Viendo la galería de arte en la parada de autobús

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LOS ÁNGELES — El artista Felipe Baeza sabe bien lo que es esperar el autobús. Creció en Chicago en la década de 1990 y empezó a tomar solo el autobús a los 9 años. Cuando fue a la universidad a Cooper Union en Nueva York para estudiar arte, tomaba el autobús o metro desde su casa en Harlem del Este para llegar a sus clases. Este año, que estuvo viviendo en Los Ángeles sin tener un auto, tomaba un autobús —o dos o tres— para ir al otro lado de la ciudad, aunque a veces se hartaba de esperar tanto y pedía un Uber.

A partir del 9 de agosto, el artista, que vive principalmente en Brooklyn, le dará a la gente algo en qué pensar durante su propio viaje en transporte público, o purgatorio, según sea el caso. Como parte de un programa del Fondo de Arte Público concebido para llegar a la gente en los lugares donde vive o se desplaza, Baeza reproducirá ocho de sus pinturas en técnica mixta, a modo de collage, en unas 400 paradas de autobús de JCDecaux en Nueva York, Boston y Chicago, así como en Querétaro y Léon, México. También aparecerán en quioscos digitales y de periódicos en la Ciudad de México.

“La gente supone que no manejo porque soy inmigrante ilegal”, dijo Baeza, quien emigró de Celaya, México, sin autorización, cuando tenía 7 años y ahora tiene estatus DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia). “Simplemente nunca tuve el deseo o el interés. Me gusta caminar o tomar el autobús o el tren. Navegar por una ciudad en transporte público cambia tu manera de experimentar el paisaje, el mundo”.

Y sus pinturas para el proyecto —imágenes fantásticas y ritualistas de cuerpos humanos en distintas fases de transformación o regeneración— inciden en el poder de la movilidad. Desde un pequeño estudio en el Getty, donde realizó una estancia de nueve meses que finalizó en junio, Baeza definió sus obras como “formas indómitas” o “cuerpos fugitivos” que no se ajustan a las normas ni acatan las leyes. Algunos parecen transformarse en criaturas marinas o pájaros míticos; otros están a punto de volar.

Muchas de sus figuras están fragmentadas, les faltan piernas o torsos. Pero tienen brazos largos y envolventes, velos parecidos a los de la Virgen María o campos de energía puntiagudos que las hacen ver poderosas y protegidas. “Mi intención no es la violencia”, afirmó Baeza. “Aunque solo muestre una cabeza, no la veo como una figura decapitada, sino como un cuerpo completo, un cuerpo en proceso de convertirse”.

La obra de Baeza también se resiste a un discurso simplista del emigrante como víctima, dijo el curador de Los Ángeles, César García-Alvarez, quien hizo un primer estudio del artista en el Mistake Room de Los Ángeles en 2020 e incluyó cinco de sus obras en un homenaje a Hélio Oiticica en la Lisson Gallery de Nueva York este verano. “Como es un artista de color, un artista queer, un artista inmigrante, existe la expectativa de que el trabajo tiene que ser intensamente político, crítico con los sistemas de opresión”, dijo el curador. “Pero creo que la obra de Felipe es también extraordinariamente bella y sin disculpas, aspiracional y expansiva”.

Además de la iconografía católica, en la que abundan las espinas, las obras nuevas se basan en artefactos mesoamericanos expatriados que el artista ha encontrado en colecciones de museos estadounidenses: objetos que, aunque no fueron necesariamente expoliados, sí fueron sacados de sus culturas y contextos originales. Profundizó en el tema durante su residencia en el Getty Research Institute y tomó prestados montones de catálogos de museos para cubrir una pared del estudio con fotocopias de imágenes sorprendentes, desde una máscara olmeca hasta un tambor barrigón nazca.

Algunas de estas figuras mesoamericanas hacen su aparición en la obra nueva, incluida una olla jalisciense casi caricaturesca que está en el Instituto de Arte de Chicago, identificada como “una vasija de cuello abierto con forma de cabeza humana, posiblemente difunta”. (“A mí me parece que está muy viva”, dijo el artista). También está el elaborado penacho que adorna una cerámica de Remojadas en el Museo Metropolitano de Arte y que Baeza adaptó para coronar una de sus figuras.

Estas antigüedades expoliadas, atrapadas en Estados Unidos, ofrecían un modo de “pensar sobre la experiencia del inmigrante”, dijo Baeza, quien según las restricciones de DACA debe solicitar “libertad condicional anticipada” para viajar internacionalmente. “La gente llega a un nuevo país sin poder obtener un permiso de trabajo o una licencia de conducir o moverse libremente, pero incluso dentro de esos modos de suspensión, aprendes a prosperar y sobrevivir. Me gusta pensar que estos objetos hacen lo mismo, prosperan a pesar de las limitaciones”.

Baeza inicia su proceso de composición tiñendo su propio papel: pone pigmento y agua en una gran lámina de plástico en el suelo y presiona el papel contra ella para que absorba el color de manera “descontrolada”. Luego, monta una de esas hojas manchadas o con vetas irregulares en un pequeño panel de madera que sirve de lienzo, mientras recorta otras hojas de papel teñidas a mano (y a veces fotos de revistas) en trozos más pequeños para componer sus figuras ultraterrenales. Estas piezas recortadas se incrustan después en madera que el artista ha tallado con herramientas de grabado: “es como una técnica de mosaico”, explicó.

El resultado es una obra con muchas capas, a medio camino entre la pintura, el grabado y el collage. Los críticos califican su obra de “íntima”, sugiriendo que se puede percibir el cuidadoso proceso de creación de marcas del artista.

Uno de los retos de las reproducciones a gran tamaño para las paradas de autobús es mantener la sensación de intimidad y textura. Mientras que las obras originales miden como máximo 40 centímetros por 30 centímetros, las impresiones de las paradas de autobús abarcan casi 1,80 metros por 1,20 metros. Algunos fondos de las obras originales, que estaban coloreados con delicadeza, se ven en las reproducciones como si fuera concreto.

“En un mundo perfecto, me encantaría que se viera la textura”, dijo Baeza. “Pero quedé muy satisfecho con las pruebas que vi al final”.

El programa de autobuses-refugio del Fondo de Arte Público, que inició en 2017 en Nueva York con la exposición de Ai Weiwei “Good Fences Make Good Neighbors”, ahora tiene lugar aproximadamente dos veces al año. El encargo más reciente, el de Aïda Muluneh, fue el primero en internacionalizarse, y su éxito llevó a Baume a proponer una presencia en México para la obra de Baeza. Su equipo colocó paradas de autobús en Querétaro y Léon, no lejos de la ciudad natal de Baeza, además de los quioscos de Ciudad de México.

Y hay muchas posibilidades de que el artista pueda ver este proyecto en México. “Espero hacer un viaje allí en septiembre”, dijo Baeza, que recibió “libertad condicional anticipada” para viajar por motivos de trabajo hasta noviembre. “Toda mi familia, excepto mis padres, sigue en Celaya. Sería increíble experimentar mi arte con ellos, ya que nunca lo han visto en persona”.

La pared de Felipe Baeza en el Getty Research Institute muestra una mezcla de imágenes de diversas fuentes, desde una máscara olmeca hasta un tambor barrigón nazca, en Los Ángeles, el 26 de junio de 2023. (Alex Welsh/The New York Times)

Felipe Baeza en su estudio del Getty Research Institute de Los Ángeles, 26 de junio de 2023. (Alex Welsh/The New York Times)