El hombre que mató en TV al abusador que secuestró y violó a su hijo

Hace 40 años, Gary Plauché sorprendió al profesor de karate Jeff Doucet a la salida del aeropuerto y lo ejecutó. El instructor había raptado y abusado de su hijo de 11 años. El video se volvió viral en 1984, antes de las redes sociales

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Así Gary Plauché asesinó al violador de su hijo en un aeropuerto en 1984.

El día que un padre le voló la cabeza al violador de su hijo en televisión nacional

Uno de los crímenes más impactantes en la historia reciente de Estados Unidos fue el homicidio de Jeff Doucet, famoso experto en artes marciales que murió de un balazo frente a las cámaras de televisión en el aeropuerto de Baton Rouge, Luisiana, en 1984.

Su victimario fue el padre de Jody Plauché, un niño de apenas 11 años que era abusado sexualmente por Doucet desde hacía casi un año.

Las escabrosas imágenes captadas por la televisora local WBRZ se volvieron rápidamente virales para la época. Y 40 años después, ese video donde se ve el momento exacto cuando una bala le vuela la cabeza aún genera polémica en redes cuando resurge cíclicamente.

Para entender esta impactante historia es necesario viajar en el tiempo hasta ese fatídico 1984, e introducirnos en la trama de secretos, engaños y horrores escondidos tras una fachada de éxito que había construido el respetado instructor de karate Jeff Doucet en Baton Rouge, su ciudad natal.

Jody Plauché fue secuestrado y abusado por su instructor de karate.
(Policía de Luisiana)
Jody Plauché fue secuestrado y abusado por su instructor de karate. (Policía de Luisiana)

El talentoso maestro de artes marciales

Jeff Doucet no era un desconocido en la comunidad de Baton Rouge ni mucho menos. Por el contrario, era una celebridad local con programas de TV y todo.

Veterano de guerra y experto en varias artes de lucha cuerpo a cuerpo, se había transformado en una suerte de mito viviente gracias a una interminable colección de trofeos obtenidos en las más diversas competencias.

Pero sin duda su mayor fama se la debía a su trabajo dirigiendo la academia Dragón Negro, una prestigiosa escuela dedicada a la formación de talentos marciales, ubicada en Baton Rouge.

Padres de toda la región ansiaban que sus hijos fueran aceptados en la institución. Y los alumnos, por su parte, idolatraban a ese fornido y carismático instructor al que apodaban “El sensei”.

Uno de ellos era Jody Plauché, de solo 11 años, de quien Doucet solía decir entre risas era “el futuro gran dragón negro de toda Luisiana” debido a sus extraordinarias condiciones físicas y habilidad nata para ejecutar patadas imposibles.

Estimulado por su ídolo, el chico rápidamente cosechó varios trofeos que exhibía con orgullo en su habitación, soñando con algún día llegar a ser tan famoso como su “sempai”.

La confianza ganada

Pero la admiración que Jody y el resto de los alumnos sentían por su instructor, también había calado hondo en los padres de los niños.

Todos veían a Doucet como un modelo de conducta intachable. Al fin y al cabo se trataba de un condecorado veterano de guerra que ahora dedicaba su vida a mejorar la de los jóvenes a través de la disciplina marcial.

Por eso nadie desconfió cuando una mañana “el sensei” llamó a la puerta de la familia Plauche con una tentadora propuesta.

Según les contó entusiasmado a los padres de Jody, unos importantes productores de Hollywood lo habían contactado expresando interés en organizar un rodaje publicitario sobre karate infantil. Y su hijo era uno de los elegidos para protagonizarlo junto a otros talentos por su destacada actuación en las competencias recientes.

La madre no lo pensó dos veces y autorizó emocionada que Doucet llevara al pequeño a California para el casting y la filmación. Sería solo una semana y cuando regresaran podrían darle una gran sorpresa al resto de la familia contando como fueron las tareas de cine.

Lo que nadie sospechaba era la verdadera pesadilla que estaba por comenzar para el niño, y que cambiaría para siempre la vida de todos.

La confianza de la familia Plauché en Doucet facilitó el secuestro de Jody.
La confianza de la familia Plauché en Doucet facilitó el secuestro de Jody.

10 días de horror

Lejos de cumplir su promesa de llevar al niño al encuentro con productores y una posible carrera artística en Hollywood, lo único que hizo Jeff Doucet durante esos 10 largos días fue drogar a Plauché para mantenerlo somnoliento, teñir su cabello rubio de negro para despistar a la policía, y abusar sexualmente de él en cada parada que realizaban.

Así recorrieron cientos de kilómetros atravesando diferentes puntos de Estados Unidos, evitando las autopistas y las grandes ciudades, deteniéndose únicamente en moteles de carretera para pasar la noche.

Fue durante una de esas paradas, ya al llegar a Los Ángeles, que Doucet cometió el error que le terminaría costando la vida. Permitió que Jody llamara por teléfono a su madre, para evitar levantar sospechas sobre su larga ausencia.

La señora Plauché notó algo extraño en el tono de voz de su hijo e inmediatamente alertó a la policía sobre la comunicación. Gracias al rastreo y triangulación, los oficiales lograron detectar rápidamente que la llamada se había realizado desde una habitación del motel Seven Palms, en la localidad de Anaheim.

Minutos después irrumpían armados, liberaban al ultrajado pequeño Plauché y detenían a Doucet, inmortalizando la escena unas cámaras de seguridad que luego se filtraron a los medios.

Jody de adulto con su libro sobre su historia de vida (Facebook)
Jody de adulto con su libro sobre su historia de vida (Facebook)

El video del crimen

Cuando Gary Plauché, padre de Jody, fue informado por las autoridades de los detalles de lo ocurrido a su hijo, juró vengarse con sus propias manos. Y no tuvo que esperar mucho para tener su chance.

Un 16 de marzo de 1984, mirando las noticias locales supo que ese mismo día por la noche Doucet llegaría esposado a Baton Rouge, extraditado desde California para continuar su proceso judicial en Luisiana, su estado natal.

Rápidamente se dirigió al aeropuerto y aguardó a que apareciera su presa. Oculto tras unas cabinas telefónicas de la sala principal, portaba un revólver calibre 38 en su bota derecha. También habían cámaras del noticiero WBRZ transmitiendo en vivo la llegada del reo.

Pasadas las nueve de la noche aterrizó el vuelo. Cuando Doucet pasó por su lado escoltado por dos policías rumbo a la salida, Gary saltó blandiendo el arma y ante la mirada atónita de todos los presentes, le voló la tapa de los sesos de un certero disparo.

Las imágenes captadas por el mencionado medio local no tardaron en difundirse por todos los canales de Estados Unidos, desatando una gran polémica.

Si bien algunos condenaron el accionar criminal de Plauché, muchos entendieron que su reacción había sido la de un padre desquiciado por enterarse de los ultrajes vividos por su pequeño a manos del famoso “sensei”.

En esta imagen Gary segundos antes de disparar sobre el abusador de su hijo Jody (captura de tv)
En esta imagen Gary segundos antes de disparar sobre el abusador de su hijo Jody (captura de tv)

De hecho, la opinión pública se volcó mayoritariamente de su lado, denominándolo un héroe por haber dado muerte al violador de niños. Incluso se organizaron marchas pidiendo que no fuera a prisión.

Y así ocurrió. Inexplicablemente la justicia sólo lo condenó a 7 años en suspenso, 5 de libertad condicional y 300 horas de servicio. Nunca pisaría la cárcel por el homicidio que las cámaras de TV mostraron al país entero.

Jody contó a The Mirror US que el acto no fue visto como un acto de maldad, dijo recientemente que, a fin de cuentas, “lo más triste” de todo lo ocurrido es que “una persona malvada hizo que (su) padre hiciera algo malo”. Sin embargo, Jody añadió a The Mirror: “Lo único bueno de todo esto es que cuando la gente ve ese video, lo ve como un acto de amor, no como un acto de odio”.

El debate instalado

Este resonante caso marcó un fuerte precedente legal en Estados Unidos al sentar jurisprudencia sobre la figura del “Padre Justiciero” que mata por mano propia al abusador de su hijo, generalmente recibiendo un controversial tratamiento benevolente por parte de la Justicia.

Pero además, tanto las imágenes del crimen como las circunstancias que llevaron a Plauché a cometerlo, instalaron para siempre en el imaginario popular la idea del hombre común que hace “lo que cualquier padre haría” para vengar el honor de su pequeño.

Jody junto a su padre en una foto de las redes sociales (Facebook)
Jody junto a su padre en una foto de las redes sociales (Facebook)

Así, el mito de esa especie de “héroe moral” movido por amor filial se volvió recurrente en la cultura masiva, celebrando la violencia como supuesta solución frente a los fallos del sistema.

Películas, series de TV y canciones han replicado una y otra vez el arquetipo, normalizando ese instinto primario que puede más que la propia razón o ética social.

Por eso cada vez que el recordado video donde Gary Plauche mata al violador de su hijo reaparece cíclicamente en redes sociales, vuelve a despertar la misma encendida polémica.

El gesto en primer plano de Gary antes de disparar sobre el abusador de su hijo (captura de tv)
El gesto en primer plano de Gary antes de disparar sobre el abusador de su hijo (captura de tv)

¿Hasta dónde es legítimo hacer justicia por mano propia cuando el sistema legal falla en proteger a los más vulnerables? ¿Puede comprenderse que un padre cruce el límite ante tanto daño causado impunemente a un ser tan amado?

A 40 años del historia hecho asistimos a un renovado debate filosófico con argumentos a favor y en contra, que dista de alcanzar conclusiones definitivas.

Mientras los tribunales siguen exhibiendo insólitas benevolencias ante los “padres justicieros” que matan por venganza, la sociedad continúa dividida frente a este complejo fenómeno que desnuda la delgada línea entre civilización y barbarie.