Es un día malísimo

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Es un día malísimo.

Suelo cuidar mi vocabulario. Lo hice siempre, y más aún ahora que ocupo un lugar institucional y trato de estar a la altura de las circunstancias.
Habrá quien suplante la palabra "malísimo" por la que se suele utilizar en el barrio.

La absolución del ex presidente Menem por haberse "quebrado el pazo razonable" para que tuviera sentencia firme después de haberla tenido en tres instancias como acusado por tráfico de armas y contrabando es un insulto a la igualdad ante la ley que debe primar en una república que se precie de tal.

El silencio de gran parte del arco político, sobre todo el opositor, ubica la impunidad para con sus líderes como producto del manejo de los tiempos como un mecanismo fríamente calculado a su servicio.

Seguramente el senador Menem hoy respirara aliviado y el Peronismo que lo tuvo como presidente durante 9 años y como senador durante 12 podrá decir con un marcado cinismo que fue absuelto.

Esta absolución por caducidad de los tiempos más que una jactancia de inocencia es una confesión de culpabilidad.

Tuvieron que manipular todos los tiempos, corromper todos los estamentos y promover la apatía cívica por parte de sectores de la opinión pública y la ciudadanía para sacar al senador por la ventana de la historia.

Sé que este humilde escrito no cambia nada las cosas. Es tal vez apenas una catarsis individual. Solo sirve para mostrar donde me ubico en este día en el que muchos con su silencio también han decidido exhibir dónde se encuentran.

Pero también considero que hacer público mi malestar es un acto. Es una pretensión. Parece ambiciosa, pero no lo es: Qué la república sea república. Que a todos los ciudadanos nos juzgue igualmente la ley. Que la justicia sea justa.

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