Cómo se gestó el cenotafio a los caídos en Malvinas

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El 2 de abril se conmemoró un aniversario más de la guerra por la recuperación de la Islas Malvinas. La ocasión me parece oportuna para dar a conocer y esclarecer cómo se gestó la construcción del cenotafio a los caídos en el conflicto bélico de las Islas Malvinas y el Atlántico sur, con todas las implicancias de todo carácter que en su momento generaron. Siempre es difícil y conflictivo recordar y homenajear a nuestros contemporáneos, aun cuando se trate de hechos como la gesta de Malvinas.

La erección del cenotafio a los caídos en las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur, de las barrancas de la Plaza San Martín, en la Ciudad de Buenos Aires, sufrió insidiosa crítica, fuerte oposición de diversos sectores políticos que buscaban politizar el tema y fue sometido particularmente a injustas diatribas y acciones que llegaron a la Justicia, con el solo fin de impedir su ejecución.

Por ello, en ese entonces sostuvimos que el monumento que pensábamos erigir "era el mínimo homenaje que debíamos a quienes murieron por nosotros. Un pueblo sin memoria no tiene futuro y para memoria de un pueblo se construyen los monumentos". Finalmente, gracias a la firme posición de quienes tomamos a nuestro cargo esta responsabilidad, se impuso el buen criterio y la obra se llevó a cabo, para orgullo de todos los argentinos.

Las primeras intenciones en cuanto a rendir un homenaje a los caídos en la guerra de Malvinas surgieron entre un pequeño grupo de miembros de número del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades (IBNA), la entidad cultural decana del país, ya que fue fundada en 1872. El comisario general Valentín Espinosa, el capitán de navío Siro De Martíni y quien suscribe, Diego Lo Tártaro, luego de varias conversaciones, resolvimos encarar la construcción de un monumento a los caídos en Malvinas.

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Nos encontrábamos durante la presidencia del doctor Raúl Alfonsín y se hallaba a cargo de la Intendencia de la Ciudad de Buenos Aires el doctor Facundo Suárez Lastra. Tomamos contacto con él. Sin embargo, la respuesta del intendente fue un rotundo "no".

Nuestros deseos debían esperar tiempos mejores. El momento llegó apenas asumió la presidencia Carlos Saúl Menem, quien en uno de sus primeros discursos hizo mención a que se les debía un homenaje a los caídos en Malvinas. Nosotros creímos que había llegado el momento que esperábamos y consecuentemente actuamos.

Luego de varias reuniones entre el presidente del Instituto, doctor Eduardo Dürnhöfer, el secretario Siro de Martíni y quien suscribe como prosecretario con el coronel Stol de la Presidencia de la Nación, se convino que el Presidente nos recibiría en la Casa de Gobierno, lo que se concretó el 18 de octubre de 1989.

Durante la reunión, el Presidente estuvo acompañado por su asesor militar, el general Fausto González; por el Instituto lo hicimos Dürnhöfer, De Martíni y el autor de esta nota. Expusimos al Presidente que nuestro objetivo era hacer un monumento, como así también evitar que se distorsionara su sentido real. Le hicimos saber que habíamos realizado varias maquetas del monumento y conversado con empresas sobre costos.

Comentamos que nuestra intención era que el monumento estuviera emplazado en la Ciudad de Buenos Aires. Destacamos que buscábamos que exalte los valores de la nacionalidad, que sirva de unión de todos los argentinos, que destaque el interés y la voluntad inquebrantable en la recuperación de las Islas, que se realice en el momento más conveniente a la política nacional. El Presidente coincidió con todo lo expresado por nosotros, pero hizo la salvedad de que el Gobierno Nacional no contaba con los fondos necesarios para financiar la obra. Nos comprometimos a realizar la obra con aportes privados.

Finalmente, el Presidente hizo una observación: "Quiero un monumento sencillo y austero que contenga los nombres de todos los caídos", e hizo un gesto con ambos brazos extendidos y las manos expuestas figurando un semicírculo.

Concluidas estas reuniones fuimos entrevistados por la prensa, ya que precisamente en esos días el Gobierno argentino anunciaba el inicio de conversaciones con el Gobierno de Gran Bretaña en Madrid, con el fin de reanudar las relaciones diplomáticas entre ambos países suspendidas desde la guerra. Ante la inquisitoria periodística, nos mostramos favorables a las conversaciones que se habían iniciado en Madrid.

Luego de esta primera reunión con el Presidente, se mantuvieron varias otras en la Casa Militar, y en razón de que el financiamiento había quedado a nuestro cargo, como socio de muchos años de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires (BCBA) pensé que podía buscar parte de la solución financiera con esa institución. Consecuentemente mantuve reuniones con su presidente, Juan Bautista Peña y con el vicepresidente, Carlos Ditel, con quienes tenía una amistad de muchos años que derivaba del mutuo conocimiento en el ámbito bursátil. Sin duda ambos resultaron interlocutores válidos, accesibles y dispuestos en todo momento a la colaboración.

Por otra parte, la BCBA integraba entonces el Grupo de los Ocho conformado por Bolsa de Comercio de Buenos Aires (BCBA), la Asociación de Bancos de la República Argentina (ABRA), la Asociación de Bancos de Buenos Aires (ADEBA), la Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial Argentina, la Unión Argentina de la Construcción, la Cámara Argentina de la Construcción, la Cámara Argentina de Comercio. Esto facilitaría la gestión de financiamiento ante y por parte de estas entidades.

Como resultado de estas conversaciones, asumí ante el presidente Menem el compromiso personal de lograr el financiamiento de la obra. Finalmente llegamos al decreto 1405/89 del 11 de diciembre de 1989, donde el Poder Ejecutivo resuelve: "Considera un deber encauzar ese ofrecimiento, declarando de interés nacional la erección de un monumento tipo cenotafio que recuerde a los héroes de las Islas Malvinas Argentinas". Se crea una comisión presidida por un representante del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, un representante del Ministerio de Defensa, un representante del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, un representante de la Municipalidad de Buenos Aires y designa a quien suscribe para que actúe con carácter ad honorem como secretario ejecutivo de la comisión.

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Con la publicación en el Boletín Oficial del decreto 1405/89 en la que se nos encomendaba la erección del monumento conformamos un primer grupo de trabajo integrado por el jefe de la Casa Militar, brigadier Andrés Antonietti, el capitán de navío Miguel Ángel Nava, el doctor Dürnhöfer y el que esto escribe.

El ministro de Obras y Servicios Públicos, doctor José Dromí, designó como representante al arquitecto Eduardo Quiñones. Esto significaba que la comisión ya tenía presidente, quien de inmediato se incorporó al grupo inicial de trabajo que resultaría finalmente el que llevaría a cabo la gestión, con el solo reemplazo posterior del capitán Nava, a quien a fin de año se le da otro destino, lugar que es ocupado por el capitán de navío Carlos Alberto Jarrige Lima.

Paralelamente, el 7 de diciembre el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación sancionaron la ley n° 23761 que fue promulgada de hecho el 2 de enero de 1990. Esta disponía, en su artículo 2°: "El Departamento Ejecutivo de la Municipalidad de Buenos Aires determinará el lugar de emplazamiento del monumento". Recién entonces estábamos en condiciones de comenzar la gestión, debíamos primero resolver cómo sería el monumento y el lugar de su emplazamiento.

Diversos fueron los proyectos del monumento y las maquetas que se hicieron, pero ninguno se ajustaba a los deseos del Presidente. Fue así que solicitamos al agregado naval en Estados Unidos que nos enviara fotografías del cenotafio a los caídos en la guerra de Vietnam, ya que pensamos que se ajustaría básicamente a su pedido.

Aquí debemos recordar un hecho que, si bien pareciera anecdótico, no lo fue, sino, por el contrario, fue el proyecto inicial del diseño que el cenotafio tendría finalmente. Trascurrían los últimos días de diciembre de 1989, se encontraba de visita en Buenos Aires la joven arquitecta brasileña María Beatriz Penna, amiga del doctor Dürnhöfer. Este le comenta que estaba integrando una comisión con el fin de erigir un monumento a los caídos en Malvinas y de las conversaciones que habíamos mantenido con el presiente Menem. Penna tenía una enfermedad terminal, y sabiendo su próximo final, bosquejó lo que ella querría que fuera el lugar para su definitivo descanso. Apenas dos meses después, en marzo, la arquitecta Penna fallecía.

Estos dibujos quedaron en poder de Dürnhöfer; fueron finalmente los que sirvieron, junto con las fotografías del Monumento a los Muertos en Vietnam existente en Washington, los que se utilizaron de modelo para el diseño que realizaron los arquitectos del Ministerio de Obras y Servicios Públicos. Aunque inicialmente estos arquitectos tomaron como orientación los dibujos de Penna y las fotografías de Estados Unidos, diseñaron el cenotafio tal como fue al momento de su inauguración, pero le agregaron a cada uno de los costados tres columnas, que representaban a los seis organismos que habían participado en el conflicto Ejército, Marina, Aeronáutica, Gendarmería, Prefectura, Marina Mercante.

Inicialmente, se aprobó este diseño, pero luego de varios cambios de opiniones el brigadier Antonietti nos sugirió a Dürnhöfer y a mí quitar las columnas, opinión que ambos compartimos y decidimos que debíamos proponerle esta modificación al Presidente. Pasados unos días, el Presidente informó que compartía esta opinión. Con la aprobación del Presidente y de la Comisión, quedó definitivamente aprobado el diseño del cenotafio, que resultó ser el original bosquejo de la arquitecta Penna.

Debo mencionar al miembro de número de nuestro Instituto, el arquitecto Antonio Urgell, que inicialmente prestó su más amplia colaboración, facilitándonos su estudio para las reuniones iniciales, como así también sus acertados consejos.

Dadas las características del cenotafio, el lugar indicado para su emplazamiento era una barranca. Buenos Aires cuenta con tres barrancas: la de Parque Lezama, que considerábamos alejadas y poco apropiadas; las de la Plaza San Martín, que tenía dos observaciones: que se encuentra frente a la Torres de los Ingleses (donado por la colectividad inglesa para el Centenario de Mayo) y podía tener muchas interpretaciones, y que era un lugar declarado histórico por el decreto del Poder Ejecutivo del 9 de junio de 1942, pero no así la barranca; y finalmente las del Barrio de Belgrano, que nos parecieron inadecuadas por estar frente a la playa de estacionamiento de colectivos.

Luego concurrimos a la Intendencia e hicimos partícipe al intendente Grosso de nuestros pareceres. Grosso se manifestó por diversos motivos por Retiro. Estaba así resuelto su emplazamiento, consecuentemente se dictó el decreto municipal 594 con fecha 10 de febrero de 1990, por el cual se determinaba que el lugar de emplazamiento del cenotafio sería las barrancas de la Plaza San Martín en Retiro. Decisión que luego nos significaría un sinnúmero de cuestionamientos, inclusive que se nos iniciaran acciones judiciales.

Teníamos un presupuesto inicial y parcial de las obras de 112 mil dólares. Fue el presidente de la Bolsa, Peña, quien me ofreció hacer de intermediario con el grupo de los ocho que la Bolsa integraba, ya que, en conocimiento del costo presupuestado de las obra, pensó que la mitad de ese total eran 56 mil dólares, que dividido 8 daba 7 mil dólares cada uno, es decir, que la BCBA se comprometía a aportar 7 mil dólares y que iba a informar al grupo de esta decisión, que de ahí en más me ocupara de lograr las restantes colaboraciones.

Con la inestimable colaboración y el apoyo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, tomaban contacto con cada uno de los presidentes de las Cámaras que integraban el Grupo de los Ocho. Arduas, extensas y fatigosas fueron estas reuniones. En algunos casos las respuestas fueron inmediatas, como resultó la reunión que mantuvimos con Roque Maccarone, Eduardo Escasany y Norberto Peruzzotti, directores de ADEBA. No habíamos llegado a nuestra oficina en la Casa Militar que nos informaban del Banco Nación la acreditación de la donación. En otros casos resultaron largas, dificultosas y sin resultado.

La Bolsa de Cereales de Buenos Aires que presidía José Gogna inmediatamente se sumó al proyecto prestando amplia colaboración. Es un deber destacar que Pepe Gogna, hombre de profundas convicciones democráticas, con quien me une una larga y afectuosa amistad, fue un entusiasta defensor del monumento.

Paralelamente a estos hechos concurrimos a ABRA, la asociación que reunía a los bancos extranjeros. Mantuvimos una muy amigable conversación con su gerente general, explicamos los motivos de nuestra visita. Elogió nuestro cometido, nos expresó que lo propondría a la Comisión Directiva, pero que creía muy difícil que pudiera aprobarse una contribución, por el hecho de que el Banco de Londres era integrante. Le comentamos que solo estábamos recordando a nuestros muertos, que no había nada que pudiera significar una alegoría a la guerra y que si lo creía necesario, le dejábamos en custodia los planos que confirmaban nuestras aseveraciones. Le pareció correcto y quedamos en volvernos a reunir. Días después nos reunimos y nos informó que, luego de ver los planos, el Banco de Londres aprobaba que la Cámara aportara los fondos solicitados y que ellos en particular de inmediato efectivizarían el aporte con el porcentaje que les correspondía.

Aquí debemos destacar lo importante que resultó la contribución de la señora Amalia Lacroze de Fortabat. En la primer entrevista que mantuvimos Dürnhöfer y yo, nos manifestó su "total disposición para colaborar con tan merecido homenaje a los que habían ofrecido su vida por la patria". En el acto decidió una muy importante contribución, pero puso una sola condición: que no trascendiera su nombre, ya que era un aporte que se lo demandaba su corazón. Siempre mantuvimos silencio sobre este noble proceder, pero ya fallecida esta notable empresaria, mecenas de nuestra cultura y patriota ejemplar, que demostró una extraordinaria humildad, nos encontramos liberados del compromiso contraído y hacemos un justo, homenaje y recuerdo a su memoria. También merece un reconocimiento su hija, la señora María Inés de la Lafuente Lacroze, que en todo momento nos atendió y nos prestó su total colaboración.

Muchos cuestionaron su diseño, el momento elegido, otros cuestionaban el lugar de su emplazamiento, otros por estar frente a la Torre de los Ingleses. Lo real es que se había desencadenado una insidiosa campaña tendiente a desprestigiar la obra. No es exagerado decir que afectó las intenciones de donación de diversas personas e instituciones. El emprendimiento estuvo sometido a injustos ataques de periódicos y medios de difusión radiales y televisivos, que desfiguraban la información y no aceptaban aclaraciones o rectificaciones que se les hacían llegar.

Pero en el ínterin la campaña desatada producía desinformación y hasta se presentó un recurso de amparo para detener la obra y una denuncia penal, que lógicamente fueron rechazadas.

Por primera vez voy a relatar un hecho que en su momento generó muchas críticas. Me estoy refiriendo a que en las 25 placas de granito negro donde están grabados los nombres de los caídos, estos no figuran ni por arma, ni por grado, ni por orden alfabético. ¿Por qué? Cuando inicialmente pedimos al Ministerio de Defensa el listado de todos lo caídos, observamos nombres y apellidos repetidos, pedimos aclaraciones y volvían a repetirse otros errores. Esto nos obligó a no iniciar el grabado de las placas hasta no tener una seguridad total de quiénes debían figurar; inclusive nos encontramos con nombres y apellidos iguales que eran personas diferentes que sí habían fallecido, razón por la cual les agregamos el apellido materno. Esta disparidad de información que luego se nos aseguró que era definitivamente correcta nos llevó al temor de cometer algún error insalvable. Por ello, reunidos en el despacho de Quiñones en el Ministerio, por el temor a que aún subsistieran errores resolvimos hacer un sorteo de nombres y así ir colocándolos en las placas.

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La razón que dimos por este proceder y para ocultar las fundadas dudas que nos habían motivado las diferentes listas fue de que, como durante la guerra los caídos no murieron en un orden ni de arma, ni de grado, ni de apellido, por ello los habíamos resuelto hacer un sorteo. Esto nos permitiría, en el caso de alguna omisión poder, agregarla sin que se notara, de esta forma salvamos el problema. Procedimos al triste sorteo y así se grabaron los nombres. Transcurridos ya 28 años de su inauguración, son 649 nombres de los hombres los caídos que estaban en las placas y no hay ni errores ni omisiones.

Como se desprende de todo lo antes manifestado, fueron muchas las vicisitudes que se vivieron en razón de los intereses que se movieron para que la obra no se concretara, pero el viento del olvido se llevó por siempre a todos aquellos que se opusieron.

Solo perdurará este monumento, que es el mínimo homenaje que debíamos a aquellos hombres que heroicamente murieron por nosotros para recuperar parte de nuestra patria y recordar a las generaciones futuras sus nombres por siempre.

El autor es presidente del Instituto Argentino para el Desarrollo de las Economías Regionales (Iader).