Boiko Borisov o el arte de sobrevivir en la política búlgara

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Víctima de un descontento que no vio venir, el dirigente búlgaro Boiko Borisov trata de sobrevivir al frente del gobierno, tras una década haciendo equilibrios entre los intereses de las grandes potencias y los clanes de oligarcas.

Desde hace trece días, el primer ministro, de 61 años, es objeto de manifestaciones diarias, tanto en Sofía como en otras regiones, por parte de ciudadanos hartos de la corrupción y sedientos de cambio.

Tras asegurar que ejercería su tercer mandato hasta el final, el jefe de los conservadores escapó este martes a una moción de censura presentada por la oposición de izquierdas, minoritaria en el Parlamento. La moción registró 102 votos a favor, 124 en contra y once abstenciones.

Boiko Borisov lleva en el poder desde 2009, con algunas breves interrupciones, pero hasta ahora ha salido adelante en todas las crisis, incluso dimitiendo (como en 2013 y 2016) para ser reelegido.

Acusado por los manifestantes de favorecer a los ricos empresarios, de los que depende la economía del país, el dirigente no ha dejado de cultivar no obstante una imagen de hombre campechano, de estilo directo y lenguaje florido.

- "Nos llevamos bien" -

Antes de primer ministro, Borisov fue bombero y guardaespaldas, y es cinturón negro de karate. "Su franqueza a la hora de hablar gusta a muchos búlgaros", explica el analista Parvan Simeonov, de la sección búlgara del Gallup International.

"Yo soy simple, ustedes son simples, por eso nos llevamos bien", lanzó el primer ministro a sus electores.

El último capricho de este coloso de cabeza rapada consiste en publicar fotos suyas en Facebook al volante de su 4x4, recorriendo Bulgaria para conocer a sus habitantes y vanagloriarse de las obras de infraestructuras financiadas por los fondos europeos en el país, que no deja de ser pobre.

Tras ello, le toca volver a su modesto chalé de las afueras de Sofía donde Borisov, divorciado y abuelo de dos nietos, afirma vivir "como un asceta" o, incluso, "como un perro".

Sin embargo, sus detractores ven en su arte de la supervivencia política un lastre que lo lleva al inmovilismo. Las reformas prometidas, en ámbitos como la justicia, la salud o la educación, han sido difíciles de aplicar o se llevaron a cabo de forma incompleta, lo que da la imagen de un gobierno paralizado por las luchas de influencias y guiado por la brújula de la opinión pública.

A lo largo de sus tres mandatos, se ha visto obligado a formar múltiples alianzas para formar gobierno.

Boiko Borisov "maneja tan bien los intereses de Occidente en los Balcanes como los de Rusia y sabe hacer de puente entre los liberales y la minoría turca, entre su posición proeuropea y la de sus aliados nacionalistas", destacó Parvan Simeonov.

- Policía, alcaldía y gobierno -

Y aunque siempre se deshaga de los miembros de su entorno salpicados por escándalos, esta vez las sospechas se ciernen sobre él y sobre sus lazos con los círculos de empresarios.

En 2011, Wikileaks publicó unos cables estadounidenses que mencionaban tráficos y desvíos de dinero. Pero el interesado siempre ha rechazado esas sospechas, calificándolas de meras "especulaciones".

Su talento para lanzar evasivas se forjó tras el fin del régimen comunista, en 1989, cuando estaba al frente de su empresa de seguridad privada. Pero antes, Boiko Borisov había sido guardaespaldas del exdictador Todor Jikov, derrocado tras 35 años en el poder. Borisov admite "haber aprendido mucho" de ese mentor, al que se refiere como un "hombre del pueblo".

Unos años después, se puso al servicio del último rey de los búlgaros, Simeón de Sajonia-Coburgo-Gotha, que regresó del exilio en 1996 y fue elegido primer ministro en 2001.

Fue este centrista liberal el que le asignó la dirección de la policía, su trampolín para entrar en política.

Solo necesitó cinco años para conquistar la alcaldía de Sofía y luego fundar su propia formación, el partido "Ciudadanos para el Desarrollo Europeo de Bulgaria" (GERB), de centroderecha y proeuropeo, en un país en el que los intereses rusos continúan bien arraigados.

Tanto es así que a finales de 2016 los búlgaros eligieron a un jefe de Estado apoyado por los socialistas -que tienen fama de ser próximos a Moscú-, en lugar de la candidata del primer ministro.

Desde entonces, el presidente búlgaro, Rumen Radev, le está poniendo las cosas difíciles al gobierno y se ha posicionado del lado de los manifestantes. Además, pide la dimisión de Boiko Borisov, cuyo partido sigue liderando en los sondeos, a menos de un año de las próximas legislativas.

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