El año en que murió la llamada telefónica

Una década después del lanzamiento del primer iPhone, realizar una llamada “clásica” a otra persona se convirtió en un hecho social diferente

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(IStock)
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2017 marcará la primera década del fin de la llamada telefónica.

Si Alexander Graham Bell alumbró el teléfono en 1876 —"Sr. Watson, venga, quiero verlo", fueron las primeras palabras que medió esta tecnología—, en 2007, Apple presentó el iPhone, que pronto dejaría su categoría tradicional para asumir la de dispositivo. Y por primera vez, la cantidad de mensajes de texto promedio en un mes, 218, superó la cantidad de llamadas telefónicas del mismo usuario estándar, 213, según la encuestadora Nielsen.

Era el otoño boreal. En el cielo gris y el aire frío, los iPhones comenzaron una revolución por la cual la pantalla ubicua rápidamente puso la fecha final en la historia de la llamada telefónica: 1876-2007.

El lanzamiento del iPhone reemplazó las llamadas telefónicas por los mensajes de texto y las app (Shutterstock)
El lanzamiento del iPhone reemplazó las llamadas telefónicas por los mensajes de texto y las app (Shutterstock)

Hoy se trata de algo del pasado, argumentó Timothy Noah en un ensayo que publicó Slate. "No completamente del pasado, desde luego; la conversación telefónica vive más o menos del mismo modo que viven el baile del swing, la declinación del latín o la transmisión manual. Todavía se consigue, pero hay que buscar mucho más, porque ya no es un modo de vida".

Por entonces, todavía se escuchaba en las casas el sonido del teléfono de línea, pero su misma incapacidad de enviar textos, sumada a un costo que se volvió innecesario, porque existían los celulares, hizo que pronto se volviera obsoleto. Si entre 2004 y 2007 el 20% de los hogares de los Estados Unidos dejó de tener teléfonos de línea, hacia 2014 casi la mitad tenía solamente celulares. "Hoy estamos a segundos de que la mayoría de los hogares no tenga líneas fijas, y los mensajes de texto son cinco veces más frecuentes que las llamadas a los teléfonos móviles", observó Noah. "Uno aún puede llamar a su mejor amigo, pero lo más probable es que no lo atienda."

Mucha gente ha eliminado las cuerdas vocales humanas del teléfono al punto de que en el saludo del correo de voz advierte: "No escucho los mensajes. Por favor envíeme un texto". Otros, directamente, ni siquiera configuran ya la casilla.

Gracias a internet y a su expansión en dispositivos portátiles, su velocidad y su cobertura cada vez mayores, la comunicación multimedia reemplazó a la voz humana. Los mensajes escritos no son ya una alternativa, sino la herramienta principal de intercambio de información desde el teléfono.

Antes de llamar, pensar si se ha visto al otro desnudo

"Llamar a alguien solía ser algo perfectamente común. Uno llamaba a la gente que conocía bien, no tanto y nada en absoluto, y nunca lo pensaba dos veces", recordó el autor del ensayo, editor de la web Politico y autor de The Great Divergence: America's Growing Inequality Crisis and What We Can Do About It (La gran división: la creciente crisis de desigualdad de los Estados Unidos y lo que podemos hacer al respecto). "Pero luego del Gran Salto del Texto de 2007, una llamada telefónica se convirtió en un pedido de intimidad. Hoy si quiero llamar a alguien para charlar, primero tengo que considerar si la llamada será considerada intrusiva".

Noah tiene un método para averiguarlo: se pregunta si ha visto desnuda a la persona a la que se dispone a llamar.

"Eso habilita las llamadas a una esposa o una novia, a los hijos, a los padres, a los hermanos, a los ex amores, a ex compañeros de la residencia estudiantil y muy pocos más".

Cuando tiene que hacer una excepción, duda. Teme que, al ver su nombre en la pantalla del móvil, la persona a la que nunca vio desnuda crea que no tiene sentido de la distancia social. Y si ni siquiera aparece su nombre en la pantalla, sino un número cualquiera, porque su teléfono no está en la lista de contactos del destinatario de la llamada, tiene claro que nunca lo atenderán.

En tiempos de internet, hacer una llamada telefónica es un reclamo de intimidad
En tiempos de internet, hacer una llamada telefónica es un reclamo de intimidad

La etiqueta de los llamados de trabajo no es muy diferente, observó. La pregunta "¿He visto a esta persona desnuda" se reemplaza por su equivalente, "¿He visto alguna vez a esta persona en un almuerzo?". Si no hubo comida de trabajo no habrá comunicación; o peor, se ingresa al tortuoso camino de dejar mensajes y esperar que se le conceda una cita para hablar por teléfono. Algo que hace veinte años hubiera sido considerado ridículo.

"La llamada telefónica siempre fue una forma invasiva de comunicación, así que quizá no debería sorprendernos que, apenas se nos presentó un sustituto confiable, lo hayamos tomado", opinó. "Un teléfono que sonaba fuerte exigía la atención inmediata de su dueño, porque nunca se sabía quién podía ser".

A lo largo del siglo XX, el teléfono tuvo tanta importancia en la vida de las personas que fue un artefacto habitual en la cultura popular. Sin un teléfono, Dial M for Murder (La llamada fatal), la película de Alfred Hitchcock, no hubiera existido: todo el plan de asesinato de Ray Milland se basó en que Grace Kelly se levantara a atender el teléfono a las 11 de la noche. La línea personal que demandaban los adolescentes en las series —un número de línea distinto del de la casa— ya no existe entre las peleas entre padres e hijos: Instagram, Snapchat, Tumblr, WhatsApp, Facebook han ocupado su lugar.

Algún día no muy lejano los padres les contarán a los hijos que en una época, cuando una persona necesitaba comunicarse con otra que estaba en otro lugar, marcaba —y antes, discaba— un número en un aparato unido a la pared por un cable, y que poco después se escuchaba la voz de la persona buscada y comenzaba una conversación.

Los contestadores y el identificador de llamadas: el principio del fin

Hasta mediados de la década de 1980 no había contestadores; su irrupción marcó el primer momento en que la gente dejó de responder al imperativo del timbre del teléfono. "Si era algo importante, quien llamaba podía dejar un mensaje", escribió el autor. Así se comenzaron a filtrar las llamadas, para atender sólo las que se deseaba; con los contestadores remotos, el teléfono estaba siempre disponible aunque cada vez se lo atendía menos.

"En algún momento de 2010, mi hija, entonces adolescente, trataba de llamar a una amiga. 'Acá pasa algo', me dijo. 'Este teléfono se volvió loco'", ilustró Noah. La hija le pasó el auricular. "Escuché y le expliqué con paciencia que era la señal de ocupado. Nunca la había escuchado antes".

El invento de Bell se transfiguró en los últimos 10 años
El invento de Bell se transfiguró en los últimos 10 años

El identificador de llamadas dio el golpe de gracia a la dictadura del invento de Bell: toda urgencia desapareció del sonido que antes hacía que la gente corriera a atender.

"Con el ascenso de los móviles hacia el siglo XXI, uno y su teléfono ya nunca estarán separados, y filtrar las llamadas se convirtió en una simple cuestión de supervivencia", agregó. Su presencia constante resultó más valorada que la calidad de las llamadas, que se mantiene inferior a la de las líneas fijas. "La libertad del yugo de la llamada ha producido muchos beneficios sociales. Uno puede ir donde quiera (excepto ciertas zonas montañosas) y mantenerse en la red —o no— según quiera". Y sobre todo se genera una excusa a prueba de balas para terminar una conversación indeseada: "¿Hola? No escucho. ¿Hola? ¿Hola? Es mi recepción, ay".

Pero tantos beneficios tienen también un costo. Textear no tiene la espontaneidad de hablar, y genera malentendidos, por la urgencia y por los correctores automáticos, además del temor constante a ser mal interpretado. "La muerte de la llamada telefónica me ha empobrecido al separarme de amigos con los cuales me comunico principalmente en las redes sociales, y no es lo mismo", concluyó Noah. A veces pasa un día entero sin escuchar el sonido de su propia voz. "Sería lindo escuchar el timbre del teléfono de vez en cuando". Pero improbable. Desde hace una década, la llamada telefónica parece haberse convertido en la nueva carta manuscrita.