Un cadáver amputado, un asesino serial, un padre adoptivo y un ex novio psicótico: así empieza “Claroscuro”

En su nueva novela, Luz Larenn trae de regreso a la psicóloga forense Audrey Jordan para dar cierre a una trilogía de thrillers que no da respiro. ¿Qué pasa cuando, además de la oscuridad, nos asecha nuestro pasado?

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Antes de publicar por primera vez en papel, la escritora argentina Luz Larenn ya contaba con miles de lectores. Sus novelas cortas Doble L, Los 28 días de Julia y Felicitas busca ser feliz, compartidas a través de la cuenta de Instagram @elpatiodepochi, le valieron más de 25 mil seguidores. Como era de esperar, a pesar de sus ventajas, esos lectores no se conformaron con la virtualidad y reclamaron una novela de Larenn en papel que, por suerte, no tardó en llegar.

La primera de lo que terminaría siendo una trilogía fue Á(rmame, publicada en 2020. Este thriller es la presentación de Audrey Jordan, una psicóloga que “se desliza lenta pero segura a la depresión” hasta que un día, un misterioso llamado y el asesinato de una chica le dan la posibilidad de asumir una nueva identidad. “¿Qué harías si pudieras ser otra?”, se preguntó la autora en una nota para Infobae en la que cuenta el detrás de escena del libro en cuestión.

A Á(r)mame le siguió Réplicas, un año después, en el que una Audrey Jordan más relajada vuelve al pueblo de su juventud para reorganizar su vida. Sus planes, sin embargo, quedarán truncos ante la insistencia de un pasado que no solo acosa, también vuelve.

En Claroscuro, la última entrega de esta trilogía, publicada por Editorial El Ateneo, Luz Larenn trae de regreso a la psicóloga Audrey Jordan, esta vez ya lejos de su depresión. La acción se desarrolla en un pueblito del estado de Vermont en el que la protagonista logró rehacer su vida junto a su familia. Pero la tranquilidad termina cuando la psicóloga forense descubre el cadáver de una joven con una pierna mutilada en el bosque.

Claroscuro es una novela sobre la luz y la sombra existentes en toda persona que nos obliga a preguntarnos: ¿cuál permitimos que prevalezca?

Así empieza Claroscuro, de Luz Larenn

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CAPÍTULO 1

[Uno, dos y tres, mariquita es...]

Crecí sin hogar, sin familia, sin una madre que me cobijara.

Crecí como hierba silvestre, de esas que acaparan los nutrientes del suelo, incluso roban los de las otras plantas. Yerba mala nunca muere. Crecí por libre albedrío.

Nadie realmente me cuidó hasta una determinada edad en la que, con desconfianza, di mi mano contadas veces.

Los que me han traicionado han sido demolidos por la misma naturaleza.

Esa que me albergó, que de alguna manera me forjó para llegar a hoy.

Audrey Jordan

<Señorita Jordan, la necesitamos aquí cuanto antes>. 18.46.

...

<Esto no es un simulacro, repito, esto no es un simulacro>. 18.51.

...

<Audrey, ¿estás bien? El bebé te necesita>. 19.12.

...

<Oh, por Dios, cariño, siempre olvidas el móvil en casa>. 19.27.

Lo primero que divisé al llegar fue la perplejidad de Don. Esta solía manifestarse en sus ojos, provocando que se volvieran absolutamente redondos, como dos canicas.

–Tienes dos que llegaron ilesos a sus veinte, Hardy, ¿no podías con uno de ocho meses?

Sonrió por lo bajo. Acto seguido me pasó al niño que colgaba de sus brazos y luego tomó un trapo de la cocina para secar su ropa cubierta de jugo de naranja.

–Fue hace mucho, Jordan, las cosas cambiaron.

Cargué a Timothy, que aún daba quejidos, esto hasta tanto tocase con sus labios el biberón y, hete allí, el final del problema.

–Ves, nada que una botella no resuelva. Aplica para Timothy, para ti y para mí. –Le guiñé un ojo.

El timbre sonó al mismo tiempo que el teléfono de línea y de soslayo observé que hasta para alguien con la templanza de Don nuestra casa se había vuelto un caos absoluto.

–Toma, esto te pertenece. –Deposité al pequeño en los brazos de Liam y atendí a Leanne, que aparentemente no sabía que su esposo ya estaba recogiéndolo.

Los Leame (unión de los nombres Leanne y Liam) habían venido de visita y se estaban hospedando en el pequeño y acogedor bed & breakfast de la señora Montauk, quien a poco de enviudar había decidido que su caserón debería pasar sus días repleto de gente. Aparentemente esto le provocaba alegría; su difunto marido solía andar desparramado por toda la casa al punto de volverla loca, pero, claro, una vez que ya no estuvo, sintió el peor de los vacíos, inesperado aunque imposible de detener.

Tal vez era por eso que todavía me negaba a la idea del matrimonio en la mediana edad. No podía dejar de pensar en qué sería de mí, emocionalmente hablando, el día que ya no estuviera, si Don faltaba antes que yo. Imaginaba un jugueteo innecesario y demoledor, entre dos alianzas que ya no cabían en los dedos.

Ahora mismo acabábamos de cumplir seis meses viviendo en Stowe, un pequeño pueblo de cuento del estado de Vermont. Solos, cubiertos de nieve hasta no hacía tanto y con demasiado tiempo libre. A un vuelo corto de distancia de Manhattan, en donde había quedado Darcy, mi hija universitaria, y a un poco más de adonde se había mudado Leanne, mi entrañable amiga con su familia, en Connecticut.

A las dos horas de que ellos partieran con los tres niños y una montaña de bolsos en la parte trasera, decidimos honrar la culminación de nuestros días de au pair forzosos, así que Don se dispuso a servir dos copas de vino de nuestra propia bodega en la flamante galería delantera.

Desde que estábamos juntos, se había relajado de una forma casi irreal.

Él, que solía ser un hombre estructurado en demasía y con tantas normas que me hacían poner en duda mi propia espontaneidad.

Serían responsables los vientos de montaña o el resoplido constante de Audrey Jordan que no le ofrecía demasiadas alternativas.

Como fuera, Stowe se había convertido en su levadura espiritual. Ya creía que era cuestión de días para que comenzara a probar lo de hacer su propio pan de masa madre.

Di un largo sorbo de esos que una vez que sucedieron ya no eres la misma persona y comencé a deslizar mi mano por su entrepierna cuando mi teléfono móvil comenzó a repiquetear desde el interior de casa.

Troté hacia adentro acomodando la manta ligera que llevaba sobre los hombros y vi que Darcy aparecía repetidas veces entre llamadas perdidas y mensajes sin respuesta. Enseguida la llamé y del otro lado pude escuchar cierta música que parecía sacada del futuro.

La autora es conocida por su cuenta de Instagram @elpatiodepochi, en la que compartió sus primeras novelas cortas.
La autora es conocida por su cuenta de Instagram @elpatiodepochi, en la que compartió sus primeras novelas cortas.

–Eres imposible, madre.

–¿Qué he hecho ahora?

–Nunca doy contigo, vivo imaginando que te ha sucedido algo. Un día te ocurrirá lo que al pastor de ovejas y ya nadie creerá que estás en peligro.

–Oh, por Dios, Darcy, relájate, en Stowe no podría pasarme nada más que de copas.

Chasqueé mi lengua por lo bajo, ya que sabía que no era del tipo de las bromas ligeras. Luego de conversar sobre la rutina, corté a los pocos minutos y volví a los brazos de Don.

–¿Darcy?

–La única.

–¿Estaba molesta por algo?

–Como de costumbre.

Me intrigaba la forma en que, sin entrenamiento previo, podíamos volvernos madres de la noche a la mañana. Como yo, que hoy, pisando los cuarenta me había convertido en la de una adolescente que ahora mismo se encontraba entrando a la adultez ilesa; y al mismo tiempo comenzando a ser, yo misma, la hija de Michael, mi padre biológico, el que una vez que me reconoció años atrás no me había dejado ir.

–¿Puedo preguntarte algo?

Don me miró extrañado. Hasta aquel día solía ser más bien de las que soltaban las preguntas sin previo aviso.

–¿Por qué te has puesto tan nervioso hoy con Timothy? Es decir, es real que tuviste dos hijos.

–Sí, es real. Pero también lo es el hecho de que no estaba mucho en casa. –Detecté cierto pesar en sus palabras–. Y nunca aprendí realmente cómo se hacía, no lo necesité.

–Nunca hemos hablado del tema.

–¿Qué quieres decir? –Se incorporó y me echó una de esas miradas suyas intimidantes, aunque, en el fondo, cargadas de cariño.

–No lo sé, nunca mencionamos la posibilidad de que tú y yo, en algún momento...

–¿Tú quieres?

Me desplomé en mi asiento quedando de costado a Don y de frente a la calle desierta. De tanto perder tiempo pensando en si él querría o no, me había olvidado de mí.

–No lo sé. Realmente nunca lo pensé bien. Hoy no. –Fruncí los labios y le acaricié la espalda, mientras Don se hundía entre ambos hombros–. Creo que los tuyos han sacado mucho de ti. En efecto, todo lo mejor, así que algo has hecho bien.

Con Don había decidido desarmarme de una vez por todas, tenía la certeza de que si no sabía cómo reunir las piezas de mi caos y ordenarlo, al menos me acompañaría sin juzgar.

Decidí dejar el tema quieto por un tiempo; mientras tanto, me acurrucaría sobre su pecho y disfrutaría de las que, sin saberlo, serían las últimas noches en las que respiraríamos aquel aire liviano. No podríamos haber previsto que los acontecimientos concatenados del pasado, presente y futuro comenzarían a golpear a nuestra nueva ciudad, porque, en definitiva, sin importar en dónde estuviéramos, todo pasado sin resolución eventualmente nos atrapaba.

Quién es Luz Larenn

♦ Nació en Argentina en 1986.

♦ Es escritora, licenciada en Relaciones Públicas y ha trabajado como capacitadora y coach en empresas.

♦ Escribió los libros Á(r)mame, Réplicas y Claroscuro, entre otros.

♦ Está detrás de @elpatiodepochi, donde tiene decenas de miles de seguidores que celebraron sus novelas cortas Doble L, Los 28 días de Julia y Felicitas busca ser feliz, difundidas solo por redes sociales.

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