En el sur de la provincia de Buenos Aires y a 100 kilómetros Bahía Blanca, López Lecube alguna vez fue un pueblo próspero de 900 habitantes, con tiendas, un club y una estación de tren, custodiado por una iglesia con mármoles de Carrara y vitrales franceses. De esa animada vida pueblerina ya no queda rastro desde que el tren de pasajeros - hoy pasa un tren de cargas que no se detiene en la estación- dejó de funcionar en los años 40 y como golpe final, en los años 90 con la privatización del ferrocarril hubo un gran éxodo de sus habitantes. Solo la iglesia Nuestra Señora del Carmen, inaugurada el 31 de agosto de 1913 se resiste al olvido cada vez que recibe fieles que llegan desde lejos, recibe aportes en su cabalgata de peregrinación o celebra una misa, un bautismo o primera comunión. Cada vez hay menos pobladores. De los 22 que quedaban, en el último censo solo contaron 17 habitantes. Son todos trabajadores rurales y el 50 por ciento son empleados de la Estancia San Rafael, cuyo casco está dentro del pueblo.
Todos los años, el último domingo de agosto, un grupo de amigos -de dentro y fuera del pueblo- organiza una cabalgata a beneficio de la Iglesia que suele congregar más de 300 jinetes, seguida de shows y la celebración de una misa que congrega unos mil fieles. Los viajeros que llegan de todas partes de la provincia, e incluso extranjeros, se encuentran en el solitario camino de la Ruta Provincial 76 con un templo de estilo europeo, rodeado de pasturas verdes y atardeceres de cielos diáfanos. Como si fuese un espejismo, se ve la iglesia en medio de la nada.
La promesa de un hombre
El pueblo, que pertenece al partido de Puan, lleva el apellido del hombre que donó tierras para su conformación -incluso para el trazado del ferrocarril- y encargó la construcción de la iglesia por una promesa a la virgen del Carmen, patrona del Ejército de los Andes. Se trata del correntino Ramón Abraham López Lecube, quien adquirió 50 mil hectáreas en 1880, durante el Gobierno de Julio Argentino Roca, de quien era amigo, una vez concluida la Campaña del Desierto, donde fundó la Estancia San Ramón.
Corría el año 1887 cuando el terrateniente salió a cabalgar por sus campos junto a su mayordomo Eduardo Graham, quien lo alertó sobre la llegada de un malón y le sugirió que se escondiera en una vizcachera. Allí López Lecube, que era muy creyente, le suplicó a la Virgen del Carmen por su vida y le prometió que si lo salvaba le construiría una iglesia en su honor. Y así fue. Sobrevivió a la violenta invasión a su propiedad y cumplió con su promesa sin escatimar en gastos. Quien no corrió mejor suerte fue su empleado, que fue apresado por los aborígenes y nunca más volvió a tener noticias de él.
La construcción se hizo en base a los planos del ingeniero Pedro Jürgensen, quien los hizo a semejanza a las de la época en Europa y al frente de la obra estuvo Gerardo Pagano. Los materiales, originarios principalmente de Italia y Francia, llegaban al Puerto Ingeniero White de Bahía Blanca y de ahí según dice la leyenda, en carretas, a una distancia de 100 kilómetros. Ignacio de Mendiguren, de la Estancia San Rafael, cuyo casco es uno de los tres que poseía Ramón López Lecube originalmente, dice que es muy probable que los materiales hayan llegado en tren, ya que la iglesia está a pocos metros de la estación hoy abandonada. El tren que arribó por primera vez en 1905 como símbolo de progreso, en la actualidad, sigue de largo y es de carga. Ya nada es lo que era.
Con forma de cruz latina, la Iglesia sorprende con el colorido de sus 12 vitrales franceses que representan las imágenes de varios santos, entre ellos San Antonio, San Francisco, San Roque, San Alejo, San Ramón y San Eduardo, que rinde homenaje a su mayordomo desaparecido. Los cinco altares que posee son de mármol de Carrara, igual que las esculturas de los santos y la Virgen del Carmen que está en el frente, traída desde Italia. Los confesionarios, la escalera y los bancos fueron realizados en roble de Eslovenia.
Sus campanas guardan una inscripción que reza: “confortado en la fe cristiana, llegué a estos campos el 8 de noviembre de 1880, en los que labré mi felicidad”. Debajo está la firma de Ramón López Lecube, quien murió en 1920. Esta joya arquitectónica fue declarada Patrimonio Cultural de Interés Municipal en 1992, y Patrimonio Cultural Provincial en el año 1993.
La enfermera devota
Andrea Ferreyra es la enfermera del pueblo y forma parte de la Asociación de Amigos Nuestra Señora del Carmen de López Lecube. Antes trabajaba en la sala de auxilios a diario, pero fue trasladada al pueblo vecino Felipe Solá, donde vive. A su pesar, ya que a la salida de su trabajo acostumbraba a abrir las puertas de la iglesia para los visitantes y ofrecía visitas guiadas luego de haberse capacitado para eso. Ahora solo puede ir a trabajar los lunes a López Lecube a la sala, el día que atiende el médico cirujano Víctor Duarte. La enfermera extraña su labor diaria en la Iglesia, a la que tanto tiempo le dedica y a la que siente que tanto le debe.
“Mi vínculo con la iglesia es muy especial. Yo pasé por mucho antes de poder tener a mis hijos. Perdí cinco embarazos, tuve tres tumores y tratamiento con quimioterapia. Cuando estaba completamente desilusionada me aferré muchísimo a San Expedito, a la Virgen y a la Iglesia. Hacía mis peticiones a la Virgen y me iba caminando desde Felipe Solá para agradecerle. Después de mucha lucha, de una década, llegaron mis hijos, con mucha fe, todos sin tratamiento. Hoy tengo tres hijos sanos y maravillosos, uno de 18, una de 16 y una que va a cumplir 15 años. Una de las formas que yo encontré de devolverle a Dios, a la Virgen todo lo que hicieron por mí es cuidando esa Iglesia”, comparte su conmovedora historia la enfermera.
Con este sentimiento de gratitud Ferreyra colabora permanentemente en el mantenimiento del lugar, desde la limpieza a la recaudación para restaurarla. La fiesta de la cabalgata que se celebra anualmente les permite juntar fondos para mantener en pie el templo y “que el pueblo no quede a la deriva”, afirma. “Somos tan poquitos trabajando para esa fecha que tenemos que dar a otras instituciones la organización del patio de comidas. Es difícil trabajar con tan poca gente. Lopez Lecube está a 15 kilómetros por un camino de tierra de Felipe Solá, un pequeño pueblo, “así que nos cuesta mucho que la gente se acerque y quiera colaborar”, relata.
La iglesia está dentro de todo bien, según Ferreira. “Lo que necesita urgente es la restauración del techo. Ya pasaron 10 años de la última que se hizo. Es imposible pintarlo con el dinero que se recauda de una cabalgata a beneficio. Es mucha la plata que se necesita. Nosotros hemos restaurado el altar principal, los 24 bancos de roble, el confesionario, la puerta principal, las de los costados, las galerías y sus puertas, se colocaron vidrios, se restauró la escalera principal y más”, precisa. También habían celebrado hace 3 años haber ganado un concurso para lograr mejoras, pero todo quedó en la nada.
Cuando se celebra un bautismo, o una misa, viaja el padre Leandro Volpe, desde Darregueira, a unos 60 kilómetros, para oficiarla. “En los últimos tiempos se han celebrado primeras comuniones, bautismos, cantaron coros, hubo pesebres vivientes”, cuenta la mujer.
Andrea forma integra un grupo que se conformó hace 7 años, luego que otro grupo se disolviera, quienes se encargaron originalmente de organizar la fiesta de la cabalgata que se celebra en agosto y ya cumplió 15 años. Todos los años parte desde Felipe Sola la Cabalgata de Peregrinación que termina en el templo. Allí se espera a la Virgen y a los jinetes con un gran asado y especialidades de campo. Se canta el himno, hay espectáculos folclóricos que se disfrutan al aire libre. Es una verdadera fiesta. Se llena de cantos, música y risas donde domina todo el año el silencio y los sonidos de la naturaleza.
Este año no tenían claro si podían celebrarla porque no cuentan con la ayuda del Gobierno, por lo que la organizaron “a pulmón”. “Contamos con la ayuda fundamental que es la Nacho de Mendiguren, que tiene más llegada que nosotros, para que por intermedio de la provincia se pudiera hacer la fiesta. Se necesitan muchas cosas. Nacho se sumó al grupo hace 5 años”, explica la mujer. Este año tuvieron que cambiar la fecha de celebración por las malas condiciones climáticas. Hacía mucho frío, hubo nevadas. Fincalmente la hicieron un día después de la llegada de la primavera con una una gran convocatoria. “No sabemos si vamos a cambiar la fecha para septiembre o seguir como antes en agosto”, se pregunta.
Fiesta Aniversario y una nueva plaza
Hace dos años la asociación de amigos logró que López Lecube tenga su fiesta aniversario que es el 21 de abril, por la fecha de nacimiento de su fundador Ramón López Lecube. “Todos los pueblitos del distrito de Puan tenían su fiesta de cumpleaños menos López Lecube. Presentamos un proyecto, lo autorizaron y lo logramos”, recuerda con alegría la enfermera devota de la Virgen. La celebración se realiza en el predio de la Iglesia. Se organiza un almuerzo, se arma una cantina, se incluye música y shows de danzas folclóricas”. Asimismo, inauguraron una plaza en el lugar donde solo había un busto de Lecube levantado hace 40 años. “Se le agregaron juegos, tobogán, subibaja, dos fogones, mesas, bancos. Hay un mástil con su bandera, árboles. La gente que viene a pasear termina haciéndose un asadito ahí en la plaza. De a poquito fuimos armando una placita pegada a la iglesia”.
Además de la sala de auxilios, funciona en el pueblo una escuelita y un jardín, bajo el mismo techo. “En la escuela hay cuatro niños y en el jardín, dos”, cuenta Ferreyra con los dedos de sus manos. Originalmente, la escuela se alojaba en la galería izquierda de la Iglesia. Funcionó hasta 1951, cuando fue trasladada al nuevo edificio.
En la salita y también en la iglesia se creó un ropero comunitario donde juntan ropa para gente de la zona y el resto se lleva a Bahía Blanca. Reacondicionan la ropa y la llevan a un comedor comunitario llamado Corazones Alegres.
La estancia San Rafael, que pertenece a los de Mendiguren, se dedica a la actividad agrícola ganadera y hace 25 años se dedica a la crianza de caballos cuarto de milla, una raza norteamericana que es similar al criollo. “Gracias a la virgen tenemos buenos resultados”, expresa de Mendiguren en diálogo con Infobae. Contó que de las 17 personas que habitan en López Lecube el 50 % trabaja en el casco de la estancia. También calcula que de las 15 casas que existen en el pueblo, deben estar ocupadas tan solo unas seis. “Son todos trabajadores rurales los que viven en ellas. Y sus hijos asisten a esa escuela y reciben la atención en la sala de primeros auxilios. Hasta 2005 hubo una pequeña despensa que cerró. Y no quedó ninguna tienda”, describe.
El médico que atiende a López Lecube
El médico cirujano Víctor Duarte, de Bahía Blanca, pasa todos los lunes, atiende las unidades sanitarias de forma gratuita, como las de Bajo Hondo, Chasico, Pelicura y termina en López Lecube, donde finaliza su recorrido. La sala cuenta con todo lo necesario para primeros auxilios, se vacuna, se entregan medicamentos y atiende el doctor.
Para Víctor Duarte, trabajar en áreas rurales es un cable a tierra. “A veces ser ser cirujano genera mucha, mucha tensión. Tenés que estar continuamente atento a los pacientes, el posoperatorio, a las urgencias y esto era un poco más relajado, sin dejar de ser mi actividad como médico”, explica. La propuesta de atender en la zona se la hizo el intendente de Tornquist Gustavo Tranquel luego de que varios médicos la rechazaran. Ese trabajo es muy significativo además porque lo había hecho su propio padre, también médico, que perdió la vida como consecuencia de un accidente en la ruta 33, por ir atender a sus pacientes de Chasico. Fue embestido por un camión en el que murieron las dos personas que viajaban en él. Después de dos meses en coma y quedar con una gran cantidad de secuelas, terminó muriendo. Tenía edad para estar jubilado, pero seguía activo.
A López Lecube llegó por una propuesta de Andrea Ferreyra en medio de su trayecto habitual. Ella lo detuvo y le preguntó: “¿Vos sos el médico de Chasico? Mirá, yo soy enfermera acá en Lecube. ¿Vos sabés que acá tenemos una salita médica?”. Duarte no conocía la salita, tampoco la iglesia. Y Andrea lo invitó a recorre todo. Él, interesado, le preguntó: “¿Y acá cómo se manejan?. Y ella le respondió: “Estoy yo sola. Por eso te paré. Como tenés que pasar por acá... ¿No te interesaría atender a la gente que viene acá?”. A partir de ese momento Duarte se convirtió en el médico que atiende a los habitantes de López Lecube una vez por semana.
En el pueblo de 17 habitantes conoció a María Elena Lupia que vive ahí, y a Nacho de Mendiguren, que tiene la estancia enfrente de la iglesia. “En todos estos años y nos fuimos haciendo cada vez más amigos. Fuimos armando lo que es el grupo de amigos de la Iglesia. Y despacito, fuimos haciendo cosas para la pobre iglesia, de estar fines de semana pintando, clavando bancos, arreglando un poquito los vitraux, cortar el pasto, ordenar el patio y organizar la cabalgata anual. Hasta el día de hoy sigo estando ahí”. A los ojos de otros que ven como un sacrificio su labor, de viajar por los caminos de tierra, con lluvia y barro a veces, para el es una “distinción”. “Me encanta ir a esos pueblitos. Me encanta cómo es la gente. Es distinta a la gente de la ciudad. Voy mirando el amanecer, voy mirando el paisaje, se te cruzan liebres, ñandúes. Me gusta la naturaleza y te diría que es un trabajo que disfruto y es un cable a tierra. Es fundamental en mi vida poder hacer esta atención rural.
Jorge López Lecube, sobrino bisnieto del fundador, conoce bien la historia del lugar. No lo conserva materialmente, pero recuerda un boleto del tren que le mostró su padre, que cree que partía desde Constitución y paraba en López Lecube. Su abuelo también le había contado la importancia que había tenido el acto de inauguración de la iglesia. “Fue el gobernador, el obispo de Bahía Blanca. Fue un acto de mucha trascendencia. Algunos familiares de Ramón tienen campos en la zona. Sobre su personalidad no puedo decirte mucho porque era mi tío bisabuelo. Quienes podían darme referencias, que eran mi padre o mi abuelo, fallecieron hace rato”. Lo que puede aseverar es “el tremendo acto de fe” que tuvo Ramón, un hombre “muy creyente” que levantó la iglesia con dinero de su bolsillo. Recordó que su obra celebró en 2013 sus 100 años y que aún se mantiene en pie.