
Nos tomó de sorpresa. Como si hubiéramos superado el síndrome de abstinencia de su pesada monserga de ayer. Nos habló de los culpables, de esos que siempre son los otros. Y todo quedó claro, Ella ocupa el espacio del bien. Fue un hito periodístico y un espectáculo imposible de ignorar, fenómeno impulsado por la morbosa curiosidad de ver a una mujer que ostentó un gran poder negar la realidad una y otra vez.
Ante cada pregunta respondía con otra pregunta. Acusaba los robos de los otros para ocultar o negarse a responder sobre los propios. Típico discurso del jefe de una secta, religiosa o política, todo está definido y cristalizado, no hay dudas, solo dogmas. No hay fisuras, ni autocritica ni responsabilidad propia. Ella explica, nosotros debemos aceptar, asumir y aplaudir. No hacerlo es traición.
Luis Novaresio hizo una gran labor y jugó su paciente juego, la de un caballero que no retrocedía. Ella dijo cosas dignas de una antología. Los periodistas, para ella, no deben discutir, en eso está mal acostumbrada. Cuando se refería a los periodistas abarcaba a la democracia, a la misma sociedad, nadie tiene derecho a confrontarla. Había que dejarla hablar, las respuestas no tenían demasiado que ver con las preguntas. En sus certezas asomaban sus falsedades.
Anuncia un ajuste como si ella nos hubiera legado un paraíso. Con los bolsos de López lloró por los militantes -suponemos que le habrá dado pena que la realidad vulnerara el relato. Y según su visión, Macri es igual a Maduro, aunque lo que es más cierto es que ella no es ni Tabaré ni Bachelet.
Su discurso me trajo a la memoria los discursos revolucionarios de los 70: eran monolíticos, sin fisuras, y uno sentía que en esa cuota de demencial certeza se albergaba la tragedia. Tuvimos razón, pero ellos nunca lo aceptaron. Pasaron de guerreros a víctimas, de matar a llorar, y todo se deformó al chocar contra la realidad, menos sus verdades absolutas.
Apagué el monitor porque me sentí lastimado por su discurso y sentí que mientras ella tuviera votos la sociedad no tendría paz. Dejó en claro, demasiado, que somos dos países, que quienes habitan en el de ella nos odian y nos quieren derrocar. Todo su discurso fue personal, no usa el nosotros, la soberbia no se lo permite. Y los votos no son razón de nada, los dos tercios ajenos a Macri son también los que no la votaron, pero de eso el relato no debe hacerse cargo.
Cristina se sigue comportando como la dueña del peronismo y del progresismo, de la izquierda y de la verdad; todo eso desde ya sin coherencia ni pasado que lo sostenga, todo logrado desde el mismo poder, personal y absoluto, parecido a la monarquía.
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Y no entiende la democracia, es su verdad frente al Mal. El otro le molesta, lo siente enemigo, no conoce la categoría de adversario. Justifica todo, hasta aquello que la deja al desnudo como los pagos de Lázaro Báez. Les daba obra pública a los que le contrataban los hoteles, nada más normal en el mundo. Al menos en "su mundo".
Me quedé con la sensación de que con ese discurso alegraba a sus seguidores, les daba una dosis de coherencia revolucionaria, un poco corrupta y sin reflejo en su vida, pero hasta la revolución era una estancia comprada por sus testaferros.
No perdió ningún voto con su actuación, aunque tampoco imaginó que pueda haber sumado alguno. Eso sí, después de escucharla, tanto los que la aman como los que la odian fortalecieron su respectivo sentimiento.
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