El voto de cincuenta millones de brasileños habilitó a Jair Bolsonaro para la segunda vuelta electoral. Un militar reservista que obtuvo, como es sabido, la presidencia en los comicios de 2018, no hizo nada para proteger la floresta amazónica, minimizó la pandemia, reivindicó dictaduras pasadas y, según una encuesta reciente, es temido por la mayoría de sus coterráneos debido a sus opiniones políticas.
Al otro lado del Atlántico, Giorgia Meloni, la lideresa de Fratelli d’Italia que exalta la civilización europea en oposición a los inmigrantes y supo utilizar la canción que interpreta un joven nazi en la película “Cabaret” como eslogan de campaña, fue la candidata más votada en las elecciones generales de fines de septiembre. Incluso, en un municipio de los Alpes Apuanos, donde en 1944 las tropas alemanas fusilaron a decenas de personas para disuadir la resistencia antifascista.
Ambos personajes suelen esgrimir en público y en las redes sociales un discurso autoritario, en ocasiones racista, que ante la menor reivindicación inclusiva emplea un anticomunismo y antisocialismo rabioso. Al que el brasileño, envuelto en neblinas del ayer, le suma ofensas a los opositores y un acentuado fervor por las armas. Como si los derechos sociales debieran retroceder un siglo. O el mundo atravesara los tiempos de la Guerra Fría con el bloque soviético en pie.
Esta particularidad les ha permitido congeniar con Donald Trump de los Estados Unidos (EEUU), Viktor Orban de Hungría, el chileno José Kast y los partidos Demócratas y Vox de Suecia y España. Asimismo, cuentan con seguidores locales que, para no desentonar, combinan berrinches con un lenguaje insultante.
Además, han provocado un debate acerca de las causas que explican su desempeño electoral y, también, sobre la ideología que manifiestan. Entendida esta como un conjunto de creencias que permiten razonar el pasado, interpretar el presente y tener una visión del futuro.
Con relación a las causas, buena parte de los analistas señalan que estuvieron focalizadas en la desidia y en la incapacidad de los partidos tradicionales para resolver o intermediar en una serie de problemas que fueron creciendo en estos países a lo largo de este siglo. Marginalidad, recesión, corruptelas e inseguridad, entre ellos.
Estas circunstancias habrían dado lugar a que la ciudadanía, harta de las fallas de la antigua dirigencia, se mantenga indiferente al juego político o haya votado por líderes que no habían formado parte de los sucesivos gobiernos. De hecho, los porcentajes de participación en estas elecciones italianas y brasileñas, 64 y 79%, respectivamente, estuvieron debajo de los promedios históricos.
En cuanto a la ideología de estos movimientos, las caracterizaciones se bifurcan. Están quienes, sin atar cabos con el orden económico, la catalogan de neofascista debido a sus símbolos, intolerancia y retórica. Y le confieren las mismas cualidades que el filósofo Theodor Adorno le atribuía a la confusa jerga de Hitler y Mussolini: proporcionar a la gente una fantasía de transgresión mediante una oratoria violenta y un espectáculo sin pausa, al tiempo que defienden las jerarquías dominantes de las sociedades modernas.
Estos rasgos se podrían visualizar también en las consignas de los círculos de activistas que atacan monumentos históricos y sitios memoriales, agreden a los inmigrantes o llegan a tramar, como acaba de ocurrir en Argentina, atentados contra altas autoridades políticas.
Otros estudiosos, en cambio, rechazan el uso de precedentes históricos similares para identificar estos fenómenos contemporáneos. Nada se repite de la misma manera, alegan. Y en lugar de aludir a categorías de antaño, cesarismo, totalitarismo o fascismo, por ejemplo, prefieren remarcar la ideología conservadora, xenófoba y ultraderechista de estas agrupaciones.
A la par que confían en los frenos y contrapesos que les puedan oponer las instituciones en los distintos países, subrayan el hecho de que ninguno de sus líderes, por ahora, cabría agregar, ha verbalizado o fomentado iniciativas que tiendan a la represión interna y la expansión territorial.
De todos modos, y más allá de estas controversias, es muy importante mencionar que unos y otros, al igual que un destacado conjunto de intelectuales, empresarios y sindicalistas, resaltan la necesidad de estar atentos para defender la democracia ante eventuales iniciativas retrógradas que estas fuerzas quieran impulsar en las esferas ejecutivas y legislativas.
En especial, si las huestes trumpistas reciben un apoyo alentador en las próximas elecciones parlamentarias en los EEUU. Y advierten, en esta dirección, los cambios negativos que se pretenden introducir en torno a las políticas migratorias, el uso de la energía nuclear, los derechos civiles, la igualdad social y el medio ambiente.
También, en cuestiones que impactan directamente en las perspectivas de nuestro país: la integración regional, el proteccionismo de las naciones desarrolladas, la crisis climática, el multilateralismo y la cooperación y la convivencia pacífica entre las naciones.
Es de esperar entonces que gran parte de los ciudadanos brasileños haya reflexionado sobre estos temas antes del ballotage definitivo del 30 de este mes. Ya que en esta coyuntura, si es verdad lo que vaticinó el maestro Ingmar Bergman, cualquiera puede ver que el futuro es como un huevo de serpiente. Porque a través de la fina membrana es posible distinguir el reptil ya formado.
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