
Aurora (Paloma Contreras) vive junto a su madre y sus dos hijos adolescentes en una casilla muy modesta en medio de un bosque de pinos, en donde los ciervos intentan esconderse para salvar sus vidas en temporada de caza.
La chica trabaja en la estación de servicio que hay en el cruce de la ruta para sostener una familia de “seres inmóviles”: esa madre y abuela de sus hijos (interpretada, in-men-sa, por Ingrid Pelicori), que teje sin parar sweaters de lana, a pesar de que ya duelen tanto las manos, y sus jóvenes mellizos, que juegan casi exclusivamente en pantallas (excelentes, Juan y Mariano Garzón).
Son dos pibes que Aurora adoptó. Dos bocas que hay que alimentar, y que “¡¡crecen, crecen!!”, se asusta la abuela.
En esa atmósfera encantada pero a la vez sombría -que podría o no ser real-, los hombres salen de caza por las noches, ya acostumbrados a sentirse todopoderosos, mientras el jefe de Aurora, El Loro (Gabo Correa), le deja muy claro que también considera que tiene derechos sobre la vida y el cuerpo de ella; algo que a la madre, si hay dinero, no la asusta tanto como el hambre.

Si en definitiva le paga un salario a Aurora, se justifica El Loro, que además tiene la intención de ofrecer mejores servicios a los turistas que empiezan a llegar a la zona (estadounidenses y religiosos que llegan desde lejos a matar animales). Y también pretende contar con la buena predisposición de su empleada.
La casa se convierte, entonces, en un refugio y una cárcel para Aurora: afuera, la esperan la violencia y los abusos; pero adentro hay pobreza. Incluso, a veces, la violencia de la incomprensión; el encierro que se sufre entre los seres quebrados. Si la plata no alcanza, los vínculos se tensan.
La abuela quiere abrigar y vender a toda costa sus tejidos aunque por momentos también se vuelve tirana: en su afán de proteger, puede ser injusta y hasta monstruosa. Y los hijos de Aurora también pueden volverse violentos si sienten que su madre corre peligro.
Es la representación de un patriarcado salvaje y un capitalismo nunca menos cruel, en donde el rico domina al pobre y el hombre pretende dominar a la mujer (fortalecerse no parece ser suficiente). Y la lucha para la protagonista es por la integridad física y la dignidad.

“Esto no es una cacería, es una guerra”, piensa Aurora, que se identifica con los ciervos, mientras sueña con matar a algún tipo desde su ventana un día de estos, y de paso darle uso a la escopeta que heredó de su padre.
¿Quién juzgará entonces el valor de una vida? ¿Hay vidas que valen más que otras?
Un cuento oscuro que pone en debate la cuestión de género y nos alerta sobre las permanentes injusticias cotidianas que conlleva el afán de dominación y se cometen en nombre del sistema, pero que a veces estallan.
* Aurora trabaja, de María Mata y con dirección de Leonor Manso, se presenta de jueves a domingos a las 19.30 hs. en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, C.A.B.A.).
[Fotos: gentileza prensa Teatro Cervantes]
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