Guillermina Valdés: “Me postergué como mujer por mi propia inseguridad”

La actriz y comunicadora reflexiona sobre sus relaciones con Sebastián Ortega y con Marcelo Tinelli. “Me enamoré de dos personas muy importantes, con familias muy importantes: había algo en mí que quería esconderse”, considera. Sus maternidades, sus hijos, la historia de su hermano muerto y su crecimiento personal: “Me embarré bastante, me hice cargo de mis demonios”

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Guillermina Valdés: “Me postergué como mujer por mi propia inseguridad”

A sus 48 años, Guillermina Valdés sabe que es muy distinta a todas aquellas que fue, pero casi igual. A la niña que fue “más cuidadora que hija” de sus padres. A la adolescente que regresó demasiado pronto de un viaje a Nueva York, tan solo porque extrañaba a su novio. A la esposa de Sebastián Ortega; a la mamá jovencísima de tres niños. A la mujer de 27 años que descubrió un secreto familiar atroz: tuvo un hermano que murió a su lado, cuando ella también era un bebé. A la pareja de Marcelo Tinelli; a la madre que se redescrubre con el pequeño Lorenzo.

Todas esas Guillermina hacen quien es hoy. Y la de este presente se diferenciará de quien será mañana. Porque Valdés no cambia: evoluciona. Aunque aclare que existe todo un trabajo detrás, que no culmina. “Me hice cargo de mis demonios”, reconoce.

Por eso no resulta casual que al hablar de El divorcio del año -la obra de Mariela Asensio y José María Muscari que significa su regreso al teatro luego de tres años-, cuenta que la sorprende en “un momento personal de mucha transformación”.

“Es muy actual. Trata temas trascendentales en la sociedad, que no son solo vinculares, de pareja, de madre e hija, sino que también tiene la mirada puesta sobre las redes, la comunicación, los medios. Habla de la salud mental, y es una gran responsabilidad para mí”, dice, sobre la pieza con la que sube al escenario del Multiteatro junto a Fabián Vena, Juan Palomino, Ernestina Pais y Rocío Igarzábal.

En esta charla con Infobae, Guillermina se prestará al diálogo franco, sin concesiones. De ese modo, confesará el “único lema” que tiene. “No toco hombres que estén en pareja -advierte-. Es el único lema que tengo. No critico a las que lo hagan, pero no me gusta, no me erotiza. No está bueno. Intento no hacerle a los demás lo que no me gustaría que me hagan a mí. El otro día, en el gimnasio, vino uno que me gustaba y dije: ‘Ay qué lindo’. Y de repente va a agarrar la kettlebell (mancuerna) y veo que tiene un anillo. Dije: ‘No, te fuiste chabón. ¡Salí de acá!’”.

Guillermina nació cuando su mamá
Guillermina nació cuando su mamá tenía 16 años.

—No es por ahí.

—O sé prolijo: sacate el anillo y después, si me entero, te mando a cagar. Perdón, ¿no? Pero todo mal hacés, todo mal... Como Evangelina le dice a Valentino, el personaje de Fabián.

—¿Evangelina se llama tu personaje?

Evangelina. Muscari es hermoso, es hermoso...

—Te puso en el lugar de tu exsuegra, Evangelina Salazar.

—Sí, le dije. Y me dijo: “No, esto estaba escrito antes de que yo te llamara”.

Además del teatro, Guillermina se entusiasma con el proyecto de convertir en una serie o una película el libro autobiográfico que ya tiene escrito. Todavía no trascendió ningún fragmento del contenido. Pero puede que algunos tramos salgan a la luz a lo largo de este reportaje. Y entonces, comienza: "El divorcio del año me tiene conmovida. Siento una responsabilidad que a veces, en el proceso, se transforma en angustia".

—¿Por qué?

—Porque el personaje, y lo que transita, es un poco angustiante, más allá del vínculo, que es un divorcio y tal, lo que le pasa, cómo lo vive. Hace lo que puede, y puede poco.

—¿Se encuentra en algo con la Guillermina de alguna de las dos separaciones?

—Sí. Cuando uno trabaja en un escenario intenta acercarse a una emoción real, y tiene que ver con el sufrimiento, la frustración, cualquier tipo de dolor. Y uno tiene que hacer el link en esos momentos de verdad y de hondura que vivió. En ese aspecto, ahí está un poco la angustia, porque tenés que pasar por ese lugar, más allá de que esta mujer sea totalmente diferente (a mí).

—A ella le encanta el quilombo.

—Le encanta: si no hay conflicto, lo busca. Está harta, pone bombas por todos lados, comparte absolutamente todo de su vida desde que su hija nació.

—Vos ubicás que en nuestra farándula hay mucho de eso, ¿no?

—Sí. Es esta especie de reality que veo en los medios, pero yo no estoy haciendo ningún personaje de esos en particular.

—No sos Wanda.

—No, no, no. No soy.

Guillermina Valdés: "Era muy chica
Guillermina Valdés: "Era muy chica cuando empecé con el papá de mis primeros tres hijos"

—Hablaste de salud mental, de cómo aparece en la obra y de la responsabilidad al abordarla. ¿Por dónde te toca la salud mental?

—Qué buena pregunta. No sé si uno es tan consciente de cuándo está sano mentalmente. En la pandemia tuvimos una oportunidad de conectarnos a través de la falta y de la ausencia, de la posibilidad de estar con un otro, abrazar, tocar, vincularte de una manera carnal, real. Terminó la pandemia y dijimos: “Ahora volvemos a lo que tanto anhelamos”. Y siento que no aprendimos nada. Me incluyo. Tenemos a alguien sentado al lado y no lo miramos, estamos con el celular. Si entendemos la salud mental como el estado de estar en tu ser, en vos, y poder vincularte sanamente con un otro, sin miedo, sin fobia, es muy complejo hablar de la salud mental hoy. Yo no soy muy simple tampoco en mi mente, soy bastante compleja, con lo cual podríamos estar horas debatiendo a qué le llamamos salud mental.

—¿Vos, cómo te encontrás con tu salud mental hoy?

—Muy estable. Trabajé mucho.

—Hay un equilibrio.

—Sí. Y la pasé muy mal. Pero no lo hablo desde el lugar de la victimización. En mí, el juego de la culpabilidad y la victimización caducó hace mucho tiempo. Todos estamos en un lugar que elegimos estar, y en un punto, aunque nos duela y querramos culpar a otros, tenemos que transitar y pasar por esa experiencia. Y si no lo entendemos, vamos a volver a repetir esa experiencia. En este afán de búsqueda, en donde la productividad es el valor que la sociedad nos pone, es muy difícil volver a reconocer lo simple: ¿y el valor de los vínculos, y mi hijo que está al lado, y esta persona que amo? Es muy complejo volver a reconocer lo simple cuando estamos bombardeados por información y por modelos.

—¿Vos sentís que fuiste muy rebuscada en algún momento?

—Sí, quizás muchas veces hacerme demasiado problema por las cosas. Y darle mucho valor a un otro. En este último tiempo estoy entendiendo que el valor me lo doy yo misma, más allá de donde labure o lo que haga.

—Hay algo de la mirada del otro todo el tiempo, que es muy subjetivo, y uno tiene que estar muy entero para sostenerlo.

—Total. Y poder decir: “¿La verdad? No me importa. Vas a decir una verdura, esa no soy yo, estás diciendo algo que no es". Me enojo, pero ¿qué valor le doy y cuánto tiempo me dura ese enojo? Hice una nota con Ángel (de Brito) y me decía: “Nunca levantaste el teléfono y me dijiste ‘Che, no digas eso’”. Y había cosas que estaban lejanas a la realidad, no porque él mintiera, sino porque le llegaba una información que no era. Eso también porque yo no llamaba, pero me quedaba mal.

—Más allá de Ángel, porque no debe haber sido el único, por supuesto, ¿qué pasaba con eso? ¿Enojaba, dolía?

—Dolía.

—¿Te preocupaba por tus seres queridos?

—Sí. Obvio que te enoja cuando dicen cuando editorializan una situación donde vos decís: “Yo no tengo problema con esa persona”, y titulan: “Guillermina habla sobre la guerra con esa persona”. Entonces, a veces es leer y decir “okey, esto es un juego”. ¿Qué tiene mi personaje en El divorcio del año? Sabe jugar, hasta que las cosas le empiezan a salir mal, se empieza a separar, el matrimonio se le empieza a romper, todo lo que empieza a suceder en esa cáscara que se empieza a derretir. Ella colapsa.

Guillermina Valdés: "Me enamoré de
Guillermina Valdés: "Me enamoré de dos personas muy importantes, con familias muy importantes: había algo en mí que quería esconderse."

—Pasaste por dos separaciones que fueron muy públicas. ¿Qué Guillermina eras en un momento y cuál eras en el otro?

—Claramente, eran dos diferentes. Era muy chica cuando empecé con el papá de mis primeros tres hijos (Sebastián Ortega): tenía 20 años y Dante nació cuando tenía 23. Estaba creciendo, madurando, entendiendo y a la vez, formando una familia: a los 27 años ya tenía tres hijos. Hay algo difuso ahí, en el sentido de sí estar conectada con mis hijos, con mis ocupaciones, pero la persona, Guillermina, no estaba ahí, sino que estaba en función de un montón de cosas que la requerían.

—¿Sentís que ahí te perdiste un poco?

—Sí, re. Pero creo que fue necesario para hoy entender dónde quiero ir. Cuando veo que mis hijos la pifian y uno quiere corregir, decís: “No, hay que dejarlos porque yo también me equivoqué”. Y por equivocarme, hay algo que tiene que ver con el entendimiento. ¿Qué hacés con eso? ¿Vas a seguir echándole la culpa al otro, vas a seguir equivocándote? Y no hablo por una pareja, hablo en general.

—Hacerse cargo.

—Sí. Fueron dos momentos muy diferentes.

—En ese primer momento eras muy chiquita, mamá de tres. ¿Te sentías feliz o había un padecimiento?

—El grado de conciencia de las personas cambia, entonces, uno puede sentir que es feliz. Por eso, muchas veces no está bueno cuando la gente te dice: “¿Te separaste? Pero vos estabas tan bien...”. ¿Qué sabés cómo estaba yo? O estaba bien, pero en un momento uno cambia y empieza a entender que hay una situación que ya no te representa, que estás haciendo fuerza para que funcione, que estás lidiando con algo cuando las cosas tienen que darse de manera natural. Por más que los vínculos se construyen, tenés que sentir que hay algo que está vivo.

—¿Algo había muerto ahí?

—En todos los vínculos que te vas, algo se murió, claro. Lo que pasa es que a veces uno se da cuenta antes que el otro. Es imposible que en un vínculo solo uno esté mal, solo uno se quiera separar. No puede ser, porque es de a dos.

—¿Hay un buen vínculo con el papá de tus tres chicos más grandes?

—Sí, nos llevamos muy bien. Me llevo bien con Sebastián. Me llevo bien con Marcelo (Tinelli). Me llevo bien. Siempre fue mi intención por lo menos intentar tener un buen vínculo.

—A veces cuesta, sobre todo en las primeras épocas.

—Cuesta un montón. A veces no se puede. Pero intentarlo para mí es síntoma de sanidad. Tu hijo es el 50% de esa persona, con lo cual, hacerle la guerra a esa persona me parece muy tóxico. Por más que hay veces que no es fácil.

Guillermina Valdés: "Me encanta tener
Guillermina Valdés: "Me encanta tener hijos grandes"

—La separación de Marcelo te agarró más plantada en la vida.

—Sí, sí. El otro día me emocioné porque, en un punto, él me fue mostrando de a poco mi propio valor, me fue acompañando. Entonces, más allá de que no compartimos miradas, ideas, valores, y de que somos muy diferentes, transitamos un momento de amor y esas diferencias muchas veces se licúan. Pero después de un tiempo se vio que tenemos miradas de la vida totalmente diferentes. Con él empecé a valorar una parte mía que tenía que ver, incluso, con mi parte profesional. Desde el vínculo, no desde otro lugar de apoyo, porque nunca lo tuve, pude empezar a entender qué quería.

—A permitirte el deseo.

—Sí. Uno se separa, vienen los dardos, los quilombos, las opiniones del afuera, que fue por esto, que fue por lo otro, la mierda, perdón que lo diga así. Y después, cuando pasa todo ese maremoto, uno se conecta con lo que trajo esa persona a tu vida: así como yo le debo haber llevado cosas a él, a mí me trajo algo de valoración. Entonces, me emocionó el hecho de reconocerlo cuando estaba hablando con alguien. Fue muy loco. Me pasó ahí.

—Fueron cuatro maternidades muy diferentes también: hay como dos épocas de la vida.

—Sí, total. Me encanta tener hijos grandes porque es como: “Ah, ¿qué hacés hoy? Bueno, vamos a comer”. Tengo un vínculo totalmente diferente al que tengo con Lorenzo, que tiene 11 años y es más un niño. Es otra madre.

—Con los primeros tres, ¿la mujer quedó muy postergada?

—Sí, pero por mi propia inseguridad. Me enamoré de dos personas muy importantes, con familias muy importantes: había algo en mí que quería esconderse.

—Se lo responsabilizó mucho a Sebastián en su momento. ¿Él no tuvo que ver con te quedaras en tu casa?

—Las dinámicas se dan de a dos. Si esta Guillermina se encuentra en una situación hoy, tiene otros recursos. Pero no creo que haya responsables.

—De los chicos, el que vive con vos hoy es Lorenzo.

—Lorenzo y Helena. Pero Helena se va a vivir a Madrid porque está estudiando psicología.

—¿Cómo estás con eso?

—Ay, recontenta, porque quiero que crezca. Yo me fui a su edad a Nueva York y me volví al toque porque extrañaba a mi novio. Siempre hice esas pelotudeces, qué sé yo. Y yo le digo a ella: “Andá, quedate, disfrutá, crecé en lo tuyo”. Es una capa en lo que hace, va a ser una gran psicóloga. Vamos a hacer Zoom todos los días porque nos queremos y hablamos mucho.

—¿Y qué aprendés de Dante?

—Es un gran artista y me enseña a romper estructuras. No quiero hablar mucho porque justamente…

—No les gusta.

—No les gusta, y quiero ser consciente de no exponer a mis hijos, no por algo malo, sino más bien porque no quiero que estén en los portales. Mejor no.

—Yo solo quiero saber qué aprendiste de cada uno. De Dante, a romper estructuras. ¿Y de Paloma?

—Paloma tiene una mirada muy sensible en la vida. Ella hace dirección: fue asistente de su tío Luis. Y tiene una mirada muy sutil de las cosas. Entonces, hay algo ahí que tamizó un poco mi manera de percibir. Y Lolo me trae una cuestión lúdica que me renueva. Cuando mis hijos eran chicos yo no disfruté el juego porque estaba muy preocupada porque “esto es lo que hay que hacer”. Con Lolo ya sé lo que es importante, el valor que tiene un resfrío, el valor que tiene que falte al colegio. Hoy las prioridades cambiaron: sé que va a crecer, sé que no va a querer jugar más, no sé si me va a querer abrazar en la adolescencia porque los chicos empiezan con “no, mamá, no me des un beso”, y ahora viene y me abraza y me da un beso. Entonces eso me trae esa frescura.

—Tiene dos padres muy públicos en un momento de redes sociales. ¿Cómo lo manejás?

—Él no tiene redes sociales, nada. Y yo trato de no mostrarlo. A veces lo hacía: su papá lo mostraba, entonces yo ponía alguna fotito de cumpleaños, de algún viaje.

—¿Todavía no vino a decirte: “Mamá, leí tal cosa”?

—No, Lolo no. De hecho, cuando hubo un tema público con su papá, lo que hice fue no prender la tele en mi casa y esperé a que pasara un poco. Aparte, con mis hijos la pasé muy mal cuando empecé a estar con Marcelo: los medios se pusieron como bastante heavies.

—¿Les diste muchas explicaciones en ese momento?

—No lo necesitaban. Sabían perfectamente quién era su mamá.

Guillermina Valdés: "Lolo viene y
Guillermina Valdés: "Lolo viene y me abraza y me da un beso. Entonces eso me trae esa frescura"

—¿Quién de los cuatro es el más parecido a vos de chica?

—Helena, sin dudas. Hele es diez veces mejor versión que yo, porque aparte, vio todos los golpazos que se pegó la mamá. De hecho, ahora está en una cuestión un poco vincular ahí, y como se está por ir de viaje, le digo: “Mirá que cuando yo me fui a trabajar a los 19 a Nueva York, volví. Todo bien con esto, pero si tenés algo que a vos te hace bien, que te convoca, que es tu propósito, seguilo”. Yo se lo digo.

—También sabés que ella va a hacer su camino.

—Ella va a hacer su camino, pero a mí nadie me lo dijo. Entonces, hay una diferencia.

—¿Cómo fue el vínculo con tus papás?

—De mucho cuidado de mi parte. Eran muy chicos, vivieron muchas cosas, y yo era una niña un poco no niña, donde había un cuidado extra porque la situación era muy frágil. Y lo súper entiendo: yo no sé si hubiese podido hacer todo lo que hizo mi madre. Pero tuvieron muchas situaciones muy complejas siendo adolescentes, no solo tenerme a mí. Sí te puedo decir que como hija, fui más cuidadora que hija.

—¿Y te enojó en algún momento eso?

—Sí. Pobre mi mamá: me la recontra agarré con ella. Siempre le digo: “Mamá, no te enojes, porque tus hijos van a ir al psicólogo e igual van a hablar mal de vos”. O sea, es lógico…

—Para quien no sepa, digamos tu mamá tenía 16 años cuando vos naciste.

—Sí. Y mi papá tenía 18. Fue difícil. Mi vieja iba fajada al colegio de monjas. Yo le digo: “Mamá, sos una ídola porque pudiste decirle a tus padres ‘okey, la tengo, sigo adelante’”. Después vienen todas las cuestiones que uno le diría que quizás no fue necesario, como sostener una relación tantos años: “No estabas condicionada por tenerme a mí”. O a vivir un montón de situaciones que podría no haber elegido. Pero a veces las personas no pueden elegir.

—¿Tu mamá se quedó tiempo de más?

—Sí. Pero bueno, cada uno hace lo que puede. Y además, muchas veces no tenés una formación como mujer para tomar decisiones. Tenemos que ser más buenos, menos exigentes, pero no dormirnos. El trabajo interno es muy importante.

—Eso no quita que uno pueda enojarse con sus padres.

—Obvio.

—Y que a veces sea necesario.

—Total. Pobre mi vieja, que es un amor, pero yo estaba enojadísima. Hace unos siete años empecé a enojarme, a entender que en general, mis elecciones de vida habían estado muy condicionadas por mi historia, que me llevó a vivir esto y a sufrir esto. Hay un dicho de los terapeutas: matar a tus propios padres, en tu cabeza. Y lo tendría que haber hecho con mi vieja. Y lo van a hacer mis hijos: en algún momento me van a liquidar a mí para poder transformar una historia y vivir otra.

Guillermina Valdés: "Me enteré que
Guillermina Valdés: "Me enteré que tuve un hermanito, Facundo, que falleció de muerte súbita al lado mío" (Maximiliano Luna)

—Te enteraste de grande que tuviste un hermano que había muerto.

—Me enteré a los veintipico de años. Estaba hablando con mi abuela y me dice: “Vos eras tan celosa que no podíamos alzar a tu hermano”. Y yo digo: “Pero abuela, yo tengo una hermana”. Ahí me enteré que tuve un hermanito, Facundo, que falleció de muerte súbita al lado mío. Un dolor tan grande que a mí me hubiese gustado haberla acompañado a mi vieja desde la conciencia a transitar ese dolor. Pero no fue así. En ese momento mis abuelos lo taparon, mi vieja habrá entrado en un estado particular; conmigo se hizo lo que pudo, porque estuve un tiempo con mis abuelos. Me marcó el no saber que eso había sucedido, porque como sucedió al lado mío, yo tenía una sensación rara. Eso me liberó bastante de un montón de carga de culpa de por qué uno vive y el otro, no. “¿Dormir es un lugar seguro? ¿Mi insomnio, no puede tener que ver con que puedo estar durmiendo y puede pasar algo, morir alguien?“, un montón de cosas que yo tenía guardadas. Por eso está bueno traerlo. Si eso lo dejás guardadito en un cajoncito, todas las decisiones de tu vida van a estar teñidas por ese hecho que no pudo ser puesto en palabras.

—¿Qué edad tenías cuando murió tu hermano?

—Dos años. Por eso el recuerdo no está. Hay algo ahí, pero no hay.

—Hay algo en el inconsciente.

—Muy, muy, muy. Sí, lo estoy trabajando. Es fuerte.

—¿Algo de esto tuvo que ver con el enojo con tu mamá o fue por otro lado?

—Sí, sí, fue un poco por eso. Es como negarme: hay una parte de la historia donde uno no puede trabajarla, amasarla, buscar. Bueno, acá hay un dolor, una sensación de un peso, algo en este hombro que yo tenía, que se me fue. Y la culpabilidad, sobre todo. Eso fue para mí como mucha mucha culpa.

—¿Culpa de qué, si tenías dos años?

—Bueno, pero está en el inconsciente. Después uno lo va sanando. Pero si no tenés el material para trabajar...

—¿Andás enamorada?

—No, no.

—¿Chongueando un poquito?

—Ahora ni siquiera.

—¿Hay mensajito por Instagram?

—Esas cositas: fueguitos. Te ponen en “mejores amigos” para que los veas, y deben tener 16 mejores amigos a ver quién pica. El fueguito... Es todo muy predecible, todo muy impersonal.

—¿Te puedo encontrar en una app de citas?

—No, no. Es que tampoco tengo la necesidad de estar con alguien. ¿Para qué, si hoy estoy bien? La persona que venga, ya sea a ser una pareja o un vínculo más liviano, llegará.

—¿Estás para vínculos livianos ahora?

—Estoy para el formato que venga que esté bien. Si da para eso, livianito, ese encuentro y nada más, bien. Yo ya no me quedo en lugares en donde no se puede construir, porque lo intenté, y te das cuenta de que a veces la energía no está para eso. Y está bueno saberlo.

—¿Dónde lo intentaste?

—Bueno, en el medio, desde que me separé hasta hoy, tuve encuentros.

—Joaquín Furriel.

—Con él somos muy diferentes, entonces ahí sí era difícil construir. Así como te digo que con Marcelo éramos muy diferentes, con Joaquín también, pero otro, que no tiene nada que ver uno con el otro. Y donde siento que no hay una semilla para sembrar y regar, no tiene mucho sentido. Te estoy hablando justo de lo vincular, del encuentro genuino con un otro. Él tenía una vida donde viajaba, con el foco puesto en su carrera y quizás, en otro tipo de vínculos, y yo me estaba separando, enquilombada. Y dije: “Esto no tiene mucho (sentido)”. Pero a él no le gusta hablar mucho de la vida privada, así que mejor vamos a cambiar de tema. Pero tengo cosas lindas para decir de él. Energéticamente, me dejó esa cuestión de hacer foco. Fue un gran maestro en eso.

—Hay una gran evolución tuya de con qué te vas quedando en cada situación.

—Uno tiene que aprender a quedarse y decir: “Bueno, esto no funciona”. ¿Me hubiese gustado? Sí, pero no tiene nada que ver.

—¿Volverías a convivir?

—Sí. Me encanta la vida en pareja. Eso no quiere decir que transe con cualquier cuestión. Pero sí, me gusta, soy buena en eso, te lo tengo que decir: me gusta el encuentro con el otro, enriquecerte con un otro, levantarte con alguien que te abra la cabeza, que te ayude a pensar, que te ponga en duda un poco y que jaquee tu paradigma de vida. Eso es un buen vínculo. En donde hay algo ahí que te transforma.

—¿Te preguntaste alguna vez si te enamorarías de una mujer?

—Creo que no. Mis hijas me dicen que soy muy paqui, soy muy hetero. No sé, me gusta mucho el hombre, me gusta el olor. No sé, es eso.

—Qué plantada se te ve, nosotras no hablamos antes, pero se te nota en un gran momento.

—Ay, gracias. ¿Decís? Me costó un montón, eh. No nací así, chicos. No me crie así.

—Pero se nota que hay un laburo enorme.

—Sí. Estoy con mucho dejar el cuerpo. Me embarré bastante, me hice cargo de mis demonios.

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