Con plantas y una biblioteca, un desplazado sirio recrea su antigua casa dentro de su tienda

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En  medio de olivos, en el noroeste de Siria, Wissam Diab rasguea las cuerdas de su laúd, sentado cerca de unas plantas que rodean la entrada de su tienda de desplazado.

En el interior hay todavía más plantas y una colección de pequeños cactus, pero también, decenas de libros sobre una mesa cubierta por un mantel blanco: obras en árabe, del novelista egipcio Naguib Mahfuz por ejemplo, o una traducción de Dostoyevski o de Haruki Murakami.

Obligado a huir de su pueblo natal con su familia en una Siria desgarrada por la guerra, Wissam Diab, de 19 años, desplazado en la provincia de Idlib, buscó reconstruir la decoración del hogar de su infancia.

"Han pasado cuatro años y no hemos podido encontrar una casa ni volver a la nuestra", lamenta el joven de ojos verdes y una melena castaña. "Lo que he hecho con la tienda es para intentar acomodarme", agrega.

Wissam vive en su propia tienda, colocada junta a la de sus padres y sus dos hermanas, en un olivar de Atme, cerca de la frontera turca.

Un coqueto camino de piedras conduce a la entrada, en medio de plantas y arbustos con flores del jardín que ha instalado.

En el interior, una sábana blanca disimula la lona que constituye la tienda. Unas banquetas colocadas en el suelo sirven de sofá, sobre una gran alfombra roja.

"Nuestra casa era así [...] pero mejor", recuerda Wissam. "Teníamos un jardín, una biblioteca, teníamos muchas flores", describe.

- Regreso imposible -

Desencadenada en 2011, la guerra en Siria causó más de 380.000 muertos y arrojó a millones de personas a la carretera del exilio.

En Idlib, último gran bastión yihadista y rebelde que escapa al poder de Bashar al Asad, la mitad de los tres millones de habitantes son desplazados.

Viven a menudo en campos improvisados sobrepoblados, después de haber huido de los sangrientos combates que han acompañado a las ofensivas y avances sucesivos del régimen y de su aliado ruso.

Fue después de la muerte de su hermano, en una enésima operación del régimen, cuando Wissam y su familia abandonaron su pueblo, en octubre de 2016, en la provincia vecina de Hama.

En su teléfono móvil, el joven muestra imágenes de la casa familiar en Kafr Zita, alcanzada por los bombardeos, dice.

Durante su huida precipitada, Wissam logró llevarse algunos libros. Pero su colección cuenta actualmente con 85 ejemplares.

La familia se instaló primero en un campamento de desplazados antes de elegir asentarse en este olivar aislado hace ocho meses, temiendo la propagación del nuevo coronavirus.

Para pasar el tiempo, el joven, que apenas acaba de dejar atrás la adolescencia, aprende a tocar su laúd gracias a tutoriales en la plataforma de video YouTube.

Sus vecinos asistieron con asombro a los esfuerzos dedicados a decorar su tienda.

El chico confiesa que es porque sabe "que permaneceremos aquí durante algún tiempo".

Entretanto, se ocupa de su colección de cactus y riega su jazmín.

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