La voz y el rostro de Cecilia Absatz están asociados a comentarios inteligentes y originales sobre las telenovelas hace unos años y sobre las series en los últimos tiempos. Si no se quiere perder tiempo en el streaming con cosas que no valgan la pena, conviene escucharla. Con una larga trayectoria en radio y en televisión, nos tiene acostumbrados a su agudeza y humor.
Con esas mismas herramientas -más una fina ironia- encara los temas de su newsletter Viejo Smoking: la experiencia de envejecer manteniendo “con hidalguía la condición de persona”. Sobre todo se trata de mirar la realidad de frente y sobre todo no desubicarse pretendiendo seguir siendo joven a como dé lugar; aunque esa añoranza de juventud sea entendible, no hay que perder la compostura.
Habla con evidente admiración de su hija, que es quien, conociéndola, le sugirió hacer Viejo Smoking donde vuelca pensamientos, rechazos (“odio todo”) y fragmentos de prosa o poesía.
La edad libera de muchas obligaciones y es tal vez lo positivo de envejecer. Se deja el centro de la escena y hay que aceptarlo pero eso, dice Absatz, tiene sus ventajas, como poder hacer lo que uno quiere y no sentir la obligación de contentar a nadie que no sea uno mismo.
—¿Hay algún requisito para pertenecer al Club del Viejo Smoking?
—No, lo único que hay que hacer para recibir el newsletter es suscribirse. Es viejosmoking.com.ar. No puede ser más fácil. Lo del club tiene que ver con que una cantidad de lectores hacen aportes para sostener un poco el newsletter.
— ¿Es semanal?
—Sí. Increíblemente, los lectores son muy generosos y van aumentando las cuotas sin que nadie lo pida... Imaginate. Así que ese es el club. Pero recibir el newsletter es gratis. Solo hay que suscribirse.
—¿Con qué idea lo hiciste?
—Empezó con la idea básica de cómo llegar a viejo. Esa fue la premisa del lanzamiento. Se le ocurrió a mi hija (Julieta Ulanovsky), que me lo propuso. Al principio me ofendí (ríe), porque dije: “¿Cómo vieja?” Después me di cuenta de que era muy halagador lo que me sugería, porque ella creía que yo estaba en condiciones de desarrollar ese tema de cómo llegar a viejo con cierta dignidad.
—¿Y cómo resultó?
—A medida que fui trabajando en el tema, con bastante felicidad, te diría. Más que cuando tenía veinte años, por ejemplo. La paso mucho mejor ahora. Esa es la verdad.
—¿Eso sería porque uno realmente se vuelve más sabio de viejo?
—¿Sabés qué pasa? Que con el tiempo empezás a darte cuenta de que hay un montón de cosas que no querés hacer y no tenés ninguna obligación de hacerlas. Y es una gran felicidad no hacerlas más. Y concentrarte en lo que sí querés hacer. Es mucho más relajado, mucho más descansado no tener que demostrar nada a nadie. A nadie más que a uno mismo. Eso sí. Y te digo, es otra vida diferente.
—A una persona grande, ¿se le tolera más que sea más franca o más directa? ¿O se la trata de loca?
—Eso es parte del trabajo de la persona grande. Es lo más difícil de todo: callarse la boca. No hablar demasiado, porque a nadie le importa lo que te pasa. Uno tenía otro lugar cuando era joven y participaba, discutía, debatía, dialogaba... Después, pasa el tiempo, ya tenés tus convicciones, ya sabés cómo escuchar al otro, cosa que de joven no hacías, porque estabas tan convencido de lo que vos creías, que invariablemente tratabas de convencer al otro. Ahora, cuando no estás de acuerdo, escuchás. Escuchás, porque ya sabés que no lo vas a convencer.
—Dejás pasar.
—Eso es lo más difícil de todo. Tomar conciencia de que la persona grande no es el centro de la escena. Ahora son los jóvenes. Mirás y participás solamente cuando te preguntan, cuando te invitan... Esa cosa de contar anécdotas, por ejemplo, es…
—La misma anécdota, además. Muchas veces la misma.
—¡La misma! Ay, ¡qué horror! Ese es un vicio tremendo. Hablar de más... Hay que callarse y, reitero, eso es lo más difícil de la tarea de una persona grande.
—Supongo que tiene que ver con que siente que sabe más que el otro.
—Claro, pensás que tenés razón. Bertrand Russell tiene textos divinos sobre ese tema de cómo, cuando uno tiene la más mínima duda de la propia convicción, tiene que escuchar al otro. Porque a lo mejor no tiene toda la razón del mundo.
—Pero los jóvenes o los más jóvenes que vos, ¿no te llaman, te preguntan, no quieren escucharte? Porque sos una persona sumamente interesante, inteligente en tu observación de la realidad, tus comentarios sobre series, películas, libros. ¿Te llaman, te preguntan?
—No, lo que hacen es leer el newsletter.
—Ah, bueno —ríe—. Te ahorrás las palabras porque las ponés por escrito.
—Claro. Y tengo muchos lectores.
—Qué bien. Me alegra.
—Y les gusta, aunque a veces se enojan.
—Y… porque tenés una sección que me encanta, la de las cosas que odiás.
—Odio todo. Odio todo.
—Sí, me gustó lo de las pedidas de mano. Me molesta cuando lo hacen en público. Por ejemplo, vas en un avión y te tenés que bancar que un señor le pida la mano a la chica por el altavoz…
—No, no, no, no.
—Te invitan a una pedida de mano de gente que no conocés.
—Y aparte el gesto de hincar la rodilla. ¿Qué es eso? Siglo dieciséis. A mucha gente le...
—Le chocó ese comentario.
—Sí, sí, sí.
—Gente todavía romántica. (risas)
— Pero es muy linda esa sección. Y durante mucho tiempo fue la favorita para mucha gente.
—¿Qué otras secciones tenés?
—Hay un tema central en cada newsletter. Por ejemplo, sobre la expresión “la mejor versión de vos mismo”. ¿Me explicás qué quiere decir eso?
—No puedo explicarte —ríe—. Es una moda.
—Sí. es una moda del marketing, de la publicidad.
—Sí.
—Y también el argumento de venta de las cosas caras: “Te lo merecés”. Bueno, en cada newsletter hay un tema central. Al principio eran todos los temas de la vejez. Toda la primera etapa.
—¿Lo agotaste al tema?
—No, porque a veces lo retomo. Por ejemplo, la memoria, el insomnio, la pereza...
—Para escribir de esos temas, ¿consultabas con alguien o era lo que te pasaba a vos o lo que veías?
—No, lo que me pasaba a mí, básicamente. Pero escucho ofertas —ríe—. Tengo una amiga que colabora mucho conmigo, que es muy brillante y me aporta muchas ideas. Y mi hija.
—Tu hija.
—Mi hija es un genio del diseño. Varias veces me metí con el diseño porque la sigo a ella como diseñadora. Nunca hubiera entendido la importancia de ese tema, de no haber leído, escuchado o aprendido lo que ella dice, escribe o enseña, porque es profesora.
—Recuerdo que mi mamá tuvo mucho tiempo en su mesa de luz un libro que se llamaba “Aprendiendo a envejecer”. Te preguntaría: ¿haya algo que aprender? ¿Se puede aprender a envejecer?
—Mirá, por lo pronto, hay que darse cuenta de que ya te vestís de una manera diferente. Hay cosas que ya no van, aunque tengas buena figura y todo. Los escotes, la minifalda, las plataformas, los tajos… Todo eso, a partir de cierta edad, no va. Entonces, empezás ahí a diseñar tu nuevo estilo, tu manera de vestir.
—Acorde…
—A la mejor versión de vos (risas). Vestirte, sin equivocarte. Después, llega un momento en que te das cuenta de que hay lugares donde no estás bien y decís: “¿Qué hago acá?” No la estás pasando bien. Eso es crucial. No ir a, no estar en ninguna parte que te provoque esa pregunta: “¿Qué hago acá?”. A partir de cierta edad, los lugares a los que vas tienen que tener una buena razón para que estés ahí. Si no, no vas. También la manera de hablar: no usar la jerga de los jóvenes.
—Queda tan feo…
—Que es un papelón. Porque además, cuando la usás, ya pasó de moda. Y lo que están usando ahora ni idea tenés de lo que significa, así que mejor no. Lo mismo con las redes. Uso las redes con mi manera de escribir. No abrevio las palabras. Escribo, aunque me tome un poco más de tiempo, y listo. O sea, no tratar de ser joven sería un poco la clave.
—Cambiando de tema: el cine empezó a mostrar, no ya los romances, porque romances otoñales siempre hubo, sino sexo otoñal, que no es lo mismo… Me mirás sorprendida. Por ejemplo, la película de Emma Thompson, “Buena suerte Leo Grande”, donde una señora, al enviudar, llama a un escort para ver qué eso del sexo. Y ahora hay una película de David Trueba, en la que hay un romance entre una señora de 63 y un joven de 36, con escenas de sexo explícitas. Te quería preguntar qué opinabas de eso, pero si no las viste...
—Te voy a decir lo que opino. No les creo mucho a las mujeres grandes, hambrientas de sexo. La verdad. No sé. Creo que hay como un mandato social de que la mujer debe ser deseable o debe ser sexualmente activa. Pero una de las cosas que te podés permitir no hacer es el sexo, si no tenés ganas. Yo no me lo creo mucho. Me acuerdo de una película de hace un tiempo, con China Zorrilla. Fred y no sé cuánto [Elsa y Fred]. Ella quería pasar una noche con él. Y yo pensaba: meterte en la cama con un hombre al que no conocés...
— Uf, sí (risas).
—Con ese cuerpo que ya tenés a esa edad... No sé.
—No es fácil.
—Me parece más como una fórmula argumental que algo real. Lo que sí observo, y pensé que ibas por ese lado, es cómo el cine y la televisión empezaron a ocuparse de los viejos desde hace un tiempo. Antes los viejos antes eran el padre del protagonista, el maestro...
—Actores secundarios.
—El abuelo, el mentor, el profesor, pero no el protagonista. Y desde hace un tiempo hay una buena porción de ficción donde los protagonistas son grandes. Películas y series. Hay una en la que un grupo de exespías, ahora grandes, solo me acuerdo que estaba Helen Mirren, que se juntan para hacer travesuras, robar bancos, no sé qué. Pero hay mucho de eso. Mi teoría es que la industria no se quiere privar de los grandes actores, como Jack Nicholson, Kevin Costner, Billy Bob Thornton...
—Robert De Niro, sin ir más lejos, ya pasó los 80.
—Robert De Niro. Sí. Todos andan por ahí. El que usa mucho a los viejos es Taylor Sheridan, el productor de Yellowstone. Convocó a Sylvester Stallone, Kevin Costner, Billy Bob Thornton, Helen Mirren... Todos de setenta y pico. Son los protagonistas.
—¿Con las mujeres pasa igual?
—Sí, pero un poquito menos.
—Sí, lo que yo odio, ¿puedo decir que odio? es a las actrices que se tocan la cara al punto que no las reconocés. Me apena, como pasó con Jessica Lange. Tan hermosa y ya no es más ella.
—Sí, estaba pensando en ella. ¿Viste una película de Robert Redford que en castellano se llamó algo así como Causas y consecuencias. En inglés era The Company You Keep. Todos grandes, empezando por él mismo, que habían sido militantes de no sé qué movimiento treinta años antes, pero algo pasó y de nuevo surge el tema. En el grupo está Julie Christie. que tiene unos primeros planos impresionantes, ni una gota de maquillaje. Y es una belleza, sin nada. Nunca se hizo nada, pero es una absoluta belleza.
—Qué linda era esa mujer. Es, mejor dicho.
—Es divina. También trabaja bastante Susan Sarandon. Pero en general son un poco menos que los varones. Pero está bien que los convoquen y para protagonizar.
—También creo que eso tiene que ver con la demografía, cada vez llegamos a mayor edad en mejores condiciones para seguir activos. Esa franja está creciendo y la gente que produce y hace negocios se fija en ello porque esas personas siguen consumiendo.
—¿Vos viste Pasante de moda?
—Creo que solo vi pedacitos de esa película.
—¡Ay, qué película divina con Robert De Niro! Está jubilado. Era gerente de una empresa, pero la empresa desaparece porque hacía guías de teléfono. Entonces, se aburre, intentó todo: tai chi, yoga, aprender un idioma... Se aburre y se emplea como pasante en una empresa de moda online. La empresa es de Anne Hathaway. Que lo mira con desprecio. Imaginate. “¿Quién es este sujeto?” Bueno, ese sujeto termina organizándole la vida a ella. Es divina esa película, Pasante de moda.
—Bueno, hay empresas que empiezan a valorar la intergeneracionalidad, los veteranos que pueden transmitir experiencias y los más jóvenes ayudar a adaptarse a lo nuevo. Otro tema. Hay una frase hecha que aparece cuando entrevistan a alguien y le preguntan: “Si pudieras volver atrás, ¿cambiarías algo?” y la respuesta es: “Si volviera a empezar, haría exactamente lo mismo”. Y yo siempre pienso: “No, no puede ser”. No puede ser que no tengas cosas de las que te arrepientas.
—Yo me arrepiento de muchísimas cosas. Cometí muchos errores, incluso cuando venía para acá —parezco Verdaguer—, cuando venía para acá, estaba pensando justamente cómo resolver uno de esos errores. Sí, cometí muchos. Me equivoqué mucho, mucho...
—Uno no nace perfecto ni sabiendo todo...
—”¿No me arrepiento de nada?” Escuchame... Yo me arrepiento de muchas cosas.
—¿Qué cosas te molesta que te digan a partir de cierta edad? ¿O que siempre te molestaron?
—O siempre (ríe). Por ejemplo, que te digan: “Todo va a estar bien”. ¿Cómo sabés que todo va a estar bien? O: “No te hagas problema”. O... “Calmate”.
—Sí, qué horror.
—Odio eso. ¿“Calmate”? No. Creen que te están ayudando, como la gente que te dice “cuidate”. ¿Cómo “cuidate”? ¿Creés que no miro antes de cruzar la calle? —risas—. Soy mayor de edad, ¿viste? Hay cosas que... Bueno, pero la gente ya sabe, y no me dicen esas cosas.
—Claro. Bueno, tu entorno cercano. Escribiste que el mundo no quiere mucho a los viejos. ¿Seguís pensando eso?
—No. No quiere a los viejos. Digamos, hay viejos y viejos. Hay gente que a partir de cierta edad, esto me decía mi hija —lo usé en El viejo smoking, pero me lo dijo ella—, a cierta edad es como que tira la toalla. Deja de arreglarse, deja de hacer algo, es como una cosa, no una persona. A esa clase de viejos... no les va bien.
—Hacen mala propaganda…
—Sí. O los viejos que usan la vejez para entrar en la fila del supermercado, por ejemplo, porque están distraídos y van directamente sin hacer la fila. Pero bueno, una de las cosas que uno aprende a hacer es dejarlos, ¿viste? Yo de joven la hubiera zarandeado, y ahora no. Pasá. Todo tuyo.
— ¿Notás que hay una intensidad con el tema de la longevidad? Una cierta obsesión…
— No sé, la verdad que no sé. Mi trabajo, el que me da para vivir, es comentar series de televisión.
— Qué lindo.
— Entonces me paso la vida viendo series de televisión. No veo la televisión abierta.veo nada. Y no escucho radio tampoco, porque ya no tengo paciencia con las tandas que me parecen más largas que los bloques. Así que estoy un poquito aislada de todo. Pero no me importa. Es otro privilegio de ser grande. No me importa, no le debo nada a nadie.
— Hablando de series, ¿qué viste últimamente que te haya gustado mucho? Te pregunto porque me está costando encontrar algo que me entusiasme…
— Sí, no es fácil. Me gusta mucho lo que hace Taylor Sheridan, el que hizo todo Yellowstone y también, por ejemplo, la que estoy viendo ahora, que es Landman.
— ¿Es como una continuación o un spin off?
— No, no tiene nada que ver. Es con Billy Bob Thornton y trata sobre el negocio del petróleo. Billy Bob Thornton y Demi Moore. Otra cosa. Ahora está la segunda temporada. Pero de las mejores cosas que vi en mucho tiempo es, por ejemplo, The Offer. La oferta, que es una serie que muestra cómo se hizo la película El Padrino.
— Interesante.
— Es extraordinaria. Extraordinaria. Por ejemplo, el dueño de Paramount a (Francis Ford) Coppola le decía: “¿Quién es? Es un novato”. Y a Al Pacino le dijeron: “No, es muy bajo”. O sea, ves que cada cinco minutos estuvo a punto de no hacerse El Padrino. Era impresionante. Después te enterás, por otro lado, cómo fue la participación de Marlon Brando. Pero esto me enteré por otro lado, no está en The Offer.
— ¿A qué te referís? ¿A que él buscó el papel? Él lo buscó.
— Pagó. Dejó una garantía de un millón. Increíble.
— No pensé que tenía ese espíritu, esa cabeza. Porque uno lo ve buen actor, punto. Pero muchas veces detrás hay mucho más.
— The Offer es de las cosas muy buenas que hay para ver.
— Me decías que ya no mirás tanta telenovela, lo que me apena porque me gusta saber que gente inteligente e intelectual mira telenovelas, así no me da culpa hacerlo yo, porque es visto como un género…
— Mucho tiempo fue un género marginal.
— Marginal. El otro día Pérez Reverte recomendó un culebrón turco…
— Bueno, Umberto Eco fue el primero que habló de las telenovelas.
— Parece que reflejan algo de la sociedad y algunas fueron muy buenas. Ahora no hay mucho...
— Ahora hay una en el aire que es de lo mejor, que es Avenida Brasil.
— La brasileña. ¿De los noventa?
— Noventa y cinco.
— ¿Decís que la están dando de nuevo en canales de aire?
— La están dando. Y esa fue la última que vi. Hasta ese momento no me perdía ninguna de las brasileñas, en especial Vale Todo, El rey del ganado. Eran novelas extraordinarias, extraordinarias. Para mí la novela... Imaginate, escribí dos libros sobre telenovelas, así que siempre me pareció un género... no me gusta la palabra importante, pero un género sólido. Que tenía un lugar en el margen, pero un lugar. Lo mismo que el fantasy. O el policial. También son marginales, pero espectaculares.
— Son muy consumidos además.
— Me acuerdo que Osvaldo Granados... Yo trabajaba con él en la radio y era la época en que se estaba dando Celeste o Celeste siempre celeste. Una de las “celestes”. Y él la veía en la Bolsa. Era a las siete de la tarde y a esa hora estaba en la Bolsa. Porque un tema de las telenovelas era que tenías que verla todos los días, en esa época.
— Había que estar en ese horario o te la perdías.
— Eso era parte del asunto. Y Granados la veía y cuando salía al aire para hablar de economía en el programa de Chiche Gelblung, él contaba lo que había pasado ese día en la novela. Era algo divino, divino.
— Se generaba una expectativa, ¿cómo va a seguir?, ¿qué va a pasar? Como cuando se publicaban los libros por entregas.
— Tal cual.