Crisis en Kazajistán: el gran juego de poder, represión y corrupción que derivó en un espiral de violencia

Los últimos días en esta ex república soviética fueron caóticos. La llama se encendió por la suba del precio del gas licuado de petróleo, principal combustible para vehículos particulares, y desembocó en la intervención militar de Rusia

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La gente camina cerca de la residencia presidencial tras las protestas desencadenadas por el aumento del precio del combustible en Almaty, Kazajistán, el 7 de enero de 2022. REUTERS/Stringer
La gente camina cerca de la residencia presidencial tras las protestas desencadenadas por el aumento del precio del combustible en Almaty, Kazajistán, el 7 de enero de 2022. REUTERS/Stringer

La mitad del cuerpo, de la cintura para arriba, está tirada en la plaza, pero las piernas quedaron pegadas al pedestal del monumento recién derribado. Alguien colocó un cartel que dice “Avenida Nazabáiev” junto a los restos, casi como si fuera una lápida: “aquí yace”, alguna fecha y “QEPD”. La estatua del ex presidente de Kazajistán Nursultán Nazarbáiev se encontraba en Taldykorgán, capital de la región de Almaty, y había sido inaugurada en 2016. Ahora se desploma en medio de las protestas como alguna vez cayeron los monumentos a Saddam Hussein en Irak o a Vladimir Lenin en Ucrania.

El líder ha caído, pero aún le da nombre a calles, a avenidas, a plazas, a un aeropuerto internacional e incluso a la capital del país, refundada en su honor en 2019, mismo año en que renunció. Pero el cuerpo partido es ya un símbolo de lo que no volverá a ser.

Los últimos días en Kazajistán fueron caóticos. Lo que inició con protestas por la suba del precio del gas licuado de petróleo, principal combustible para vehículos particulares en el país, derivó en un espiral de violencia y en la intervención militar de tropas rusas, bielorrusas, tayikas, kirguisas y armenias, oficialmente para contener a los manifestantes. Pero las convocatorias tienen un trasfondo que va más allá del aumento de precios: hay una importante necesidad de cambios políticos y sociales a tres décadas de la independencia de esta ex república soviética.

Miembros del servicio de Kirguistán suben a un avión militar que se dirige a Kazajistán en medio de protestas masivas en el país, como parte de una misión de mantenimiento de la paz de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, en la base aérea militar de Kant, Kirguistán 7 de enero de 2022. Ministerio de Defensa de Kirguistán/Handout vía REUTERS
Miembros del servicio de Kirguistán suben a un avión militar que se dirige a Kazajistán en medio de protestas masivas en el país, como parte de una misión de mantenimiento de la paz de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, en la base aérea militar de Kant, Kirguistán 7 de enero de 2022. Ministerio de Defensa de Kirguistán/Handout vía REUTERS

Nursultán Nazarbáiev asumió el liderazgo de Kazajistán en 1984, cuando aún formaba parte de la URSS, y se mantuvo en el poder durante los siguientes 35 años. Primero ganó las elecciones de 1991, en las que fue el único candidato; mediante un referéndum, extendió su mandato desde 1995 a 2000, luego fue reelecto con el 81% de los votos y ese fue su peor resultado. En las tres elecciones siguientes, en 2005, 2011 y 2015, superó el 90%. Además impulsó cambios constitucionales para poder presentarse a elecciones cuantas veces quisiera.

En 1999 creó Nur Otan, un enorme frente nacionalista construido alrededor del propio líder, una suerte de paraguas que abarcaba todo y a todos los kazajos. Pero eso tan sólo era una mínima porción del plan para potenciar su propia figura. Un año antes refundó la pequeña ciudad de Akmola, la renombró Astaná (“Ciudad Capital”) y trasladó allí la sede de su gobierno. La nueva urbe se llenó de edificios extraños, de pirámides, de avenidas amplias y palacios administrativos con cúpulas coloridas. Claro que podía hacerlo en un país extraordinariamente rico en petróleo, gas y metales como el uranio, especialmente durante la primera década de los años 2000, cuando los precios de estos productos aumentaron a nivel global.

El ex presidente kazajo Nursultan Nazarbayev asiste a la toma de posesión del nuevo presidente, Kassym-Jomart Tokayev, en Nur-Sultan, Kazajistán, el 12 de junio de 2019. REUTERS/Mukhtar Kholdorbekov/File Photo
El ex presidente kazajo Nursultan Nazarbayev asiste a la toma de posesión del nuevo presidente, Kassym-Jomart Tokayev, en Nur-Sultan, Kazajistán, el 12 de junio de 2019. REUTERS/Mukhtar Kholdorbekov/File Photo

Con una nueva capital y una nueva Constitución, apuntó a otro símbolo nacional y, en 2006, le cambió la letra al himno. No encargó el trabajo a escritores o compositores sino que lo hizo él mismo. Personalmente. Y en 2018 decidió abandonar el alfabeto cirílico y comenzar la transición hacia el latino.

Las inversiones extranjeras no se hicieron esperar y hoy operan cerca de las costas del Mar Caspio grandes empresas occidentales ligadas a la producción de hidrocarburos, entre ellas Chevron, Shell, Agip y Exxon. Nazarbáiev logró de esta forma mantener una buena relación con Moscú, pero también con occidente. Mientras el petróleo y el gas siguieran fluyendo, nadie se enfocaría en la represión política, la censura, las violaciones a los derechos humanos o la falta de democracia en general.

Al mismo tiempo, con el colapso soviético, Kazajistán heredó un importante arsenal nuclear de unas 1400 ojivas, pero las transfirió a Rusia en 1995 convirtiéndose así en uno de los sólo tres países del planeta en renunciar completamente a su a armamento nuclear, junto con Ucrania y Sudáfrica. El líder kazajo pudo presentarse ante el mundo como un pacifista, patrón de la estabilidad que había reducido la amenaza de la proliferación nuclear, pero que también había evitado la guerra, como sucedió en Tayikistán, y la represión extrema, como en las vecinas Uzbekistán y Turkmenistán.

Nunca se cerró a occidente, más bien todo lo contrario. Cuando en 2011 fueron asesinados 14 manifestantes que reclamaban reformas y salarios, Nazarbáiev solicitó el consejo del Primer Ministro británico Tony Blair. El escocés le sugirió entonces enfocar sus discursos en el progreso económico e insistir en que entendía las demandas, pero que los cambios llevarían tiempo. Además, como presidente mantuvo una relación particularmente cercana con el rey español Juan Carlos I, e incluso asistió en 2004 a la boda del ahora monarca Felipe de Borbón y Letizia Ortiz.

Nazarbáiev se constituyó como un líder fuerte y represivo, pero también como uno mucho más astuto que algunos de sus colegas de otros Estados post soviéticos. Por eso en 2019, a los 78 años, decidió renunciar a la presidencia en paz, sin grandes protestas, sin guerras ni conflictos. Dijo que quería dar lugar a “una nueva generación de líderes” y escogió a Kasim-Yomart Tokáiev como su sucesor al frente del país. Claro que esto no significaba de ninguna forma abandonar el poder, de hecho Nazarbáiev permaneció como líder de Nur Otan, virtualmente el único partido del país, y como cabeza del Consejo de Seguridad, órgano consultivo del gobierno en materia militar, de seguridad y defensa.

La nueva gestión despidió formalmente al mandamás otorgándole el título honorífico de Elbasy: “Líder de la Nación” o “Líder del Pueblo”. Pero probablemente el mayor gesto de devoción estatal fuera el cambio de nombre a Astaná: la novísima y extraña ciudad capital pasó a llamarse Nur Sultán, como el nombre de pila de Nazarbáiev.

El culto a la personalidad no terminó allí: en julio pasado, el director estadounidense Oliver Stone, que ya había entrevistado a, entre otros, Fidel Castro y Hugo Chávez, estrenó Qazaq: la Historia del Hombre Dorado, un documental con entrevistas al expresidente que dura nada menos que ocho horas.

Tras la renuncia de Nazarbáiev y la asunción de Tokáiev el autoritarismo y la represión no cesaron ni amainaron. Pero eso no basta para explicar las protestas de los últimos días. El aumento en los precios de hidrocarburos y metales repercutió en un notable crecimiento económico, aunque también en un incremento de la desigualdad. Al igual que en otras ex repúblicas soviéticas, en Kazajistán se conformaron elites políticas y económicas, castas de poder extraordinariamente ricas al amparo del presidente y de su círculo. O mejor dicho, las conformaron el presidente y su círculo. Una especie de clan que controla cada etapa de los grandes procesos productivos, tanto desde el sector estatal como desde el privado.

Según la ONG inglesa Chatham House, apenas 162 ciudadanos kazajos son dueños del 55% de la riqueza nacional y poseen propiedades por unos 730 millones de dólares en Gran Bretaña. También hay grandes inmuebles de la familia ampliada Nazarbáiev en Estados Unidos, España, Francia, Suiza y República Checa.

Dariga Nazarbáieva, hija mayor de Nazarbáiev y presidenta del Senado hasta 2020, es una de las personas más ricas del país. Entre otras propiedades, es dueña de la casa de Londres en la que vivía el ficticio detective Sherlock Holmes. Su ex marido, el empresario y diplomático Rajat Aliyev, falleció en 2015 en una prisión austriaca esperando sentencia por el secuestro y asesinato de dos banqueros, mientras que uno de sus hijos, Aisultán Nazarbáiev, murió en 2020, a los 29 años, por causas relacionadas al consumo de cocaína.

El resto de la familia Nazarbáiev está marcado por la íntima relación entre el poder político del líder y el poder económico de los hidrocarburos. Dinara Nazarbáieva, segunda hija, tiene una fortuna estimada en 1300 millones de dólares, según la Revista Forbes. Alejada de la política, vive una vida de lujos y suele pasar los días en su mansión de la Costa Brava. Su marido es el empresario Timur Kulibáiev, uno de los directivos de la enorme empresa rusa Gazprom y presidente de la Asociación de Organizaciones del Sector de Petróleo, Gas y Energía de Kazajstán (KAZENERGY), y posee una fortuna personal de 3000 millones de dólares. Además fue asesor de Nazarbáiev y es presidente del Comité Olímpico kazajo. Por otro lado, la hija menor, Aliya Nazarbáieva, tampoco se dedica a la política, sino que es productora de cine, mientras que su esposo, Dimash Dosanov, es director de la mayor empresa de oleoductos de Kazajistán.

Pero a partir de ahora este gran juego de poder, dinero y familia está en riesgo. El líder del clan ya no ostenta ningún cargo y no sería extraño que las nuevas autoridades, probablemente cercanas al presidente Tokáiev, quisieran imitar el método anterior y hacerse cargo del negocio. Al fin y al cabo fue una época muy redituable en la que Nazarbáiev logró construir una estructura lo suficientemente sólida como para mantenerse en el poder durante décadas. Y las propiedades en el extranjero parecen estar a salvo ¿Qué importa entonces que algunos manifestantes destruyan un monumento si la familia aún puede gozar la cosecha de lo sembrado?

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