Lo que tienen en común Macri, Trump y Bolsonaro

Compartir
Compartir articulo
Presidentes Trump, Macri y Bolsonaro.
Presidentes Trump, Macri y Bolsonaro.

Pocas cosas le molestan tanto a Mauricio Macri como que lo comparen con Jair Bolsonaro. No solo porque no avaló la dictadura argentina ni hizo declaraciones favorables a la represión, sino porque está muy lejos de posturas clericales. Por el contrario, su acercamiento a filosofías new age (extrañas a las tradiciones religiosas occidentales) y el sostenimiento de políticas favorables a la agenda más liberal en materia de género y minorías sexuales desde que fue Jefe de Gobierno porteño siempre disgustaron al cardenal Jorge Bergoglio.

De hecho, sus estrategas de la comunicación buscaron asociar la imagen de Macri con la de Barack Obama y Justin Trudeau, presidentes jóvenes, modernos, promotores del soft power, el concepto formulado por el geopolitólogo Joseph Nye para designar la habilidad de los países para influenciar el comportamiento de otros valiéndose de la seducción que producen el diálogo y la cultura.

En la Argentina hay grupos que insisten con que "Macri basura, vos la dictadura" simplemente porque él no repite como un dogma que hay 30 mil desaparecidos, aunque no haya ninguna evidencia que así lo sustente o porque está en contra de los piquetes que impiden circular por las calles del centro de la Ciudad. Sin embargo, continuó con las políticas de derechos humanos diseñadas durante el kirchnerismo y, aunque se queja, tolera sin levantar demasiado la voz la postura flexible que tiene el gobierno porteño en materia de represión callejera.

El gobierno de Macri es de centro, moderado, políticamente correcto, cuidadoso de no mostrarse punitivista o favorable a la mano dura, sino de la "mano justa". Al punto que le está surgiendo una oposición de derecha que lo considera de izquierda. Claramente no se trata de un gobierno conservador sino que impulsa transformaciones que, en la mayoría de los casos, no tienen antecedentes en la historia argentina, como suelen repetirlo en sus discursos.

Macri jamás hizo un gesto violento ante las cámaras, ni se fotografió posando como si estuviera disparando una metralla. Es más, nunca accionó un arma de fuego, ni siquiera hizo prácticas de caza. Tampoco es afecto a los discursos mesiánicos ni se encomendó a Dios para ganar las elecciones.

Bolsonaro haciendo su gesto característico
Bolsonaro haciendo su gesto característico

La epistemología que llevó a Macri al poder está basada en que el nuevo perfil del elector latinoamericano solo puede entenderse analizando el nuevo rol de las mujeres en las familias y en las sociedades y la centralidad de la tecnología en la vida cotidiana. Se resume en el título de uno de los libros de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto, publicado en el 2006, Mujer, Internet, Sexualidad y Política.

Bolsonaro es otra cosa. Era un paracaidista militar de personalidad tan extravagante que sus jefes le pidieron que deje el ejército, aunque no abandonó el militarismo.

Desde esa posición, ya como diputado, fue que elogió especialmente a Hugo Chávez, otro paracaidista militar, cuando en 1998 ganó las elecciones, seis años después de haber protagonizado un intento fallido de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez y el corrupto e ineficiente gobierno adeco. Macri jamás lo hubiera hecho.

"Es una esperanza para América Latina" dijo y agregó que "me gustaría mucho que su filosofía llegue a nuestro país". Como Chávez en su momento, la llegada de Bolsonaro expresa el fracaso de la política tradicional para resolver los problemas más elementales de la vida en democracia, en momentos en que la revolución tecnológica pone en jaque las redes institucionales del siglo XX.

Bolsonaro no sería presidente electo si en el 2014 ganaba en Brasil una opción de centro, más parecida a Cambiemos, que eventualmente le hubiera dado a la principal economía de América Latina la posibilidad de iniciar gradualmente las reformas necesarias.

Protestas contra Donald Trump en Times Square, Nueva York  (Foto:REUTERS/Carlo Allegri/File Photo)
Protestas contra Donald Trump en Times Square, Nueva York  (Foto:REUTERS/Carlo Allegri/File Photo)

Entre cambio versus continuidad, la mayoría de los brasileños eligió el cambio. Como Macri, Bolsonaro expresa la necesidad de transformar una sociedad hastiada con la corrupción  y azotada por la falta de respuestas de las democracias al narcotráfico, que se instala con las distintas caras de la inseguridad -sobre todo- en la vida de las grandes ciudades.

Nadie sabe si podrá lograrlo. Su gabinete liberal va contra los sectores ultranacionalistas que integran su coalición. Su moralismo, suavizado en las últimas semanas de campaña para captar el respaldo de minorías sexuales, puede jugarle una mala pasada en cualquier momento.

Su decisión de mudar la embajada de Brasil de Tel Aviv a Jerusalén (además de ser una presión de hecho para  la Argentina) seguramente lo va a enfrentar con poderosos intereses económicos brasileños que tienen a los países árabes entre sus grandes compradores. Además de complicar a Itamaraty, que en las últimas décadas se fue alejando de sus alianzas occidentales tradicionales para acercarse a Irán.

Pero, además de una incógnita, Bolsonaro es una oportunidad para que América Latina se consolide en un camino iniciado por Macri, de lado de los naciones más abiertas y modernas, aun cuando voten opciones de extrema derecha.

Fernando Henrique Cardoso no apoyó a Bolsonaro en la segunda vuelta, pero tampoco a Fernando Haddad.
Fernando Henrique Cardoso no apoyó a Bolsonaro en la segunda vuelta, pero tampoco a Fernando Haddad.

En medio del terror que produjo entre el pensamiento progresista la victoria de Donald Trump, Loris Zanatta, académico de la Universidad de Bologna, pronosticó que "nos hará vivir un par de años en la montaña rusa, en el tobogán, produciendo efectos desestabilizantes, pero siempre reconocerá los límites constitucionales y no cerrará la economía, porque pronto se dará cuenta que no es de esa manera como recuperará la grandeza de los Estados Unidos".

Algo de eso sucedió, finalmente. Trump es un personaje desagradable para los sectores medios progresistas pero altamente representativo de los que se sienten castigados por la corrección política, desde los obreros de fábricas globales que perdieron relevancia en la guerra comercial hasta los granjeros del medio oeste que están obligados a respetar normas que en otro país se violan cotidianamente y los hace menos competitivos. La semana pasada, la Oficina de Estadísticas Laborales informó que en octubre se crearon 250.000 nuevos puestos de trabajo en los Estados Unidos, llevando el desempleo a su menor nivel de los últimos 50 años, y con salarios que subieron 3.1% en relación al pasado, lo que representa el mayor incremento desde 2009.

Fernando Henrique Cardoso, en una columna que escribió para el Washington Post y que tituló "Cómo lo impensable sucedió en Brasil", mencionó los 64000 homicidios producidos en el 2017 o los 175 asesinatos diarios como elementos para explicar el fenómeno, además de la corrupción que se instaló en los partidos políticos tradicionales, sobre todo en el izquierdista PT. Resaltó que de los cuatro presidentes que fueron elegidos por la constitución de 1988, dos fueron separados de sus cargos por medio del juicio político (Fernando Collor de Mello y Dilma Roussef), otro está preso (Lula Da Silva) y "el otro soy yo".

Pero también puso el foco en nuevas realidades, como que en medio de la cuarta revolución industrial que estamos viviendo "las personas no solo están conectadas a través de las organizaciones políticas" o sindicales, sino a través de Internet, que  "amplifica las voces, sometiendo los votos a oleadas de opinión a menudo impulsadas por el resentimiento y el miedo, a veces el odio". Mientras tanto,"los medios tradicionales perdieron influencia" y  "la sociedad perdió cohesión".

Así es el mundo que le toca gobernar a personalidades tan distintas entre sí como Macri, Trump y Bolsonaro. Cruzadas por la incertidumbre, las sociedades, finalmente, no se suicidan. Buscan opciones que les permitan seguir apostando al futuro, aunque éste presente complejos nubarrones en el horizonte. Volver para atrás nunca es alternativa.