Chano

La adicción tiene mil enfoques y componentes. Grados. La mayoría no consigue desengancharse, pero otros sí. Es posible

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Santiago "Chano" Moreno Charpentier, líder de Tan Biónica

Todos sabemos quién es Chano, Santiago Moreno Charpentier. Todos sabemos que es un músico y autor de letras muy personales y a menudo con asomo poético sin perder lo que se llama marcha, que con el grupo Tan Biónica como cantante y compositor fue aplaudido y contó con muchos seguidores para hacerlo después como solista. Un ganador destruido por la adicción a las drogas pelea por salir de un lugar que no tiene política de prevención, tratamiento, y comprensión de las adicciones ni una lucha diseñada contra el tráfico con resultados claros. Le ha tocado a Chano. Son muchos.

Vemos a Chano, de 40 años, en su jaula existencial, con brutales recaídas y volviendo a empezar sin resultado cada vez con mayor peligro. Todos sentimos el dilema atormentador de Chano. Todos vemos caerse de sí mismo con el sufrimiento de su madre y de quienes vemos con tristeza, impotencia y pena todo lo que ocurre cuando Chano vuelve a asfixiarse en la soledad: las adicciones son motores de soledad abismal. Los adictos se unen para consumir y escapar de tanta realidad que les resulta sobreactuada. La droga es el factor tiránico a otra realidad. Huyen. No tienen descanso. El dealer espera a la vuelta de la esquina.

A Chano, a todos los enfermos que destrozan a sus familias, a quienes pasan la ciénaga de lo que sufren y están enfermos. No se trata de que se “porten mal”, de tipos raros que lo rompen todo a partir de ellos mismos por placer. Allí están, cada uno en su infierno. Tampoco se trata de inventar una irrealidad de seres perfectos que siempre marcharon por las vías indicadas para seres ejemplares que harían todo bien: sería utópica y, con los datos que desde hace largo tiempo, se sabe el tráfico abarca lo suficiente como para considerarla una guerra mundial. Pero mucho menos distraerse de episodios como el de Puerta 8, con un aviso inverosímil -oficial- que se vendían a consumidores unos paquetitos rosados y que era necesario abstenerse de consumir el contenido. La droga envuelta con el color estaba alargada, estirada (hablamos de cocaína) con fentanilo, un opioide sintético con mayor poder que la morfina. Murieron como mínimo 23 consumidores en Puerta 8, un sitio donde confluyen la basura y la pobreza. En sitios parecidos buscan los adictos, seguros por varias razones que no encontrarán obstáculos.

Marina Charpentier, la mamá de Chano, en el Senado

La adicción tiene mil enfoques y componentes. Grados. La mayoría no consigue desengancharse, pero otros sí. Es posible. Solo que el abandono, o algo peor, la fuerza del poder narco –el producto interno sumados todos los países, se arriesga-, han dejado a quienes en todas las capas sin refugio ni rumbo y con puerta abierta a la corrupción catalizadora.

No hay un Chano. Hay millones de Chanos fuera de control, de protección y ayuda suficiente. No se hace lo necesario y la naturalización de las drogas contribuye al aumento. El cortejo de la juventud por parte de dirigentes importantes llega a extremos que parecen de invento, como la fiesta solidaria en Morón donde se construyeron carteles con instrucciones para usar marihuana genuina, “merca” segura y poco a poco, como a prueba, para acostumbrarse. Algo nunca visto. Se dirá qué iban a usarse de todos modos, pero ofrecer una didáctica repugnante con gesto de algún paternalismo canchero es otra cosa. Aceptar tal drama como un hecho de realismo y apendejamiento premeditado para seducir chicos que votan produce un malestar indecible.

Detallada y con referencias históricas, biológicas, psico-sociales -surge del prefacio-, la ley de salud mental incluye como patologías a atenderse a las adicciones. Como foco muy potente con la recaída urgente de Chano sube en consideración el conflicto entre lo manicomial y lo médico sin más a ser atendido en centros de médicos generales, no en centros particulares.

Chano junto a su mamá

Establecida la inclusión por ley a las adicciones como enfermedades médicas, sigue la discusión muy delicada sobre la internación forzosa en casos de peligro, sin verificación científica de varios ángulos de manera interdisciplinaria en el momento y con decisión judicial. No es necesario subrayar que, en los límites, se discute sin pausa al respecto. La discusión en el mismo ovillo en que cohabitan sufrimiento y formas de negocios sugeridos pediría otra manera de ver el problema en otro contexto. En este tiene como centro y clave que no se atiende la intemperie desde las adicciones en edades cada vez menores y en clases diferentes.

No se entra aquí en el modo de reducir el narco, un problema que excede con largueza lo que se escribe, ni una propuesta de un proyecto de enorme complejidad en torno a todo lo que produce: violencia, desolación, poder, agravante de la vida política y en el ámbito cotidiano. No es eso sino poner en claro que, con tanto por salir del pozo y confirmar nubarrones en torno a hacerlo en todos los aspectos de un país a menudo desesperante, las adicciones no son tratadas con la importancia que tienen: adictos como enfermos mentales, delitos, lesiones feroces al entramado social, enturbiamiento del futuro aún de corto plazo -acortamiento del futuro a toda velocidad-, como tendría que hacerse.

Chano es un mojón. Con talento y angustia extrema no consigue romper un círculo. Hay también adictos fantasmagóricos, solos y en sombras, una gran cantidad, con inclusión de niños, sin que el poder se esfuerce en mitigar en algo lo que ocurre con conocimiento pleno. Vergüenza.

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