En recuerdo de Evita, la mejor de los de abajo

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Murió cuando yo tenía diez años. Mi padre eran ocho hermanos; mi tía Francisca, la más humilde y la única peronista, apareció con el crespón negro de duelo al cumpleaños de mi abuela Vicenta. Mi padre la increpó: "¿Quién se te murió?". Mi Abuela no era feminista pero tenía el poder absoluto y ordenó silencio; sus ocho hijos casados con sus cónyuges y sus nietos obedecieron. Muchos usaban el crespón negro del luto, los hombres, una faja en la manga, un poco arriba del codo. Ese luto era el escudo peronista, el velatorio fue largo y el duelo, mucho más.

Las radios desde ese día y hasta el golpe marcarían a las 20.25 como la "hora en que Eva Perón entró en la inmortalidad". Todas las radios, todos los días, esa radio instalada en la cocina donde cenaba la familia, escuchando a Los Pérez García. La televisión apenas asomaba en el mundo de los ricos. Luego sería un logro familiar y una muestra de ascenso social, como la heladera o el lavarropas, inventos recientes que causaban asombro.

Luto en mucha gente, hombres y mujeres, dolor de lealtad u obligación de empleado público. El luto marcaba aquella grieta.

Cuando intenté militar en los barrios, me asombré en cada aniversario, llamaba la atención la foto de Evita en los balcones de las casas bajas, como la estampita de una santa, y dos velas que acompañaban. Miles, una señal de pertenencia, de rebeldía, de lealtad a la causa. En el anochecer de los barrios humildes esas velas reflejaban la imagen de un velatorio colectivo. En más de una casa o en alguna pieza de conventillo me mostraron un reloj de pared detenido a esa hora, hasta alguno supo explicarme que se había detenido solo.

Evita era una de ellos, hija natural hecha en la lucha por la vida, de abajo en serio, esencial a la imagen de Perón. Polea de trasmisión entre el Jefe y su pueblo, dueña de una causa y plena de pasión, leal a Perón, ellos dos eran uno. Entender a Evita sin Perón es no entender nada, ni el machismo ni el feminismo, la pareja era la síntesis y la expresión de la causa. Ella tenía todo aquello que los ricos odiaban, era la más pura expresión de los de abajo, de aquellos que habían dicho "basta", que pudieron ser uno y dijeron "presente, mi General". Su pueblo la quería vestida de lujo, de ese lujo de los ricos que festejaban que lo usurpara uno de ellos.

El Golpe secuestró su cadáver, su recorrido es parte de los recovecos del alma de los represores, enemiga de la beneficencia, solo luchaba por la dignidad. Vendrían más golpes y traiciones, exilios y persecuciones, todos en nombre de la democracia y la libertad, esos símbolos que utilizaban sus enemigos para mentir con descaro, esa oligarquía gorila que siempre derrocó a la democracia y solo ahora pareciera que llegó por las urnas. De derechas o de izquierdas, vanguardia iluminada que estuvo siempre despreciando a los humildes. La pretensión de los cultos de volverse gobierno y educar a los trabajadores. Sueño que suele terminar en pesadilla, siempre, no aprenden, pura soberbia (hay riesgo de que les pase de nuevo).

Algunos llegaron a cantar: "Si Evita viviera, sería Montonera", algunos le supimos responder: "Si Evita viviera, sería peronista".

Un viejo y elegante oligarca que había sido comando civil me dijo, arrepentido: "Nosotros creíamos que había que darles ideales a los ricos y dinero a los pobres, Perón, que era sabio, se dio cuenta de que era todo al revés, les dio ideales a los pobres e instaló su causa para siempre". Evita era la mejor de los de abajo, la imagen en la que ellos se sentían reflejados.

Como supo hace mucho decirme un obrero: "Después de Perón y Evita nunca más tuve que bajar la vista frente al patrón o al policía". Me dijo todo.