La belleza del día: “La primera dama”, de Roberto Montenegro

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“La primera dama”, de Roberto Montenegro

En La primera dama el mexicano Roberto Montenegro (1887-1968) reúne algunas de sus pasiones artísticas, en una obra que se mueve dentro del surrealismo, pero a su vez se aprecia su mirada como escenógrafo.

Creador del primer mural del país del norte de América, El árbol de la vida, en el ex Templo de san Pedro y san Pablo, Montenegro fue un artista comprometido con lo popular y fundó el primer museo dedicado al tema cuando trabajó junto a José Vasconcelos.

Ilustró en publicaciones emblemáticas como Revista Moderna, siendo aún un adolescente, o Revista Mundial, de Rubén Darío, durante su estancia en París, tras haber ganado una beca.

En los inicios de su obra pictórica, pintaba escenas mexicanas costumbristas, aunque tras el acercamiento a las vangurdias en Europa comenzó a desplegar la imaginación y lo fantástico en el lienzo. Expuso en los salones de Los Artistas Franceses y en el Salón de Otoño parisino a principios del siglo XX, pero volvió a su país tras la revolución.

Realizada en 1942, dos años después de su participación en la histórica Exposición Internacional de Surrealismo en la Galería de Arte Mexicano, La primera dama presenta a una mujer altiva, que desafía al espectador con la mirada. Es una dama de clase alta, como lo revela su vestido de noche, sus zapatos de tacón, y los guantes.

Está maquillada, su cabello bien arreglado, aunque hay algo de decadencia en su postura, en su interpretación. Se desconoce si hubo una modelo para la figura, que en sí remite a las figuras femeninas con influencias del art nouveau que el pintor realizó alrededor de 1910.

Sentada sobre una caja que en su interior contiene un busto de una joven, que parece señalar a su propia juventud, la primera dama también se encuentra dentro de una caja superior, como si toda su vida hubiera estado marcada por estructuras. En el piso aparecen objetos simbólicos, que pueden representar la vanidad, como el espejo, la rosa, una serie de cartas, un lámpara y un libro abierto.

Detrás de ella, un cuado o una ventana, revelan otro mundo, con un paisaje montañoso y al cielo ocupando la mayor parte de la escena. Allí un niño juega con una cometa, otro con una nube de cartón y una mujer, sonriendo, está camino de salida llevando a su guagua. Aquí el artista despliega sus dotes escenográficas, colocando dos situaciones bien contrastadas. con cierta ironía: la decadencia de lo europeo, con lo juvenil de lo mexicano.

La obra, que se encuentra en la Colección Blaisten de México, es una muestra clara del surrealismo de Montenegro, donde lo onírico está función de su propia mirada sobra la cultura.

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