El próximo domingo tenemos una cita con la historia

Ya no hay excusas. Las PASO pudieron ser tomadas por muchos como una gran encuesta que les permitiera volcar su bronca y su malhumor. Pero estas elecciones no serán testimoniales

Elecciones Primarias en Argentina - EFE/Enrique García Medina

El domingo próximo los argentinos tenemos una cita con la historia. Tendrán lugar elecciones cruciales para nuestro destino. Si bien cada cuatro años podemos sostener lo mismo, en este caso la afirmación no es hiperbólica. Se trata de decidir si vamos a dejar atrás el populismo empobrecedor o si profundizaremos nuestra decadencia, ya sea respaldando la continuidad del kirchnerismo o nos hundiremos en la más absoluta incertidumbre e ingobernabilidad de la mano del mesianismo más burdo.

Ya no hay excusas. Las PASO pudieron ser tomadas por muchos como una gran encuesta que les permitiera volcar su bronca y su malhumor, plenamente justificados luego de tantos años de decadencia y frustraciones. Pero estas elecciones no serán testimoniales. De ellas podrá surgir el futuro presidente de los argentinos, en un momento de extrema fragilidad económica y social. De esta enorme crisis no se saldrá con teoremas escritos en un pizarrón, sino con un gobierno que, además de tener el coraje para poner en marcha las reformas que el país necesita, cuente con el volumen político para hacerlo.

La campaña y los debates presidenciales exhibieron con nitidez cuáles son las opciones. Si descartamos los desvaríos del trotskismo de Myriam Bregman, cuya soltura es directamente proporcional a la distancia que la separa de la realidad y las publicidades del gobernador Juan Schiaretti sobre la provincia de Córdoba (más propias de una campaña para atraer el turismo estival que de un candidato a la presidencia), los ciudadanos deberemos optar por el continuismo kirchnerista de Sergio Massa, el neoperonismo sindical de Javier Milei o el cambio hacia una República de progreso y oportunidades que plantea Patricia Bullrich.

Los esfuerzos de Massa por aparecer como algo nuevo, sin vinculación con el gobierno del que es parte esencial desde su inicio, ya han perdido todo sentido del ridículo. Cuesta distinguir cuando habla si es el verdadero Massa o una imitación. Pero es imposible que no se contradiga. Por un lado, dice que “este” gobierno no es “su” gobierno, pero en las publicidades se afirma, como un mérito del candidato, que se hizo cargo del país cuando este se hallaba al borde del abismo. No se agrega, tal vez por falta de tiempo, que desde que se hizo cargo le fue dando entusiastas empujones para que se cayera en ese lugar que solo se vislumbraba antes de su aparición rutilante.

En efecto, todos los indicadores de la economía empeoraron significativamente desde que Massa asumió un ministerio para el que carece de la menor formación. Eso no debería ser un problema si se manejara con responsabilidad y se rodeara de funcionarios competentes y probos. Pero en tal caso no sería Massa. Lejos de eso, intensificó la demagogia aumentando el déficit y acelerando una emisión descontrolada de pesos que nos ubica, si no se adoptan medidas drásticas que la eviten, en la antesala de una hiperinflación.

Milei, por su parte, no puede ser señalado como el causante del desastre económico, ya que no gobierna. Sin embargo, sus declaraciones incendiarias solo agravan el panorama económico. Obsesionado por la dolarización, que solo se aplica en muy pocos países del mundo (a ninguno de los cuales nos querríamos parecer), ha dicho que una hiperinflación sería muy buena porque facilitaría ese objetivo. Es una tremenda irresponsabilidad de un candidato al que las PASO ubicaron con chances de disputar la presidencia. Absorto en su álgebra de laboratorio, ignora que la hiperinflación castiga duramente a la enorme mayoría de la población y en especial a los más pobres. Demuestra de esa forma su total falta de empatía con los padecimientos de quienes debería gobernar. Lo último que necesita la Argentina en estos momentos es un desequilibrado al timón. Las demenciales propuestas de algunos de los dirigentes principales de su fuerza política, como la señora Lemoine, que pretende otorgar el derecho a renunciar a la paternidad, o la insistencia en la inmoral venta de órganos, no son hechos aislados, sino la confirmación de que estamos en presencia de un grupo de desquiciados que, de alcanzar el poder, podrían hundirnos definitivamente. Un grupo que simula enfrentar a la “casta” y se abraza a Luis Barrionuevo y a lo peor del peronismo.

Frente a tanta sinrazón, los argentinos disponemos de una opción lógica, razonable, que propone cambios profundos sin salirse de la Constitución. Todo lo contrario: sabe bien que son las instituciones el fundamento del progreso. Y que dispone además de numerosos legisladores y gobernadores, para que los proyectos no se queden en enunciados de las redes sociales. Hay futuro. Es con Patricia Bullrich y Juntos por el Cambio y un sólido equipo político y de gestión. Y hay pasado: el de la corrupción, la impunidad, el corporativismo sindical. Votemos en defensa propia.