Caso Chocobar: el eterno encanto de las ideas sencillas

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Mauricio Macri junto a Patricia Bullrich y Luis Chocobar

El escritor catalán Carlos Ruiz Zafón escribió en 2008 un hermoso libro lamado "El juego del ángel", donde el Diablo, transfigurado en un editor, le pedía a un escritor talentoso y moribundo que creara un libro fundante de una nueva religión. Como parte del acuerdo, el Diablo le transmitía sus recomendaciones. Se trataba, en realidad, de una serie de ideas extremadamente sencillas y eficientes que, si se mira con atención, han ordenado la vida de los sectores políticos dominantes de Argentina en estos últimos años. Entre ellas: "Nada aviva más el celo y el dogma como un buen antagonista"; "El mal, la amenaza, siempre está en el otro"; "El primer paso para creer apasionadamente es el miedo"; "Nada nos hace creer más que la certeza de estar amenazados".

El estallido del llamado "caso Chocobar" instaló nuevamente la discusión acerca de cómo deben actuar las fuerzas de seguridad, o sea, acerca de cómo el Estado debe cuidar nuestra vida y la de nuestro hijos. Es interesante recorrer los caminos que dominaron ese debate porque allí se ve, como tantas otras veces, el predominio de las ideas sencillas, de esas que son muy útiles para fundar religiones, facciones, bandos, pero quizá sean menos eficientes para comprender una realidad compleja y, por lo tanto, para operar con criterio sobre ella.

La mejor síntesis de cómo funciona el mecanismo de las ideas sencillas fue el zócalo que acompañó en el noticiero de Telefé la difusión del video donde se veía que Chocobar disparaba por la espalda al delincuente que intentaba fugarse. "¿Héroe o asesino?", se preguntaba, con esa simpleza que es natural en el lenguaje televisivo pero debería matizarse en el debate político.

En efecto, para muchas personas -entre ellos el presidente de la Nación, Mauricio Macri- Chocobar era un héroe, un policía ejemplar. Para muchas otras -la más notoria de ellas fue la mamá del delincuente abatido– era un asesino. "Ese señor no es ningún héroe, es el asesino de mi hijo", dijo. Para unos, Chocobar es un modelo de cómo debe actuar un buen policía. Para otros, un ejemplo del abuso policial, del gatillo fácil.

Ivonne Kukoc, la madre del joven abatido por el policía Luis Chocobar durante un robo a un turista estadounidense (NA)

La verdad es siempre más compleja. En principio, Chocobar tuvo una conducta virtuosa: no estaba en funciones y, sin embargo, se metió en una situación donde se jugaba la vida. Acababa de ver cómo un delincuente intentaba asesinar a cuchilladas a una persona y resolvió perseguirlo. No tenía ninguna obligación y, sin embargo, allí fue. Como no lo alcanzaba y el otro no se detenía, le disparó. El primer tiro hirió al delincuente en las piernas y el segundo, el letal, en la zona inferior de la espalda. ¿Fue gatillo fácil? ¿Le disparó a las piernas dos veces y la segunda le pegó más arriba porque el delincuente venía en caída? ¿Podía haber dejado de disparar luego del primer impacto? ¿Por qué razón un policía es más lento que un delincuente? ¿Están bien entrenados los policías argentinos?

Los partidarios de las ideas sencillas no se hacen estas preguntas. Para ellos todo se reduce a un enfoque simplísimo: el policía es un héroe, el asesino debe morir; o el policía es un asesino, debe terminar entre rejas.

Pocas personas merecen la canonización o la crucifixión. Probablemente, Chocobar no sea una de ellas. Pero esas complejidades aburren a los fanáticos. Héroe o asesino. No hay términos medios.

Unos días después de que el presidente recibiera a Chocobar, la ministra Patricia Bullrich proclamó que "la doctrina cambió" y que ahora se vería a "la Policía en acción". La tarde en que dijo eso, efectivamente, la Policía entró en acción. Un grupo de delincuentes entró en una joyería en el microcentro, golpeó a la persona que atendía allí y se llevó un botín millonario. Al salir, se encontró con un policía y comenzó un tiroteo tremendo, en el que intervinieron refuerzos policiales. Hubo, como mínimo medio centenar de disparos de los delincuentes y de la policía.

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Cuando todavía se oían los tiros, se disparó una vez más el mundo de las ideas sencillas. "¿Ahora también los progres van a defender a los delincuentes?", preguntaban los defensores de la mano dura en las redes. "Eso es culpa de Bullrich. La Policía no tiene problemas en disparar cuando hay montones de inocentes en la zona del tiroteo", acusaban los otros. El Gobierno, una vez más, defendió el accionar policial: o sea, se paró en uno de los dos polos.

El tiroteo del lunes es un dilema dramático para cualquier fuerza de seguridad seria. Si la policía no interviene, los ladrones se fugan. Pero si interviene a los tiros, puede matar a transeúntes, a personas que pasaban por allí. ¿Qué debe hacer? Esa pregunta no se responde con consignas de cancha: "Hay que meter bala a los delincuentes", "Ahora verán a la policías en acción", "Se acabaron los tiempos en que solo había derechos humanos para los delincuentes". "La doctrina cambió".

Solo grupos marginales desean que los ladrones se escapen con el botín. Pero una intervención desacertada puede provocar lo peor de ambos mundos. De hecho, en ese operativo hubo cuatro personas heridas y solo uno de los cuatro ladrones fue capturado. ¿Eso es un éxito o un fracaso?

La mayoría de las decisiones en la conducción de un país no se desprenden de consignas generales, ni de ideas sencillas. Muchas veces son respuestas a dilemas cuya resolución requiere de profesionalismo, rigor y mucha sofisticación. Salir a los tiros puede satisfacer a un grupo de exaltados, pero también generar problemas mucho más serios de los que se pretende resolver.

El lunes, el país estuvo al borde de una tragedia: por el mero influjo del azar, las cuatro personas heridas de bala no murieron.

Estaríamos hoy, ante otra Argentina.

Escena del tiroteo en pleno Centro esta semana (Maximiliano Luna)

Durante, los ochos años que gobernó, Cristina Fernandez de Kirchner intentó ordenar todo el debate según opciones derivadas de ideas sencillas, como Democracia o Corporaciones, Kirchnerismo o Clarín, Patria o Buitres. Hubo muchas variantes del "ellos o nosotros" que alineaban a su militancia y servían para que la disidencia fuera vista como una traición, como un gesto de complicidad con el enemigo. Muchos dirigentes, cuando se les preguntaba qué era lo que le entusiasmaba del kirchnerismo, lo resumía en dos palabras: los enemigos.

El gobierno de Mauricio Macri disfruta los beneficios de esa misma lógica, pero aplicándola en un sentido inverso. La opción, ahora, sería Democracia o Kirchnerismo, donde la democracia sería el Presidente y los suyos.

Muchas veces, ante diversos desafíos, los disidentes son calificados como kirchneristas, para desacreditar sus ideas. Un ejemplo de eso ocurrió apenas seis meses después de la asunción. Marcelo Tinelli se había atrevido a incluir una pieza de sátira sobre el humor presidencial. Desde las redes se impulsó el hashtag #tinellimercenariok. Macri lo respaldó: "Él decidió satirizarme y recibió 150.000 tuits de crítica. Es increíble que se ofenda. Tinelli me satiriza de mala manera ante tres millones de personas en televisión y se ofende porque lo critican 30.000 tuiteros".

Alrededor del asunto Chocobar, el Gobierno ha vuelto a reflotar una cascadas de ideas sencillas. "Vamos a decidir que la Policía no use armas, a ver cómo nos va", dijo Patricia Bullrich. O sea, las opciones son dos: la policía que dispara por la espalda o la que no usa armas. El mundo se parte en mitades: los garantistas que solo defienden los derechos humanos de los delincuentes y los justicieros que defienden a las personas honestas.

A esa simplicidad, Bullrich la elevó al nivel de "doctrina", o de "nueva doctrina". Las doctrinas, mucho menos las que se resumen en seis palabras, generalmente son desbordadas por los desafíos de la realidad. Pero, al mismo tiempo, generan fieles, creyentes, fanáticos, cruzados. Por eso, en estas semanas, la agresividad en las redes sociales contra cualquier disidente se disparó: Marcos Novaro y Gustavo Noriega, dos figuras públicas que han manifestado su cercanía con el Gobierno, pueden contar las amenazas e insultos que sufrieron por sugerir que los disparos por la espalda no son la mejor manera de combatir la delincuencia.

Jaime Durán Barba ha sostenido que la gente quiere que a los delincuentes se los reprima brutalmente. ¿Será así? El Gobierno ha triunfado en las dos últimas elecciones por una distancia muy pequeña. Si se refugia en opciones binarias, en ideas extremas, si deja -o estimula- que los suyos ataquen con furia a quien manifiesta ideas alternativas, aun a los cercanos, ¿será que gana votos o que los pierde?

En cualquier caso, si alguien busca un remedio contra el fanatismo o un recurso para exacerbarlo, debería releer esa novela de Ruiz Zafón: "Cuando nos sentimos víctimas, todas nuestras acciones quedan legitimadas, por cuestionables que sean. Nuestros oponentes o, simplemente, nuestros vecinos dejan de estar a nuestro nivel, y se convierten en enemigos. Dejamos de ser agresores para convertirnos en defensores. Basta convencer al santurrón de que está libre de todo pecado para que empiece a tirar piedras con entusiasmo".

Doctrinas, como se ve, hay para todos los gustos. Pero algunas sobreviven a los cambios de Gobierno.