Un presupuesto peronista con crisis garantizada

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(Foto: NA)
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Al leer ayer a la tarde los titulares de los principales medios era casi imposible no sentirse invadido por un profundo optimismo económico, al borde de la euforia. Seguramente producto de la bipolaridad intelectual nacional tan bien representada por la señora de Kirchner (p) [Esa letra "p" significa procesada].

Ese doble estándar, hipocresía o conveniente dualidad, tiene una explicación técnica. La parte financiera o especuladora del cerebro, argentino o de Wall Street, da lo mismo, los amigos de Luis Caputo, por caso, estaban exultantes. El dólar baja, la entrada del generoso préstamo adicional del FMI aplanará todavía algo más el tipo de cambio, y aunque no con la facilidad de salida mensual o bimensual de las Lebacs, los amantes del carry trade tienen aseguradas importantes ganancias en dólares, totalmente garantizadas por la presencia y la generosidad del ente burocrático internacional y la política elegida de común acuerdo con el Gobierno nacional de globalizar el gradualismo como doctrina y reivindicar el populismo a nivel galáctico.

Para traducirlo al idioma críptico que se habla en el alto mundo de las finanzas que presiden los grandes bancos y fondos amigos, ha vuelto la política de inversiones financieras exprés —jamás las verdaderas— que se resume en esta frase brillante: "Ocho meses y volvemos a rajar".

Pero para los que trabajan en o con el sector privado, tienen sus pymes de cualquier tamaño, producen o quieren invertir en serio en el país (de existir aún esta última categoría), o prestan servicios a esos sectores, los titulares deben haber sonado como escritos en Marte.

Si se analiza el reciente y aún no aprobado presupuesto 2019 —y las correcciones para peor que seguramente le serán introducidas por los mismos que delegaron traidoramente los poderes del Congreso a Cristina Fernández (p) durante sus dos mandatos y aprobaron a libro cerrado sus barbaridades presupuestarias— no hay en él demasiadas razones que conduzcan a pensar que los fundamentos de la economía tenderán a solidificarse, ni nada que implique una mejora en la vocación de inversión externa o interna.

No cambiarán las leyes laborales, ni tampoco cederá el chantaje sincronizado, de los paros de la CGT, columna vertebral del peronismo y de Camioneros, columna vertebral de la libertad de Moyano. Ni de las organizaciones piqueteras, que, como hijos malcriados de la ministra Carolina Stanley, no están nunca conformes con lo que reciben, porque mágicamente creen que les corresponde más, quién sabe por qué mérito.

Tampoco se hará ahorro alguno en el gasto social, ni en el gasto provincial irrenunciable del peronismo, constructor de obras públicas y puentes que siempre se derrumban. Al contrario, el Gobierno y el Fondo anuncian su vocación de reforzar ese gasto, que será sustentado con más impuestos, no con ahorro en otras áreas.

Si ha de tomarse en serio esa ley de leyes, se prevé un nuevo atraso cambiario, que no parece ser compatible con la necesidad de aumentar las exportaciones, que es el camino más rápido para crecer con firmeza. Nada hay que haga pensar en un aumento del empleo, ni en un estímulo a la inversión, al contrario, se aumentan impuestos y se echan atrás promesas firmes.

No se hace previsión alguna aparente para resolver el problema de las jubilaciones, con cientos de miles de juicios perdidos impagos, que son estafas a la sociedad, a la vez que tampoco se resuelve el problema de las casi tres millones de falsas jubilaciones que se obliga a costear a los jubilados legítimos, otra estafa.

El presupuesto, leído adecuadamente, habla de desempleo, poca inversión, más impuestos y complicadas situaciones en CABA y provincia de Buenos Aires. Y de un obvio mayor endeudamiento, aunque el acreedor sea el Fondo.

Paralelamente, problemas graves como las Lebacs, aunque hayan cambiado de nombre y de emisor, siguen en pie y paralizarán el crédito a la producción. Y no se han resuelto todavía, solo se ha postergado su estallido. La recesión, que será larga, tampoco concurre en ayuda de los fundamentals, en el corto plazo,  aunque pueda ser beneficiosa para frenar el pasaje a precios del tipo de cambio y evitar algunas presiones inflacionarias.

El entorno, con justificación o no, será de continuas reivindicaciones por aumentos de subsidios, planes, sueldos, condiciones laborales, cuando todo indicaría el camino opuesto para acompasarse con una recesión y con la realidad mundial. Pero la vocación, casi un tic, de Cambiemos de compensar mal lo que hace bien, a la vez que su temor a la calle, los piquetes y las tomas, augura duras presiones o convalidaciones inflacionarias, agravadas por la nuevamente errónea afirmación presidencial de que "ahora sí, bajaremos lentamente la inflación".

La calle y los reclamos por más gasto serán un factor de peso en 2019, de lo que ya están avisando el paro de este martes, que será general, la ONU, que pide más gasto alimentario sin saber muy bien de qué habla, las huelgas y los paros de todo tipo en defensa de la educación indefendible que el sindicalismo ha saboteado por sistema. Habrá que agregar la presión de algunos sectores como el automotriz, que agudizará los despidos y la salida del país como ha hecho en todas las crisis, el desempleo real en el sector privado que provocará la recesión, y una persistencia en el diagnóstico liviano que el propio Presidente transmite, al decir: "La crisis de emergentes nos pegó mal".

En términos más técnicos, parecen esperanzadoras las versiones de ayer de que la lucha contra la inflación se hará mediante el control de los agregados monetarios, siempre que se entienda que el primer agregado monetario que se debe controlar es la emisión, cosa que pareciera que a muchos, gobierno y oposición, les resulta muy difícil de entender. Aun así, esa política acertada presionará sobre la recesión, lo cual es bueno en el mediano plazo, pero no lo será el año próximo.

En síntesis, tanto el presupuesto como el escenario económico que se presenta son típicamente peronistas, o sea, el mismo paradigma con que ha regido los 70 últimos años del país, desde el gobierno o la oposición, con los resultados que se han obtenido, presentado, comentado y criticado hasta el aburrimiento. Los supuestos soñados cambios a ese paradigma tampoco se infieren siquiera de las declaraciones de los funcionarios, sino más bien son las expectativas y las esperanzas de los partidarios de Cambiemos, que realmente merecerían un rosario cada uno como premio a su fe y su constancia.

Tampoco puede pensarse, como soñaron alguna vez los macristas, que de esta instancia surgirán cambios en la realidad diaria que inclinen en su favor el inasible platillo de la balanza electoral para obtener una reelección en la que, supuestamente, se plasmarán los cambios que no se pudieron plasmar hasta ahora por el incendio al país, el exceso de optimismo, la crisis de los emergentes, la sequía, el accionar de Donald Trump y otras causales a mano.

El justicialismo, por su parte,  parece decidido a aplicar una terapia de paliativos a Cambiemos, hasta su final. Habrá que ver el precio que pagará la sociedad por semejante criterio. Nadie ignora que no existe apoyo alguno —fuera de unas falsas declaraciones hipócritas— ni de sus políticos de todo formato ni de su parasistema guerrillero pasivo, más allá del apoyo al endeudamiento y la continuidad del gasto y el despilfarro. Si el lector se toma el trabajo de recorrer esta nota de hace 3 años verá que esa situación está más vigente que nunca.

Para seguir con el metalenguaje de la City, el Fondo nos ha dado más pedal. Pero al poner como condición la aprobación del presupuesto, ha condenado al país a una ley de leyes peronista, en un proscenio social peronista. El resultado será, inevitablemente, una nueva crisis de origen peronista. El huevo de la serpiente está intacto, y será aprobado en horas en el Congreso.

Los fundamentals de la economía, que tanto defiende la escuela clásica austriaca, para desesperación de los estatistas de dentro y fuera del closet, son, en el mediano y largo plazo, los que definen el bienestar y el futuro de los pueblos. Esos fundamentals no han mejorado ni un milímetro desde que "la crisis de los emergentes nos pegara duro". Siguen siendo desastrosos.

Como en el cuento de la hiena, cada uno sabrá por qué estaba tan alegre ayer.

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