Eugenio Kvaternik: "Entre marxismo y despotismo hay una afinidad electiva"

A 200 años del nacimiento de Marx, su doctrina ha devenido en "credo posmoderno", casi "una superstición". Si guarda vigencia es "en mucha mayor medida" por "desidia, cobardía y capitulación moral" de sus rivales. Una crítica que atañe a los radicales y al PRO. El "relato" de Hobsbawm sobre el siglo influido por Marx

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"Una razón es el vacío espiritual que invade al siglo XXI. Como la mayoría no cree en nada, no es casual que algunos terminen creyendo cualquier cosa", dice el politólogo Eugenio Kvaternik en referencia al hecho de que "se acabó el comunismo pero no su nostalgia".

Además de algunos ejemplos locales, tomados de las propias filas de los dos componentes centrales de Cambiemos, Kvaternik enumera los errores o falsedades interpretativas de Eric Hobsbawm, historiador icónico de cierta izquierda marxista, para quien "el estalinismo no fue un totalitarismo"…

También analiza en esta entrevista con Infobae el vínculo entre marxismo y totalitarismo, y entre utopía y violencia.

—¿Es posible separar los grandes objetivos de la doctrina marxista -igualdad, justicia para la clase trabajadora- con sus instrumentos -dictadura del proletariado, propiedad colectiva de los medios de producción?

— Uno podría contestar recordando a Max Weber. Al analizar las relaciones entre el capitalismo y la ética protestante el gran sociólogo alemán descartó que uno fuese causa del otro y sostuvo que entre ambos había una "afinidad electiva". Tomaba la idea y la metáfora de una novela de Goethe, que rotuló de ese modo la atracción recíproca que había entre dos personas que se amaban. Weber detectaba una afinidad similar entre el espíritu del capitalismo y el protestantismo. Sin duda, y siendo por demás benignos e interpolando a Max Weber, hay una afinidad electiva entre el marxismo y el despotismo. No importa si este es totalitario o autoritario, si es Stalin o Castro.

Popper dijo que toda utopía, para alcanzar sus fines, debe necesariamente recurrir a una ingeniería social de planificación estatal y partido único que genera violencia

— ¿Hasta qué punto es Marx responsable de todo lo que hicieron sus seguidores? Las derivas totalitarias de los sistemas inspirados en sus teorías ¿eran un resultado inevitable de la aplicación de las mismas? ¿El autoritarismo era inherente al marxismo?

— Hasta nuestros días, la única fuerza política marxista de convicciones pacíficas y democráticas fue la socialdemocracia alemana en la República de Weimar entre las dos guerras mundiales. Usted se pregunta con tino si esto es inevitable. En el plano teórico esto ya lo contestaron hace tiempo Popper y Hayek. Popper argumentó que toda utopía, para alcanzar sus objetivos, debe necesariamente recurrir a una ingeniería social de planificación estatal y partido único que genera violencia. Hayek le dio a este fenómeno el nombre de constructivismo. Y completó a Popper cuando afirmó que el socialismo mata.

Los ejemplos de la China de Mao, Corea del Norte y Venezuela prueban que además de balazos los socialismos también matan de hambre

— El socialismo mata… hay muchos ejemplos de eso…

— Sí, y los ejemplos de la China de Mao, Corea del Norte y Venezuela prueban que además de balazos también matan de hambre. En el plano político, en cambio, su pregunta acerca de si el autoritarismo es inherente al marxismo la respondió de una vez y para siempre la socialdemocracia alemana, cuando en su congreso de Bad Godesberg en 1959 rompió con el marxismo. No es casual entonces, que también la socialdemocracia alemana, el único ejemplo histórico existente de un marxismo no autoritario, se haya deshecho de ese fardo. Esta evidencia parecería sugerir que es más fácil separar siameses que a Marx de Lenin, de Stalin, de Mao o de Pol Pot, de Fidel Castro Castro o del Che Guevara.

Kim Il-sung y Fidel Castro durante la visita del cubano a Corea del Norte en 1986
Kim Il-sung y Fidel Castro durante la visita del cubano a Corea del Norte en 1986
Como la mayoría no cree en nada, no es casual que algunos terminen creyendo cualquier cosa

— ¿Por qué cree que el fracaso estrepitoso del llamado socialismo real no parece haber echado definitivamente por tierra su ideología?

— Es difícil de entender. Una razón es el vacío espiritual que invade al siglo XXI. Como la mayoría no cree en nada, no es casual que algunos terminen creyendo cualquier cosa. A esto se presta el marxismo porque que es una religión, con su catecismo -el Manifiesto Comunista-, sus obras teológicas como El Capital; su iglesia -el partido- y sus Papas -los secretarios generales. Fíjese que Gramsci, del que ha abrevado la mayoría de la intelligentsia de izquierda, decía que Marx inauguraba una era histórica que iba a durar 1000 años. En su visión, el marxismo era una nueva Ilustración, que al igual que la primera viene a disolver el sentido común, que Gramsci utilizaba a veces como sinónimo de la religión, una nueva versión del Écrasez l´Infâme de Voltaire. Una religión antirreligiosa, y que en la posmodernidad para algunos se convierte en un credo post-religioso. Pero me detengo aquí porque, como decía al principio, hay cosas que no se entienden por más que uno haga todos los esfuerzos para hacerlo.

A la vigencia de Marx contribuye la desidia, cobardía y capitulación moral los actores de convicciones moderadas que hacen suyas las banderas de sus rivales

— ¿Considera usted que la vigencia actual de Marx se debe más a la reivindicación de sus seguidores que a la pertinencia de su pensamiento?

— Así es. Pero solo en parte. También contribuye, y en mucha mayor medida, la desidia, cobardía y capitulación moral de aquellos actores sociales y culturales de convicciones moderadas -lo que ahora se denomina partidarios de un país normal- y que hacen suyas las banderas de sus rivales. Fíjese que en Cambiemos se discute bastante sobre jubilaciones, tarifas, aborto, etcétera. Pero ni una voz se alzó, discutió o se opuso a la idea de inaugurar la temporada del Cervantes con un homenaje a Marx. No digamos cuestionar la decisión del ex ministro de Defensa Julio Martínez, que ordenó quitar la placa en homenaje al teniente Cáceres caído en Tucumán combatiendo al ERP porque sus compañeros de promoción recordaban que había caído combatiendo el marxismo. Mientras que en el Museo de la Memoria, sitio público recordemos, se conmemora no sólo a los desaparecidos sino también a insurgentes caídos en combate, es decir en enfrentamientos públicos en aras de la revolución marxista.

“Tangos proletarios” en el Teatro Cervantes como parte del homenaje a Marx
“Tangos proletarios” en el Teatro Cervantes como parte del homenaje a Marx

— No se condena, ni siquiera se menciona, aquel intento setentista de instaurar un régimen de esa ideología, por la vía armada.

— En su momento, el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, fue el único funcionario que salió públicamente al cruce de la reivindicación de la lucha armada hecha el 24 de marzo de este año por los organismos de Derechos Humanos. Eso sí, como un referí que cobra correctamente un penal a favor del visitante pero, incapaz de resistir la presión de la hinchada local, compensa dando a su favor un penal que no fue. Es decir, luego de condenar la reivindicación de la violencia en boca de los grupos de derechos humanos, Avelluto nos sorprende con un penal inexistente: Marx profeta de la revolución socialista, icónico episodio de violencia si los hay, abre la temporada del Cervantes. Traigo a colación la metáfora futbolística, no solo porque es apropiada, sino porque en la feria del libro de Colombia la Argentina tuvo como parte principal de su stand una cancha de futbol. Sigamos entonces con el fútbol y la cultura. A lo mejor el año que viene Avelluto cobra nuevamente penal cuando corresponde, e inaugura la temporada del Colón con un homenaje a Aron, Hayek o Popper.

— ¿Por qué pasa esto?

— Bueno, pese a todo, entiendo sus dilemas. En la cultura es difícil cobrar penal en contra del local, si los locales son hinchas, simpatizantes y compañeros de ruta, o simplemente nostálgicos de Marx y sus retoños. En el año 1945 con la derrota del fascismo no sólo se derrotó al fascismo, también se sepultó su nostalgia. Parece que la caída del muro de Berlín no alcanzó para sepultar el Marx docet. Se acabó el comunismo, pero no su nostalgia. A diferencia del fascismo, que tuvo una muerte violenta, el comunismo se benefició de un deceso indoloro. Quizás eso facilite sus momentáneos revivals. Aunque confieso que no sé exactamente qué resorte los dispara. Si la nostalgia o la compasión.

Mientras la socialdemocracia alemana se despide de Marx- dicho sea de paso, uno de sus fundadores- nuestros sedicentes socialdemócratas (los radicales) lo resucitan

— Pareciera de todos modos que esa "vigencia" actual es más simbólica que real, más discursiva que práctica…

— Más que simbólica, fútil, casi una superstición. Aquí vale la pena, creo, hacer una comparación entre lo sucedido con la socialdemocracia alemana y su pretendido equivalente en la Argentina, el radicalismo. Leía estos días en Infobae un interesante testimonio de Federico Storani en una entrevista de Marcelo Larraquy. Storani cuenta como ellos en los años 70 y en la Coordinadora bajo el Proceso habían abrevado del marxismo clásico. Es decir de Marx y Lenin, como vemos dos caras indisolubles de la misma medalla. Sin elaborar demasiado, señalo solamente su diferencia con los socialistas alemanes. Mientras éstos se despiden de Marx- que dicho sea de paso había sido uno de los fundadores del SPD- nuestros sedicentes socialdemócratas lo resucitan. Pareciera que el marxismo tiene para ciertas elites laicas la misma atracción que el nacionalismo antiliberal tuvo para ciertas elites católicas. Pero mientras estas últimas parecen haberse liberado de ese atavismo, las laicas parecen persistir en el suyo.

El catecismo de un credo posmoderno
El catecismo de un credo posmoderno

— Existe hasta hoy una reticencia en algunos, en otros un "pudor", para caracterizar como totalitarios a los regímenes de inspiración marxista…

— Justamente, saliendo de Argentina y volviendo al plano teórico de su pregunta, un ejemplo relevante es el del historiador marxista inglés Eric Hobsbawm en su libro El siglo de los extremos. El autor combina algunos buenos juicios de realidad, con un intento de emparchar tanto la práctica como la teoría del marxismo con inexactitudes, falsedades y argumentos ad hoc y ad hominem. Así, el estalinismo no fue un totalitarismo más allá de que Stalin lo intentó pero felizmente fracasó en el intento. Pone dentro de la misma tradición socialista al socialismo parlamentario y al jacobinismo leninista. Caracteriza a las purgas de Stalin como un intento de prevenir la osificación burocrática. Sostiene que el pacto Molotov-Ribentropp se hizo exclusivamente para mantener a la URSS fuera de la guerra, apostando a que se desangrasen la Alemania nazi y el capitalismo liberal, cuando es notorio que la guerra la inician de consuno Hitler y Stalin.

— La izquierda suele culpar a otros de sus fracasos…

— Sí, Hobsbawm descarga la responsabilidad del fracaso de la democracia europea de entreguerras exclusivamente en la derecha, cuando en la Segunda República española fueron la fuerzas republicanas, con la quema de los conventos, la revolución socialista de Asturias en 1934, sus repetidos intentos de violar las normas constitucionales y electorales cuando los resultados les fueron adversos y el uso de la violencia ilegal contra los opositores, quienes hundieron a la segunda república en una espiral de ilegalidad, odio y violencia. No es por casualidad, como dice el hispanista norteamericano Stanley Payne, que la historiografía de izquierda se interesa hoy mucho menos por los avatares de la República que por la Guerra Civil. Hobsbawm magnifica también los logros de la modernización soviética, omitiendo la gran transformación previa de la economía zarista, interrumpida por la Revolución de Octubre. Podríamos tomar otras tantas citas del texto de Hobswam que van en la misma dirección, pero no abrumemos más al lector. Evidentemente también el marxismo tiene sus Lavoisier: nada se pierde, todo se transforma.

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