Mariano Quirós: "En literatura no se triunfa, se sobrevive de manera más o menos romántica"

Ganador del premio Tusquets, el escritor chaqueño autor de "Una casa junto al tragadero" habló con Infobae sobre el oficio de escritor y sobre las lecturas que lo estimulan. "La literatura está en todos lados, simplemente es cuestión de percibirla", dijo

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Nació en Resistencia, provincia del Chaco y casi como si se tratara de una aventura, se instaló con su esposa en Buenos Aires. Escritor por vocación y con un trabajo administrativo paralelo, que lo compensa de manera económica, Mariano Quirós alterna sus tiempos para contar las historias que lo apasionan.

Este año Quirós resultó ganador del premio Tusquets de Novela por Una casa junto al Tragadero, un magnífico relato de supervivencia en medio de una naturaleza hostil.

Ha tenido reconocimientos en todo el país. Sus cinco novelas: Robles, Torrente, Río Negro, Tanto correr y No llores, hombre duro han ganado premios y su libro de cuentos La luz mala dentro de mí recibió el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes.  En los últimos años, junto con Pablo Black creó el sello editorial Colección Mulita, en el que ha publicado libros de cuentos de Matías Aldaz y Virginia Feinmann, entre otros.

Destacado por su sencillez y por su excentricidad y posición periférica en el sistema literario, Quirós muestra desde su lugar que se puede construir no solo una carrera sin pausa y combinarla con la vida familiar, enriquecida por un hijo que acaba de nacer, sino que se pueden alcanzar resultados positivos.

-¿Qué te llevó a escribir esta novela?

-Fue una novela escrita de manera bastante azarosa porque yo soy de Resistencia, Chaco y tengo un amigo muy querido, artista plástico, que se llama Luciano Acosta, que también vivía en Resistencia como yo y por esas cuestiones de la vida a él le tocó irse a vivir a Colonia Benítez. Es un pueblito que está a 20 kilómetros de Resistencia, casi nada en los parámetros porteños, pero para nosotros esos kilómetros implican algo así como un abismo.

-¿Por qué? 

-Por la diferencia más que nada de lo que era la vida en Resistencia. Si bien es una ciudad muy pequeña, es muy urbana, muy escandalosa. Y de pronto irte a Colonia Benítez era como irte a vivir a la plena naturaleza.

-¿Una selva?

-No tanto así porque Colonia Benítez es medio idílico si se quiere, es el lugar donde todo resistenciano desearía ir a hacer una vida de retiro, paz y armonía. Pero como uno lleva una vida bastante escandalosa, urbana, irse de golpe a Colonia Benítez es un golpe muy fuerte. Como de alguna manera fue para mí venirme a vivir a Buenos Aires: hay un golpe, hay un cambio muy brusco en la vida.

-¿Qué sentiste ahí? ¿Qué cambio hubo en vos?

-Cuando yo me vine acá fue un cambio, más que nada, de ritmo pero por las distancias, no porque la ciudad sea más o menos loca que Resistencia sino que la distancia me distorsionó un poco mi propio ritmo de vida.

-¿Qué impresión tenías del porteño?

-Hay muchos prejuicios con el porteño. Aprendí a comprenderlo un poco más. Confirmé algunos otros prejuicios, por supuesto.

-¿Cómo cuáles?

-De la habladuría del porteño. Habla mucho y se quiere quedar con la última palabra aún así. Y también tiene una cuota de ignorancia muy grande en lo que se refiere al interior. Es como que la vida del porteño es desde Buenos Aires hacia el exterior y al interior lo observan como algo exótico. Es rarísimo pero es así, incluso, por decirlo de alguna manera vulgar, hasta el porteño más formado tiene una idea errónea para mí de lo que es el interior.

-¿Hay muchos prejuicios?

– Me parece que ni siquiera se lo tiene muy en cuenta. Por ahí vos escuchás al mismo presidente, cuando va a visitar una ciudad del interior, que habla del interior como si esos no fueran argentinos. Hace poco estuvo en Misiones, tal vez fue el año pasado, pero hablaba en términos de 'ustedes'  a los misioneros. Cuando vos como presidente tenés que hablar, sobre todo a tu compatriota, tenés que hablar como un 'nosotros'. Entonces hay como una disfuncionalidad del porteño en su mirada hacia el interior que no sé si es comprensiva, pero yo viviendo acá trato de tolerarla, porque nosotros en el interior tampoco somos la gente más linda del mundo.

-¿Por qué lo decís?

-Y… porque en el interior también hay muchas cuestiones que uno podría revisar. Hay ciudades con una tradición religiosa muy fuerte, que por ahí no sea la mejor de las tradiciones para embanderarse; tal vez por ahí los mismísimos patrones del campo, por ejemplo, no son del todo benévolos. El campo a su vez está muy destruido. Las ciudades del interior también, en algún punto, pueden llegar a ser bastantes conservadoras. Buenos Aires tiene la suerte, que también la tiene mi ciudad, Resistencia, de ser ciudades muy diversas en cuanto a su composición. Hay gente de todos lados, quiero decir. Resistencia es una ciudad nueva, entonces su población es como que es de todos lados y eso le da mayores opciones y alternativas culturales. Buenos Aires tiene esa suerte, pese a los porteños.

-¿Qué te pasa con la idea de que tenés que venirte a la ciudad, en este caso Buenos Aires, para poder triunfar?

-No. Para nada, menos en literatura.

-Pero vos te viniste a Buenos Aires…

-Yo me vine a Buenos Aires de aburrido que estaba. Con mi mujer hace 15 años que estábamos juntos y vivíamos en Resistencia, de pronto simplemente sentimos la necesidad de hacer un cambio, de movernos un poquito y lo que teníamos más cerca, la posibilidad más concreta de hacerlo era Buenos Aires y así fue que vinimos a pegar un cimbronazo, un poco de rock & roll, acabamos de tener un hijo así que el rock & roll está más fuerte que nunca. Pero no es ni por asomo la idea de venir a triunfar a Buenos Aires porque no creo que sea así y menos en literatura. En literatura no se triunfa. En literatura se sobrevive de manera romántica.

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-¿Cómo sería eso?

-Yo robo una frase, no sé a quién se la habré escuchado, probablemente a Roberto Bolaño, que de la literatura no hay que esperar nada sino que a la literatura hay que entregarse de cuerpo entero. Es lo que yo pretendo hacer con mi vida.

-¿Cuándo supiste que querías ser escritor?

-De muy chiquito. Cuando aprendí a leer y cuando lo que leía me cargaba de felicidad. Lo que más me interesaba después era replicar la felicidad que tenía leyendo contando historias, escribiendo.

-¿Y cuándo supiste o cuándo pensaste "soy bueno para esto"? ¿Voy a dedicar la vida a esto?

-No. Nunca pensé que soy bueno.

-¿Todavía no?

-No. No lo pienso para nada porque hay muchos autores que son buenísimos, que me encantan, que son mis ídolos y, para mí, esos son los buenos autores. Como dijo Truman Capote en un prólogo legendario: "Cuando yo empecé a escribir, yo quería primero escribir bien, después me di cuenta de que para ser un buen escritor no alcanzaba con escribir bien sino que había que escribir muy bien, y ahí aprendí la diferencia entre lo que es escribir bien y escribir muy bien, y después aprendí que la escritura no es más que un látigo con el que uno se flagela porque nunca va a llegar a escribir como uno quiere".

-¿Cómo se logra la buena escritura?

-Tiene que ver con la práctica pero también con la lectura. Probablemente tenga más que ver con la lectura. A mí por lo menos me funcionó así y me funciona así. A medida que voy descubriendo, o que me voy encontrando, con autores o con otras formas de abordar el mundo diferentes a la mía, se me van produciendo estallidos que intento después absorber de alguna manera para mi propia escritura. Lo que no quiere decir que vaya escribiendo cada vez mejor porque esa es una ilusión muy mentirosa.  Probablemente yo haya escrito mucho mejor diez años atrás pero la escritura se va modificando, la manera de afrontarlo de uno también. A mí cada vez me cuesta más escribir.

-¿Te cuesta cada vez más sentarte y tener la hoja en blanco?

-Me cuesta más el párrafo. Pienso cada párrafo. Antes era más impulsivo, me refiero con antes a mis últimos 38 años. Tampoco soy un tipo tan grande.

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-¿Antes tenías menos presión?

-Puede ser, o tal vez sea el ímpetu de la juventud, el inicio, las ganas. Debe tener que ver con eso, con la vitalidad. Quiero creer que de alguna manera fui madurando pese a mi inmadurez permanente; creo que algo de madurez, por lo menos en la escritura habré conseguido.

– Trabajás en una obra social. ¿Ese trabajo no lo querés dejar o simplemente la escritura no te sostiene económicamente?

-No. La escritura no le va a dar lo económico nunca a nadie. Solamente a Stephen King. Después, los escritores latinoamericanos, los escritores argentinos, nos rebuscamos con los trabajos marginales que te ofrece la literatura. Lo que te pueda dar la literatura es siempre un premio, tal vez no debería ser así, pero así es. Y son dos mundos, el de la vida laboral y el de la vida literaria, que está bueno ver cómo se complementan. A mí por lo menos me interesa. Vivo un mundo laboral desquiciado y un mundo literario también desquiciado, pero son dos maneras diferentes del desquicio y que a mí me interesa mucho ver.

-¿Se complementan en algún sentido?

-Sí. Por supuesto, porque en el ámbito laboral tenés literatura permanente.  Me voy a poner romántico, la literatura está en todos lados, simplemente es cuestión de percibirla.

-¿Qué tenés de "El mudo", el personaje de esta novela?

-La barba y probablemente cierta impericia al momento de afrontar la vida práctica. "El mudo" es un personaje de un hombre que se manda, que por alguna cuestión de la vida decide irse a vivir a ese mundo aislado que es la colonia, al monte de la colonia.

-Al contrario de lo que hiciste vos…

-Contrario a lo que hice yo pero son dos maneras de naufragio: la alienación del monte y la alineación de la ciudad. Lo que tal vez tenga más que ver con "el mudo" es, como te decía, la impericia al momento de afrontar cuestiones prácticas. "El mudo" tiene que aprender a vivir dentro de ese monte loco en el que se metió.

-¿Soñás con algo en particular en esta carrera?

-No. La verdad que si tengo un deseo es que me siga pasando con la lectura  el ir sorprendiéndome con autores nuevos, con lecturas nuevas. Me parece muy importante, que no deje de pasarme a mí por lo menos, encontrarme con autores que me den ganas de escribir. Me pasó mucho con Roberto Bolaño, el escritor chileno en su momento, después de leerlo sentía la necesidad de ir a escribir cualquier cosa, lo que me saliera. Creo, que en buena medida, el ímpetu de escritor se lo debo a los escritores como Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas, en mi juventud lo que fue Rodrigo Fresán, incluso los contemporáneos. Leo muchos autores de mi edad como Matías Aldaz, Luciano Lamberti, Federico Falco. Son escritores que me dan ganas de escribir y que, a la vez, me dan ganas de abrazarlos porque siento que son mis compañeros de lucha. Por decirlo en términos solemnes.

-Sé que tenés tatuada la palabra 'correr'. ¿Cómo te ayuda correr a la hora de escribir?

-El tatuaje es por una novela que escribí, en la que dije: "si consigo cerrar esta novela que se llama Tanto correr, me voy a tatuar la palabra correr". Y como trato de cumplir las estupideces que digo, terminé haciéndome el tatuaje, que es el único que tengo, y que no pienso hacerme otro porque el dolor que me produjo éste ya fue suficiente.

-¿Te inspira?

-Sí. Sirve. Yo trato de correr todos los días y corro unos 6, 7 kilómetros, tengo un buen ritmo y un buen tiempo. Me sirve. A veces siento que tengo la cabeza en blanco y eso me libera de otras cosas y a veces me pasa también que las mejores ideas para resolver alguna historia, o para abordar alguna otra, incluso para que se me ocurra alguna historia, me suceden mientras corro. Me pasa de llegar sumamente mugriento a casa, y tener la necesidad de sentarme a escribir porque mientras me corría me pasó algo sobrenatural que es la literatura.

 

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