Querida normalidad,
Todo el mundo te quiere de vuelta. La gente añora volver a la normalidad. Volver a ti.
Yo, sin embargo, no estoy tan interesada. Como dice Taylor Swift: Nunca, nunca, nunca volveremos a estar juntos.
Parecía normal querer volver a la normalidad. El año pasado, en los primeros meses, soñar contigo me permitía olvidarme de todo lo que pasaba. Quería recuperar mi vida. Recuperar el control.
Quejarse de los viajes al trabajo o de tener demasiadas cosas que hacer era la norma A.C. (antes del COVID). Pero en esos primeros tiempos de la pandemia, extrañábamos la vieja rutina. Subirnos a un tren subterráneo atestado, tomarnos algo con un amigo o amiga, abrazar a nuestros padres, entablar una conversación con un extraño.
Todos esos deseos de normalidad parecían inalcanzables en plena pandemia. ¿Podríamos volver a ocupar un espacio abarrotado? ¿De poder hacerlo, nos animaríamos? La respuesta por entonces era un “no” rotundo, especialmente cuando no se paraba de hablar de las tasas de mortalidad y de la muerte.
Fue por entonces que yo añoré mi normalidad con más fuerza.
No era solo yo. En el último año, nuestra obsesión con la normalidad se reflejó en Google. La mayor cantidad de búsquedas de esa palabra se produjo a mediados de abril, cuando por un momento se pensó que podríamos reanudar nuestra vieja vida. El deseo de normalidad, no obstante, va y viene, constantemente se desvanece y cambia.
En Estados Unidos, por ejemplo, el deseo de normalidad generó un pánico al comienzo, cuando el presidente Donald Trump habló de reanudar las actividades normales para las Pascuas del 2020. Habían cambiado muchas cosas, pero daba la sensación de que se podía volver a la normalidad con un chasquido de los dedos.
Hacia junio, estaba claro que había pandemia para rato. “No podemos volver a la normalidad”, advirtió el presidente del Senado Mitch McConnell. “Necesitamos nuevas rutinas”.
Mi cerebro se pasaba de revoluciones cada vez que oía hablar de la “nueva normalidad”, la vieja normalidad o cualquier normalidad. Volver a ti implicaba que no cuestionamos la forma en que nos manejábamos, que ignoramos las grietas que salieron a la luz, que olvidamos las enseñanzas —buenas y malas— de este período.
Venimos de un año aberrante. El mundo se encerró, hubo un estallido social en protesta por el racismo, una elección muy divisiva. Una pérdida tras otra tras otra. Un ataque inimaginable a la transferencia pacífica del poder. Varias vacunas y un vistazo a lo que será el mundo después de la pandemia.
Después de haber pasado por todo esto, volver a la normalidad es lo mismo que regresar con un amante del que no nos podemos alejar.
El último año le dio un nuevo significado a la palabra adaptabilidad. Mucha gente tiene una nueva perspectiva acerca de sus aptitudes. Cosas que parecían imposibles se hicieron posibles: Mantener una relación a través de la internet, sobrevivir sin ver a la familia y los amigos, ni a nadie, durante prolongados períodos. Gente joven que sale adelante a pesar de haber sido privada de momentos importantes, grandes y pequeños. Nos acostumbramos a todo eso. Lo inimaginable pasó a ser algo normal.
Ahora que se ve la luz al final del túnel de la pandemia, los ecos de esta vida inimaginable se cuelan en mis sueños y me hacen pensar en un sitio atestado como Walt Disney World sin barbijos, o en ser la única persona con el rostro descubierto en medio de una multitud de gente con tapabocas. “Es normal”, me dijo mi terapeuta. “Todos soñamos con estas cosas”.
Que bien, recuperamos una normalidad que yo no pedí.
Un aspecto de la normalidad es que no es universal. Mi normalidad no es la misma que la tuya. Y por ello, perpetúa las desigualdades de la vida, muchas de las cuales quedaron expuestas durante la pandemia.
Estos son problemas que no tienen una solución fácil y tal vez no sean resueltos en nuestras vidas. Sí, mucha gente quiere que las cosas cambien. Pero ¿harán lo necesario para que cambien? ¿O será como esas resoluciones de fin de año de las que uno se olvida después de uno o dos meses?
Cuando tengamos luz verde para volver a vivir la vida, para ingresar en la nueva normalidad, ¿qué nos llevaremos de esta época? ¿Seguiremos haciendo una vida relajada? ¿Seguiremos tan interesados en la flexibilidad laboral, en las protecciones al trabajador, en el acceso a cobertura médica? ¿Seguiremos dando prioridad a la lucha contra el racismo o haremos a un lado esa causa?
¿Habrá cambios sistémicos?
Probablemente no. La autora de “Pandemic” Sonia Shah comentó hace poco en un episodio de “Last Week Tonight”, de John Oliver: “Generalmente volvemos a hacer las cosas como antes cuando se termina todo, en cuando tenemos una medicina, o una vacuna. Realmente no hacemos los cambios sociales fundamentales”.
Ya se empieza a sentir en algunos sitios el llamado a la normalidad.
Pero en medio de todos los cambios, las adaptaciones y el crecimiento vividos en el último año, cuesta imaginar lo que será la normalidad de la post-pandemia. ¿Volver a la normalidad es realmente lo que ansiamos? “Si siempre tratas de ser normal, nunca sabrás los maravilloso que puedes ser”, comentó alguna vez la escritora Maya Angelou.
Sin una normalidad, la senda a recorrer es más abierta, tal vez haya más oportunidades de ser maravillosos. ¿Qué tal si en lugar de enfocarnos en la normalidad, nos enfocamos en nuestra capacidad única de adaptarnos y evolucionar? Ese bien podría ser el camino, en lugar de simplemente reconciliarnos con lo que fue y tratar de recrear algo que ya pasó.
Ya es demasiado tarde para eso. Recuerda, normalidad: Tú y yo hemos roto.
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Sophia Rosenbaum está en https://twitter.com/sophrosenba
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