La misteriosa Madame Blavatsky: la acusaron de “impostora” y “charlatana” pero todos deseaban sus saberes esotéricos

Aseguraba ser médium y comunicarse con maestros ancestrales. Fue duramente cuestionada por las sociedades secretas que perseguían el conocimiento de “lo inexplicable” en pleno siglo XIX. Sus libros se descargan gratis desde Bajalibros.

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Blavatsky nació en el antiguo Imperio Ruso. Aseguraba que podía ser médium para comunicarse con maestros ancestrales.
Blavatsky nació en el antiguo Imperio Ruso. Aseguraba que podía ser médium para comunicarse con maestros ancestrales.

A finales del siglo XIX, cuando el orden y el progreso se extendían ya sin resistencias como los grandes mandatos del mundo moderno, la búsqueda de explicaciones y respuestas más allá de lo que cualquier ciencia o religión establecida pudiera decir sobre los misterios de la existencia tuvo que adaptarse a un lenguaje diferente.

Sin embargo, a pesar de haber sido señalada a través de muchas épocas y culturas bajo etiquetas tan diversas como “superstición”, “mito”, “esoterismo”, “paganismo”, “magia negra”, “ocultismo”, “brujería” o “teosofía”, esa búsqueda conservaría un rasgo inamovible: la premisa de que la vida tiene lugar, en su mayor parte, sin las ventajas de un conocimiento racional y consciente.

En ese contexto, prácticas tan milenarias y discutidas como la invocación de los espíritus, el diálogo con las almas de los muertos o el trato con entidades y fuerzas sólo accesibles para los iniciados en lo paranormal se trasladaron a nuevos recintos y encontraron nuevos referentes. En 1885, por ejemplo, la llegada a la Universidad de Cambridge de Helena Petrovna Blavatsky, más conocida como Madame Blavatsky, marcó un hito europeo en el campo de lo que, por entonces, se autodenominaba bajo un umbral científico como “investigaciones psíquicas”.

Aun así, para el intelectual victoriano Henry Sidgwick, el primer presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica, la llegada de Madame Blavatsky a Inglaterra fue decepcionante. Los motivos no tardaron en conocerse, ya que la Sociedad para la Investigación Psíquica, fundada en Londres en el año 1882, tenía por objetivo “examinar los fenómenos paranormales de un modo imparcial y científico”.

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¿Médium o charlatana?

“Antigua artista ecuestre de circo, empresaria e informadora de la policía secreta zarista”, como la describe el ensayista inglés John Gray en el libro La Comisión para la Inmortalización, Madame Blavatsky, que afirmaba ser una médium con el poder de comunicarse con distintos maestros ancestrales, había fundado en 1875 la Sociedad Teosófica para “buscar la sabiduría divina”. Por este motivo, era considerada por muchos curiosos, incluido Sidgwick, que ansiaba encontrar una prueba científica de la vida en el más allá, como una potencial llave a los secretos de lo sobrenatural.

Nacida en el Imperio Ruso en 1831, divulgadora de variadas artes místicas y autora de libros como La Doctrina Secreta -que puede descargarse gratis desde Bajalibros-, Madame Blavatsky era una celebridad del mundo esotérico. Pero eso no impidió que Sidgwick investigara las fuentes de un conocimiento que, según Madame Blavatsky, le había sido transmitido por antiguos maestros tibetanos. En su búsqueda de pruebas de alguna forma de existencia después de la muerte, el presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica concluyó que la mujer, a pesar de “un verdadero deseo del bien para la humanidad”, era “una charlatana y una impostora”.

Ahora bien, contra lo que la rigurosidad de la ciencia suele creer, esta decepción no provocó que la Sociedad Teosófica ni la Sociedad para la Investigación Psíquica cerraran sus puertas. Tanto para quienes esperaban que lo sobrenatural se volviera verdaderamente posible como para quienes esperaban que la ciencia probara la existencia de lo sobrenatural, la fe en que sus respectivas fantasías se harían realidad en algún futuro no muy lejano jamás disminuyó (ni disminuye hasta hoy, aun si responde a inquietudes más individuales)

En tal caso, apunta John Gray, ninguna de estas visiones sobre lo que hay más allá de la existencia terrenal puede imaginarse con coherencia, “ya que cada una contiene ideas contradictorias entremezcladas: tiempo y eternidad, la resurrección del cuerpo y el fin del envejecimiento, la salvación del individuo y la extinción de la identidad personal. Esta incoherencia no debe sorprendernos, ya que las respuestas humanas a la muerte son contradictorias”.

Lo inexplicable entre brujas e inquisidores

Ya en el siglo XX, cuando lo inexplicable y lo explicable separaron otra vez sus caminos, el interés general por lo sobrenatural continuó bajo otras formas. Entre ellas, una de las más originales fue la que combinó el método historiográfico moderno con la idea (siempre recurrente) de que hay una parte escondida de la realidad que no es menos importante que la visible. De ahí que la vana pretensión de conocerlo todo sea, a veces, peligrosa.

El italiano Carlo Ginzburg, un pensador convencido de que pretender saber todo no puede ser un objetivo peligroso. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)
El italiano Carlo Ginzburg, un pensador convencido de que pretender saber todo no puede ser un objetivo peligroso. (Photo by Ulf Andersen/Getty Images)

El mejor representante de esta corriente sería el italiano Carlo Ginzburg, que con el examen de los indicios escondidos entre lo “inexplicable” elevaría la investigación histórica alrededor de la brujería y las apariciones de espíritus a otro nivel. De hecho, los trabajos de Ginzburg sobre la Santa Inquisición probaron que lo que había sido considerado, sobre todo, como una etapa oscura y violenta del cristianismo medieval en su lucha contra distintas “herejías”, también había sido una era de profundas transformaciones culturales.

Una de las curiosidades de este proceso, descubriría Ginzburg en los archivos del Vaticano, era que la Santa Inquisición, al parecer, estaba más preocupada por sistematizar a través de sus terribles interrogatorios una demonología cristiana propia antes que en atrapar, procesar y castigar a las supuestas brujas por sus transgresiones diabólicas.

Lo que las persecuciones de los inquisidores hicieron, por lo tanto, fue establecer, en parte, los parámetros de una nueva “brujería culta”. Es decir, una brujería que fuera coherente con la cosmogonía y la fe cristianas, y opuesta a una muy extendida “brujería popular” cuyo origen se remontaba a figuras y creencias paganas mucho más antiguas que el cristianismo, como explica Ginzburg en su libro Mitos, emblemas e indicios.

Un desafío a Sigmund Freud

En 1986, las indagaciones de Carlo Ginzburg entre los mitos del folclore pagano le permitirían disputar, incluso, el sentido atribuido por Sigmund Freud a una de sus más famosas interpretaciones de un sueño. Se trata del sueño del llamado “Hombre de los lobos”, que Freud analizó y publicó en 1918 bajo el título Historia de una neurosis infantil.

Sigmund Freud, un interpretador de sueños. (Photo by Hans Casparius/Hulton Archive/Getty Images)
Sigmund Freud, un interpretador de sueños. (Photo by Hans Casparius/Hulton Archive/Getty Images)

Según Freud, el sueño de su paciente había tenido lugar en la primera infancia y trataba acerca de la presencia inquietante de unos lobos que, inmóviles en las ramas de un árbol delante de una ventana abierta, lo observaban en su cama. De acuerdo con la interpretación freudiana, el “Hombre de los lobos” habría elaborado este sueño como una respuesta traumática al hecho de presenciar una escena sexual entre sus padres.

Aunque el caso tendría otras derivaciones psicoanalíticas, Ginzburg se concentró en dos detalles minimizados por Freud: el origen eslavo de la humilde niñera de aquel jovencísimo “Hombre de los lobos” y el hecho de que este había nacido con la membrana amniótica. ¿Y si el cruce entre mito y neurosis pudiera explicarse, en este caso, por las historias folklóricas acerca de los hombres lobos que esa niñera le contó al paciente en su infancia?

Según ciertos mitos paganos del este de Europa, explica Ginzburg, quienes nacían con la membrana amniótica estaban destinados a adquirir poderes especiales: en primer lugar, el de transformarse en hombres lobo. Y tratándose de alguien al cuidado de una niñera “muy devota y supersticiosa”, como el propio Freud la describe, ¿no habrá sido el recuerdo infantil del “Hombre de los lobos” un sueño iniciático inducido por el ambiente cultural que lo rodeaba?

Las oscuras verdades de la magia que siguen ocultas

El escritor inglés Robert Graves fue reconocido por el gran público gracias a sus investigaciones sobre los mitos griegos y por sus novelas históricas. Pero en el centro de su obra hay un elemento más profundo y oscuro. Un objeto de indagación que trastornó a varios eruditos y fascinó a otros, como ocurrió con Jorge Luis Borges.

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Ese objeto es el tema de La diosa blanca, uno de sus libros más fascinantes. Pero, ¿quién fue la diosa blanca? ¿Y cuál es su importancia para aproximarnos a la magia oculta en nuestra realidad? “Mi tesis es que el lenguaje del mito poético corriente en la antigüedad en la Europa mediterránea y septentrional era un lenguaje mágico vinculado a ceremonias religiosas populares en honor a la diosa Luna, o Musa, algunas de las cuales datan de la Edad de Piedra paleolítica, y que éste sigue siendo el lenguaje de la verdadera poesía”, explica Graves.

Primero con el ocaso del período minoico y la sustitución cultural de instituciones matriarcales por otras patriarcales, y después con la llegada de los filósofos griegos, esta “poesía mágica” fue enterrada por “la nueva religión de la lógica”. De tal modo, el componente mágico prehistórico con el cual los hombres hacían comprensible lo incomprensible quedó olvidado, pero no perdido.

Para Graves, este lenguaje sobrevivió en los misterios o cultos secretos de Eleusis, Corinto, Samotracia y otras partes, y cuando los suprimieron los primeros emperadores cristianos se lo siguió enseñando en los colegios poéticos de Irlanda y Gales, y en los aquelarres de la Europa occidental. En la era moderna, mientras tanto, la Sociedad Teosófica o la Sociedad para la Investigación Psíquica, además de algunos capítulos del psicoanálisis o los detalles casi marginados de la Santa Inquisición, son puertas fugaces a esos misterios.