El terror de Guadalupe Martínez de Bejarano, la primera infanticida de México

“La mujer verdugo” fue la autora de distintas torturas con las que arrebató la vida de dos niñas de la Ciudad de México. Su propio hijo también fue víctima de su violencia

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Guadalupe Martínez de Bejarano, "La mujer verdugo" torturaba hasta la muerte a los niños de la época porfiriana. (Infobae/Jovani Pérez).
Guadalupe Martínez de Bejarano, "La mujer verdugo" torturaba hasta la muerte a los niños de la época porfiriana. (Infobae/Jovani Pérez).

Sus ojos eran distintos a los de una criminal empedernida. Proyectaba una apariencia que, incluso en prisión, guardaba un aire de bondad. Era una mujer gentil solo ante los periodistas de la época porfiriana que fueron a visitarla a la cárcel de Belén, donde pasó años de su vida tras haber desatado el tormento en los cuerpos de las niñas que torturó, incluido su propio hijo, Aurelio Bejarano Martínez.

Guadalupe Martínez de Bejarano nació en 1843, según las estimaciones del diario La Patria en su edición del 12 de agosto de 1878. En aquel año, era viuda del comandante Macario Bejarano y había conmocionado a los mexicanos de finales del siglo XIX debido al sadismo con el que convirtió los últimos momentos de sus víctimas en miedo y dolor. La brutalidad de sus actos concedieron un epíteto que perduró hasta el presente, porque es mejor conocida como “La mujer verdugo”.

El aspecto amable de Guadalupe Martínez llegó a despertar escepticismo respecto a sus crímenes entre una sociedad que condenaba el infanticidio. El sentimiento de piedad que inspiraba era tan fuerte que el expresidente Porfirio Díaz Mori la indultó en su primera condena. Sin embargo, en la casa número uno y medio de la calle Corazón de Jesús, cuya ubicación actual se acerca al exconvento de las Vizcaínas, en la alcaldía Cuauhtémoc, comenzó el infierno antes de haber tomado su primera vida.

Una X reveló la casa del terror de “La mujer verdugo”

“Tantita agua”, imploró una niña de doce años con el aliento reducido a un suspiro débil. Los policías apenas pudieron hacer algo por ella, la encontraron debajo del primer tramo de la escalera que conducía a las casas. En el rincón sombrío, lleno de insectos y basura, yacía con el rostro contra el suelo húmedo. Allí, la brutalidad quebró la fuerza en las extremidades de la chica, quien tenía lazos encarnados en la piel de las muñecas y los tobillos. Estaba atada a cuatro alcayatas fijas en el piso, y la carne magullada que tenía por cuerpo formaba una X.

"La mujer verdugo" vivía cerca del actual  exconvento de las Vizcaínas, donde torturó a dos niñas hasta la muerte. (Captura de pantalla/Twitter @mexico).
"La mujer verdugo" vivía cerca del actual exconvento de las Vizcaínas, donde torturó a dos niñas hasta la muerte. (Captura de pantalla/Twitter @mexico).

En la cabeza tenía una herida profunda en la que los gusanos habían alojado larvas. Las quemaduras en la boca y en sus genitales eran los vestigios de una crueldad sin nombre de la que solo una persona era capaz: Guadalupe Martínez de Bejarano, la mujer que, con promesas de trabajo para la pequeña, la convirtió en su primera víctima. La violencia era tan común que cuando fue encontrada, lo primero que demostró, según testigos, fue temor. La piel, abrasada por hierro al rojo vivo, también recibió golpes con trozos de madera desde el 6 al 24 de julio de 1878, según los informes policiales compartidos al diario La Voz de México en esa época.

Algunos testigos afirmaron que la menor era víctima de violentos castigos por parte de su agresora, según las entrevistas que el diario La Patria publicó en agosto de 1878. El daño fue tan severo que en las axilas eran visibles los huesos de la niña, según la autopsia publicada en El Siglo Diez y Nueve. La pequeña murió después de haber recibido atención médica en el hospital. Su nombre era Casimira Juárez, y pasó a la historia como la primera de las niñas que caminaron de la mano con “La mujer verdugo” hacia la muerte.

Guadalupe Martínez cobró su primera vida en 1878, aunque el origen de su sadismo comenzó varios años atrás. El lugar fue el mismo, las circunstancias similares; pero el blanco de su violencia, diferente y allegado a ella. Se trataba de un niño al que jamás amó pese a ser su madre biológica y haberlo criado bajo su mismo techo. Era un niño que en lugar de sentir la calidez de los abrazos maternales, recibió palizas y azotes.

Aurelio, la primera víctima de “La mujer verdugo”, fue su propio hijo

Hacía calor en aquella tarde del 14 de enero de 1876. La fecha perdura a través de un par de cartas citadas por el diario mencionado, pero fue un día que los testigos intentaron olvidar. En la calle del Corazón de Jesús, azotada por el sol, apareció un niño de once años. Caminaba inestable y evitaba pisar firme el suelo para ahorrarse dolor, aunque en su situación resultó un despropósito. En todo el cuerpo tenía marcas de golpes poderosos, la piel enrojecida revelaba azotes que, en ciertas zonas, ya se habían reventado. Las heridas eran visibles porque caminaba desnudo.

La primer víctima de la crueldad de Guadalupe Martínez de Bejarano fue su propio hijo, Aurelio Bejarano, quien sufrió tortura durante su infancia. (Getty Images/D-Keibe).
La primer víctima de la crueldad de Guadalupe Martínez de Bejarano fue su propio hijo, Aurelio Bejarano, quien sufrió tortura durante su infancia. (Getty Images/D-Keibe).

Desde su casa, un hombre llamado Emilio Díaz observó la marcha del niño. En cuanto se acercó a intentar ayudarlo, supo que era Aurelio Martínez; sin embargo, lo tomó por sorpresa. La casa uno y medio era famosa entre los vecinos de la calle Corazón de Jesús debido a la mujer de apariencia gentil que vivía en ella y las golpizas a las que sometía a su hijo. El método siempre era el mismo: una serie de azotes con cuerdas mojadas hasta provocar el llanto o reventar su piel desnuda. Una vez alcanzado este punto, lo encerraba en una amplia caja de madera hasta que los gritos terminaran.

La rutina se interrumpió en aquel enero de 1876, cuando el chico logró escapar de su prisión cuadrangular y pidió ayuda. Díaz fue quien acogió a Aurelio en su casa y esperó, en vano, a que Guadalupe Martínez apareciera con ropa y se lo llevara a casa. Al anochecer, sin noticias de la mujer, dejó ir al niño de vuelta a su madre y con él también envió una carta.

Díaz proporcionó al diario La Patria, para su edición del 11 de agosto de 1878, las misivas que intercambió con “La mujer verdugo”, en las cuales el hombre solicitó clemencia por la brutalidad que mostraba hacia su propio hijo: “Le suplico que omita cualquier castigo hacia él por haberlo tenido en nuestra compañía... me pareció indecoroso que atravesara la casa sin ropa, no habiendo oscurecido todavía”.

Guadalupe Martínez respondió con una carta en enero de 1876 y justificó el castigo a su hijo, a quien acusó de ser un mal estudiante y de menospreciarla como madre. También admitió saber que Díaz tenía intenciones de denunciar ante la prensa las constantes torturas a las que sometía al adolescente: “manifiesta, muy claramente, su poco o nulo amor hacia mí y hacia el trabajo y el estudio... la portera me había hecho formarme de usted otro juicio demasiado desfavorable, diciéndome que usted trataba de publicar un artículo en el periódico respecto a la tiranía con la que educo a mi hijo”.

El daño al que sometió "La mujer verdugo" a su hijo era conocido por los vecinos de la calle Corazón de Jesús. (Getty Images).
El daño al que sometió "La mujer verdugo" a su hijo era conocido por los vecinos de la calle Corazón de Jesús. (Getty Images).

Desde que comenzó el juicio en su contra y fue encarcelada ese mismo año, Guadalupe Martínez negó los crímenes, así como los abusos contra Aurelio. Además, comentó a los reporteros desde la prisión que la prensa había exagerado los sucesos. En cuanto al vínculo con su hijo, los periodistas registraron su fría respuesta cuando se le preguntó si el chico tenía a alguien que se interesaba por su suerte: “No”, susurró entre los paños que la cubrían, negros e insondables como la crueldad que apenas se vislumbraba en las escasas palabras dedicadas a su hijo.

El destino de Aurelio es incierto. Algunos diarios de la época, como El Siglo Diez y Nueve, Diario del Hogar, La Colonia Española y La Patria, registraron que se unió al ejército. Fue soldado del batallón de Zapadores en 1878, a los 15 años. Tras el primer asesinato de su madre, declaró contra ella en el juicio. En el segundo, estuvo implicado en los hechos y compartió el mismo destino que “La mujer verdugo” tras las rejas. Al salir, nunca se supo más de él.

Diez centavos por un diente: la amenaza de “La mujer verdugo” a Crescencia

Ante el jurado de 1891, Eulogia Monroy rendía declaraciones con voz quebradiza. La mujer de 40 años hizo un esfuerzo por mantener la calma ante el juez. La presión robó su aliento luego de que el licenciado Baz, defensor de Guadalupe Martínez, intentó impedir el interrogatorio debido al parentesco que guardaba con Crescencia Pineda, su sobrina, quien se convirtió en la segunda víctima de “La mujer verdugo”, después de 13 del primero de sus asesinatos.

Los recuerdos llegan en desbandada: la promesa que hizo su hija María de volver pronto de un paseo en la Plazuela de las Vizcaínas junto a Crescencia, y la amenaza contra su sobrina: si no devolvía 10 centavos a Guadalupe Martínez, pagaría con uno de sus dientes. Fue la cuota inicial para la niña, que perdió una moneda al hacer un mandado para “La mujer verdugo”. La deuda era de sangre, solo que la pequeña nunca lo sospechó.

Luego de su primer asesinato "La mujer verdugo" se convirtió en una leyenda urbana que el ilustrador José Guadalupe Posada. (Wikipedia).
Luego de su primer asesinato "La mujer verdugo" se convirtió en una leyenda urbana que el ilustrador José Guadalupe Posada. (Wikipedia).

Con la intención de conciliar el conflicto, la infanticida propuso emplear a Crescencia en labores domésticas. El salario sería de un peso mensual. La excusa fue perfecta hasta que la niña dejó de volver a casa. En respuesta a su ausencia, la mujer informó que su empleada y ella estaban en Puebla porque debía conseguir los tratamientos prescritos por el médico, según la declaración de Eulogia Monroy ante el juez que recabó el diario Siglo Diez y Nueve.

En el Hospital de San Andrés, en ese entonces ubicado en la capital, entró con premura Aurelio Bejarano. Llevaba en brazos un cuerpo desfigurado que podría describirse como un cúmulo de golpes y laceraciones. Una llaga viva. Los servicios médicos intentaron preguntar el nombre del paciente, pero solo habló hasta que Eulogia Monroy se presentó ante los doctores y frente a ellos denunció que “La mujer verdugo” y su hijo la flagelaron y quemaron con agua en punto de ebullición durante semanas. Al día siguiente, lo que quedaba de Crescencia falleció.

“La mujer verdugo”: entre el odio y la compasión del pueblo

Una madre como cualquier otra, de aspecto afable. Así se presentaba ante los periodistas de la época porfiriana. Incluso algunos de ellos, como en las columnas de opinión de Siglo Diez y Nueve, llegaron a contemplar los argumentos de su defensa en los juicios, que clamaban misericordia hacia la mujer e intentaban construir una imagen de ella como víctima de un contexto cruel.

Pese a los intentos por demostrar la demencia de "La mujer verdugo", las autoridades la condenaron a prisión por sus dos crímenes. (Getty Imagenes).
Pese a los intentos por demostrar la demencia de "La mujer verdugo", las autoridades la condenaron a prisión por sus dos crímenes. (Getty Imagenes).

Fue difícil reproducir esa narrativa, ya que los diarios de la época calificaron a Guadalupe Martínez como “monstruo”, y en la prensa se popularizó el sobrenombre “La temible Bejarano” para referirse a ella. La población también se debatía entre la condena y el odio hacia la mujer. En la década de 1890 surgió un corrido que expresaba el sentir de los mexicanos:

“Y a pesar de su maldad es digna de compasión,

por lo que debe sufrir encerrada en su prisión”.

El efecto que producía en los medios de comunicación se repitió en las audiencias. Según los registros de las audiencias publicados en La Patria y Siglo Diez y Nueve, algunos presentes eran escépticos respecto a la autora de los crímenes. “La mujer verdugo” fue aprehendida en Tacubaya a las ocho de la mañana del 21 de junio de 1878. La portera del inmueble fue quien la denunció por el asesinato de Casimira Juárez. Fue condenada a 13 años de prisión, pena que comenzó a cumplir el 27 de junio de 1878.

"La mujer verdugo" solo pasó ocho años tras las rejas por su primer crimen al obtener un indulto del expresidente Porfirio Díaz. (Fotos: Twitter/@Clionautica).
"La mujer verdugo" solo pasó ocho años tras las rejas por su primer crimen al obtener un indulto del expresidente Porfirio Díaz. (Fotos: Twitter/@Clionautica).

La misericordia sembró dudas en la población y las autoridades. El arrebato fue tan poderoso que, tras el juicio finalizado en 1879, “La mujer verdugo” obtuvo un indulto del expresidente Porfirio Díaz por su primer crimen, según el diario El Tiempo, que publicó el comunicado del 26 de agosto de 1886 dirigido a la tercera sala del tribunal del Distrito Federal.

La libertad de Guadalupe Martínez permaneció desapercibida hasta 1891, cuando torturó hasta la muerte a Crescencia Pineda. Después de ser detenida, el drama se apoderó del juicio en el que Aurelio y “La mujer verdugo” se culparon mutuamente por el crimen. La prisión era el único destino para ambos, un final hacia el cual la madre se dirigió resignada antes de dirigir una amarga sentencia a su hijo: “Dios tendrá en cuenta el sacrificio que hago para que tú te salves”, según los datos recabados en La Crónica.

El castigo tras las rejas también fue dictado para Aurelio, quien pasó dos años en la cárcel, ya que fue imposible dejar impune su complicidad con su madre, ya sea forzada o legítima. En cuanto a Guadalupe Martínez, fue condenada a 10 años y ocho meses en la prisión de Belén, donde falleció sin cumplir la pena, según la crónica de Siglo Diez y Nueve.