o inseguridad de perder lo que pienso que es mío, entonces lo entendemos como posesión. El problema arranca ahí, amigues… ¡No poseemos a nadie y nadie nos posee a nosotres! Es casi como old school pensar que somos dueñes de alguien, pero cómo nos gusta poner pronombres posesivos antes de nombrar a un otre, ¿No?... Nadie es mío. Deberíamos repetir esto casi como un mantra. Pensemos, sin ir más lejos, en la palabra “esposa”; qué flor de palabra… desagradable, pero usada como ninguna otra. Claro está, siempre acompañada de un “mí”.

Hubo una pregunta que me atormentó durante toda la comida con mis amigas: ¿Qué es el amor? ¿Se imaginan poder definir eso? Wow…sería muy zarpado. Yo no puedo definir, más allá de una generalización, lo que es el amor, pero sí puedo decirles que creo que es y debe ser dulce. Es y debe ser ejercido con respeto y responsabilidad afectiva. Y esto nada tiene que ver con la posesión, todo lo contrario, eso significa libertad. La dulce libertad de vincularse sin el constante miedo de perder al otre.

Con esto me surge otra pregunta (y millones más): ¿Desde dónde nos vinculamos? Este nuevo modo de relacionarnos constructivo, participativo e incluyente, lo estamos construyendo entre todes. Nos estamos animando a pensar todo desde otra perspectiva y eso es muy valioso. Por eso es que la palabra es muy importante en todo esto, porque construye realidades, realidades en las cuales ya no da lo mismo qué decir. Ya no pasa desapercibido por ser un chiste. En este nuevo modo, que casi podríamos decir de vivir, poner en escena las preguntas que nos atormentan, es lo más parecido a la paz. ¿Pero entonces está mal sentir celos? ¿Pero entonces si no me cela es que no le importo? El famoso “pero entonces”… ¡A por ellos! Llenémonos de preguntas que saberlo todo es aburrido. Aprendamos todos los días un poco más que si no el tiempo pasa más lento.

Yo, con el feminismo, aprendí que la violencia se ejerce desde muchos planos y uno de ellos es desde la palabra. “Celos” es una que deberíamos sacar del diccionario urgente para así poder relacionarnos desde la dulzura, desde el diálogo, desde la verdad… desde la paz. Eso significa dejar de pensar constantemente que “hay alguien superior a mí que puede sacarme lo que es mío”. No hay tal ser superior porque todes somos la misma materia. Y lo que se va de mi vida no me deja, tan solo se desprende del árbol que me compone. Y de él crecerán nuevas ramas y hojas más fuertes; nosotres nos haremos más fuertes y, entonces, el miedo de perder lo que amamos desaparecerá, porque lo único que podemos poseer es a nosotres mismes y eso sí que no podemos perderlo.

“Y… ¿Qué encontraste?”, le pregunté a mi amiga cuando terminó su relato. Me miró, la miré, nos miramos las tres y nos hundimos en un profundo abrazo de pieles sororas llenas de contradicciones, de preguntas sin respuestas, de verdades por descubrir.

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