"Rafa" Di Zeo, el nombre de un serio problema que Macri no se decide a enfrentar

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El colectivo que llevaba a los jugadores de Boca Juniors hacia el aeropuerto de Ezeiza avanzaba lentamente, rodeado de una pequeña multitud azul y oro. En la cabecera de la manifestación, como si fuera él quien la guiaba, como si no tuviera ningún miedo, como si se sintiera eterno, estaba, nuevamente, él, Rafael Di Zeo, el inmortal jefe de la barra brava de Boca Juniors, símbolo muy destacado de la violencia que se ha instalado en el fútbol.

Esa imagen, transmitida al mundo el martes pasado, fue particularmente estremecedora por varias razones. En principio, por la naturaleza del personaje. Di Zeo tiene una cantidad enorme de antecedentes penales en su contra. Está rodeado de personajes que dan miedo de solo conocer sus vidas. Pero eso, en todo caso, no era nuevo. Di Zeo se mostró así, inmortal, poderoso, desafiante, unos días después que la violencia se cobrara como víctima al partido de fútbol más trascendente de la historia argentina y que el propio presidente Mauricio Macri enviara una ley al Congreso para combatir a las barras bravas con penas más duras.

Por un lado, un presidente apuntaba contra las barras bravas. Por el otro, el jefe de la barra brava más peligrosa y popular, pocas horas después, en lugar de esconderse, pedir clemencia, esperar tiempos mejores, negociar, sacaba pecho, se mostraba, hacía saber que no le tiene miedo a nada. ¿Qué podría hacerle un presidente a él? ¿Cuántos han pasado mientras él sigue allí, poderoso, inamovible? Por si faltara un gesto de poder, uno de los líderes del equipo, cuando le preguntaron por Di Zeo, dijo: "Es un líder histórico de la Barra. Así que bienvenido".

He allí un problema, que no es solo de autoridad presidencial.

En las horas siguientes a la suspensión del Boca River, Mauricio Macri y Patricia Bullrich vincularon el episodio con los barras bravas. Los hechos que derivaron en el escándalo no necesariamente apuntaban hacia ese lugar. Como se sabe, las personas que arrojaron proyectiles contra el micro que trasladaba al equipo de Boca eran hinchas comunes. Sin embargo, el ambiente del fútbol está envilecido por las barras.

Ese clima se puede percibir en episodios que ocurren a diario. El día siguiente a la demostración de poder de Di Zeo, por ejemplo, fue detenido el jefe de la barra brava de Platense por un secuestro extorsivo a la hija de un jefe narco. Unos días antes del superclásico suspendido, la barra brava de All Boys obligó a la policía de la Ciudad a huir de una manera humillante mientras realizaba destrozos en la cancha. La barra brava de All Boys está vinculada directamente a grupos que distribuyen droga en un barrio de la Capital de la Argentina. Nadie los molesta: tienen protección. En esos mismos días, hubo tiroteos entre facciones de la hinchada de de Deportivo Laferrere: uno de los hinchas fue filmado mientras disparaba con una ametralladora. El líder de la banda había sido detenido un par de semanas antes, por sus obscenos vínculos con la venta de droga y con la política local. Unas semanas atrás debía jugarse el clásico rosarino. Se jugó sin espectadores, a cientos de kilómetros de la ciudad, para evitar muertos. Las barras bravas de ambos clubes están dominadas por el temible narcotráfico local.

Para desterrar a los violentos, el presidente simplemente envió una ley al Congreso. La respuesta llegó en pocas horas, cuando Di Zeo, y su segundo, Mauro Martín, condujeron la caravana que llevó al equipo de Boca hasta el aeropuerto.

Macri tiene, frente a esta situación, uno de los clásicos dilemas que plantea el ejercicio del poder: es imposible hacer tortilla sin romper huevos. Di Zeo, por una parte, es el jefe de la barra del club del que Macri fue presidente. Lo conoce personalmente y fue testigo directo de su ascenso en los años noventa. Ese club es actualmente dirigido por Daniel Angelici, uno de sus hombres de confianza del Presidente, quien parece tener un pacto de sangre con Di Zeo. Angelici controla a sectores muy sensibles del fútbol, pero también del Gobierno y la Justicia de la ciudad de Buenos Aires. Por eso, por ejemplo, cada vez que la barra brava de Boca ha tenido que enfrentar problemas con la Justicia, Angelici se preocupó por desactivarlos personalmente. En toda su historia como presidente de Boca, no se conoce una sola declaración crítica de Angelici contra la barra. En el último viaje de Boca a Barcelona, la mayoría de la barra brava viajó en el mismo avión que el plantel oficial. No es algo secreto: es una relación que se exhibe sin vergüenza, con absoluta obscenidad.

La ministra Patricia Bullrich junto al presidente Mauricio Macri (Foto: NA)

Ese ángulo, cuyo vértice es Angelici, y en cuyas puntas se encuentran Macri y Di Zeo, explica una paradoja central de la así llamada "lucha contra las mafias". Por un lado, desde diciembre de 2015, las barras bravas no tienen paz en la provincia conducida por María Eugenia Vidal, pero no ocurre lo mismo donde mandan Mauricio y Patricia. Vidal designó como ministro de Seguridad a Cristian Ritondo, un político muy vinculado a la barra brava de Nueva Chicago. Eso pareció un indicio de que nada cambiaría. Sin embargo, designaron como titular la APREVIDE, el organismo específico de lucha contra la violencia en el fútbol, a Juan Manuel Lugones, el histórico abogado de las familias de víctimas de las barras. El trabajo que hicieron fue implacable. Con el correr de los meses, fueron cayendo líderes de las barras de Independiente, Estudiantes, Gimnasia, Laferrere, Temperley, Lanús, Tristán Suarez, Laferrere, entre otras. En muchos de esos operativos se encontraba, una y otra vez, lo obvio: el vínculo con los municipios de la zona y con grupos narcos.

Todo este trabajo no necesitó de ninguna ley que impusiera penas más duras, como la que proponen Macro y Bullrich. Con figuras que ya existen en el Código Penal, como asociación ilícita, secuestros extorsivos, lavado de dinero, robo con armas de fuego, homicidio, basta para que cualquier juez detenga a algunos de estos personajes y ponga al resto a la defensiva. Para eso, es necesario una decisión política contundente: organizar, por ejemplo, a fiscales y policías para que investiguen con respaldo y sin miedo a quedar solos. La gobernadora Vidal suele contar en privado que decidió avanzar cuando percibió que los caudillos de barras que caían eran, al mismo tiempo, jefes de bandas que cometían delitos comunes, especialmente ligados a los narcos.

La pasividad del Gobierno nacional respecto de este tema es particularmente curiosa porque afecta también sus intereses más egoístas. Los barras bravas pertenecen a un mundo extraño donde los delincuentes hacen exhibición de poder, viajan por el mundo, se muestran cada fin de semana, en lugar de esconderse, y pasar desapercibidos. Entonces, no se requiere de un equipo de expertos, ni de una investigación muy profunda para detectarlos e investigarlos. De ese trabajo, surgiría un montón de información, que luego serviría para producir golpes muy importantes sobre algunos personajes y la sensación de que la impunidad se terminó sobre otros. Macri y Bullrich podrían decir que la lucha contra las mafias avanza y contrastar con el respaldo que esos mismos barras tenían durante el gobierno anterior. Tal vez, si esa pelea se sostuviera en el tiempo, el fútbol volvería a ser un territorio agradable, y las familias volverían a la cancha. Eso sería bueno para la sociedad, terminaría con una situación vergonzosa, y útil políticamente para el Gobierno. Pero Macri parece atrapado por su pasado, o por la relación entre los intocables Angelici y Di Zeo.

Juan Manuel Lugones, titular de la la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte de la Provincia de Buenos Aires (Aprevide)

Pese a todo esto, el jefe de la barra más célebre tuvo esta semana una derrota. No pudo viajar a Madrid a ver el partido. Esta tarde lo verá por televisión. A los españoles no les gusta convivir con los violentos. Por eso, deportaron a líderes de las barras de Boca y de River. Di Zeo estaba preparado ya para viajar. La Justicia argentina le había dado permiso para hacerlo. Pero cuando vio lo que pasaba, decidió quedarse en el territorio que lo protege: la República Argentina.

Tal vez el origen del problema haya sido la Revolución de Mayo: 208 años después, los españoles han resuelto problemas sencillos, frente a los que los argentinos no sabemos qué hacer.