Déficit cero, emisión cero, ¿esperanza cero?

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El Fondo ha dejado claro que no formalizará el préstamo salvador al país hasta que no se apruebe el presupuesto de 2019, que muestre que el compromiso de déficit primario e incremento de base monetaria cero cuenta con el aval del Congreso. La demora en plasmar esa aprobación que ya tiene el acuerdo político de Christine Lagarde no se debe a razones de agenda de actividades de los funcionarios del ente, como se alega, sino a la espera de ese requisito ineludible.

Esta entendible exigencia pone al presidente Mauricio Macri, y al país, en manos del peronismo, que, como se suponía, cobra cada vez más cara la gobernabilidad o la postergación de la ingobernabilidad con la que sueña desde el mismísimo día del ballotage que consagró al ingeniero.

El abismo de espejos en que se divide el justicialismo plantea condicionalidades diversas, intenciones diferentes, resentimientos, rencores, revanchismos, especulaciones, negocios, maniobras de supervivencia política y judicial, ambiciones y mezquindades (salvo reivindicaciones ideológicas que el movimiento no tiene, porque como se sabe carece de ideología). Pero esa miríada de objetivos se resume en uno solo: hacerle pagar al mandatario no ya el costo de un ajuste del gasto que prácticamente no existe, sino el costo de dejarle terminar el mandato.

En ese empeño ha logrado transformar el presupuesto en un instrumento inútil, y empeorando, con gasto e impuestos exuberantes, lo que condena a la sociedad a un último año desastroso y consolida el monstruo de los descalabros y los robos provinciales a los que se les garantiza más recursos e impunidad no solo para 2019 sino para el futuro, con cualquier gobierno. No satisfecha con ese resultado, la oposición peronista aprovecha toda oportunidad para alejar todavía más cualquier solución o reforma positiva.

El caso del ajuste de la tarifa del gas (mal manejado por el Gobierno) es un ejemplo de esta afirmación. Al punto que la autora material e ideológica del despropósito económico y ético que llevó al vaciamiento y despojo energético se permitió tuitear sandeces irónicas al respecto. El resultado termina aumentando los subsidios, con el nombre que se prefiera, que era lo que supuestamente se debía eliminar, y dejando incólume al estatismo fatal.

En una sublimación, el sector massista no necesita excusa alguna basada en la realidad cotidiana para sabotear los intentos de reordenar y poner en caja el despilfarro y controlar el déficit. Inventa permanentemente temas que impliquen nuevos gastos impagables o que agudicen enfrentamientos y reclamos inviables. Esta semana, su líder salió a hablar de la actividad agropecuaria como "los saqueadores de la riqueza del país, exportadores de bienes primarios", una rara mezcla de defensa del proteccionismo devastador y de discurso marxista con un afán evidentemente revulsivo y disruptivo, si no de defensa de intereses turbios.

Cambiemos, preocupado por la reelección, contraataca con propuestas populistas y no solo resuelve el problema del gas con lo que serán más gastos, sino que reflota una ley de alquileres inútil y con efectos negativos previsibles, y una nueva reglamentación a los créditos UVA, que también terminará siendo más gasto para el Estado o para otros deudores, y saca de la galera un plan de regalo de tierras usurpadas que es un insulto a los que con esfuerzo compran o construyen sus casitas y pagan rigurosamente el ABL. En vez de atacar los festivales de desequilibrios fiscales, se parchan tozudamente sus consecuencias de inflación y devaluación.

Porque lo que se está discutiendo no es el presupuesto ni el ajuste, ni la solución a la inflación o a la devaluación inherente contenida en los déficits. Ni el peligro de la tasa de interés infinita usada como regla cambiaria y monetaria. Lo que se discute es el resultado electoral del 10 de diciembre de 2019. En esa discusión, el peronismo juega con su movimientismo de bolsa de gatos a su favor. Y Macri juega con el sistema internacional a su favor. Y ambos con la grieta. Ninguno juega con razones profundas ni logros.

Pero de esa puja no saldrá ningún resultado que beneficie al país o cambie los paradigmas ruinosos e irresponsables que se vienen aplicando. A esta altura, se trata de una lucha de demagogias, populismos y reparto de dádivas, en las que el propio Fondo parece estar enredado, en su necesidad de tener un interlocutor en quien poder creer.

En la intimidad, Macri tiene razones para sentirse frustrado. No logró que el país creciera, que era su supuesto de base, ni parar la inflación, ni controlar el dólar, ni transparentar y mejorar la política, ni aumentar la producción o la productividad. Se le disparó un déficit de cuenta corriente impensado, no achicó el Estado, que fue su promesa alternativa de emergencia, no rompió el monopolio sindical y sus costos derivados ni el proteccionismo de la gran industria. Los avances de la Justicia también lo salpican, y la idea de mantener en vida latente a Cristina Kirchner (p) para polarizar en su favor está empezando a ser un fantasma más que una ventaja. La gestión ha sido pobre y a veces desastrosa, con el deliberado enorme peso muerto del peronismo, como se explica más arriba. Los ajustes han sido básicamente aumentar los impuestos que fueron y son la esencia del problema de competitividad argentino. Y ahora se enfrenta a la posibilidad cierta de perder la reelección, por la que tantas concesiones hizo.

Y tal vez debe o debería preguntarse si no tendría que haber asumido su condición de gobierno de transición desde el mismo momento de asumir, en vez de querer repetir la gobernabilidad costosísima que logró en CABA, un distrito con bolsillo más profundo que el resto del país, y con ciudadanos más distraídos en otras amenidades.

Haberse posicionado como gobierno de transición, por un solo período, le habría quitado la carga de la reelección obligada, como la definiera genialmente Tocqueville, le habría dado íntimamente la libertad para hacer lo que mejor conviniese en cada caso, lo habría llevado a elegir algunos colaboradores diferentes, o a desestimar ciertas opiniones y ponderar otras. A hacer un gobierno más de Patricia Bullrichs, Arangurens y Melconians que de Peñas, Stanleys y Lombardis, si no suena irrespetuosa la personificación.

Por otra parte, habría sido más realista y ajustado a las circunstancias. Nadie puede pensar en ser popular y ganar elecciones si tiene que tratar de arreglar semejante cúmulo de desatinos, saqueos, destrucción salvaje, ineptitudes e irresponsabilidad heredados. Y semejante cambio requiere una total libertad, aun de las propias ambiciones políticas. Cuando el Presidente enumera sus errores y se acusa de exceso de optimismo, debería incluir el supremo optimismo de haber creído que podía corregir la borrachera nacional de gasto sin ganarse la ingratitud popular por mucho tiempo.

Jaime Durán Barba debió irse con una fiesta de agradecimiento el 23 de noviembre de 2015. Esta afirmación molestará a quienes sostienen que sin el enfoque y concesiones electoralistas de los dos años posteriores (ciertamente de alto costo para el país) se habrían perdido las elecciones de medio término. A lo que se podría contestar con una pregunta: ¿de qué sirvió exactamente el triunfo de 2017?

Autoproclamarse gobierno de transición le habría ayudado a negociar mejor con su oposición peronista pseudoracional, no por un acto de grandeza, sino porque a su oposición le convenía colaborar en cambiar un estado de cosas que le volvería a estallar a corto plazo en sus propias narices de no ayudar a cambiarlo.

Es factible preguntarse cuál es el Macri verdadero. Si el que hace 3 años decía que el Estado no se achicaría, que nadie perdería su trabajo y sus planes, o el actual, que tiene, al menos en lo dialéctico, un discurso bastante más sólido y ortodoxo. El Macri de 2015 pensaba como candidato de 2019 con una etapa en 2017. El de hoy tal vez piensa en llegar con decoro interno y externo al fin del mandato.

Cabe también una pregunta elemental. Dividida en tres. ¿Le serviría hoy asumir públicamente su condición de gobierno de transición y abrir un diálogo mucho más poderoso, a la vez que mostrando con claridad la gravedad de la situación? ¿Serviría poner en la mesa de negociación la posibilidad de no candidatearse el próximo año, promoviendo una reforma de hombres, conductas, ideas y comportamientos revolucionaria en la historia nacional? ¿Y lograría semejante cambio?

Y aunque eso no fuera posible, tras esa decisión podría dedicar estos últimos 14 meses a mantenerse firme en la seriedad fiscal y la baja del gasto, desechando los retrocesos y las concesiones bastardas, ya innecesarias para una reelección que no intentaría.

La pregunta es por supuesto el comienzo de un nuevo debate, y probablemente retórica. Pero tiene una intención adicional. Transmitir la gravedad del problema, tanto en la dimensión de lo que aún se puede caer por este camino como en la imposibilidad de recuperarse que implicaría otro fracaso, otra estafa, otra trampa de tahúr avivado y de la picardía criolla de gastar lo que no se tiene, tomando deudas que se sabe de antemano que no se pagarán. Eso es lo que se convierte en inflación y devaluación permanentes. No tener moneda es la consecuencia de no tener honor ni disciplina ni vergüenza.

Quienquiera que ganare en 2019 tendrá el mismo problema que Macri en 2015 u hoy. Deberá hacer cambios de fondo y duros para dar una oportunidad al país. No bastará con conseguir el poder solo para mantenerlo y detentarlo. No bastará con el llamado formal de rigor a la unidad y a trabajar juntos. El lema "cambiemos" debería ser la consigna de todos los políticos y la sociedad argentina. Y la cultura del esfuerzo y el mérito debería ser el corolario de esa consigna.

Con mucho dolor, se debe aceptar que hoy no hay razón para tener esperanzas. Y nada más triste que llegar al momento de votar sin esperanzas. Ni más peligroso. Hay total derecho a mirar fijo a la clase política sin distinción de banderas y reclamarle por esa carencia de sueños y propuestas. Y también a la clase dirigente en general. Y exigirles que recreen esa esperanza perdida. Que no es lo mismo que repartir promesas incumplibles. Acaso Macri puede aún dejar su legado.

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