¿Quién prenderá el primer fósforo?

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Manifestantes participan en una protesta contra el gobierno y las medidas de cuarentena en la ciudad de Buenos Aires, durante el día de la independencia de Argentina, en medio del brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en el obelisco de Buenos Aires. Argentina. 9 de julio de 2020 (REUTERS/Agustín Marcarian)
Manifestantes participan en una protesta contra el gobierno y las medidas de cuarentena en la ciudad de Buenos Aires, durante el día de la independencia de Argentina, en medio del brote de la enfermedad coronavirus (COVID-19), en el obelisco de Buenos Aires. Argentina. 9 de julio de 2020 (REUTERS/Agustín Marcarian)

Muchas veces se ha dicho que la tolerancia es uno de esos valores universales que deberíamos de practicarla en nuestra cotidianeidad. O más bien que se trata de una especie de precepto moral vinculado con el respeto, la no violencia y el pacifismo.

¿Cuándo fue que nos convertimos en la calle, en la protesta, en la irreverente protesta que nos llevó a la confrontación de unos contra los otros?

¿En qué momento dejamos de querernos, de amarnos, a tal punto de querer imponernos las ideas por la fuerza y el impulso descontrolado?

¿Qué extraña circunstancia hizo de nosotros que salir a la calle a proclamar las ideas, sea un teatro de operaciones y un escenario casi de guerra e intolerancia?

¿Cuándo fue que dejamos la tolerancia y el respeto, para sembrar más odio e irreverencia, siendo que la Constitución Nacional aun sigue teniendo la letra “C” de nacional y no la “Z”?

Víctor Hugo señaló que la tolerancia es la mejor religión, pues la creencia en el respeto hacia los demás colabora con lograr hacer un mundo mejor cada día.

¿Podemos amar tan poco la democracia, que no medimos nuestros propios límites y a tal punto de no pensar más en el prójimo?

¿Nos habrán afectado tanto las redes sociales? ¿Será que ya hemos sucumbido a los límites de nuestro propio Yo, en el Ello?

Los hechos ocurridos recién en las calles de varias ciudad del país no hacen más que mostrar lo que somos (pero que no queremos ser). ¡Por favor detengamos el tiempo ya!

Por favor no sigamos adelante. Parte de la clase política no está acompañando tampoco: basta con leer las expresiones mediáticas para ver que estamos en el pico y no de la pandemia, sino de las agresiones.

“No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia” (Mahatma Gandhi)

¿Hasta cuándo? Hasta que corra sangre, hasta que ocurra una fatalidad, hasta que saquemos de adentro lo incontrolable, y cuando ello suceda ¿a quién le vamos a asignar la culpa y la responsabilidad? Al otro, seguro.

No, no, la culpa será de cada uno de nosotros si no ponemos el pie en el freno.

Es ya inconcebible que no podamos comportarnos civilmente, sin agredirnos.

Es momento de parar la pelota y pensar. Solo eso, pensar.

Hagamos un llamado a bajar las revoluciones mentales e impulsivas y hablemos con el otro, sin imponerle ideas, sin inculcarle sentimientos de odio, hablemos entre nosotros, hagamos la descarga intelectual y empática necesaria, pero salvemos la república.

Porque al fin y al cabo, ¿qué queremos para nosotros y para nuestros hijos, amigos, empleados, jefes, en definitiva, para el prójimo?

“Todos estamos llenos de debilidades y errores; perdonémonos recíprocamente nuestras tonterías: es ésta la primera ley de la naturaleza” (François-Marie Arouet-Voltaire)

Estimado lector, llego el momento de hacerle la pregunta:

¿Pagará usted las consecuencias de sus actos?

¿Será usted quien prenda el primer fósforo?

Estamos a tiempo de parar, de reconciliar, de respirar, ya pronto todo habrá pasado y deberemos reconstruirnos, uno a uno, codo a codo.

El autor es politólogo y analista político

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