
Su paso por el Real Madrid fue fugaz, pero a día de hoy aún se le recuerda. Thomas Gravesen llegó a las filas blancas en el mercado de invierno de 2005, en enero, exactamente. Era, duro, potente, de esos jugadores que cuando los ves venir te apartas. Era como una granada a punto de explotar, como una bomba de relojería, como un hervidero que iba subiendo la temperatura a medida que avanzaban los minutos. Su trayectoria vistiendo la camiseta blanca duró tan solo una temporada, pero su esencia sigue viva en el Santiago Bernabéu. Tras salir de la capital española se marchó una temporada al Celtic, otra al Everton y colgó las botas. Desde entonces se le perdió la pista.
Corría el año 2004, la selección danesa se encontraba inmersa en la Eurocopa, y Gravesen y su pareja de baile en el centro campo, Tofting, registraron una actuación impecable. Sus nombres resonaron a lo largo y ancho del continente europeo. No había nadie que no supiera de la reputación de los dos futbolistas. El Real Madrid fue uno de los equipos que posaron su mirada en ellos. Necesitaba un jugador de tales características, alguien para suplir el hueco que había dejado Makelelé y durante el mercado de invierno comenzaron las negociaciones para llevar a la estrella danesa, que por aquel entonces jugaba en el Everton, a la capital española. Tras oficializar el fichaje, comenzaron a correr los rumores de que los blancos se habían confundido de jugador y a quien realmente querían era a Lee Carsley. El propio Carsley aseguró que se parecían mucho, pero era mejor Gravesen.
En enero de 2005, Gravesen se convirtió en el nuevo muro del Santiago Bernabéu. El centrocampista no tardó en ganarse el cariño de la afición blanca, a pesar de que el Real Madrid contaba por entonces con la generación de Los Galácticos. Ronaldo, Beckham, Roberto Carlos, Zidane, Casillas o Figo reinaban en el vestuario, pero sus locuras dentro y fuera del campo, sus gestos y sus movimientos bruscos hicieron de Gravesen todo un icono del templo blanco.
Pronto se ganó una larga lista de apodos: ‘el ogro’, ‘Shrek’ o ‘perro loco’, fueron algunos de ellos. Su fichaje por el Real Madrid conllevaba una cuantiosa suma de dinero, una situación relativamente nueva para el danés, quien decidió tomar una drástica medida: buscar otro trabajo. El futbolista necesitaba mantenerse ocupado para evitar gastar todo lo que entraba en su cuenta bancaria: “Necesito saber que el despertador suena a la mañana, de lo contrario nunca me iré a la cama”, confesó en una ocasión. Este trabajo extra le mantenía cuerdo a su manera, aunque fueron muchos los compañeros que sufrieron sus idas y venidas. Todavía se recuerda su histórico cabreo con Zidane, las indicaciones a Guti y Sergio Ramos, que lejos de provocar el enfado de estos, solo llevó a las risas. Así era su carácter.

La ‘Gravensinha’ y el diente de Ronaldo
El 15 de enero de 2006 es una fecha grabada a fuego en el Santiago Bernabéu. Ese día nació la Gravensinha, uno de los mejores regates de la historia, al que a día de hoy todavía no se le encuentra la lógica. Un recorte en el que se puso en peligro la rodilla del danés. La jugada empezó con una impecable ruleta de Zidane, Gravesen cogió el testigo del balón para realizar un movimiento inédito hasta la fecha: hincó la rodilla en el suelo para acabar amagando al rival. Muchos podrían pensar que iba a hacer una entrada y se arrepintió, otros que fue un tropiezo, pero lo cierto es que la acción le salió perfecta. Ese día nació un nuevo regate al que dio nombre su autor.
Los detalles de calidad no fueron lo único que Gravesen dejó sobre el terreno de juego. Durante un entrenamiento, el danés se enfadó con Ronaldo. Tal fue la situación que incluso zarandeó del pecho al brasileño, lo tiró al césped y cuando se levantó le dio un cabezazo que le rompió un diente. Esas son las actuaciones que caracterizaron al centrocampista, las que le envolvieron en una aura de locura y, sin embargo, le convirtieron en uno de los futbolistas más queridos.
Las inversiones millonarias
En 2006 puso fin a su trayectoria como jugador del Real Madrid para sumarse a las filas del Celtic, donde estuvo un año; y después a las del Everton, donde estuvo otra temporada, para después colgar las botas y poner fin a su carrera como futbolista. A partir de ese momento, Gravesen decidió dar un giro de 180 grados a su vida y trasladó su residencia a Las Vegas, lo que le apartó de la esfera pública. Del fútbol dio el salto a las inversiones, donde consiguió ganar 100 millones de euros, aunque después perdió 61 millones jugando al póker. Los focos volvieron a posarse sobre su persona durante aquella época, dado que se convirtió en un gran amante de los casinos. Ahora, a sus 47 años, ha decidido alejarse de esa vida y volver a centrar la cabeza en el mundo del fútbol como comentarista y analistas de los partidos.
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