Hace un año mataban a sus maridos en un atentado en Nueva York: "No podemos quedarnos con el odio, tenemos que reconstruir la vida de nuestros hijos"

Alejandra Sosa y Ana Evans perdieron a sus maridos en el ataque terrorista del 31 de octubre de 2017 en Manhattan

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Sosa y Evans, en las afueras de Rosario

Existe un proverbio chino que dice: "El viento se levantó en la noche, y lejos llevó nuestros planes". Cuando Ana Evans y Alejandra Sosa describen su propia vida después de la conmoción, se ven en el centro de un huracán que pasa y arrasa. Un momento de vacío, sin tiempo, de vertiginosa desintegración, una "polvareda" -dice una de ellas- que, de repente, cuando se disipa deja ver lo esencial: lo que queda, la vida de los vivos. Estas mujeres, compañeras de Hernán Mendoza y Alejandro Pagnucco respectivamente, se enfrentan una vez más al impacto de la ausencia. Los planes que tenían hace 366 días ya no existen.

Hoy el mundo recordará que se cumple un año del ataque terrorista en Nueva York por el que murieron ocho personas, entre ellas cinco amigos rosarinos, los "polipibes", como se habían puesto por su amistad nacida en el colegio Politécnico. Ana y Alejandra son dos mujeres en lucha cotidiana contra la fuerza concéntrica de la tristeza, el odio y la victimización.

"Nosotras somos sobrevivientes de la víctima que nunca volvió", dice Ana, de 43 años. Esta entrerriana, madre de tres hijos, llegada a Rosario por amor, el amor a Hernán, apoya su boca sobre sus manos que están entrelazadas.

"Los muertos circundan a los vivos. Los vivos son el núcleo de los muertos. En este núcleo se encuentran las dimensiones del tiempo y el espacio. Lo que rodea al núcleo es la infinitud", escribió el inglés John Berger en su poema "Doce tesis sobre la economía de los muertos". Uno de los anillos que lleva puesto Ana tiene el símbolo de lo infinito, un 8 acostado. Alejandra la escucha hablar, y asiente. Por momentos ríen. Nunca lloran. No se derrama una sola lágrima en toda la conversación.

(Patricio Murphy)

-¿Cómo transitaron este año después de la tragedia?

-Ana: Cambia todo. Tuve dos sensaciones fuertes, cuando el cuerpo no te da más. Sentir que todo, tu vida entera, te pasa adelante de tus ojos, es literal, una secuencia que todo se te cae y querés meterte en una cueva y no salir y pensás 'no es cierto, no es cierto'. Fue un derrumbe porque se cae todo lo que proyectaste, lo que no va a poder ser, y tu mente lo niega. Pero hay que seguir. Y en ese derrumbe sentís la polvareda y veía a mis hijos, paraditos ahí, y te dicen '¿y ahora mami, qué hacemos?'. Y sentís la responsabilidad de que estás sola frente a todo.

-Mientras que tu vida y tu tragedia pasan a ser algo colectivo.

-Ana: Y todo toma una velocidad que te aplasta. Sentís que estás parado en el ojo del huracán, donde hay un vacío y alrededor tuyo todo gira a una velocidad que no podés controlar, mientras alguien te pregunta si lo vas a velar a cajón abierto, que firmes los papelitos del repatriado del cuerpo, papeles, seguros, el operativo de traslado.

-Alejandra: Y a eso sumale que no fue un accidente; era terrorismo.

La tarde del 31 de octubre de 2017, los diez amigos rosarinos pedaleaban por el barrio Lower Manhattan, pegaditos al río Hudson, por la bicisenda, cuando cinco de ellos fueron arrollados por el uzbeko Sayfullo Saipov de entonces 29 años, quien mató en total a ocho personas (dos estadounidenses y una chica belga) e hirió a 12. El terrorista chocó contra un micro que llevaba alumnos de una escuela para chicos con educación especial, hirió a otras cuatro personas y luego bajó de la camioneta y una bala policial lo dejó tendido, pero vivo. El hombre se enfrenta a un juicio, a realizarse el año que viene. Los fiscales pidieron la pena de muerte.

Pagnucco y Mendoza (adelante a la izquierda), junto a siete de los ocho amigos que viajaron

"Di vueltas muchas veces sobre eso. Le veía la cara al tipo y nada, no puedo interpretarlo porque está en las antípodas de mis pensamientos. No puedo gastar energía en tratar de entenderlo porque nunca lo voy a entender. No me puedo parar en un por qué porque pierdo el tiempo, entro en un lugar sin salida desde donde no puedo hacer nada. Sí me quedaba claro hacia dónde él quiso dirigirnos con esas acciones", reflexiona Ana. Se refiere al odio.

-El es responsable. Yo no lo juzgo, no soy parte de la Justicia de Estados Unidos, que es diferente a la nuestra. Sé que no es personal porque no nos conocía. No dijo 'voy a matar a cinco argentinos'. Es la acción. El poder de demostrar que la vida es efímera. En tratar de que se propague la oscuridad para quienes no pensamos como ellos. El objetivo de él era llevarnos a ese lugar de odio. Yo estoy parada en otro lado, y puedo reconstruir mi vida pensando en el futuro de mis hijos. No puedo meter más odio y más oscuridad. Al contrario, tenemos que hacer exactamente lo inverso", agrega Evans. Y recita una frase de Martin Luther King, traducida al español. "La oscuridad no podrá ser combatida con más oscuridad, solo la luz podrá hacerlo. Y el odio no podrá ser combatido con más odio, sólo el amor podrá hacerlo".

-¿Y cómo se resuelve?

-Ana: Somos protagonistas de una historia que no queríamos protagonizar. Conlleva una responsabilidad. La inmediata es como madres, ante nuestros hijos. Su futuro está en nuestras manos, qué hacemos con lo que pasó. El reivindica lo que hizo. No le importa nada. Si nos vamos a ese lugar donde él nos quiere llevar, a seguir sintiendo que todo es injusto, no podemos reconstruir nada. Si no, me meto abajo de la cama, lloro todo el día y a mis hijos ¿qué les espera? Me cabe la responsabilidad como madre de un futuro lo más feliz posible para ellos.

Aquella tarde del 31 de octubre, cada una reaccionó de maneras diferentes. Alejandra estaba en una farmacia. Había sido un día raro porque una de sus dos hijas mellizas se había doblado un dedo de una mano en la escuela y terminaron en el médico. La otra hermana estaba muy angustiada. Había llorado mucho la mañana de ese día. Cuando su mamá le preguntó por qué, cuando todavía Alejandro pedaleaba junto a sus amigos, la nena la abrazó. Le dijo que extrañaba a su papá. Horas más tarde, Alejandra entraba a la farmacia cuando alguien la llamó y le avisó del atentado. Lo primero que hizo Alejandra fue llamar a Ana.

Alejandra Sosa, Alejandro Pagnucco y sus hijas

Ana había recibido la noticia de parte del hermano de otro de los amigos del grupo. De Hernán no sabía nada. No respondía los mensajes. Cinco horas después le avisaron que su marido había muerto. "Cuando te dicen 'sí, es', lo que recuerdo es que me caí el piso, me hice encima, me derrumbé, perdí noción de todo, escuchaba lo que no quería escuchar, me había prendido al último hilo de esperanza, creía que lo estaban operando. Me prendí a eso. Pero no. Saqué a las nenas de mi casa y mi mamá me calmaba. Sólo podía gritar", recuerda.

Ana pensó en sus tres hijos. El más grande, de 10, estaba en un campamento. Intentó protegerlo de la velocidad a la que corren las noticias, pidió que les sacaran los teléfonos a los chiquitos. Alejandra sintió el impulso de querer teletransportarse a Nueva York. Y a las pocas horas se subió a un avión junto a su cuñada.

La conmoción sobrepasó los límites del dolor personal. Fue colectivo. Y Ana ya en el vuelo se encontró de repente con que todos los pasajeros la abrazaban. "Fue muy fuerte, yo sentía que la gente que me abrazaba en el avión era el abrazo de Alejandro. Me dejaban cartitas, papelitos deseándome fuerza. Siento eso, que cada persona que se acerca a ofrecer ayuda es él. Pasa todos los días. Eso indica que lo que necesitamos es amor", remarca esta rosarina de 49 años.

Mendoza y Evans, cuando fueron a Buenos Aires a gestionar la visa para entrar a Estados Unidos

-El atentado despertó muchas muestras de afecto y solidaridad hacia ustedes. ¿Lo sienten así?

-Ana: El cariño de la gente te vuela la cabeza y aprendés a recibirlo. No estás preparado para tanto amor. Y hoy estamos donde estamos porque la gente nos dio amor. Esa gente incondicional que acompaña y te ayuda. Hoy estamos por la solidaridad y el cariño de la gente.

-Todo ese amor, quizá también tiene que ver con la posibilidad de ponerse en el lugar de ustedes. En esta tragedia todos sienten que podrían haber estado donde están.

-Ana: Es que la gente se va de viaje y vuelve.

-Alejandra: Por eso sentimos siempre que están por volver.

Ana creyó durante tres meses que el tiempo que ella llamó al teléfono de Hernán, él no atendía porque estaba en el quirófano, luchando por su vida. Recién supo que su marido murió al instante, por el golpe, cuando en enero llegaron agentes del FBI a Rosario para informarles sobre la investigación y devolver objetos personales. "Porque yo no viajé. Me dejaron en claro que no iba a poder despedirme si no viajaba. Y que vengan estos tipos, solo les faltaba la dona para que fuera una película, y te entregan sus cosas, es muy fuerte. No los pude escuchar, me pasó un frío por el cuerpo que me congeló, empecé a temblar, lloré, me desarmé. Mi cabeza había negado la realidad hasta ese momento", cuenta Ana.

Ana Evans

Alejandra la observa y asiente, sonríe y mira sus manos como si se esforzara por contener la emoción. "Sentís que nunca termina tu dolor. No hay un 'hasta acá llegamos'. Cuando empezás a levantar la cabeza te manda una carta el FBI, después te visitan, después te llegan los resultados de la autopsia", enumera.

-¿Como canalizan esa angustia de no saber cuándo termina todo?

-Ana: Yo hago todo lo que se me pasa por adelante. Armonización con cuenco, yoga, meditación, reiki, sanación reconectiva, escribo, tiro palabras y ordeno y salen.

-Alejandra: Hablo mucho con Ana. Estamos hermanadas en el dolor. A mí me sirvió mucho ir a Nueva York, estar con él, hacer mi duelo. Estuve como cuatro horas con él, hablé mucho con él, le prometí muchas cosas, le escribí una carta, se la guardé. Y eso es como que fue mi adiós y mi ayuda para sobrellevar las cosas pesadas que se venían. Me ayudó encontrarme con él, verlo, acompañarlo, no quería dejarlo solo. Y después el amor de la gente. Y el recuerdo, que es mi tesoro, mi riqueza.

-Ana: Tenemos días terribles, obviamente, esta es una calma super elaborada con gente que nos banca y nos ayuda a entender. Pero de sentir, he sentido que la vida me estuvo preparando. Les tenemos que enseñar a tener herramientas a nuestros hijos para que ellos, cuando puedan procesar la información de que a sus papás los mataron, puedan manejarla sin que se les vuele la tapa de los sesos, y que puedan ser felices sin resentimientos.

Alendra Sosa (Fotos Patricio Murphy)

Entre lo inexplicable, lo carente de sentido, aparece de manera permanente en estas mujeres la pregunta que no tiene respuesta: qué hubiera pasado si sus maridos no cambiaban -como hicieron- el día para andar en bicicleta, o si ya pedaleando algunos no hubieran sugerido frenar en el museo Guggenheim. ¿El terrorista los habría alcanzado si a Alejandro no se le pinchaba la goma de la bicicleta en el barrio Chelsea?

Ana recuerda la charla que tuvo con Hernán diez minutos antes de que él muriera. Mendoza le contó que había llegado Martín Marro, el amigo del grupo que vivía en Boston, que Alejandro había pinchado una goma y también le mandó fotos del Chelsea Market, donde estaba en ese instante y desde donde salieron para no volver.

"Nunca me pregunté por qué les pasó a ellos, justo en ese momento, por qué murieron los que iban en una hilera y los otros no", dice Evans. "Todo es como una película", comenta Sosa, con los ojos cerrados y piensa en los amigos sobrevivientes, en "la culpa que deben arrastrar", en cómo hicieron para superar el momento de ver a sus amigos morir en sus brazos.

Entonces de la boca de Ana surge otra pregunta: "¿Y qué hacemos con esto que nos pasa?". Las mujeres se miran. Ana, otra vez, es la que responde. Deja suspendida una respuesta en el aire: "Queremos que salga algo bueno, una energía de amor y bondad que se expanda y enseñe a valorar la vida. Todos los días esto nos pega duro, pero estamos fuertes. El camino es largo, hay que transitarlo".

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