“Mientras se crea que un conspirador es menos despreciable que un ladrón...” Alberdi y por qué hay que respetar la autoridad del Presidente

Es el autor de “Bases”, el libro que Javier Milei admira y sobre el que se hizo la Constitución Argentina. Allí el jurista se centraba en las condiciones que hacen falta para crecer económicamente. Decía que había obedecer y respetar al jefe.

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Javier Milei en la Casa Rosada
Javier Milei en la Casa Rosada

“Una simple cosa distingue al país civilizado del país salvaje (...) y es el respeto que la primera tiene a su gobierno, y el desprecio cínico que la horda tiene por su jefe”. Eso dijo ¿quién? ¿Javier Milei enojado por el fracaso de la Ley Ómnibus? No, eso escribió Juan Bautista Alberdi, el hombre que en 1852 pensó una Constitución para la Argentina; es decir, pensó cómo organizar el país.

El presidente Javier Milei elogió las ideas de Alberdi desde el día en que ganó las elecciones.

Como si predijera algunas de las discusiones que se están dando hoy —o porque conocía bien las de su época— Alberdi habla de qué relación tienen que tener las provincias con el poder central y con el dinero central y, también, de si son necesarias, y para qué, las facultades delegadas.

¿Qué decía Alberdi de cada tema? Se puede leer en detalle en los links que puse más arriba. Pero no por nada lo elige Milei como camino.

“Cuanto menos digno de su puesto (no interviniendo crimen), mayor será el realce que tenga el respeto del país al jefe de su elección”

No era mermelada lo de Alberdi. En sus célebres Bases y puntos de partida para la organización política de la Argentina (que se puede descargar gratis desde este enlace) duda de que se pueda implementar la República como sistema en Sudamérica. Y si no se puede, dice, es por la gente que habita estas tierras: “La república deja de ser una verdad de hecho en la América del Sud, porque el pueblo no está preparado para regirse por este sistema, superior a su capacidad”.

Es más, en su proyecto —donde trata de acercarse a Inglaterra y dejar atrás a los pueblos originarios— explica que ser civilizado es respetar al jefe. Está hablando del lugar del presidente. De ahí la frase con la que empezamos, ahora completa: “Una simple cosa distingue al país civilizado del país salvaje; una simple cosa distingue a la ciudad de Londres de una toldería de la Pampa: y es el respeto que la primera tiene a su gobierno, y el desprecio cínico que la horda tiene por su jefe”.

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Alberdi piensa que no, no hay repúblicas en América del Sur y que sólo con mucha plata se puede llegar a ella. Y -como Milei- que la plata tiene que llegar por inversiones extrajeras: “Sólo esos grandes medios de carácter económico, es decir, de acción nutritiva y robustecedora de los intereses materiales, podrán ser capaces de sacar a la América del Sud de la posición falsísima en que se halla colocada”, dice.

Sin embargo, no es —no era— cuestión de volver a la monarquía. No nos va a salir, dice: “Los que hemos practicado la república por espacio de 40 años, aunque pésimamente, seríamos peores monarquistas que republicanos, porque hoy comprendemos menos la monarquía que la república”.

¿Solución? Alberdi mira alrededor y le gusta lo que ve en Chile. Un presidente fuerte. Entonces alaba la “sensatez del pueblo chileno” porque “ha encontrado en la energía del poder del presidente las garantías públicas que la monarquía ofrece al orden y a la paz, sin faltar a la naturaleza del gobierno republicano”. Lo mejor —cree— de los dos mundos.

“Entre la falta absoluta de gobierno y el gobierno dictatorial hay un gobierno posible; el de un presidente constitucional que pueda asumir las facultades de un rey”

Negro sobre blanco, un presidente que pueda actuar como un rey: “Chile ha hecho ver que entre la falta absoluta de gobierno y el gobierno dictatorial hay un gobierno regular posible; y es el de un presidente constitucional que pueda asumir las facultades de un rey en el instante que la anarquía le desobedece como presidente republicano”.

Alberdi dice que si el orden precisa esta “elasticidad” democrática en América, eso es lo que piden principalmente “las empresas que interesan al progreso material y al engrandecimiento del país”.

Gobernabilidad, se escucha en estos días.

A todo o nada —¿te suena?— Alberdi va a sostener que el futuro de estos países del sur depende de cómo perfilen su Poder Ejecutivo.

La idea es que para alcanzar el progreso económico hay que garantizar la paz y el orden. Y para eso mejor un gobierno fuerte, aunque, aclara... con la ley. “En vez de dar el despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley”, sostiene. Y subraya: “Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable”.

Cómo debe ser un gobernante

Si buscás en Wikipedia verás que Alberdi figura como abogado, economista, político, jurista, diplomático, escritor y músico. Sin embargo, si le preguntaban a él cómo debía ser un funcionario, optaba por los hombres prácticos, resolutivos, sencillos.

“El talento ha desorganizado la República Argentina”

“No es paradoja el sostener que el talento ha desorganizado la República Argentina”, escribe en sus Bases

Y aconseja: “En la elección de los funcionarios nos convendrá una política que eluda el pedantismo de los títulos, tanto como la rusticidad de la ignorancia. La presunción de nuestros sabios a medias ha ocasionado más males al país que la brutalidad de nuestros tiranos ignorantes”.

¿Escritores, periodistas, letrados al frente del Estado? No es la idea de Alberdi: “Un hombre que tiene mucho talento para hacer folletines, puede no tenerlo para administrar los negocios del Estado”, dice.

Por eso, al pan, pan y a los negocios, negocios: “Nada más opuesto a la seriedad de los negocios, que las flores de estilo y que los adornos de lenguaje. Los mensajes y los discursos largos son el mejor medio de oscurecer los negocios y de mantenerlos ignorados del público: nadie los lee. Los mensajes y los discursos llenos de exageración y compostura son sospechosos: nadie los cree”.

“Los mensajes y los discursos largos son el mejor medio de oscurecer los negocios y de mantenerlos ignorados del público: nadie los lee.

En cuanto al presidente, una vez que se lo elige, se lo respeta. A rajatabla. Aunque no se lo merezca. Escribe Alberdi: “Cuanto menos digno de su puesto (no interviniendo crimen), mayor será el realce que tenga el respeto del país al jefe de su elección; como es más noble el padre que ama al hijo defectuoso, como es más hidalgo el hijo que no discute el mérito personal de su padre para pagarle el tributo de su respeto”.

Por si no se entendió Alberdi lo escribe de nuevo: “Respetad de ese modo al presidente que una vez lo sea por vuestra elección, y con eso sólo seréis fuertes e invencibles contra todas las resistencias a la organización nacional; porque el respeto al presidente no es más que el respeto a la Constitución en virtud de la cual ha sido electo: es el respeto a la disciplina y a la subordinación, que, en lo político como en lo militar, son la llave de la fuerza y de la victoria”.

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La palabra “traición” ha estado en estos días en los tuits del presidente Milei, furioso porque algunos que creía aliados no votaron la Ley Ómnibus tal como él la quería. ¿Qué decía Alberdi? Que hay que tener mucho cuidado con “los conspiradores”. Y que hay que cuidar al gobierno, siempre: “Mientras se crea sinceramente que un conspirador es menos despreciable que un ladrón, pierde la América española toda la esperanza a merecer el respeto del mundo”.

“Mientras se crea sinceramente que un conspirador es menos despreciable que un ladrón, pierde la América española toda la esperanza a merecer el respeto del mundo”

Un gobierno central fuerte al que las provincias obedezcan, un presidente que pueda ser rey si hace falta, lealtad y organización. Mucho de lo que leemos en Alberdi se puede ver en las discusiones de hoy.

Milei dijo que su gobierno “abraza las ideas de la libertad, las ideas de Alberdi”. Claro que esas ideas se pensaron y se escribieron hace 170 años. Y si hay algo que Bases sostiene —con eso abre— es que cada cosa prospera a su tiempo: “Sembrad fuera de la estación oportuna: no veréis nacer el trigo”, dice.

Eso también es Alberdi.

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