FARC: un partido en armas

Lo aprobado en el curso de la semana debería haber suscitado la reacción enconada de los demócratas de las distintas fuerzas políticas del país, puesto que el proyecto en cuestión reconoce calidades, condiciones, finanzas, beneficios y gabelas de todo tipo a un grupo que no ha concluido su proceso de reinserción a la civilidad ni entregado las armas

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Con paso demoledor, el emasculado Congreso de la República aprueba cada uno de los proyectos del proceso de implementación del acuerdo definitivo de paz. Y mientras más avanza en el camino de tanta ignominia, más se consolida el inmenso poder político ganado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La lista de las medidas entreguistas pasa, según el flamante ministro del Interior, el señor Juan Fernando Cristo, a una nueva etapa, la relacionada con la propiedad y el modelo de desarrollo agrario basado en la visión antiempresarial de esa guerrilla de la que nada bueno debemos esperar.

La consulta telefónica develada por el noticiero de RCN entre los senadores Iván Cepeda, en pose de subordinado o intermediario de las FARC, de Carlos Fernando Galán, agachando su cabeza y la del vocero supervisor de las FARC en el Congreso recibiendo orientaciones del jefe guerrillero Iván Márquez es prueba elocuente de hasta dónde llega ya el poder de la guerrilla marxista leninista gracias a la benevolencia de un gobierno arrodillado.

Lo aprobado en el curso de la semana debería haber suscitado la reacción enconada de los demócratas de las distintas fuerzas políticas del país, puesto que el proyecto en cuestión reconoce calidades, condiciones, finanzas, beneficios y gabelas de todo tipo a un grupo que no ha concluido su proceso de reinserción a la civilidad ni entregado las armas ni devuelto a los menores de edad al seno de sus familias.

No sé si los que aplauden estas concesiones a las comunistas FARC habrían también aprobado que los paramilitares se hubiesen convertido en fuerza política con curules gratuitas en ambas cámaras del Congreso, financiación estatal, emisoras, circunscripciones especiales, etcétera, o si piensan que los delitos de lesa humanidad de las FARC son exculpables o de mejor familia que las atrocidades de aquellos.

El círculo de un nuevo poder que no se impone por vía electoral sino por el camino todavía más humillante de la violación de la Constitución se está cerrando con un candado cuya llave ha sido arrojada al mar.

Algunos teóricos del neomarxismo arguyen que la doctrina es elástica y reconocen, por los fracasos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y China, que hoy en día se debe hacer una nueva lectura del dogma. Que, viéndolo bien, no es tan nueva, ya que fue postulada por líderes calificados de "renegados y revisionistas" como Karl Kautsky y que consistía en optar por el camino de las reformas de la lucha parlamentaria y legal para llegar, gradualmente, a la sociedad socialistas y luego a la comunista.

Los comunistas de hoy en día, ciertamente, han mutado. En Corea del Norte adoran al dictador dinástico, en Cuba es más fuerte el castrismo que el partido y en Colombia la preciada tesis de que el partido gobernaba a la guerrilla se invirtió por varios lustros. Hoy, derrotados en el campo militar pero victoriosos en la mesa de negociación, retoman la "línea correcta" de que el partido es la máxima autoridad, que las armas quedan a discreción, que hay que optar por el camino de las reformas y la democracia, pero no porque se crea en ellas, sino a la manera de los trogloditas del comunismo para quienes la democracia y el reformismo constituyen escalones hacia su meta deseada: la sociedad de las hormigas.

De manera que Manuel Santos, Cristo, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, con el apoyo y la solidaridad incondicional de sectores del poder, capitularon al reconocerles a las FARC la condición de constituyentes y legalizarlas como un partido en armas.

El partido del terror no tiene aún un nombre y no sabemos si le van a asignar a la sigla algún contenido diferente al que tiene. En todo caso y sin necesidad de invertir un peso, ni de sufrir condena de cárcel, sus jefes, condenados a decenas de años por la Justicia colombiana, podrán disponer de diez curules en el Congreso de la República y tendrán la opción de alcanzar otras 16 en las recién creadas circunscripciones especiales de paz, y poseerán dinero oficial que, sumado al que deben tener a buen recaudo proveniente del secuestro, la extorsión y el narcotráfico, servirá para aceitar la maquinaria del fraude electoral.

Contarán con emisoras como no dispone ningún otro partido institucional y recursos públicos para adelantar programas de formación ideológica y campañas sobre sus metas programáticas. Sin haberse desmovilizado plenamente, ya son invitados de honor a emisoras, noticieros de televisión, entrevistados en la gran prensa como si se tratara de líderes impolutos y libres de toda responsabilidad en la tragedia de millones de hogares colombianos.

En tal situación, se justifica plenamente pensar si es válido o no el temor de que puedan alcanzar el poder total. Aunque este aspecto amerita otras columnas, ya es lógico reconocer que el peligro no es potencial sino real, que al poder total llegarán no por vía de mayorías electorales, pues cuentan con grandes sumas de dinero para corromper el sistema.

Tienen de su lado la voz de importantes sectores de opinión que escriben en la gran prensa procurando convencernos de que por la paz hay que hacer todo tipo de concesiones, lo que sea. Una opinión ilustrada que nos quiere vender la idea de que el terrorismo de las guerrillas es moralmente tolerable y que debemos aceptar, bajo el chantaje de que si no cedemos vendrán jornadas de sangre, todo tipo de gracias y dádivas, de tal forma que exigencias de tipo ético y moral, como por demás lo estipulan tratados y organismos internacionales, son vistos como atolladeros u obstáculos a la paz.

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