La obra inmensa y la vida hermosa de Alfredo Alcón, el único actor al que el público llevó en andas después de un estreno

Maestro de maestros, su talento era inconmensurable, tanto como el cariño que le tenían quienes alguna vez pisaron un escenario o compartieron un set de filmación con él. Aquí, el recuerdo entrañable de Mirtha Legrand, Claudia Lapacó y Graciela Borges

Compartir
Compartir articulo
Alfredo Alcón
Alfredo Alcón

En una noche de verano había una Luna enorme, de esas que parece que se pueden alcanzar solo estirando la mano. Alfredo Alcón estaba en la terraza de su casa de Ciudadela junto a su padre, Félix, y le pidió si se la podía traer. Así que el hombre buscó una escalera y se subió para intentar alcanzarla. Un intento, luego otro y la luna seguía tan cerca como lejana. El papá no pudo reprimir la sonrisa ante la cara de frustración de su niño, que a pesar de eso siguió soñando que algún día alguien le traería la Luna.

Recién había cumplido tres años cuando su padre murió. Alguna vez Alfredo contó que confundió el velorio con una fiesta y que solo se dio cuenta de que algo muy triste pasaba al tropezarse con una vecina llorando. Que observó todo escondido en un rincón y, cuando todos se fueron al cementerio, él se quedó solito jugando al entierro con un bichito muerto. Pero aunque estos recuerdos eran dignos de sus personajes, al actor no le gustaba compartirlos: “Porque si yo le cuento a la gente qué me pasó el día que murió mi papá, ¿qué le cuento a un amigo?”.

Alfredo Alcón en su universo: el teatro
Alfredo Alcón en su universo: el teatro

Sí le gustaba compartir que tendría seis o siete años y solía jugar entre las sogas de ropa colgada. Las cortinas se convertían en capas y las sábanas en mantos reales. Lo hacía a escondidas. Todavía no sabía que había una profesión que permitiría convertirse en rey o traidor y sin mutar de piel. Usaba pantalones cortos cuando leyó por primera vez Hamlet. No lo hizo por erudito sino por casualidad. Su padrino tenía una gran biblioteca y siempre le daba libros que consideraba adecuados para su edad. Así que en invierno se iba con grandes sobretodos y aprovechaba algún descuido para manotearse un libro. Una vez agarró Así hablaba Zaratustra, de Nietzsche, y otra vez Hamlet, de Shakespeare.

Su madre, Elisa, era obrera en una fábrica de medias cuando Alcón estaba en cuarto año del secundario y ya había pasado por dos colegios. No se había ido por mal alumno sino porque no podía pagarlos. Un día de 1946 leyó el correo de lectores de una revista y entre las respuestas editoriales apareció la dirección de un lugar donde se formaban actores. A Alfredo le brillaron los ojos pero no dijo nada. No era necesario: su madre lo supo y lo anotó en el Conservatorio de Arte Dramático. La prueba de ingreso pintaba para papelón. Le preguntaron: “¿Qué teatro conoce?”. Y él contestó: “El Odeón”. Pero igual entró.

Alfredo Alcón en Un guapo del 900, filme de 1960
Alfredo Alcón en Un guapo del 900, filme de 1960

Con su voz consiguió trabajo en una radio donde leía los informes del Mercado de Hacienda. “500 terneros a 11″, era su mensaje. Pero su voz daba para más y lo llamaron para radioteatros. Hacia Las dos carátulas y un día fueron a filmar a la radio para el noticiero Sucesos Argentinos. Alguien lo vio y le dijo: “Vení que te hacemos un planito”, y ese planito le abrió la puerta para el cine.

Alcón solía decir que lo suyo había tenido bastante de suerte. Lo cierto es que la vida te puede bendecir con belleza y talento pero es cuestión de cada uno acrecentarlo con seguridad y responsabilidad, y él lo hizo con creces.

Su primer gran protagónico fue junto a Mirtha Legrand en La pícara soñadora. A partir de entonces Mirtha lo saludaría cada 3 de marzo por su cumpleaños, y él haría lo propio los 23 de febrero, sin descuidar un solo año.

Alfredo Alcón en el programa de Mirtha Legrand, con Carlos Monzón y Andrés Percivale
Alfredo Alcón en el programa de Mirtha Legrand, con Carlos Monzón y Andrés Percivale

La primera vez que Legrand lo vio, Alcón estaba bajo un secador de pelo y con el pelo teñido de rubio, como le habían pedido por su papel. A ella -como le contaría alguna vez a Teleshow- la situación le causó mucha gracia: “Era buenmozo, caminaba muy bien y con mucha prestancia, pero también tímido y gracioso, con una risa contagiosa”.

Para esa época Mirtha ya había actuado en 15 películas y era reconocida; Alfredo no se achicó: “Era una muy auténtico, humilde pero jamás servil”. Después de filmar, lo llevaba en su auto hasta Plaza Once para que tomara el tren hasta Ciudadela “porque no tenía auto y creo que tampoco manejaba”.

Se trataron de usted durante años hasta que una vez Chiquita le dijo que ya era tiempo de empezar a tutearse. Ella se quedaría con “gusto a rabia” por no poder haber podido trabajar más veces junto a ese hombre que casi hasta el epílogo de su vida continuaría haciendo funciones en silla de ruedas. Hasta entonces, Mirtha y Alcón solían hablar mucho por teléfono. “Nunca volví a encontrar alguien así de excepcional e íntegro. Alguien al que no le daba importancia a la fama, que jamás alardeaba de lo que ganaba y era amigo de todo el mundo”, destacó su amiga.

Mirtha Legrand, en la despedida de Alfredo Alcón (Vero Guerman / Teleshow)
Mirtha Legrand, en la despedida de Alfredo Alcón (Vero Guerman / Teleshow)

En la obra Filosofía de vida, Alfredo y Claudia Lapacó. La hicieron en el 2011, tres años antes de la muerte del actor. En ese momento fue un exitazo en la Calle Corrientes. No era para menos: no solo era un texto maravilloso, también había un verdadero duelo de gigantes en escena, unidos por la misma pasión, el teatro.

“Nos unía nuestro amor por el teatro. Ese acto perfecto, único y perfecto que es cada función, donde algo empieza, desarrolla y termina para empezar distinto e igual cada vez que se lo representa”, lo ha recordado Lapacó, en Teleshow. “Estar juntos en el escenario era lo más maravilloso del día, éramos los primeros en llegar y los últimos en irnos. Porque actuar es pasión y amor pero también responsabilidad y entrega, y ambos sentíamos lo mismo”.

Claudia Lapacó y Alfredo Alcón, con Rodolfo Bebán (Verónica Guerman / Teleshow)
Claudia Lapacó y Alfredo Alcón, con Rodolfo Bebán (Verónica Guerman / Teleshow)

“Había tenido un problema de movilidad y hacía toda la obra en silla de ruedas. En un momento se incorporaba, daba unos pasos y se volvía a sentar. Y el público estallaba en aplausos”. Es que la gente comprendía la entrega enorme que sostenía esos pasos. Quizá por eso a Lapacó no la asombra esa anécdota que narra que en el estreno de la película Martín Fierro que el actor protagonizaba, lo levantaron en andas y lo llevaron así por la peatonal Lavalle, como se lleva a los ídolos a los dioses encarnados en humanos.

Alfredo, como rememoraba Claudia, lejos de temerle a los actores jóvenes le gustaba aprender de ellos. Por eso hablaba con respeto y gratitud de Joaquín Furriel, con el que compartió cartel en la que sería su última obra, Final de partida. Y cuando en el San Martín compartió escenario con Fabián Vena, cuando el “teatro se venía abajo ovacionándolo, él daba un paso para atrás y obligaba a Fabián a compartir esos aplausos”.

Alfredo Alcón y Joaquín Furriel en la obra Final de Partida (Verónica Guerman / Teleshow)
Alfredo Alcón y Joaquín Furriel en la obra Final de Partida (Verónica Guerman / Teleshow)

Lapacó esos cinco minutos antes de salir a escena, tomados de la mano, mirándose a los ojos y entonando una canción en francés que “era nuestra cábala”. El actor solía cambiarse con la puerta entreabierta de su camarín, y cada vez que ella pasaba, lo sorprendía con los pantalones bajos. Alcón, que era muy pudoroso, la miraba cómplice y le decía: “Lo hacés a propósito”. Simplemente dos grandes que amaban la vida y la vida los amaba a ellos.

Graciela Borges es uno de los rostros más exquisitos de la cinematografía, y con Alcón marcaron una época del cine argentino. Se conocieron en 1959 cuando filmaron Zafra. Volvieron a encontrarse en Piel de verano, Martín Fierro y Saverio el cruel, y forjaron una gran amistad. Borges lo sigue definiendo como “mi adorado compañero”. “Era un ser como un niño y con la gracia de un alma vieja. Inteligente, sensible, maravilloso, de esas que existen pocas, de esas que nunca te hacen sentir mal si no conocés algo”.

La primera vez que trabajaron juntos ella era muy chica y la diferencia de edad entre ambos era grande. Graciela se enamoró de ese hombre sensible y de ojos dulces, que sin embargo le decía: “Si me vas a venir a ver al teatro no me avises, porque me pongo nervioso”. Disfrutaba de una manera única cuando Alcón la invitaba escuchar cómo recitaba lo que el actor llamaba “unos versitos”, y eran unos poemas maravillosos.

El afiche de la película Pubis angelical, con Graciela Borges, Alfredo Alcón y Pepe Soriano
El afiche de la película Pubis angelical, con Graciela Borges, Alfredo Alcón y Pepe Soriano

Cuando estaban filmando Pubis angelical, Alfredo pensaba que estaban ensayando mientras bailaban un vals. Así que marcaba los pasos con un “1,2,3...″, y en el medio intercalaba: “¡Qué señora tan maravillosa!”. Obviamente la escena quedó arruinada y los dos no pudieron parar de reír, tanto que Leopoldo Torre Nilsson, el director, los echó del set y les prohibió volver hasta el día siguiente. Y se fueron como dos adolescentes traviesos y no como dos actores consagrados.

Cuando Alfredo murió, Graciela escribió: “Se fue con vos la parte más luminosa de mi vida”.

Alfredo Alcón (Télam)
Alfredo Alcón (Télam)

Este 3 de marzo Alcón cumpliría 93 años. Qué pena no tenerlo, qué regalo haberlo tenido.

Seguir leyendo: