Los mongoles son estrellas circenses en todo el mundo, excepto en su país

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(Mongolia Dispatch)

ULÁN BATOR, Mongolia -- La Escuela Circense de Mongolia es fría como un refrigerador industrial; se ubica en lo que antes fue un edificio imponente y ahora está a punto de derrumbarse con los muros agrietados, los techos llenos de moho y el aroma rancio de décadas de humo de cigarrillo impregnado en los marcos de madera del lugar.

Un grupo de acróbatas adolescentes ignora el gélido entorno para practicar saltos y volteretas en el aire, levantando el polvo al aterrizar y soportando los gritos de un instructor insistente que los corrige después de cada error.

Afuera, en una entrada sin pavimentar, un par de niñas que visten leotardos, una de 11 y otra de 13 años, caminan de puntitas alrededor de agua encharcada para practicar una de las poses contorsionistas más complicadas y peligrosas: la flexión de Marinelli. Para ello muerden un trozo de cuero adherido a un soporte de metal y usan sus mandíbulas para levantar su cuerpo. Deben tener la fuerza suficiente para doblarse hacia atrás hasta que su trasero les toque la nuca y sus piernas se estiren frente a sus rostros como la cola de un escorpión.

La destreza y la determinación de jóvenes como estas sirve para explicar por qué Mongolia produce en masa algunos de los artistas circenses más codiciados del mundo para marcas de renombre como el Cirque du Soleil y los Ringling Brothers. Esto ocurre a pesar de la falta de apoyo del gobierno y la escasez de instalaciones adecuadas para el entrenamiento. El edificio de la Escuela Circense de Mongolia, que tiene 83 años de antigüedad, es uno de los pocos lugares en donde profesionales y estudiantes pueden seguir preparándose.

"Nos buscan en todo el mundo, pero ni siquiera podemos entrenar adecuadamente en nuestro propio país", afirmó Gerelbaatar Yunden, un exacróbata y director circense que calcula que en la actualidad hay 1300 artistas mongoles trabajando en Norteamérica y Europa.

La historia de cómo Mongolia, un país poco poblado y que mide casi lo mismo que Alaska, terminó teniendo a tantos artistas talentosos y luego acabó enviando a muchos de ellos al extranjero tiene su origen en el antiguo circo dirigido por el Estado.

En alguna ocasión, este circo local necesitó muchos artistas capacitados, pero no ha sido así durante muchos años, de manera que ha habido un éxodo, motivado en parte por la venta de ese circo a un luchador de sumo mongol muy reconocido, quien conquistó el deporte más sagrado de Japón, pero no logró cumplir su promesa de revivir la tradición mongola más apreciada.

Aunque los contorsionistas mongoles han practicado este arte durante siglos (en su mayoría para disfrute de la nobleza) la idea de mezclar la disciplina con música, payasos, animales y acróbatas bajo un solo techo no se afianzó sino hasta 1931. Fue entonces cuando un grupo de artistas circenses rusos hicieron una gira en Mongolia, que en aquella época era un Estado satélite soviético.

Los mongoles quedaron tan maravillados con los visitantes rusos que enviaron estudiantes a Moscú para que aprendieran a montar un espectáculo similar. Esos estudiantes regresaron y fundaron el primer circo mongol en 1940. Encontraron un hogar en lo que hoy es la Escuela Circense de Mongolia, que está a punto de derrumbarse, un edificio bajo y redondo diseñado a semejanza de una tienda nómada conocida como "ger".

Tres décadas después, en 1971, Rumania, también un país socialista, ayudó a Mongolia a construir unas instalaciones circenses modernas que pudieran albergar a miles de personas más, con un techo abovedado color azul que sobresale en medio del paisaje urbano de estilo soviético y color marrón de Ulán Bator. Para un país en desarrollo, el circo nuevo era el epítome del entretenimiento. Todos los años, generaciones de mongoles asistían a sus espectáculos administrados por el Estado, asombrados con sus vestuarios brillantes, la orquesta y las actuaciones que desafiaban a la muerte.

"A la gente le encantaba porque era moderno", aseveró Gerelbaatar, de 43 años, quien recuerda haber asistido al circo ya en los años ochenta. "Era diferente a las artes tradicionales. Era algo fresco".

El espectáculo cayó en desgracia después de que Mongolia empezó a eliminar gradualmente su economía administrada por el Estado tras su revolución democrática de 1990. En la década siguiente, el gobierno ya no podía darse el lujo de mantener el circo y empezó a buscar compradores.

Uno de los mongoles más famosos de la época era un campeón de sumo llamado Dagvadorj Dolgorsuren, mejor conocido por su nombre profesional japonés, Asashoryu. Una fuerza dominante en el sumo durante gran parte de la década de los años 2000, Asashoryu también fue considerado el "enfant terrible" de este deporte y fue objeto de un trato xenófobo en Japón. Además, causó molestias por romper la rígida etiqueta del sumo al esbozar una sonrisa tras una victoria y no cederle el paso a un luchador mayor en un pasillo de los baños públicos.

Asashoryu era idolatrado en Mongolia, donde también era un importante inversionista inmobiliario y minero. En 2007, compró el circo y prometió devolverle al espectáculo su antigua gloria. Además, Asashoryu señaló que les permitiría a los artistas entrenar gratuitamente en el moderno anfiteatro y que les aumentaría el sueldo para atraer a más talentos. A su nueva producción la llamó el Circo Asa.

Dashdendev Nyam, quien había actuado en el extranjero como acróbata y malabarista, regresó corriendo a Mongolia tras enterarse de la venta. Quería ver si había nuevas oportunidades en su país.

Las promesas del nuevo propietario pronto resultaron demasiado buenas para ser verdad. Según Dashdendev, con frecuencia, Asashoryu quería que los artistas trabajaran sin cobrar; limitaba estrictamente el acceso a la cúpula azul para entrenar, y los pocos artistas a los que les ofrecía contratos no tenían garantías de que se les mantuviera más de un año. El circo, que ya cojeaba cuando Asashoryu lo compró, se quedó con un equipo raquítico y se presentaba solo unas cuantas veces cada pocos meses.

"Al cabo de unos años, todo el mundo empezó a darse por vencido", explicó Dashdendev, de 38 años, quien al final encontró trabajo en una gira por Estados Unidos con los Ringling Brothers. "Estábamos muy tristes porque sentíamos que nos estaban arrebatando nuestro patrimonio y nuestra cultura".

Ni Asashoryu ni el Ministerio de Cultura de Mongolia respondieron a las solicitudes de comentarios.

Los artistas se han unido en los últimos años para presionar al gobierno a fin de que proporcione más espacios de entrenamiento, pero no han logrado nada. Mientras tanto, el anfiteatro de Asashoryu se ha utilizado sobre todo para conciertos, no para producciones circenses ni para entrenamiento. El recinto, en remodelación desde 2018, está cerrado con vallas provisionales y ha sido vandalizado con grafitis.

Practicando una rutina aérea en la Escuela Circense de Mongolia en Ulán Bator, Mongolia, el 18 de mayo de 2023. (Chang W. Lee/The New York Times)

Estudiantes de la Escuela Circense de Mongolia se alistan para practicar en Ulán Bator, Mongolia, el 18 de mayo de 2023. (Chang W. Lee/The New York Times)