Fui, vi y escribí: Mi abuelo, León Trotsky

Días atrás murió en México Esteban Volkov, quien fue el albacea de la historia del revolucionario asesinado. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Esteban Volkov, en el centro, con su abuelo Léon Trotsky y Natalia Sedova, la segunda esposa del revolucionario. (Grosbygroup)

Hola, ahí.

Somos quienes somos y está en nosotros la historia de quienes nos antecedieron y la de aquellos espacios de los que provenimos; no hay modo de ignorar esa trama de personas, eventos y lugares de origen. Esa marca que nos antecede y nos atraviesa.

Pero si eso es algo que compartimos todas las personas, no todos somos la antorcha humana que se ve obligada a velar por la memoria del pasado. No todos fuimos testigos de episodios clave ni tuvimos familiares que son, en sí mismos, capítulos fundamentales de la Historia. Para aquellos que sí participan de esta categoría de “descendiente archivo”, por llamarlo de algún modo, vivir es también contar una y otra vez la historia familiar que es, también, la historia de la humanidad.

Eso es lo que ocurrió con Esteban Volkov, quien murió días atrás en México, a los 97 años. Esteban, también llamado Sieva, tuvo una infancia dolorosa y tuvo, también, un abuelo muy particular.

Y, si no, pensá lo tremendo que debe haber sido andar por la vida presentándose así:

“Soy el nieto de León Trotsky”.

Hay otra frase durísima y también hermosa que lo acompañó a partir de los 60 años:

“Soy el miembro de mi familia que más ha vivido”.

Esteban Volkov se reunió con su abuelo en México en 1939. Su madre se había suicidado y su padre había muerto en el gulag. (Grosbygroup)

Un huérfano en Berlín

Tenía trece años cuando llegó a México, en 1939; su padre Platon había muerto en el gulag y su madre, Zinaida, una de las hijas que Trotsky había tenido con su primera esposa, se había suicidado en Berlín. Esteban Volkov Bronstein no sabía entonces que era posible llevar una vida normal: su obligado nomadismo no le permitía aferrarse a nada ni a nadie. Tardaría años en saberlo y, así y todo, nunca dejaría de ser alguien especial.

Su abuelo, León Trotsky (Lev Davidovich Bronstein), uno de los líderes de la revolución rusa, había llegado a ese país dos años antes por una gestión del pintor Diego Rivera, quien intercedió para que el presidente Lázaro Cárdenas autorizara la estadía del periodista y revolucionario de origen judío.

Mientras tanto, la familia entera de Trotsky iba siendo exterminada por orden de Stalin por medio de diversas estrategias. Stalin, “el sepulturero de la revolución”, como lo llamaba Trotsky, estaba obsesionado con sepultarlo a él, a su gente y a sus ideas. Lo odiaba y al mismo tiempo le temía. No le alcanzaba con borrarlo de las fotografías...

A Trotsky primero lo expulsaron del Partido Comunista, en 1927; pocos meses después lo deportaron a Kazajistan, lo privaron de la ciudadanía y terminó expulsado de la Unión Soviética. Debido a la obsesión de Stalin, la policía secreta estalinista (GPU, luego NKVD) tenía una sección exclusivamente dedicada a planificar la muerte de Trotsky y sus camaradas, allegados y familiares.

Trotsky vivió en las islas Prínkipo, en Turquía; luego pasó brevemente por Francia y por Noruega hasta que por presiones del Kremlin fue expulsado y terminó cruzando el Atlántico hasta desembarcar en México, donde primero vivió en la Casa Azul de Diego Rivera y Frida Kahlo y, luego, en la casa donde Stalin conseguiría llevarlo a la muerte.

Pero vuelvo a Esteban, quien había nacido en Yalta, Ucrania, en 1926. Sus padres lo habían bautizado Vsevolod. En 1932, con su padre detenido, llegó a Berlín con su madre y poco después ella cayó primero enferma de tuberculosis y luego, asediada por los hombres de Stalin, se quitó la vida. Era 1933, el año que Hitler llegaba al poder.

Un dato más, para entender quién era la madre de Esteban y en qué situación se hallaba cuando buscó la muerte como salida.

Zinaida Volkov, hija del primer matrimonio de Trotsky y madre de Esteban Volkov se suicidó en Berlín, en 1933. Su marido estaba en el gulag, le habían quitado la ciudadanía y no le habían permitido salir de la URSS con su bebita.

Cuando Zinaida pidió permiso para visitar a su padre en Prinkipo se lo concedieron, pero sólo le permitieron llevar consigo a su hijo y no a su hijita, que aún era una bebé. Su esposo, en tanto, permanecía en prisión y no había noticias de él. En cuanto la hija de Trotsky abandonó el país, Stalin ordenó que le cancelaran su ciudadanía soviética. Fue un golpe atroz para alguien como ella, ya emocionalmente inestable.

Trotsky consiguió enviarla a Berlín para que recibiera tratamiento de un médico que ejercía en el nuevo campo del psicoanálisis pero ya era demasiado tarde. Zinaida se hundió en la depresión y se suicidó abriendo el gas en la cocina de su departamento. La madre de Esteban tenía 31 años. El chico se quedó completamente solo, en un país extranjero y con los nazis consolidándose en el poder.

Esteban fue enviado durante un año y medio a un internado de Viena que era dirigido por discípulos de Freud y luego, en 1934, lo enviaron a París con su tío Leon Sedov (hijo de Trotsky y Natalia Sedova), mano derecha de su padre. Cinco años después León moría envenenado por agentes soviéticos en una clínica parisina. Para Esteban ya no quedaba familia en Europa, todos habían muerto asesinados o acorralados por el estalinismo.

Es 1939 y Stalin ya dio comienzo a la llamada “Operación Pato”, que contempla el plan para darle muerte a su viejo enemigo. Trotsky ordena a sus leales que envíen a su nieto a México y así es como llega también el cambio de nombre: Esteban o Sieva, el diminutivo cariñoso con el que lo llamaba su abuelo, quien todo el tiempo les pedía a amigos y guardias que no hablaran de política delante del muchacho, como si fuera una manera de preservarlo.

Fueron meses de amor y atención en la casa de aires coloniales que habitaba entonces Trotsky con su esposa en Coyoacán, rodeado de guardaespaldas y acompañado de sus queridos galgos rusos. Para entonces, los cuatro hijos de Trotsky habían muerto pero él se empeñaba en seguir adelante, hasta “el día que Stalin nos deje vivir”.

Trotsky, su esposa, Frida Kahlo y Max Schachtman, teórico marxista y líder del Comité comunista norteamericano, que llegó a México para darle la bienvenida al líder revolucionario. (Bettmann/Getty Images)

Siqueiros, el asesino que no fue

En sus memorias, el general Pavel Sudoplatov, cerebro del plan para asesinar a Trotsky, cuenta que para Stalin se trataba de “el enemigo público número uno”. Stalin estaba seguro de que desaparecido Trotsky, habría desaparecido el problema. “Trotsky y sus partidarios representaban un grave peligro para la Unión Soviética, porque rivalizaban con nosotros para volverse la vanguardia de la revolución comunista …”, explicaba Sudoplatov, quien para llevar adelante el operativo pidió la autorización de reclutar a excombatientes que habían participado en operaciones de guerrilla en la guerra civil española.

El primer intento de asesinato ocurrió en mayo de 1940, de madrugada, y Esteban estaba ahí, con su abuelo. Los hombres que ingresaron estaban vestidos de policías y soldados. Así lo contó él mismo:

”La prensa estalinista en México siempre atacó y calumnió a Trotsky. Desde Moscú llegaban miles de rublos y se distribuían de forma generosa entre los periodistas corruptos. A principios de 1940 vimos un aumento de las calumnias y los ataques. El comentario de Trotsky fue: “Parece que estos periodistas han cambiado las plumas por las ametralladoras”. El 24 de mayo una banda de terroristas encabezada por el pintor David Alfaro Siqueiros entró en la casa (...). Fue un verdadero milagro que Trotsky sobreviviera. En parte fue por la rápida reacción de Natalia, que le empujó debajo de la mesa y le protegió con su propio cuerpo (...). Después del ataque se hicieron modificaciones en la casa gracias a la ayuda del partido trotskista norteamericano, pero Trotsky era bastante escéptico con la utilidad de estas medidas. Estaba convencido de que el siguiente ataque no sería del mismo tipo. Y tenía razón”.

El ataque fue feroz —¿doscientas balas? ¿cuatrocientas?— y se salvaron de milagro; de hecho, Esteban resultó levemente herido en un pie: “Tuve mucha suerte. Un asaltante vació seis disparos en mi colchón. Pero me refugié bajo la cama. Recuerdo el ruido terrible, el olor a pólvora”.

”Tuvimos que formar un equipo que pusimos bajo la dirección de David Alfaro Siqueiros, un pintor mexicano que Stalin conocía personalmente”, cuenta Sudoplatov en sus memorias. “Después de haber combatido durante la guerra de España, él se había regresado a México, donde se había convertido en uno de los organizadores del Partido Comunista mexicano”.

El muralista mexicano David Alfaro Siqueiros encabezó el intento frustrado de asesinato de Trotsky en mayo de 1940.

Así relató Trotsky el atentado frustrado:

“El ataque fue de madrugada, alrededor de las cuatro. Yo estaba profundamente dormido, ya que había tomado un somnífero después de un día de trabajo duro. Me despertó el tableteo de una ametralladora. Pero me sentía muy soñoliento: primero pensé que estaban prendiendo fuegos artificiales frente a mi casa, celebrando alguna fiesta nacional. Pero las explosiones estaban muy cerca, las sentía dentro de la habitación al lado y por encima mío. El olor de la pólvora se hizo más fuerte, más penetrante. Era evidente; sucedía lo que habíamos esperado siempre; nos atacaban”.

Y de este modo justificó Sudoplatov el fracaso ante Beria, el brazo derecho de Stalin:

”El grupo de asalto de Siqueiros no estaba integrado por asesinos profesionales acostumbrados a lanzar ataques contra personas [...]. En el grupo de Siqueiros nadie sabía requisar una casa o un apartamento. Eran campesinos o mineros con una escasa formación de guerrilla”.

Ramón Mercader, asesino de Trotsky, de joven.

Un piolet sangriento

Guiado por la obsesión de Stalin, Sudoplatov llevó adelante más de un plan en simultáneo. Una vez que fracasó el ataque encabezado por Siqueiros, dispuso la ejecución de otro de los planes, en el que los protagonistas eran Caridad Mercader, una mujer española nacida en Cuba, de origen aristocrático y ligada al estalinismo, y su hijo Ramón. Ambos habían combatido en la guerra civil y otro de los hijos de Caridad había muerto en combate.

Ocurrió de tarde y con calor, en el estudio del político e intelectual ruso exiliado en Coyoacán. Ramón Mercader fue el militante comunista y espía catalán que sirvió de instrumento criminal a Stalin luego de ganarse la confianza de Trotsky con un nombre y una personalidad falsas: se presentaba como Frank Jackson, de identidad canadiense. Para conseguir el acceso a Trotsky, había enamorado a una secretaria del revolucionario, la norteamericana Sylvia Ageloff.

Caridad Mercader, una fanática estalinista, acompañó y hasta empujó a su hijo al crimen con la convicción de que Ramón ganaría así un lugar en la historia de los justos. Esa tarde del 20 de agosto de 1940, Mercader llegó con la excusa de mostrarle un manuscrito de un artículo a Trotsky y mientras este comenzaba a mirarlo, clavó con todas sus fuerzas un piolet o piqueta de alpinista en el cráneo del revolucionario ruso hasta provocarle heridas que causaron su muerte al día siguiente. Entre otras cosas, Mercader era un alpinista experimentado y sabía cómo manejar esa herramienta. También había llevado con él un revolvér y un cuchillo.

Sorprendido, indefenso, Trotsky apenas pudo responder al golpe traidor con un grito animal que Mercader habría de recordar hasta el final de su vida, una alarma de pesadilla que le señalaría cada día hasta dónde había sido arrastrado por su inquebrantable fe en una idea y por su obediencia a un déspota.

Mercader golpeó a Trotsky con una piqueta de alpinista y el revolucionario murió al día siguiente. Stalin había ordenado la muerte de su adversario, a quien odiaba y temía. (Getty)

Sieva volvía del colegio cuando vio un movimiento inusual en la casa de su abuelo. Al entrar lo vio ensangrentado y llegó a oír cómo, una vez más, procuraba protegerlo: “Mantengan a Sieva alejado. No permitan que el niño me vea así”, habría dicho a los guardias. A un costado del jardín, dos policías tenían sujeto al asesino enviado de Stalin.

”Creo que Ramón Mercader fue un hombre que entregó su vida a una idea y, lo peor, es que lo hizo de la manera más lamentable. Se convirtió incluso en un asesino de un hombre indefenso, lo mató con toda la premeditación y alevosía posibles porque obedeció la orden de alguien que le dijo que debía hacerlo, nada más y nada menos que por el bien de la humanidad y el futuro de la sociedad más justa, igualitaria y humana que había existido. Ese alguien, por cierto, era Stalin, responsable directo o indirecto de la muerte de unos 20 millones de personas, entre ellas León Trotsky”, me respondió en una entrevista hace ya varios años Leonardo Padura, el gran escritor cubano y autor de la fascinante novela El hombre que amaba a los perros, en la que además de contar la historia del asesinato de Trotsky se narra la historia de Iván, un escritor devenido veterinario luego de padecer la purga por no ser un militante modelo.

El estalinismo, con sus ejércitos de comisarios políticos, tuvo también su salvaje versión caribeña.

Esteban Volkov fue testimonio viviente de la historia y las ideas de su abuelo y el gestor del Museo Trotsky.

Un museo y el arma homicida

Tras el asesinato de Trotsky, el presidente Cárdenas hizo las gestiones para que la casa en la que vivían quedara en propiedad de Natalia Sedova y de ese modo no quedaran desprotegidos ni ella ni su nieto Esteban.

Mercader fue preso y recién fue puesto en libertad en 1960. Viajó entonces a Moscú y desde ese momento alternó su residencia entre Moscú y La Habana. Por su “servicio”, llegó a tener el cargo de coronel de la KGB y fue condecorado en secreto como Héroe de la Unión Soviética con la Orden de Lenin y la Medalla de Oro, la más alta distinción soviética. Murió de cáncer en La Habana en 1978 y sus cenizas reposan en el cementerio Kúntsevo de Moscú.

Esteban Volkov buscó tener una vida normal. Estudió Química y en los años 50 del siglo pasado formó parte del laboratorio mexicano que sintetizó por primera vez en la historia el elemento base de la píldora anticonceptiva.

"El hombre que amaba a los perros", del cubano Leonardo Padura, es una novela que narra, de manera fascinante, el asesinato de Trotsky.

Hasta la década del 70, siguió viviendo en la misma casa de Coyoacán en la que su abuelo y Natalia Sedova lo recibieron, allí donde Trotsky pudo ver el rostro de su asesino. Fue ahí mismo donde crió junto a su esposa Palmira Fernández —española hija de republicanos exiliados— a sus cuatro hijas, todas ellas profesionales brillantes: una infectóloga, otra ingeniera en sistemas, otra psiquiatra e investigadora, y la cuarta, poeta y académica.

La casa, ubicada en una tranquila zona residencial junto a un arroyo que corría junto al río Churubusco, fue declarada monumento histórico el 24 de septiembre de 1982. En 1990 el complejo se convirtió tanto en el museo como en la sede del Instituto del Derecho de Asilo Museo Casa de León Trotsky.

Sobreviviente de una estirpe exterminada, Esteban Volkov se convirtió en albacea de la memoria de su abuelo y se vio destinado (¿condenado?) a repetir una y otra vez los detalles de su historia hasta el sábado 16 de junio, cuando se retiró de esta vida a los 97 años. Dio testimonio hasta el final.

Ramon Mercader, luego del ataque, durante el juicio que se llevó a cabo en Mexico. Salió de prisión en 1960 y fue condecorado como héroe en la Unión Soviética. (Apic/Getty Images)

El interior de la casa se mantiene como estaba cuando Trotsky vivía y hasta pueden verse todavía algunos agujeros de bala. Hay periódicos, efectos personales y una gran colección fotográfica. El centro del museo es el estudio donde todo —los anteojos, los documentos y los libros— quedó dispuesto tal como estaba cuando Mercader atacó a traición al revolucionario, que entonces tenía 60 años.

Esteban Volkov hizo todo para mantener activa la memoria de su abuelo y, sin participar de una militancia convencional, también se pronunciaba cerca de sus ideas: “Según parece, soy superviviente de aguas torrenciales de la historia, el único testigo vivo de la indomable y heroica lucha revolucionaria de mi abuelo León Trotsky para llevar a la humanidad a otra etapa evolutiva, lejos de la ley de la selva del caótico y obsoleto régimen capitalista, a nuevas tierras, donde quede erradicada la opresión, la explotación y la violencia”, decía años atrás Esteban en alguno de los miles de eventos que protagonizó. Es raro escucharlo hablar en español con acento mexicano. Es triste saber que había perdido además su lengua de origen.

Hay un único objeto que Sieva Volkov no pudo conseguir para exponer en el museo.

El piolet fabricado en Austria por la empresa Werkgen Fulpmes con la que Mercader asesinó a su abuelo estuvo desaparecido por décadas. Durante esos años, el norteamericano Keith Melton, historiador especializado en el espionaje de la CIA, hizo todo por dar con el arma homicida, que se había podido ver y fotografiar en el momento de los hechos en la rueda de prensa pero que luego había desaparecido.

Recién en el año 2005, Ana Alicia Salas, la hija de una expolicía mexicano, confesó que su padre se había llevado la piqueta y luego se la había entregado a ella, quien la mantuvo debajo de la cama durante años. Melton la compró para su colección y nunca se supo cuánto pagó.

Faltaba por aportar alguna prueba irrefutable de que aquel era el piolet buscado. Y la encontraron: en una fotografía de la policía de 1940 se veían restos de la impresión con sangre de una huella dactilar en el mango. Gracias a la ayuda de un científico forense del FBI, Melton pudo confirmar que se trataba del arma asesina. “Los contornos coincidían perfectamente con la huella dactilar de la foto”.

El nieto de Trotski se ofreció a donar sangre para que se pudiera hacer una prueba de ADN y confirmar que se trataba del arma asesina, pero puso como condición que Salas donara el piolet al museo que él gestionaba.

Un policía mexicano sostiene el piolet utilizado por Ramón Mercader para herir mortalmente a Leon Trotsky en agosto de 1940. El arma homicida estuvo desaparecida hasta 2005 (AP)

Ella no aceptó. “Quiero obtener un beneficio económico”, reconoció al diario The Guardian en ese momento. “Supongo que algo que tiene una relevancia histórica también debe tener un valor económico, ¿no?”. Y así fue como Melton compró el objeto que hoy se exhibe en el Museo Internacional del Espionaje de Washington, del que él es miembro.

Claramente, el hombre de Boca Raton, Florida, conocía mucho mejor las reglas del capitalismo que el nieto de Trotsky.

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Y llegamos al final de este envío que habla de momentos clave de la historia y de testimonios de vida.Conocer la historia de Sieva, saber el modo en que se quedó solo y fue perdiendo a cada uno de sus familiares es algo desgarrador. Pero pensar que, pese a todo, pudo llevar adelante una vida larga, productiva y con algunos momentos de felicidad me emociona, no sé a vos.

Me hubiera encantado conocerlo, no tengas dudas.

Aunque me demoro un poco, te aseguro que respondo los lindísimos correos que me envían cada semana a la dirección hpomeraniec@infobae.com.

Espero que hayas podido disfrutar el fin de semana XL y que estés pasando una muy buena semana cortita.

Hasta la próxima.

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