Estamos absolutamente a la deriva

El Presidente Alberto Fernández parece tener un grave problema de necedad y olvido junto con dosis de inconciencia e insensatez

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Alberto Fernández y Vladimir Putin

El Presidente Alberto Fernández parece tener un grave problema de necedad y olvido junto con dosis de inconciencia e insensatez.

Hace algo más de cuatro décadas el país tenía un 4% de pobreza, la indigencia no existía y la presión impositiva dejaba producir, crecer, invertir y generar empleo. En la actualidad el número de pobres se ha multiplicado por diez, la indigencia ya afecta a casi 5.000.000 de argentinos y la presión impositiva ha puesto tal lastre sobre el sector privado que la creación de empresas, la creación de empleos formales y de calidad, la inversión, el crecimiento y el desarrollo han quedado como parte de nuestro paisaje del pasado.

El acuerdo con el FMI -al menos el borrador que se presentó como definitivo a pesar de la estrepitosa falta de detalles y explicaciones que justifiquen lo planteado- se encuentra a punto de desvanecerse por culpa de la imperdonable, maliciosa y temible actitud del hijo de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner. Dicho acuerdo sin embargo está lejos está de ser la solución a nuestros problemas y realidades. Incluso el entendimiento con el organismo no tendrá ninguna consecuencia inmediata que impacte en nuestro bienestar. En tal caso el que se logre sellar el acuerdo de manera definitiva apenas se traduciría en empezar a contar con la remota posibilidad de poder empezar a cambiar verdaderamente las miserias entre las que nos hemos acostumbrado a convivir.

La deuda con el FMI representa apenas el 12% de la deuda total que tiene el Estado Nacional, pero evitar la cesación de pagos con el organismo permitiría la posibilidad de no enemistarnos con buena parte del planeta, seguir accediendo a créditos de otros organismos multilaterales y tener alguna chance cierta de en algún momento poder volver a acceder a los mercados tradicionales de crédito. De igual forma, el posible acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no es más que un punto de partida necesario pero absolutamente insuficiente en el largo y trabajoso trayecto que implicará en algún momento el intento de lograr escapar a la decadencia que nos acecha desde hace décadas.

Alberto Fernández, Kristalina Georgieva y Martín Guzmán

Incluso en el supuesto que nuestra deuda con organismo mágicamente desaparezca, (absolutamente improbable, desde ya) los problemas estructurales de Argentina seguirían estando allí, con exactamente la misma intensidad que se exponen hoy. Por consiguiente, si la inexistencia de la deuda no generaría la resolución de nuestros inconvenientes, la existencia de ella no es la responsable de nuestros males. Esta sencilla deducción hace pensar que el oficialismo está cometiendo un pecado que no será de fácil perdonar: evocando un enemigo está condenándonos a la más absoluta miseria. Sus excusas populistas que entienden al mundo como el único enemigo generan que el tiempo pase mientras la pobreza y el subdesarrollo avanzan sin piedad mientras ellos gobiernan sin intentar siquiera llevar adelante un paquete de reformas que terminen con esta Argentina sin destino más que el de un mar de miserias.

Creer que la decadencia en la que nos han hundido es responsabilidad de aquellos que no la tienen no es más que gobernar para ellos mismos y en pos de sus propias ambiciones de poder.

En estos días que resultan claves en lo que respecta a las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, el Presidente Alberto Fernández pasea por Asia, entregando al país para que sea “la puerta de entrada de Rusia a América Latina” y explicando que Argentina necesita dejar de depender del FMI y de EEUU -ignorando tal vez que el país del norte tiene los votos necesarios para vetar cualquier acuerdo que desee sellar la Argentina con el organismo- resulta al menos ingenuo, insensato y altamente peligroso.

La sociedad cada vez demanda más: las necesidades de dejar la mediocridad atrás toman fuerza y dan cuenta que la política actual no puede seguir esquivando cada uno de los problemas que han transformado al país es invivible. Mientras tanto, el Presidente no parece tomar nota y la inconciencia parece estar cegándolo de razón y sentido común. Que el gobierno crea que nuestro destino está solo en manos de otros es no querer aceptar la responsabilidad de su propia negligencia, de su propia desidia y por sobre todo, de su insensato fanatismo ideológico.

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