Los cuadernos delatores, ¿nueva serie de Netflix?

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Imposible hablar de otra cosa que del espectacular nuevo episodio de la serie que protagoniza la sociedad argentina desde hace décadas: los cuadernos delatores. Un formato inmortalizado por el mago del suspenso, el genial Alfred Hitchcock, cuyos filmes tenían un golpe de efecto tras otro. Que más adelante copiara Hollywood en Las pesadillas de Freddy y recientemente Netflix en House of Cards y La casa de papel, evidentes plagios de la realidad nacional.

La saga local podría empezar con el golpe de 1930, pero inicia en 1945, con uno de los más espectaculares shows jamás visto, lo que sería la temporada 1, episodio 1: "17 de octubre". En ese piloto, una masa de 30 mil extras (toda una superproducción) finge enfrentarse contra un ejército con armamento y formación nazi y obligarlo a liberar a su líder. Que hasta una semana antes era el factótum del gobierno militar pro Hitler, del que era simultáneamente vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo.

La serie continúa con golpes de efecto en cada episodio, donde se mimetizan los buenos con los malos, y las máscaras y los maquillajes se intercambian hasta que el público se confunde por completo, y llega a no saber quién es la ley y quiénes son los delincuentes, o donde de pronto algún personaje heroico se transforma ante cámaras en el villano, o viceversa.

Así se suceden golpes de Estado promovidos a veces por partidarios del propio gobierno, otras por sus enemigos, que terminan pactando con el derrocado y hasta lo obligan a regresar al poder. Y a su retorno, sus partidarios se matan a balazos durante tres días. Mientras, unos jóvenes idealistas y soñadores se habían convertido en terroristas asesinos divididos en varios grupos de ideología opuesta, pero que actúan en conjunto.

Finalmente, el Estado reacciona y los expulsa, pero elige eliminarlos a escondidas y quitarles sus hijos, seguramente para neutralizar su ADN infectado. Finalmente, algunos jefes militares pactan con los jefes terroristas y mueren los que no pactaron. Fin de temporada impresionante.

Tras varias secuelas y precuelas, el país, inoculado desde el inicio de la serie con el virus del populismo, entra en episodios de hiperinflación, endeudamiento, defaults y licuación de ahorros. Pero dos jóvenes talentos de los partidos más importantes, un monje negro y un audaz, trazan un acuerdo por el cual ninguno de los militantes de esos partidos irá nunca preso por nada de lo que hubieran hecho desde 1975 hasta 1983. Surge así una camada brillante de politólogos y estadistas millonarios, expertos en bicicletas y finanzas, enriquecidos desde ahí con todas las versiones de Banco Central, una creación de ficción para permitir justamente ese enriquecimiento, en nombre de mantener el poder adquisitivo de la moneda y la estabilidad cambiaria.

La vuelta de la democracia, salvo 13 paros generales de los demócratas opositores, origina episodios y hasta seasons enteras algo monótonas, salvo el juicio a los militares que habían aniquilado a la guerrilla y el sabotaje del partido fascista que fuerza al gobierno a irse seis meses antes del mandato.

La temporada de 1989 muestra la aparición de un extraño personaje que, disfrazado de caudillo, gana las elecciones con el logo del movimiento nacido en 1945. Ahí se pueden ver episodios espeluznantes, como la voladura de una fábrica de armas y un pueblo, para ocultar la venta de armamento a un país en guerra contra un país hermano.

Por detalles técnicos no se pudo ver el episodio donde se viaja a Japón en dos horas, pero se reemplazó por la muerte del hijo del presidente en una acción confusa, supuestamente orquestada por los beneficiarios del obsequio expiatorio de una mezquita en el predio más caro del país, también obsequiado.

Dos atentados impunes a una embajada y una mutual  donde mueren más de cien personas cierran dramáticamente esa temporada. Un momento destacado, cuando el ministro de Economía determina el tipo de cambio por su cuenta, en un acto de soberanía intelectual. (¿Se podría decir "soberbia"?).

Finalmente, el mismo dúo que había pactado en 1983 la impunidad de los ladrones de guante blanco pacta en las sombras una reforma de la Constitución que se aprueba sobre tablas, con el consenso de los partidos principales, enemigos a muerte. Se consigue así la reelección del caudillo y, como contrapartida (no económica), una carta magna garantista y disolvente que se transforma en el eje del mal hasta la actualidad.

Como entre lo pactado estaba que al final de su prórroga el caudillo le cedería el mando a un representante del otro pactante, el caudillo sabotea la campaña de su ex compañero de fórmula, quien lo acusa de traición (@Frank Underwood).

El sucesor pierde el rumbo y la capacidad de razonamiento y termina en manos del ministro de su antecesor, que cancela todas las deudas del país con sus amigos banqueros minutos antes de sumergirlo en el caos. Este capítulo es tal vez el más intelectual de la serie.

Viene luego una temporada corta, de transición, con episodios de fuerte impacto. En uno de ellos, el país tiene cinco presidentes en diez días con sus ministros y planes de largo plazo. La mini temporada culmina cuando se decreta el default de la deuda ante el aplauso unánime del Congreso y de parte importante de la sociedad, el empresariado y el sindicalismo.

La siguiente temporada es monótona, el país entra en un esquema familiar. Logra diferir y reducir el pago de su deuda como puede, patea los problemas para más adelante o los esconde bajo la alfombra y culmina con la asunción como presidente de un gobernador de una provincia sin habitantes, que tiene la fortuna de ver más que duplicados los precios y los volúmenes de exportación. Muere en circunstancias que los libretistas no explotaron, tras regalarle el poder a su esposa.

Se suceden varias temporadas de alta ficción, con hechos inverosímiles que ni Hollywood se atrevió a contar: jardineros, choferes, cajeros de banco se hacen empresarios millonarios. Hasta monjas, actores y filósofos.

Los familiares y las organizaciones de los desaparecidos en las temporadas 75-83 se vuelven millonarios con subsidios del Estado. Se anula el pasado parcialmente para perdonar a los terroristas asesinos y se anulan retroactivamente los indultos a los que los reprimieron. Los desaparecidos se multiplican. De casi siete mil pasan a treinta mil, que más que desaparecidos son desconocidos. Esta ficción se mantuvo hasta entregas de la temporada 2017, con sanciones a quienes disputaron la multiplicación.

Los otrora terroristas y sus familiares pasan a ser estadistas y llegan a estar a cargo del orden público. Una vez más, como sus antepasados, pactan con los represores. Hay episodios inolvidables, como el extravío de misiles, y algunos tristísimos, como la muerte de decenas de pasajeros en un tren mal mantenido, o la pérdida de un submarino y todos sus tripulantes, un episodio inconcluso.

Las temporadas entre 2007-2015 son de alta calidad ficcional: las cifras de inflación, pobreza, crecimiento, reservas; la pérdida de 12 millones de cabezas de ganado, un sistema comunista de cepo cambiario; se confiscan empresas que se pagan al doble o el triple de su valor. La soberanía interna cedida a personajes disfrazados de indio, cual las mejores producciones de John Wayne. Allí se destaca el caso de desaparición forzada de una especie de Davy Crockett local, que una parte de los televidentes ficciona que sigue desaparecido, pese a haber muerto por su cuenta al querer huir de una justa persecución policial cruzando un río sin tomar la precaución de saber nadar. Con cierta crueldad mental, los autores de la serie muestran a su familia cobrando subsidios por haber sido desparecido.

No se abunda en detalle para no spoilear la producción, que en algunos momentos recuerda a la gran película Wag the Dog, de Hoffman y De Niro, donde el relato del Estado y una parte de la prensa crean en la imaginación ciudadana una guerra nunca acontecida, en un país inexistente.

A lo largo de los años tuvo episodios que constituyeron per se joyas de la ficción, aunque con resultados algo dramáticos. La recuperación de las Islas Malvinas, donde el país se enfrenta heroicamente a Gran Bretaña y la OTAN, y casi gana, fue todo un bonus track.

Inolvidable "Durmiendo con el enemigo", no la interpretada por Julia Roberts, sino la del acuerdo con Irán. Destacables son el caso de un vicepresidente falsificador de documentos públicos y juzgado por dolo, por el testimonio de una divorciada empobrecida por su marido, y la investigación comprada de los Panama Papers, un recurso periodístico que ayudó a un blanqueo para ayudar a jubilados que no se usó con esos fines.

La aparición de bolsos con millones de dólares en un convento de monjas cómplices y mudas fue un golpe bajo, habrá que admitirlo. Como los videos mostrando a los coimeros contando con máquinas los dólares producto de la venta de facturas falsas. También lo fue el programa de debut que se le preparó a una gobernadora al montar una fuga digna de una gran película del mismo nombre.

Y sin duda el capítulo fuera de temporada del asesinato de un fiscal a horas de acusar a una expresidente pone al país a la vanguardia del alto impacto del show, muy por arriba de House of Cards o Designated Survivor.

Son memorables tantas situaciones con aspectos misteriosos, de suspenso y casi de magia. La generación de millonarios en cada temporada, por la bicicleta, la tablita, la garantía de los depósitos a las cuevas financieras, la estatización de deudas al final del Proceso y la condonación simultánea de deudas de amigos.

Los millonarios por inflaciones, por los combates contra ellas, por subsidios falsos, por el proteccionismo, por los defaults, por la salida de los defaults, por los atrasos cambiarios, por los adelantos cambiarios, por el cepo, por la salida del cepo, por la venta de futuros, por la compra de futuros, los juicios contra el Estado en lo doméstico y los juicios en la Corte del Sur de Nueva York, con nombres de fantasía de ladrones que supuesetamente devolverán lo robado y que en realidad se llevarán una fortuna (Perdón de nuevo por spoilear).

Los nuevos capítulos donde el mejor equipo de los últimos 50 años se estrella previsiblemente por incompetencia técnica y política requieren más conocimientos específicos para su comprensión, como ocurre en Suits o Billions, pero tienen un contenido dramático fácil de percibir.

En tal contexto, aparecen los cuadernos. Donde los ladrones se han afanado en describir al detalle todas sus redistribuciones de riqueza. De alto impacto medático. De dudoso impacto electoral. ¿Reales? Altamente posible.

Los especialistas analizarán los vericuetos de un sumario aún secreto. Pero cuando se apague el televisor y todos se vayan a dormir, los problemas de fondo del país seguirán donde están. Inamovibles. Obsesivos. Empecinados. "Que les saquen los fondos que robaron", dicen los optimistas. El juicio no versará sobre los temas de fondo, sino sobre la asociación ilícita, que puede ser penada aun sin llegar a robar ni un peso. Tampoco se podría recuperar un solo centavo por la ley de extinción de dominio, una idea que será justa o vindicativa, pero que, además de ser anticonstitucionalísima, no podría ser retroactiva.

En una encuesta en su TL, lejano a todo afecto por el gobierno ficcional pasado, el autor pesquisó cuánto creían sus seguidores que se recuperaría del robo. 77% respondió que nada, sobre mil votantes. Eso es real. El resto es ficción. Aunque tenga mucho rating.

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