Maximiliano Gómez es uno más de tantos que cada mañana encuentra en su cocina la manera de apuntalar su economía. Se levanta a las 6:30, toma unos mates y camina hasta una panadería cercana a su casa para comprar algunos kilos de pan recién horneados. Los abre y los deja a un costado. Luego saca el queso, el jamón, el lomito y el salame de la heladera para cortarlos. "A las 10 de la mañana termino y salgo a la calle. Vendo hasta las 14 ó 15 y luego regreso", dice a Infobae.
Cordobés, llegó hace 10 años a Buenos Aires impulsado por el amor: "Tenía 16 años y mi novia (de la misma edad) se venía con sus padres a vivir acá, y no quería perderla. Entonces me vine con ellos y empecé a laburar de esto, ayudado por mi suegro que lo hacía en Córdoba y me dio una mano para que yo pudiera llevarlo a cabo acá".
El miércoles 21 de marzo, la imagen de Gómez esposado junto a su canasto repleto de sándwiches de salame y queso incautado por la Policía recorrió el país. Publicaron su celular en Twitter y Facebook para ayudarlo, con el propósito de que la gente se comunicara con él y le hiciera pedidos a domicilio.
"Se convirtió en una locura. Me llamaron de todos lados para ofrecerme trabajos. Incluso me pidieron un número de caja de ahorro para depositarme plata y que recupere el dinero del canasto o de los sándwiches que no pude vender. Pero no quiero, yo solo pretendo que me ayuden a través de mi trabajo, nada más", agrega.
Sentado en un pequeño bar en la esquina de San José y Constitución, Maxi mira por la ventana y se lamenta de que aquel barrio que lo cobijó cuando llegó a Capital Federal "se haya vuelto tan picante". "Cuando vine a los 16 no era así. Me da mucha tristeza observar tantos nenes en la calle o personas con hambre, pidiendo ayuda. También hay mucha delincuencia y a veces se torna complicado".
Desde hace algunos meses vende en Balvanera, Once y Microcentro. También en movilizaciones y estadios de fútbol. "Un proveedor cordobés me trae todas las semanas un pedido grande de fiambres y embutidos. El pan lo compro en el día y solo vendo lo que preparé por la mañana. Si cuando vuelvo a casa me sobran 4 ó 5 sándwiches los regalo. Se los doy a personas en situación de calle, que tienen hambre de verdad. Jamás vendería algo de un día para el otro, nunca lo hice", detalla Gómez.
Los vende a $50 pesos. Antes de que su imagen e historia se volvieran virales, vendía -como máximo- 40 por día. Hoy duplicó la cantidad diaria. "El 24 de marzo armé un gacebo junto a mi novia en Bolívar al 200. Vendimos 150 sándwiches, la gente nos saludaba, nos pedía fotos. Nunca me va a alcanzar el tiempo para agradecerles a todos el cariño que me están dando".
El canasto que le incautaron es el tercero que pierde en una década como vendedor callejero. "Me costó $1.500, pero ahora tengo más clientes que antes, entonces es positivo. Yo le pedía al policía que por favor me lo dejara, porque en otros lugares me dejan vender, pero me lo llevaron. Me labraron una contravención y para retirarlo tengo que pagar una multa, que me sale lo mismo que comprar otro nuevo".
El canasto también es de Córdoba: "Los hace un amigo de mi suegro, acá no lo pude conseguir en ningún lado: es ideal para vender sándwiches", sostiene, al tiempo que agradece todos los llamados, incluso de los medios que quisieron contactarse con él: "Les agradezco a todos los programas de televisión y radio. A los diarios y periodistas que se comunicaron conmigo. No fue nada personal, pero no quería dejar una imagen que no era. Que se crea que me estaba aprovechando de una situación para sacar algún rédito económico o laboral".
La masividad lo desbordó por completo. En menos de una semana, su WhatsApp acusa más de 1300 mensajes sin leer. Decenas de solicitudes en Instagram y Facebook y llamados de números desconocidos que a veces no se atreve a atender. "Me escribieron chicas e incluso un hombre me ofreció dinero para pasar una noche con él. No imaginé jamás que se podía viralizar así y menos que llegaría a estos terrenos", explica.
Su familia está en Córdoba y la visita una vez por año. "Me encantaría ir más, pero con mi novia estamos alquilando un departamento y vivimos con lo justo. Ella está estudiando abogacía en la UBA y se recibe este año, pero está sin trabajo y me ayuda a mí cuando puede", cuenta Maxi, que por las tardes vuelve a cargar el canasto con el salame y el queso sin cortar: "Con vender uno o dos pedazos también me sirve".
"¿Si estoy enojado? Con nadie, sinceramente. En el momento en que me detuvieron entendí que era lo que el policía debía hacer, entonces me quedé tranquilo. Leí muchas críticas hacia el presidente y a otras personas. También que soy parte de La Cámpora y tengo una deuda grande en patente. Pero ni auto tengo, entonces eso me duele. Pero quiero que sepan que solo estoy agradecido porque me ayudaron mucho, no hay enojos con nadie. Solo pido que me dejen trabajar", concluye.
SEGUÍ LEYENDO:
El mensaje del joven al que le incautaron los sándwiches de salame