“¿Qué hacés, idiota?”, le dijo el padre al nene: la respuesta la da Matilda, ese personaje que sigue conmoviendo

El musical teatral, basado en el libro de Roald Dahl, se estrenó en Buenos Aires con un éxito total. Lleva a pensar en el maltrato infantil, la corrección política y el poder (y el peligro) de la lectura.

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"Matilda, el musical", inspirado en el clásico infantil de Roald Dahl.
"Matilda, el musical", inspirado en el clásico infantil de Roald Dahl.

“¿Qué hacés, idiota?”, le dijo el padre a su hijo de unos dos años en una granja educativa. Mi amiga y yo nos sorprendimos. El niño en cuestión corría por el pasto con la boca manchada, sonriendo. No era un juego para ese padre, era un suplicio porque —para él— su hijo era un “idiota” por divertirse, salir corriendo y no hacerle caso. Como si las palabras no tuvieran su efecto.

Cuando ese martes salí de ver Matilda, el musical, recordé esta escena una y otra vez, mientras distintas letras se iluminaban en una puesta en escena increíble. Pensé en que, como Matilda, hay millones de niños que escuchan a diario que son “estúpidos”, “imbéciles” o que tienen una “boca asquerosa”: respiran violencia y la palabra que lastima. Porque, ante la mirada adulta, el mundo infantil es susceptible de ser menospreciado, invisibilizado, violentado. ¿Y cancelar la diversión de los más chicos sacando palabras que ahora a los adultos no nos gustan o nos parecen fuertes? Por supuesto.

También pensé en que los niños se merecen una vida mejor y que muchos, como Matilda, encuentran refugio en los libros (a veces esos que el mundo adulto pretende cancelar), que no responden al terreno de lo “útil”, una vida por fuera de las pantallas. Mientras escribo esto la policía de la maternidad me indica que hay ciertas palabras que hay que tener lejos del alcance de los chicos, como si a las cosas no hubiera que llamarlas por su nombre: V-I-O-L-E-N-C-I-A (a veces deletrear como hace la maestra Tronchatoro ayuda). Pero todo esto incomoda. ¡Qué revoltosa! Leer y pensar, como en Matilda, parece peligroso. Y hablar (y escribir). ¿Escucharlos? Qué progre con pocos límites.

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El estreno del musical en Buenos Aires, a diez años de su debut en Broadway y más de 12 en Londres, se da en una época paradójica, que oscila entre la sensibilidad extrema de los públicos y de los lectores —y las olas cancelatorias de libros, con la mención especial de la reescritura de los libros de Dahl para remover el lenguaje “ofensivo”—, y un nivel altísimo de violencia hacia niños. ¿Acaso hay violencias que importan más que otras? ¿La corrección política es una máscara de la hipocresía para no comprometernos con problemáticas profundas? ¿El humor ya no es la puerta de salida del horror cotidiano? Parece que no. Por suerte, hay personas e historias que salvan y traen luz.

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El libro, que da origen al exitoso musical teatral que ahora se puede en el Teatro Gran Rex, protagonizado por Laurita Fernández (como la Señorita Miel), Agustín “Soy Rada” Aristarán (como Tronchatoro), José María Listorti (como el Señor Wormwood, el papá), Fer Metilli (como la Señora Wormwood, la mamá), Catalina Piccone, Isabella Sorrentino y Victoria Vidal, interpretando a Matilda, con libreto de Dennis Kelly, música y letras de Tim Minchin, Carlos Rottemberg como productor y la dirección de Ariel Del Mastro, es uno de los grandes clásicos de la literatura infantil.

Publicado por primera vez en 1988, Matilda narra la historia de una ávida lectora, inteligente y sensible de cinco años, que tiene poderes especiales, y que decide liberarse de los adultos crueles, como sus padres y la directora Tronchatoro, convenciendo a sus compañeros de clase para unirse a su “revolución” y construir un futuro en un lugar libre de maltrato, lleno de cariño, libros y chocolate caliente.

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Con más de 250 millones de ejemplares vendidos de su obra y 17 solo de su libro Matilda, Roald Dahl y su literatura tienen una particularidad que cae mal y sigue vigente: amplifica las voces silenciadas de las infancias y Matilda, aunque “la llamaban parlanchina y le reñían severamente, diciéndole que las niñas pequeñas debían ser vistas pero no oídas” tiene cosas para decir, no pacta con los lugares comunes. Sale de la norma, habla, se queja, enfrenta a las autoridades, expone la crueldad, desafía los límites, eso que tanto molesta a los padres de la protagonista y a Tronchatoro, esa villana cruel y despiadada, que se lleva todas las ovaciones por la magistral interpretación de “Soy Rada”. “Trata a las madres y a los padres igual que a los niños y todos le tienen un miedo espantoso”, escribe Dahl en el libro.

¿Cuántas Tronchatoro conocemos? Más de las que pensamos. El aire es denso ante su aparición en escena. La crueldad que caracteriza al personaje remite a un sistema opresivo al extremo, vigilancia, miedo y terror y el colegio, en el musical, es una suerte de prisión que recuerda a espacios oscuros y tortuosos de la Historia de la humanidad. En las dos horas de Matilda, el musical hay un mensaje potente: no hay que pactar con el silencio (ni con los libros quemados).

Amenazando desde arriba, en el musical "Matilda". (@pochoph)
Amenazando desde arriba, en el musical "Matilda". (@pochoph)

Si porque tu vida esta muy mal hoy / Solo sufres la injusticia, aceptando/ Que no hay nada que hacer mas que aguantarlo/ Seguirá igual/ Ser pequeño no impide hacer algo enorme/ Basta de que pequeñeces te estorben/ Si tú dejas que te hagan sentirte torpe /Puede que tú pienses que crees que así esta bien / Y no está bien / Hay que ponerlo bien”, canta la protagonista en una de las canciones más emblemáticas del musical y desafía a cambiar el orden de las cosas. Una nena frente al adultocentrismo que gobierna la narración y nuestras vidas. ¿Acaso dejaríamos de ir a ver el espectáculo por una canción así? ¿Suena ridículo, no? “Nosotros somos los cruzados, el valeroso ejército que lucha por nuestras vidas sin armas apenas, y la Trunchbull es el Diablo, la Serpiente Maligna, el Dragón de Fuego, con toda clase de armas a su disposición”, escribe Dahl en Matilda, porque los adultos siempre se salen con la suya.

–¿Crees que todos los libros para niños deben tener pasajes cómicos? –preguntó la señorita Honey. –Sí –dijo Matilda–. Los niños no son tan serios como las personas mayores y les gusta reírse”, se lee en el libro. Ante la crueldad y el odio, los chicos de Matilda, el musical se erigen con valentía y promueven libertad para escribir la historia que cada uno quiera. Vuelvo a pensar en el “¿Qué hacés, idiota?”. Quizá, como los chicos le dicen a Tronchatoro en la obra musical, ese hijo algún día le conteste a su padre: “Ya dejame en paz abusiva y horrible bestia”. En la puesta en escena las letras explotan en luz, el aire denso de la opresión deviene en explosión de color y cantan “Niñez rebelde hasta que en la revolución / derrotemos al que ofende. Soy rebelde”.

"Matilda, el musical" (Crédito: @pochoph)
"Matilda, el musical" (Crédito: @pochoph)

La lectura transforma, eso queda claro. Matilda encuentra refugio en las páginas de los libros, queda absorta. Los libros la transportan a nuevos mundos y le muestran personajes extraordinarios que vivían vidas excitantes, distintas a la suya. Navega en tiempos pasados con Joseph Conrad, fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling. Viaja por todo el mundo, sin moverse de su pequeña habitación de aquel pueblecito inglés.

Me pregunto qué libros iría a buscar la protagonista de esta historia a la biblioteca pública —esa que tanto quiere y que tantas herramientas le da— hoy cuando tantos son dados de baja. “Si por lo menos hubieran leído algo de Dickens o de Kipling, sabrían que la vida era algo más que engañar a la gente y ver la televisión”, piensa Matilda en el libro de Roald Dahl. ¿Encontraría Matilda en los estantes esos libros que leyó en una semana como Nicolas Nickleby, de Charles Dickens; Rebelión en la granja, de George Orwell; Kim, de Rudyard Kipling; El hombre invisible, de H. G. Wells o Las uvas de la ira, de John Steinbeck?

¿Nos horrorizamos cuando rompen un libro? Tanto en el libro como en la obra teatral, el padre de Matilda lo hace. “¿Qué es esta basura?”, le pregunta. “–No es basura, papá, es precioso”, contesta Matilda sobre el libro que lee sentada en el sillón de su casa. “Estoy harto de tus lecturas. Busca algo útil que hacer”, sigue el padre pero la bronca puede más y comienza a destrozarlo, arranca las hojas para tirarlas con ímpetu. Quizá, si recurriéramos a una metáfora de la cancelación, sería esa. En esa escena pensé que vivimos en una sociedad Señor Wormwood. ¿Es útil? ¿Me ofende? Lo arranco y no existe más. “Uno no puede labrarse un futuro sentado sobre el trasero y leyendo libros de cuentos. No tenemos libros en casa”, se jacta el padre de Matilda en el libro. ¿Acaso como él ya cambiamos los libros por las pantallas y las redes sociales?

La revolución de los revoltosos, una de las escenas emblemáticas de "Matilda, el musical", en la que los chicos se rebelan contra el maltrato y los abusos (Crédito: @pochoph)
La revolución de los revoltosos, una de las escenas emblemáticas de "Matilda, el musical", en la que los chicos se rebelan contra el maltrato y los abusos (Crédito: @pochoph)

Durante Matilda, el musical armamos aviones de papel que tiramos en una canción, les dimos a adultos en la cabeza, cantamos, aplaudimos, gritamos, fuimos chicos y, también, nos propusimos ser revoltosos, hacer la revolución de las letras que explotan en la cara de aquellos que prefieren el silencio confortable para escuchar las vocecitas potentes. El telón baja, queremos escribir nuestra propia historia y deletreamos: R-E-V-O-L-U-C-I-Ó-N, aunque acechen los lobos feroces disfrazados de corderos y el miedo quiera comerse nuestro corazón.

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