Estado presente en la recuperación y no en la tolerancia al delito

Marcela Dal Verme

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Si pudiéramos dejar de lado la hipocresía y empezar a usar las palabras con el significado adecuado sin distorsión manipuladora de los "canallas", diría que esta sociedad se ha enfrentado trágicamente a que un "posible asesino de 16 años mató a un niño de 14 años que paseaba con su abuelo".

"Dos víctimas", podemos escuchar decir al periodismo, a los representantes de la ley, a la opinión pública, a las fuerzas policiales. Tal como el falso garantismo mejor llamado abolicionismo de la pena inoculó en el colectivo social.

Pero no, "una víctima y un asesino", digo desde la claridad de las palabras en su uso específico, haciéndome cargo del fácil atributo de "derecha gorila" que se me pueda imputar o de los profesionales colegas que puedan criticarme como psicoanalista, si no saben que mi posición es categórica frente a los vacuos conceptos mediáticos de psicologismos inservibles. La sociedad no es un consultorio psicológico y tiene un protocolo propio que no hace parecido un juicio por asesinato con una historia clínica.

Si un Brian es hijo de posibles delincuentes y el otro no, es cierto que no eligieron su filiación, desde lo psicológico estrictamente pensado. Pero si el asesino es grande para portar un arma, es grande para matar, es grande para escapar, ha sido promovido a la categoría de ciudadano capaz de discernir para votar, también es grande para pensar en no ser delincuente.

Nuestra sociedad está atravesada por el desquicio de pensar que represión es dictadura; cuando represión es lo que la Carta Magna le exige al Estado para garantizar el orden social y dictadura fue el padecimiento histórico del abuso del Estado que quebró el orden social y del que todos fuimos víctimas.

¿Juzgar a Brian por matar es inadecuado? Definitivamente, no. Es justo. Juzgar a Brian debería ser, desde la reclusión que se le asigne por su edad, un paso de transformación de su psiquismo para que el derrotero de su vida no lo lleve a la muerte, porque es casi adivinación pensar desde lo psicológico qué resulta de un joven criminal si no se toman las medidas del caso para que no reincida si no hay consecuencias de sus actos.

¿Cuáles son las medidas del caso? A un delito de semejante envergadura le es imprescindible la sanción que la pena le aplique si la Justicia actúa como tal. Porque la pena es reparatoria de la ética, de la moral en la sociedad y hasta de lo estrictamente psicológico, que le da espacio a la reflexión de un acto irreflexivo que no debería haberse cometido.

Si no fuera así y la Justicia una vez más quiere hacer de psicólogo silvestre, estamos en problemas. La cárcel, primero y el psicólogo en simultáneo que dirá si este delincuente es recuperable o no, proporciona el encuadre que corresponda al tratamiento en reclusión como en los países del Primer Mundo; ahí sí considerando cuáles son las variables individuales que intervienen para que un ciudadano tan joven, hijo de padres posibles narcos, con la subversión de valores que eso significa, ya que participaban a sus hijos de sus delitos en vez de velar por ellos, requiere una valoración de su propia vida para cambiar su destino y valorarla, como él no valoró la de Brian.

La presencia del Estado estaría en esta posibilidad de recuperación del joven y no en la tolerancia al delito pensando que este ciudadano no ha sido beneficiado por la suerte del joven asesinado, que no portaba armas, que tenía una familia y nunca fue un delincuente.

A este pensamiento no se atreve ningún Estado; ninguna Justicia actúa en consecuencia del delito cometido y no hay sistema que recupere lo pervertido por historia individual. De eso debe ocuparse un equipo idóneo que trabaje con el trauma acontecido por el individuo que mató, considerando al ciudadano en cuestión cumpliendo su condena. Con el mismo criterio que, aunque delincuente, trabajar, estudiar y cuidar su salud son derechos que lo asisten. Es la misma persona con ubicaciones diferentes en la trama psicosocial que lo conforma.

Es caro para el Estado, trabajoso para que cada disciplina se ocupe de lo suyo sin deslizarse a campos desconocidos, pero inexorablemente la solución no es la puerta giratoria, porque, para la familia de la víctima, "su Brian" no está más, tendrá la pena como presencia y no es lo mismo su hijo muerto que un Brian asesino.

Señores jueces, señores del Estado, Ministerio de Justicia, de Seguridad, del Interior, fuerzas policiales, trabajen, estudien, pidan colaboración a los que tenemos el conocimiento específico del tema, si es necesario, pero no toquen de oído.

El siglo XX aportó el pensamiento psicológico y los contenidos del inconsciente. Los psicólogos sirven para poner luz sobre sombras, no para filtrar conceptos erróneos que sólo confunden nuestra conducta individual con la necesidad social de seguridad, orden y punición del delito, porque no hay un solo individuo, asesinos incluidos, que no sepa que si tal delito se comete, algo sucederá. "Conciencia del mal", diría el doctor Fernando Ulloa, con su claridad expresiva, porque si esta no existiera, ¿por qué huyen como reacción inmediata de lo acontecido, culposo o premeditado, pero delito al fin?

Ofrezco mis servicios ad honorem para asistir al delincuente, mientras no hay sistemas integrales de recuperación social, porque de alguna forma hay que empezar, sin puerta giratoria.

Buscar voluntarios para afrontar la inseguridad como mal actual social de gravedad es imprescindible y los habría si un programa de asistencia carcelaria funcionara como reinserción social.

Esto lo haría siempre y cuando tenga yo, como ciudadana, la certeza de que mi seguridad es velada por ustedes, los que nombré párrafo atrás, para que, si esto sucede, yo vele por la recuperación del delincuente que tiene 16 años y lo único en común que posee con la víctima, por ahora, es el nombre, Brian.

La autora es psicóloga, especialista en niños y adolescentes. Miembro de la Usina de Justicia.

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