
“Fracasar de nuevo, fracasar mejor”. La frase de Samuel Beckett —lapidaria, breve, precisa— condensa una actitud frente al error que muchas veces está ausente en el ámbito académico. Pero este año, Hamilton College decidió tomarla como punto de partida para una campaña institucional que busca exactamente eso: enseñar a los estudiantes a equivocarse mejor.
Así lo explica un artículo de la revista especializada Times Higher Education, donde se describe cómo esta universidad estadounidense impulsa una nueva iniciativa desde su área de acompañamiento académico ALEX (por advise, learn and experience: asesorar, aprender y experimentar), con el objetivo de construir una cultura que abrace el error como parte del proceso de aprendizaje y desarrollo personal.
Lejos de trivializar el tropiezo, el programa parte de una mirada crítica sobre los desafíos que enfrentan los jóvenes de la Generación Z: más propensos a la ansiedad, atravesados por una pandemia que alteró los vínculos, y expuestos a un ecosistema digital cada vez más incierto. A eso se suma el impacto —todavía en construcción— de las herramientas de inteligencia artificial generativa.
“Queremos que dejen de ver las distracciones o los tropiezos con la tecnología como fracasos. Son parte de una adaptación que necesita acompañamiento”, explicó KinHo Chan, decano de educación comprometida de Hamilton.

De la reflexión al riesgo
Desde hace algunos años, ALEX impulsa campañas anuales que permiten generar sinergia entre sus oficinas y abordar desafíos comunes. La campaña del año anterior, centrada en la reflexión, alentó a los estudiantes a hacer una pausa y considerar sus trayectorias. Este año, “failing better” propone un paso más: animarse al riesgo, al error, a la reconstrucción.
Las acciones previstas incluyen intervenciones en tutorías y orientación académica, la incorporación de contenidos sobre el “fracaso constructivo” en algunos programas, una serie de charlas con invitados externos y un concurso de oratoria donde el eje temático será, justamente, el fracaso.
“Queremos una cultura universitaria donde el fracaso sea visto como una parte esencial del aprendizaje, la innovación y el desarrollo personal”, resumía Chan.
Fallar con sentido
Una de las referencias clave del programa es el libro Right Kind of Wrong: The Science of Failing Well (El tipo correcto de mal: La ciencia de fracasar bien), de Amy Edmondson. El texto diferencia entre fracasos útiles e inútiles, y propone estrategias para identificar riesgos significativos, aprender de los errores y adaptarse. El desafío, en términos institucionales, es saber cuándo y cómo alentar a los estudiantes a salir de su zona de seguridad.
Chan admitía que no todas las ideas del programa van a funcionar. Pero esa es precisamente la lógica que se quiere instalar: que también la propuesta institucional se atreva a fallar, reflexionar y corregir. “¿Cómo modelamos lo que predicamos? ¿Cómo reformulamos el fracaso y aprendemos de él? ¿Cómo lo hacemos mejor?”, se preguntaba.
Una tendencia en expansión
La universidad Hamilton no está sola. James Madison University, por ejemplo, implementó en 2019 un programa que promueve la resiliencia estudiantil. Y Pepperdine University lanzó en 2020 una iniciativa centrada en el bienestar emocional y el sentido de pertenencia. Ambas apuestan por integrar herramientas emocionales y sociales como parte del recorrido académico.
Hamilton se suma así a una corriente más amplia que busca redefinir qué significa “tener éxito” en la universidad. En tiempos marcados por la fragilidad emocional y la presión del rendimiento, aprender a fracasar —como proponía Beckett— puede ser el primer paso para aprender de verdad.