Los secretos de la leche animal

Por Natalie Angier

Compartir
Compartir articulo
(Marcos Chin/The New York Times)
(Marcos Chin/The New York Times)

La mayoría de las hembras de las moscas eligen una opción de alojamiento barata para tener a sus crías: depositan montones de huevecillos del tamaño de una semilla sobre la basura o las heces de las mascotas para que se incuben y dejan que las larvas se defiendan por sí solas.

No sucede lo mismo con la mosca tse-tse. Esa variedad gesta a sus crías en su interior, una a la vez, y las da a luz totalmente formadas. Cuando cada cría sale de su vientre después de nueve días, madre e hijo son casi del mismo tamaño.

"Esto equivaldría a dar a luz a alguien de dieciocho años", señaló Geoffrey Attardo, un entomólogo que estudia a ese tipo de moscas en la Universidad de California, campus Davis.

La mosca tse-tse recién nacida parece una granada de mano, y si la apretamos demasiado fuerte resulta claro —o, más bien, blanco— el origen de su volumen. Al parecer, la larva no es más que una gran bolsa de leche.

Es un líquido inmunológico, bioquímico y nutritivo que el cuerpo de la madre elabora a partir de la sangre ingerida y bombea al útero, donde su cría en desarrollo lo engulle con avidez.

Las nuevas investigaciones sobre las tse-tse son solo un ejemplo de que los científicos se están uniendo a las filas de los adeptos a la "vía láctea" de la naturaleza. Últimamente, los investigadores han encontrado equivalentes de la leche materna en una variedad inesperada de animales carentes de mamas como las arañas, las cucarachas y los escarabajos enterradores; también en tiburones blancos, pingüinos emperador machos y flamencos de ambos sexos.

Otros científicos han rastreado la evolución de la lactancia de los mamíferos y concluyen que no surgió como un alimento ideal para las crías, sino como una manera de ayudar a nuestros ancestros ovíparos a resolver el reto que plantea la administración del agua en la tierra seca.

(Marcos Chin/The New York Times)
(Marcos Chin/The New York Times)

De cualquier modo, los científicos tratan de registrar y entender las diferencias en la composición de la leche de una extensa muestra de los aproximadamente 5500 mamíferos del mundo. Han descubierto una serie de correspondencias fascinantes entre los requerimientos de mamíferos extraños y la composición de su leche.

En su análisis de la leche del armadillo de nueve bandas, por ejemplo, Michael Power, quien investiga la lactancia en el Parque Zoológico Nacional Smithsoniano en Washington, y sus colegas quedaron impresionados por los altos niveles de calcio y fósforo que detectaron y por la altísima concentración de proteínas.

Los investigadores pronto se dieron cuenta de que las proteínas eran una cuestión química. Si se añadieran grandes cantidades de calcio y fósforo a la mayoría de los tipos de leche de los mamíferos, los minerales se pegarían. "Se quedarían atorados en la glándula mamaria y nunca llegarían a la cría", comentó Power. Así que "gran parte de esa proteína sirve para hacer llegar el calcio y el fósforo".

Los biólogos advierten sobre el uso indiscriminado de la palabra leche (perdón, pero la "leche" de almendra en realidad no lo es) y a algunos especialistas en mamíferos les gustaría restringir este término a las secreciones de las glándulas mamarias especializadas, que solo poseen sus sujetos de estudio.

Sin embargo, muchos científicos coinciden en que si un progenitor sintetiza o modifica en gran medida una sustancia de la cual depende en ese momento la vida de su hijo, ese padre o madre está fabricando leche. Según este criterio, quizá no se pueda llamar leche al alimento digerido previamente, pero si el progenitor añade primero ingredientes esenciales al bolo, entonces el producto de la regurgitación bien podría considerarse leche.

(Marcos Chin/The New York Times)
(Marcos Chin/The New York Times)
 
 

Recientemente, Sandra Steiger, de la Universidad de Bayreuth en Alemania, y sus colegas informaron acerca del Nicrophorus orbicollis —un escarabajo enterrador de 2,5 centímetros de longitud con franjas naranjas y negras—, cuyas crías son alimentadas por ambos padres. Uno de ellos come un poco de carroña, la digiere previamente y, cuando la cría le toca levemente la boca con sus patas delanteras, le pasa el pedacito a la boca.

Los investigadores demostraron que los fluidos orales del padre o de la madre son fundamentales para la supervivencia del pequeño escarabajo. El equipo de Steiger mostró que si les daban a las larvas de escarabajo carroña de ratón licuada, los pequeños insectos podían alimentarse bien, pero casi todos morían antes de llegar al estado de pupa. Los jóvenes escarabajos solo se desarrollaban cuando los científicos revolvían fluidos orales de los padres con la mezcla.

Steiger sospecha que esta leche de escarabajo color chocolate proporciona a las larvas los microorganismos intestinales, anticuerpos, enzimas digestivas y otros elementos necesarios para poder comer.

Donde sea que se presente, la lactancia es costosa. Los flamencos son de las pocas aves que fabrican leche para sus crías, y ese esfuerzo les quita todo el color.

El macho y la hembra construyen el nido juntos, incuban un solo huevo grande entre los dos y, cuando este eclosiona, ambos producen la espesa leche de buche con la cual se alimentará el polluelo durante nueve meses. Los chillidos suplicantes del polluelo estimulan en el cerebro de los padres la liberación de prolactina —la misma hormona que promueve la lactancia en los humanos—, la cual a su vez provoca que las células que recubren el buche, en la base del cuello de los padres, aumenten su tamaño y secreten la fórmula mágica.

Paul Rose, investigador de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, mencionó que la leche de flamenco "tiene la consistencia del queso cottage" y que también tiene un intenso color rosa debido a los mismos pigmentos carotenoides que normalmente tiñen las plumas del flamenco; los pigmentos son antioxidantes, ideales para estimular la salud y el rápido crecimiento del polluelo.

Solo en los mamíferos todos los miembros de la especie alimentan a sus crías; sin embargo, ahora los biólogos evolutivos creen que las raíces de la lactancia de los mamíferos se remontan a más de 300 millones de años atrás, unos 100 millones de años antes de que aparecieran los primeros ejemplares.

Se cree que los ancestros de los mamíferos modernos ponían el tipo de huevos porosos con cascarón flexible que vemos ahora en las lagartijas, las serpientes y en algunos de los extraños mamíferos monotremata, como el ornitorrinco. A diferencia de los huevos de cascarón duro calcificado de las aves, los huevos blandos están en constante riesgo de secarse, lo que significa que las serpientes y las lagartijas modernas a menudo se ven limitadas por la necesidad de poner sus huevos en un lugar relativamente húmedo.

Nuestros viejos antepasados se aventuraron con una solución liberadora: conviértete en una regadera y entonces puedes poner tus huevos donde quieras.

"Es probable que la primera función de la leche fuera hidratar los huevos de cascarón flexible que se ponían sobre tierra seca", señaló Amy Skibiel, experta en lactancia de mamíferos de la Universidad de Idaho. Según esa hipótesis, los premamíferos regaban líquido sobre los huevos a través de los poros del pecho; los pezones aparecieron mucho después.

Los huevos blandos también están en riesgo de infiltración microbiana y los estudios genéticos indican que las primeras soluciones para la hidratación de huevos estaban enriquecidas con componentes antipatógenos. Así que, ¿por qué no continuar con el riego después de la eclosión? Estos líquidos, mediante la selección natural, se convirtieron en alimento para las crías.

Una vez que la estirpe de los mamíferos adoptó el método de secreciones para la paternidad, la leche se diversificó rápidamente; las recetas fueron producto de la combinación de los requerimientos, la dieta y quiénes eran los parientes.

La cantidad y variedad de los azúcares de la leche humana superan las de cualquier otro gran simio, comentó Power, y propone una razón sorprendente que explica esa abundancia: no para construir nuestro gran cerebro, como algunas personas han sostenido, sino porque necesitábamos las propiedades antimicrobianas del azúcar para que nos ayudaran a combatir a todos los nuevos patógenos con los que nos topamos después de la revolución agrícola, cuando comenzamos a abarrotar los pueblos y a vivir en lugares cerrados con otros animales.

"Nuestro cerebro creó nuestra leche", afirmó Power, "no al revés".

Copyright: 2019 New York Times News Service.