Los costos de hacer política exterior según criterios ideológicos

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Alberto Fernández mantuvo un diálogo con Lula da Silva (REUTERS/Rodolfo Buhrer)

Acaso sin proponérselo, el Presidente de la República hizo una enorme contribución a la diplomacia el viernes 26, durante una conferencia virtual con el ex presidente del Brasil Inacio Lula da Silva organizada por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Sus expresiones durante esa reunión pueden condensar en buena medida una lección de aquello que debería evitarse en la materia. Durante los escasos 20 minutos que duró su alocución, el presidente argentino logró el curioso mérito de enemistarse con los gobiernos de los Estados Unidos, Brasil, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Bolivia y Chile.

Tal vez olvidando que es Jefe de Estado de una nación soberana y que su obligación constitucional indelegable consiste en manejar las relaciones diplomáticas con los demás países de la tierra, el mandatario se dedicó a elogiar a la figura del ex presidente Lula, a quien calificó como “un hombre inmenso para América Latina” y lamentó que no sea el presidente de Brasil en este momento porque, en ese caso, “otras serían las relaciones bilaterales”. También aprovechó para invitar “a comer un buen asado con un buen vino” al ex jefe de Estado brasileño, quien mantiene tirantes relaciones con el actual gobierno del Brasil encabezado por Jair Bolsonaro.

Los dichos del mandatario argentino adquieren especial gravedad a escasas 48 horas del inicio de una cumbre de jefes de Estado del Mercosur, prevista para el lunes 29. Y más aún teniendo en cuenta que las relaciones argentino-brasileñas se encuentran prácticamente congeladas desde hace meses, a pesar de los buenos oficios realizados por el designado embajador en Brasil Daniel Scioli y el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa. Pero quien puede lo menos, no puede lo más, y cuando un vínculo político está dañado en el nivel presidencial nada puede resolverse en el campo diplomático.

Pero los agravios del jefe de Estado no se limitaron al Brasil. Fernández también se dio el lujo de atacar a Washington al afirmar que “los Estados Unidos rompieron la Unasur y crearon Prosur” y sostuvo que los norteamericanos “hicieron todo lo posible para que la CELAC desaparezca”. Fernández acusó que “no les alcanzó con eso: ahora fueron por el BID y salió todo el continente a apoyarlos”. El mandatario argentino se autocongratuló recordando que “solo hemos quedado dos países al margen de ese apoyo, México y nosotros”.

El presidente argentino pareció olvidar que entre las responsabilidades que le competen como Jefe de Estado se encuentran las obligaciones de mantener las mejores relaciones posibles con los países de la región, con quienes la Argentina mantiene un destino común marcado por la geografía y la Historia, dos factores inmodificables e inalterables de la política. Resultó casi inexplicable oír de un Presidente en ejercicio palabras como las que utilizó Fernández para terminar su alocución. Fue cuando se entregó a un lamento: “Querido Lula, yo no lo tengo a Néstor, no lo tengo al Pepe Mujica, no lo tengo a Tabaré, no lo tengo a Lugo, no lo tengo a Evo, no la tengo a Michelle, no lo tengo a Lagos, no lo tengo a Correa. No lo tengo a Chávez. A duras penas somos dos que queremos cambiar el mundo. Uno está en México, se llama Andrés Manuel López Obrador y otro soy yo”. Es imaginable suponer el desagrado que las expresiones del presidente argentino deben haber causado entre sus pares de la región.

Desgraciadamente, la actitud del Presidente tendrá un costo que pagará la Argentina en su conjunto dado que inexorablemente un deterioro en las relaciones bilaterales del país con nada menos que la nación más poderosa de la tierra y con prácticamente todos los gobiernos sudamericanos no puede sino implicar costos de oportunidad para el desarrollo nacional.

Desde la paz de Westfalia, el sistema internacional se estructura en base a un orden global basado en estados soberanos. Una regla elemental de ese sistema reside en la no injerencia en los asuntos internos de los otros países. A su vez, la política internacional debe conducirse en base a criterios de Estado y no en atención a preferencias ideológicas o gustos personales.

El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica.