Transfobia política como política neonazi de pureza

La derecha actual, de red social, memes y fanatismo religioso, está embarcada en imponer una disciplina moral, sexual y de género

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"Los derechos de los trans son derechos humanos", dice una pancarta en una manifestación en la Ciudad de Nueva York (Reuters)
"Los derechos de los trans son derechos humanos", dice una pancarta en una manifestación en la Ciudad de Nueva York (Reuters)

El cálculo más difundido nos dice que los individuos transgénero alcanzan al 0.3% de la población en Estados Unidos y el 3.5% de la población LGTBQ+. Estas personas llaman la atención porque la aceptación y difusión del fenómeno es reciente y choca con las normas culturales del género, eso convierte al asunto en noticia.

Sin embargo, que esto se haya convertido en una cuestión de disputa política es consecuencia de la acción de los que, paradójicamente, se quejan de la difusión que tiene: la corriente de derecha religiosa nacionalista que ha declarado la guerra a la evolución cultural de los últimos cincuenta años y ha hecho especial objeto de ataque a los transexuales, haciéndolos combustible de una hoguera, dándoles el lugar que su primera temporada de facciones basadas en la pureza se le dio a los judíos y otras minorías.

Hace unas décadas se hizo conocido como algo extraordinario el caso de René Richards, una jugadora de tenis profesional del montón que había crecido como hombre, se había casado y decidió un cambio de sexo. Despertó la curiosidad de la opinión pública y fue noticia en todo el mundo y nadie decía que los comunistas siguiendo un plan de un “marxismo cultural” impusieran la cuestión, ni que hubiera un interés los medios de comunicación o las big tech (en esa época las calculadoras digitales) en inducir los cambios de sexo.

Antes tenemos el caso de Lili Elbe, una artista transgénero danesa que en la década de los 20 del siglo pasado fue una de las primeras en someterse a una cirugía de reasignación de sexo y que se mostró en la película La Chica Danesa. Gracias a una brillante actuación de John David Redmayne vemos en el film los dilemas del protagonista en todo el proceso que empieza por una necesidad profunda e ineludible de ser mujer. Allí se muestra una medicina experimental en auxilio del deseo de la persona de transformarse y tampoco nada era política al respecto.

No podíamos imaginar entonces que más adelante se iniciaría lo que explícitamente una corriente iliberal iniciaría como una “batalla cultural” y que diputados, presidentes o ministros, ni mucho menos sus ovejas los militantes, hicieran de una minoría que se sale de los cánones generales sería puesta en la picota como la explicación de los males del mundo.

Hasta el criminal de guerra Vladimir Putin realiza su plan bélico de expansión territorial usando a la transexualidad como justificación de sus acciones y muchos de los que ahora hacen política diciendo representar a Cristo lo secundan en esa mascarada (Tucker Carlson, el principal bufón de Putin en la cadena Fox, ha dicho esta semana que a Putin no lo dejan aplastar a Ucrania porque es un líder cristiano y blanco que representa los valores tradicionales).

De manera que si antes la transexualidad era noticia en cualquier sección de un diario, esta facción la ha hecho protagonista en la sección política, como centro de ataque. Ocurre que, así como Gramsci planteó una lucha ideológica a través de la cultura para propagar el socialismo, la derecha actual, de red social, memes y fanatismo religioso, está embarcada en imponer una disciplina moral, sexual y de género, porque han inventado tanto la gente abriendo sus cabezas sobre la diversidad humana responde a los planes del autor italiano, así que deben combatir la tolerancia social y legislativa.

En nombre de una moral retrógrada que propagan, y no necesariamente cumplen, que disfrazan de combate al socialismo y como ingenieros sociales expertos en demolición, quieren llevar a la sociedad a funcionar bajo sus parámetros de un oscurantismo nacionalista y y de dudoso cristianismo. Por supuesto, también incluyen a la población LGBTQ+ pero con la transexualidad han encontrado un grupo más pequeño sobre el que desatar el odio.

El socialismo es para ellos un fantasma y solo luchan contra la libertad personal, sobre todo en materia de sexo y género, porque son profundos militantes de sus represiones, pero quienes quieren planificar centralmente a la sociedad son ellos. Tampoco es socialista repudiar el racismo, una acción que ellos interpretan como un ataque a los blancos que es parte del “marxismo cultural”.

Son nacionalistas pero a su vez partidarios del principal enemigo de Estados Unidos, se dicen defensores de Occidente pero militan contra la modernidad occidental y luchan contra las opciones que personas han gracias a su evolución. Los estudios de género han hecho un gran aporte para que muchos individuos no conformes con roles binarios se expresaran.

Mientras la investigación avanzaba observando el fenómeno, en lugar de juzgarlo y haciendo filosofía sobre qué es ser hombre o mujer, que tanto existen dos formas de identidad como polos nítidos y sus normas masculinas y femeninas correspondientes a la genialidad, prescindiendo por completo de los mandatos religiosos. Salir de los mandatos religiosos en las ciencias, en la política, en la psicología, en el trato entre las personas, es lo que caracteriza al avance de occidente del último par de siglos.

Hay bibliotecas enteras sobre el género y la diversidad humana, estudios de sobra y con ellos una antropología desarrollada a través de más de un siglo que mira nuestro ombligo cultural y en vez de tomar a los “raros” como peligro de desintegración y subversión de las relaciones de poder, se los valora como gran fuente de conocimiento de lo que somos, ampliando nuestros horizontes.

Dentro de esos estudios se encuentra la distribución de poder sobre la idea de la masculinidad. En 1993, más de 20 años antes de que alguien pudiera pensar que se construiría esta derecha que le ha declarado la guerra al avance moral por encima de sus prejuicios inducidos, Elizabeth Badinter publicó su libro XY, la identidad masculina, en el que relata cómo esa forma de identidad y su rol asociado, es producto de una inducción larga y problemática; que se trata de una carrera compleja de completar, lo que la hace mas frágil que la de la femineidad.

La masculinidad no es el varón genital, es una conducta, un papel, una forma de manejar las emociones, un comportamiento, que es producto de una educación que nada tiene que ver con la función reproductiva. Eso nos lleva inmediatamente a preguntarnos con Buttler y otros muchos autores que según los profetas de la nueva derecha deben ser descartados, qué es lo que decimos cuando hablamos de hombre y de mujer, si es de órganos de reproducción y su genética y sus consecuencias “naturales” o si son normas culturales y sociales o incluso de una performance, de una actuación que cualquiera puede elegir no seguir.

El transgenerísmo aumenta esa duda, es un cisne negro poniendo en tela de juicio el concepto de hombre y mujer con las ideas que se asocian a ambos. Se habla de su connotación, no de su definición o de biología reproductiva, pero la legisladora republicana Marsha Blackburn creyó haberle puesto fin a una discusión (es un clásico en esta derecha dar vueltas sobre sus peticiones de principios entendiendo que la discusión termina donde ellos la empiezan) cuando en la audiencia para la aprobación del pliego de Ketanji Brown Jackson como juez de la Corte Suprema le preguntó qué era una mujer. La entonces candidata al Alto Tribunal respondió que no lo podía explicar porque no era bióloga. Las redes se llenaron de indignación porque esto parecía indicar que podría llegar a la Corte alguien comprometido con el deseo marxista de que todos cambien de sexo o algo parecido; les sugería que estaba contra los mandatos bíblicos. No pudieron siquiera advertir que la juez estaba delegando la pregunta a la simple biología, tal como ellos sugieren que es obligatorio, a tal punto llega su obnubilación con estas cuestiones.

Sin embargo la juez Jackson en su respuesta no hacía más que admitir la dificultad de la definición basada en su conocimiento. Seguramente ese público pensaría que era fácil contestar que una mujer es alguien con sentimientos que tiene vocación por la cocina, pero cuando interrogaron a Blackburn sobre qué era una mujer no supo dar una respuesta.

La senadora y su facción intentaban demostrar que todo es simple, que sabemos todo sobre la materia, que lo que hacemos, la forma que creemos que todos deben adoptar, ya está determinada y es natural y además es la que marcó Dios, que solo ocurre una mala intención política que lo pone en duda a la que han decidido llamarle marxismo. Querer saber más al respecto, dudar de lo establecido, eso es lo que les parece un atentado a la Verdad. Es Eva, la mujer tentadora, queriendo probar el fruto prohibido del árbol del bien y del mal.

Es importante comprender que, en materia de conducta humana, lo anormal, lo que sale de la norma, solo puede ser tildado de enfermedad por una postura moral, una postura sobre cómo debería adecuarse el individuo a lo que se adaptan casi todos. El transgenerismo, al salirse de la explicación común sobre hombres y mujeres, sin embargo, era un cisne negro en términos científicos, no morales, que nos informaba sobre la inadecuación binaria. No eran nuevos porque la antropología encuentra rastros de esto por todos lados en sociedades para las que no era un problema, pero entre nosotros las normas sociales eran mucho más duras y cerradas porque somos herederos todavía del oscurantismo y las posibilidades de comunicación de quienes no eran como los demás eran muy pocas. Simplemente la gente debía adaptarse a la fuerza. Todo se lo trataba como homosexualidad, que en el mundo católico y cristiano en general era un pecado, en derecho penal un delito por influencia de la misma religión, con la aparición del positivismo “piadoso” se la convirtió en “enfermedad mental”, quitándole responsabilidad al individuo por su “falta”. Esa piedad después se la tomaría para el propósito inverso.

La enfermedad mental también es un asunto simple para gente como la senadora republicana mencionada. El que grita está loco y listo. El que protesta, el que es diferente a los demás, el que no respeta las jerarquías sociales. Lo “normal” es lo “sano”, es decir lo conservador. ¿No es todo lo que se espera de nosotros lo recontra natural? ¡Hay que ser  retorcido para no reconocer a un loco cuando se lo ve! Bien, resulta que eso no  es naturaleza sino mandatos. Y los mandatos cuando llegan al nivel político representan una ideología totalitaria. En la Unión Soviética encontraron que los  que se oponían a la revolución solo podían estar chiflados.

En la perspectiva moral, penal y psiquiátrica había dos dogmas: 1. El cambio de  género y cualquier variante LGBTQ+ no podía ser y 2. Había que corregirlo. La  ciencia por supuesto que también está influida por los saberes de época y, sin  la suficiente filosofía, epistemología y ética, el positivismo da por sentado en la  psiquiatría que quién que no es como lo demás, como lo que conocen mejor, es  problema. Los científicos que no han revisado sus premisas le llamarán  enfermedad, con el mismo punto de partida con el que le llaman pecado los  religiosos. El cisne negro es simplemente etiquetado de fuera de lugar, porque no se puede revisar la idea de que los cisnes son blancos. Los niños que nacen con genitales para introducir son hombres, así que usan pantalones, se interesan por el futbol y no se pitan el pelo y los tratamos de tal manera que obedezcan a esas consignas para no enloquecer, pero sobre todo para que no  los vean mal y no se avergüence a sus padres. A quienes nacen con genitales  para ser introducidos les asignamos dulzura, les regalamos muñecas, usan  pollera, pelo largo y les permitimos más gestos de cariño. En el futuro esta  normalidad (virtud o salud, dependiendo de la época) conlleva la obligación de  los varones de ser fuertes física y emocionalmente y proteger a las mujeres que  deben procrear y quedarse en casa, siendo débiles y sumisas, si no están locas.  Todos lo que no quieren cumplir están locos en realidad, están enfermos.

Cuando la normalidad no se cumple, el círculo social, que fue formado de la misma manera, se incomoda. En la adolescencia que es donde el carácter binario es más definido, es donde encontramos los casos de bullying y hasta  homicidios de personas trangénero que atestiguan que de las normas se puede  salir. Ese ataque generalmente masculino, es parte de la formación de la  identidad de la que no se quieren desprender por el mantenimiento de su status  social. Eso explica por qué en general la derecha actual adopta un  comportamiento adolescente para ejercer su maldad hacia las minorías y  declara víctima a la masculinidad que han logrado. La homosexualidad, que es  un asunto diferente pero se pone en la misma bolsa porque transgrede la  disciplina del género, a su vez es considerada una vergüenza pero sobre todo  en el varón y ni hablar de si la ejerce de manera pasiva.

En el libro considerado sagrado llamado Biblia se hace esta diferencia y se  condena a “yacer varón con varón” pero nada se dice de que lo hagan dos  mujeres. Es que el varón tiene más obligaciones en ese sistema de creencias y  ejerce el poder. Su feminización es un tabú, implica una reducción voluntaria de  categoría y así pone en duda la categoría de los demás. Todo esto actúa contra  la libertad de las personas y el avance cultural y moral al que tildan de “marxista cultural” es el apartamiento de esas obligaciones para seguir una vocación  personal.

Como vemos, para tratar la transexualidad, que más que implicar homosexualidad implica una rebelión contra la identidad socialmente establecida, no hay implicancias meramente psicológicas relativas a las  personas alcanzadas, sino que hay una estructura social conmovida, puesta en  duda, cuyos beneficiarios quieren imponer a los individuos. Unas religiones, que  tienen respuestas escritas sobre la conducta desde hace miles de años que se  viven como dogmas, hacen que sus seguidores sean capaces de aplastar a las  personas en concreto en su culto, aunque sean hijos, hermanos o amigos. Dios,  en ellos al menos, es mucho más duro, invasivo y sádico que el Gran Hermano de 1984. En su miedo los fieles que se sienten acosados y quieren conquistar al  estado para imponer su ley, que es su lugar también como conformes a las  normas. El Gran Hermano le permitía a Smith tener un rincón en su cuarto  donde no ser visto y leer el libro que atesoraba clandestinamente. Los padres  no pueden vigilar a sus hijos todo el tiempo así que éstos tienen la oportunidad  de hacer cosas a sus espaldas en algún momento.

Pero con Dios no hay  guarida, sabe todo de todos todo el tiempo. Dicho en términos seculares, Dios es un sistema de vigilancia ineludible sobre el individuo que él mismo lleva  adentro. Pero ellos no son los locos.

Hizo falta el proceso de secularización para que aparezca la ciencia a mirar donde no se podía mirar, donde la Biblia tenía todo resuelto, donde la moral del estado confesional era reemplazada por la curiosidad y el interés, donde no se pregunta cómo el ser humano debe ser, sino como es, que quiere (esto con el  liberalismo) y, en todo caso, el deber ser, tanto en derecho como en moral, es  producto de una experiencia humana evolutiva que no se detiene ante ningún  precepto inmodificable. Se trata exactamente lo mismo que libera a la economía de un planificador central en la época de mayor avance del conocimiento y también moral de la historia, con la aparición del individualismo que pone en duda verdades que caprichosametne se habían puesto como de interés de Dios como la esclavitud, el rol de la mujer, el castigo a los hijos, que servían a una  política de castas llevada a cabo en nombre del cristianismo. 

Aparece en el occidente que quieren pasar al olvido la idea de límite al poder, de derechos individuales, de separación del monopolio del a fuerza y las religiones.  Subsisten algunas conveniencias particulares para el poder como el celibato de  los religiosos que permitía a la Iglesia quedarse con sus bienes, a la vez que se  ocupaba de que los fieles ricos creyeran que entregar a uno de sus miembros a la Iglesia les confería cierta impunidad en un otro mundo mejor prometido. La secularización no aparece de manera instantánea, sobre todo en cuestiones  humanas como la psicología.

La psiquiatría, enseña Thomas Szasz con una  perspectiva individualista y liberal, y Foucault mirando relaciones de poder, traduce el pecado, lo que no debía ser, a enfermedad mental. El poseído pasa a ser el esquizofrénico, la mujer rebelde contra su lugar deja de ser bruja para ser  tratada de histérica, el individuo que entra en conflicto con la familia es  internado en clínicas psiquiátricas en nombre de la medicina, ya no del Señor.  Estar enojado contra cualquier función que en el mundo heredado del  oscurantismo era asignada a un deseo divino o a la naturaleza podía ser tratado  igual que antes, pero traduciendo lo místico a un lenguaje positivista médico.  Algo similar ocurre en economía, donde las conveniencias del rey, elegido de  dios, es reemplazada por el aprendiz de brujo planificador por el bienestar  general, esta vez con conocimientos “técnicos” acerca de cómo las cosas  deberían ser. En ambos casos es una ciencia que confunde su objeto y deja de  lado la individualidad para viabilizar la continuidad de un statu quo. Como  enseña Mises la economía no se puede entender sino desde los individuos que  actúan y siguen sus intereses. La medicina y la psicología, deben entenderse, a  su vez, desde el punto de vista del sujeto que actúa y que quiere cosas. Su  salud incluso tiene que ver con sus posibilidades de supervivencia, pero no  implica su obligación de vivir más hacia el estado, la sociedad, dios o la  naturaleza (artificial).

La psiquiatría se convierte en auxiliar del statu quo, del estado y de la familia del  conservadurismo confundido con natural, tan natural como el universo girando  al rededor de la Tierra, algo fácilmente observable mirando hacia el cielo ¿no?  En el mundo de la libertad, esta especialidad llama salud a las cosas normales,  en el estricto sentido de la palabra como aquello que obedece a las normas, y  enfermedad a cualquier desviación. Primero comete el pecado de identificarse  como medicina y en medicina solo hay salud o enfermedad.

En la ciencia sin embargo la desviación es refutación, sobre todo en la ciencia humana. Los seres humanos son varones o mujeres, masculinos o femeninos, o enfermos. En  medicina en cambio la desviación de como funciona el hígado conduce a la  muerte. Los individuos libres en cambio no tienen una función que cumplir en un  todo social. En materia de conducta la desviación es una incomodidad para lo demás, no necesariamente para el “paciente”. Salud entonces se lo usa como  conformidad. Por lo tanto la psiquiatría se hace también guardiana del género  como normalidad y de la sexualidad según las normas del género y las  funciones reproductivas asignadas por dios en un libro escrito por distintos  autores hace miles de años.

Que los que son genitalmente varones sean masculinos y las mujeres sean  femeninas, con todas las consecuencias arriba señaladas, llegando a los  mínimos detalles como los gestos o los zapatos que se usan, es algo que con el  transgenerismo queda refutado. El problema no es tanto la refutación porque  como dije al inicio los casos son muy pocos en el universo general, sino que  atestiguan para los demás que todo lo que obedecen no tendría por qué ser  obedecido y se pone en crisis la ardua carrera hacia la masculinidad y la  cómoda aceptación de elecciones “debidas”. Si eso no ocurriera no habría  agresión hacia esa minoría. No es lo que dice el transgenerísmo de los  transgénero lo que incomoda, sino lo que dice de los demás.

La psiquiatría como auxiliar del estado sirvió para quitar derechos a personas desajustadas, como auxiliar de la familia privó de derechos a individuos  desobedientes y le permitió a muchos maridos encerrar a sus mujeres y a otros familiares quedarse con el patrimonio de los “enfermos”. La “locura” lleva consigo una política de encarcelamiento y privación de la propiedad en nombre de la “salud mental”.

Szasz enseñará que no hay siquiera enfermedad mental como tal, algo que sigue siendo controvertido, que solo se puede hablar de enfermedad respecto  del cuerpo. Por lo tanto solo podría hablarse de un mal funcionamiento cerebral  cuando observarse con estudios clínicos, pero no hay conductas por sí mismas  enfermas, por eso que el único recurso para inventarlas es etiquetadas como  tales. Szasz confronta a la psiquiatría desde la ética del individualismo  metodológico proveniente de la Escuela Austríaca de Economía. Hace ciencia  de verdad según la epistemología que corresponde al estudio de la conducta  libre y reduce la psicología a una asistencia a su único cliente legítimo que es el individuo, no es la familia ni es el estado, la ley o la política, mucho menos la  naturaleza, la cultura o Dios.

Ese servicio debe consistir en la ayuda para enfrentar sus contradicciones y  miedos, descubrir sus verdaderos deseos escondidos entre los mandatos y  darle fortaleza para seguirlos y rebelarse incluso contra la familia y la sociedad.  En ese contexto pasarse de hombre a mujer o al revés es una elección personal.  Cuando se habla de elegir una identidad y del otro lado se responde que eso no  se puede porque es lo “natural”, no se están disputando definiciones. Los que  resisten el avance de la tolerancia lo que quieren regulando las palabras es  regular las conductas ajenas y decir cómo deben ser para no ser enfermas o  pecado. Cuando hablan de enfermedad no se ocupan del “paciente”, quieren  domesticarlo y no por su bien, sino por el propio.

Cuando alguien recurre a lo que es “natural” y a que un hombre tiene pene y  una mujer vagina, pretende saltear el hecho de que casi todo lo que decimos de hombre y de mujer es forma, obligaciones, roles, que es justo lo que se quiere  imponer. La libertad de estas personas pasa por rechazar si quieren el cien por  ciento de las normas que se cree que tienen que corresponder a su genitalidad.  No son en este momento las personas transgénero centro de la política más  extremista porque cambien la vida de nadie más que la de ellos. No obligan a  otros a nada y son pocos los que tienen contacto con ellos. El problema es la  rebeldía contra esas normas sociales, y la propensión humana a crear brujas y  quemarlas. Son como el obrero que decide no sumarse a la huelga, que no la  hace fracasar pero es testigo de que los demás se comportan como ovejas.  Pone en riesgo no la verdad, sino la verdad grupal, la colusión, desnudan al rey.

Lo que se busca con el recurso a lo “sano” es objetivar lo que no es objetivable,  para dejar de lado la voluntad del individuo y convertirlo en una cosa social,  donde lo social es el capricho del que impone las normas de la mayoría. Por eso  necesitan turbas, la “naturaleza” no las necesita para prevalecer.

Esto no es más que la maraña de argucias utilizadas por el pensamiento  cristiano opresor para disfrazarse de positivismo científico. De hecho no son los  biólogos los que luchan por el género binario, son siempre grupos dogmáticos.  Dado que en este mundo sacar la Biblia para decir como los demás deben ser  ya ha perdido su momentum, pretenden poner a su manual de conducta en en  una voluntad de la “naturaleza”, de la que ésta carece.

Entran en eso toda la variante de argumentos al estilo “el pito fue hecho para ser introducido en una vagina” o niños “naturalmente” juegan a la pelota, mientras las niñas “naturalmente” juegan con muñecas. No están diciendo la  mayoría o casi todos, están diciendo que los que no lo hacen están  desobedeciendo algo y a alguien o al cosmos. Como el cisne negro que  aparece desmiente que los cisnes sean blancos, eso que los dogmáticos  confunden con una norma moral y que por lo tanto lleva a adecuar a los niños y  niñas a esa norma cuando se salen de ella, equivale, como una epistemología  aberrante, a pintar de blanco al cisne negro.

El disfraz médico no es demasiado firme, porque a los que consideran enfermos  mentales los someten al escarnio como “tratamiento” y para la derecha neonazi  se han convertido en chivos expiatorios y depósito del mal. Son unos médicos  que quieren matar a sus pacientes, demostrando que nada es ciencia o  medicina o psiquiatría o normalidad, sino disciplina social.

El método médico llevó a la Asociación de Psicología de Estados Unidos a incluir a la homosexualidad como enfermedad mental en la primera versión del DCM. Acá habría que volver a aclarar que en su momento esa categorización  sirvió para sacar a los homosexuales (los sin poder digamos, porque los papas  y los reyes hacían de sus culos pitos sin problema alguno) de la cárcel. El  problema es que heredó un positivismo de la conducta debida, una ética  obligatoria desde el lenguaje médico.

Hasta la Segunda Guerra Mundial no había un manual de enfermedades mentales oficiales. Esto se debía, explica Szasz, a que no existían tales  “enfermedades” objetivas por sí mismas, como la viruela o el sarampión, cuyos patógenos pueden encontrarse. Lo salido de la norma era lo enfermo a veces,  otras era genialidad, según el gusto del observador, y así la psiquiatría terminó  convirtiéndose en un sistema carcelario paralelo sin garantías ni procedimientos  legales porque el individuo era despersonalizado, tratado como carente de una  voluntad respetable.

Concluida esa guerra el estado norteamericano debía pagar pensiones al  personal militar dañado. Unos quedaban mal físicamente y otros mentalmente. Estos tratamientos tenían que ser pagados por el estado pero ¿qué tipo de  cosas estaban incluidas si nada aparece en un estudio de laboratorio? Es ahí  cuando se recurre a la Asociación Psicoanalítica Americana para que haga un  listado de patologías con su descripción y así el estado contribuye fuertemente  a la conversión del estudio de las conductas libres al lenguaje médico. Esta  Asociación se convierte en legisladora de enfermedades, algo que nunca podría  pasar con la medicina donde se sabe, sin que nadie se tenga que reunir votar, que una pierna rota es un problema y donde el paciente nunca lo discutiría, por  lo tanto no había un abismo ético que llenar y los manuales son académicos, no  legislativos. Ninguna ciencia real necesita de un procedimiento legislativo de  esa naturaleza. Pero el estado lo necesitaba porque lo único que encontraba  sobre estas “enfermedades” eran opiniones y descripciones no catalogadas  pero ninguna radiografía, en una mezcla de interés por el bienestar del paciente,  normas sociales e intereses de terceros.

De la misma forma con que la política trata a la incertidumbre, la psiquiatría le aportó la solución mágica al estado con los manuales de conductas no sanas  (aunque también hace falta otra dosis de desconocimiento de la naturaleza  humana para hacer de lo “no sano” algo que excluya la voluntad del “paciente”,  lo que se logra indirectamente porque se asigna a la mente, a la razón, como  enferma. Enfermo, en esta connotación, significa que no le debemos hacer  caso).

En ese lugar quedaron los pecados contra el sexo y las normas asociadas a varones y mujeres en la cama en una primera instancia. Pero como a pesar de  de estos dilemas la psiquiatría y la psicología trataban todos los días con su  verdadero objeto, que son los individuos, la escucha permea y aparecen dudas  y revisiones. Fuera de la psiquiatría y la psicología la moral social va cambiando  (y con eso el sentido de “salud mental”), la política de la crueldad va dejando  paso a la conciencia. Mayor libertad en otros campos ayuda a que empiece a  resultar incómoda la política de la opresión. Se suma una mayor pacificación  lograda con el mercado y el interés empresario por satisfacer a individuos más  que a religiones o dogmas; todo eso va horadando la piedra del error  epistemológico y ético que significa tener a la mano conductas obligatorias para  llamarles sanas y, por más que perdure como una rémora el prejuicio social, las  preferencias sexuales que son ejercidas por gente de carne y hueso que todo el  mundo conoce, que son sus hijos, nietos, hermanos o primos, o sus  compañeros de trabajo, empiezan a ser aceptadas. Y cuando la sexualidad se  libera también lo hacen las normas de género en sí, que es el temor más grande  de quienes están atados al statu quo. La misma “medicina” de la conducta que  estaba más influida por la visión cerrada de las normas de diseño se deja  impresionar y cambia sus manuales.

Para la gente que encontró en la “enfermedad” el auxilio que requería el dogma  social opresivo, el modo en que se desarrolla esta apertura le resulta  sospechoso y plantean resquemores sobre cómo fue el proceso legislativo que transformó lo enfermo en sano en el DCM5. Es que la influencia externa minó  las bases de una “ciencia” que les estaba dando la razón y se ponía en duda su  autoridad.

Unos padres que han sido aconsejados por un médico para que opere una  apéndice infectada pasan por encima de la voluntad del menor porque se trata  de una enfermedad para todo el mundo y el hijo carece de la madurez para  tomar esa decisión. Con los cambios en los manuales psiquiátricos ya no tenían  la misma libertad de someterlo a un tratamiento de tortura religioso que habían  disfrazado de medicina para corregir su sexualidad. Si a la libertad ya no se la  cataloga de sana o enferma, ellos simplemente no la pueden aplastar.

Estas son las cosas que hacen que la familia sea la victimizada permanente de  cualquier apertura y avance de la libertad. Lo mismo pasó con los derechos de  las mujeres y hasta con la esclavitud. Para esta gente, sin embargo, el quitar a la  homosexualidad del DCM5 fue un acto arbitrario ocurrido por presión del “lobby  gay”, olvidando que el DCM en su primera versión fue construido de manera arbitraria y que, en este caso, “el lobby gay” eran los “enfermos”, por lo tanto su  petición era la única que importaba.

Lo que interpretan es que se le torció el brazo a la autoridad que estaba puesta  sobre los “pacientes”, no a la ciencia. Si los pacientes adultos de apendicitis se  rebelaran contra una operación dispuesta como obligatoria por una medicina  legislativa, habría que hacerles caso, los afectaría solo a ellos. Es todo un dato  la coincidencia que hay entre los anti vacunas o que hablan de la obligación de  vacunarse como un abuso del Leviatan, pero no quieren escuchar a los que  estaban muy cómodos tratándolos de enfermos contra su voluntad y que  permanentemente se burlan de ellos. La homosexualidad sería la única  enfermedad cuyo tratamiento entienden que debe empezar por el repudio  social. Y el tratamiento sería no ejercerla, tal como si la quebradura de una  pierna no pudiera tratarse con un pierna artificial. Eso nunca puede ser  sostenido desde ninguna idea de medicina. Si la falta de atracción de un  hombre por una mujer o viceversa es una especie de discapacidad ¿qué  argumento médico lleva a que sea un problema ejercer la atracción homosexual  como se la tenga? ¿Qué problema produce en el cuerpo?

En esta “batalla cultural” es soprendente como dije antes su permanente caída en el vicio de la petición de principios, por la que creen poner fin a toda  discusión dando por sentado justamente lo que deberían probar. Está lleno de batalladores culturales haciendo videos, exponiendo a gente de ese 0,03 por ciento de la población, pero a su vez quejándose de que se les da más  importancia de la que tienen y diciéndole a una mujer trans que nunca será una  mujer, cuando el problema es que quién habla no quiere aceptar que alguien no  cumpla con la forma y conducta que cree que una persona con genitales de  varón o mujer debería tener. Cree que su observación, cargada de lo que se  discute, está mostrando algo tan obvio como que las estrellas giran al rededor  de la tierra. Luchan en realidad por poner a la sociedad a raya, una sociedad en  la que creen que eran los ganadores y deberían seguir siéndolo.

Al convertirse esto en una facción política, el prejuicio ya no es mero prejuicio.  Con DeSantis en la Florida se convierte en la política del estado y en eso cabe  la caracterización como neonazismo en tanto lo central es una política de  pureza. DeSantis es el paso que sigue de los que hablaban de la soberanía de  los padres a la soberanía del estado defensor de la masculinidad, incluso sobre  la autoridad paterna.

No significa que el nazismo se produce y desarrolla igual que la primera vez,  significa que sus elementos ideológicos están presentes. Lo está el positivismo  de la raza, de la cultura y de los roles de género. Trato esto en mi libro “Un  mundo contaminado”, está presente en vincular la supervivencia de la “nación”  que es el estado, a la supervivencia de un estado de la cultura y las funciones  sociales. Está sobre todo en identificar una pureza y unas impurezas, que  alimenta el odio y genera vínculos internos en una hoguera permanente. Lo está  en su agresión y desprecio hacia quienes se le oponen y a identificar como el  demonio al que disputa su pureza. Y, después de hacer del transgenerismo y la  homosexualidad un objeto principal de repudio e instrumento político, se  preguntan por qué lo sobredimensionan otros. Los otros simplemente estamos  tratando de contrarrestar sus infamias.

El problema que esta facción crea no se agota en los directamente afectados.  Se han convertido en una fuerza completamente enemiga de la libertad en un  desarrollo lógico de las premisas que han elegido sobre la sociedad, la cultura y  las libertades personales. Son difíciles de distinguir de la ultra izquierda y su  asociación a Vladimir Putin y su deseo de que caiga Europa y que las  instituciones de Estados Unidos terminen derribadas, completan un cuadro  ideológico. Por más que hagan esfuerzos, sobre todo los farsantes liberales que  están con ellos, de decir que viene todo acompañado de políticas de  “mercado”, no solo el tema les interesa cada vez menos en su “batalla culutral”  por la masculinidad que sienten que pierden, sino que no existe tal cosa como una economía libre en una sociedad sin rule of law, sin libertad individual y con  una cultura y una familia obligatorias, mucho menos con deseos regulados. Ese  es el dislate lógico y ético más grande de la historia del pensamiento político.  Viven dentro de sus fábulas y en lugar de averiguar cómo es el fenómeno del  transgenerismo, ver los muchos documentales y leer los libros que hay sobre la  materia, se alimentan de sus memes y sus caricaturas, de sus noticias falsas  sobre padres que quieren transformar a sus hijos varones en mujeres y  viceversa, cuando son ellos los que transforman a sus hijos en lo que “deben  ser” según Dios y la naturaleza como (no) la entienden.

Se escuchan a si mismos cuando dicen que los colegios tienen interés en torcer la identificación de género de los niños o su sexualidad, que los padres,  psicólogos y médicos que intervienen los mutilan genitalmente porque están  militando cambios de género. Asumen que todo es un simple capricho, de  padres, profesores, médicos y psicólogos idiotas (y socialistas) y nunca asumen  que podrían no serlo, que capaz que simplemente tanto padres y profesionales  han escuchado, han estudiado y en un proceso muy dificultoso han aceptado la  realidad y pensado en sus hijos en lugar de sacrificarlos.

No hay operaciones de genitales a menores de edad, a veces ni si quiera hay operaciones de genitales a mayores de edad porque basta cambiar el género y  elegir la identidad que se quiere. Los bloqueos de pubertad que se utilizan, después de muchas pruebas y conversaciones entre los interesados y sus  asesores, posponen las decisiones hasta una edad en que el individuo tenga la  madurez suficiente para decidir por sí mismo su destino. Los padres que  aceptan a sus hijos son de todo tipo, los hay modernos y anti modernos,  conservadores y religiosos. Todos se bajan del caballo para ver y escuchar. No aman a la humanidad en abstracto, como heredera o encargada de nada, aman a las personas en concreto que tienen a su alrededor.

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