Todo empezó en 1975 cuando el escritor y periodista español J. J. Benítez realizó una investigación sobre el Santo Sudario, el retazo de lino que muchos creen que se colocó sobre el cuerpo de Jesucristo en el momento de su entierro, lo que habría dejado su cara marcada en la tela.
Desde entonces, Benítez se ha dedicado a estudiar e investigar las principales religiones, en particular la cristiana, pero desde un punto de vista muy particular. El autor de libros como Los astronautas de Yavé, Mágica fe, La era ovni o el monumental Caballo de Troya es principalmente conocido por sus trabajos dedicados a la ufología, es decir, la investigación de objetos voladores no identificados o, lisa y llanamente, extraterrestres.
En su nuevo libro, Las guerras de Yavé, Benítez ahonda en una teoría que viene desarrollando desde los comienzos de su carrera. “El Dios de la Biblia no es Dios”, afirma, sino que aquello que en el Primer Testamento se llama “Elohim” (el plural arameizante de Dios) podrían haber sido, en realidad, “los tripulantes de naves no humanas, llegados de mundos o dimensiones desconocidos”.
Su explicación, que parte de un análisis minucioso de los distintos tipos de Biblias, sus traducciones e interpretaciones, es que “su tecnología —avanzadísima— no fue comprendida por los humanos y, lógicamente, fueron tomados por dioses”. Los humanos, entonces, serían la cruza entre estos seres “no humanos” con la vida existente de la Tierra.
Así empieza “Las guerras de Yavé”
Alcanzar los ochenta años de edad (este es mi caso) tiene una especial ventaja (quizá la única): puedo pensar en voz alta.
Lo sé: el contenido de Las guerras de Yavé es especulativo, aunque también sé que me asisten 50 años de constante y minuciosa investigación del fenómeno OVNI. A día de hoy he interrogado a 26.000 testigos. Pues bien, lo manifestado por esos miles de personas es equiparable a lo que describe el Antiguo Testamento.
Una vez más, la humanidad ha sido (es) manipulada por la religión. A los hechos me remito:
Los Elohim
«Y dijo Dios: Hagamos un Hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, y señoree sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre el ganado, sobre la tierra, so bre todo insecto y sobre todo reptil del suelo. Y creó Dios al Hombre a Su propia imagen». (Génesis)
Lo pensé la primera vez que leí este texto. ¿Por qué la Biblia utiliza la palabra ha-Elohim (Dios) a la hora de crear al ser humano? «Elohim» (por simplificar) es el plural arameizante de Dios. «Elohim», por tanto, significa «los Dioses». Es utilizado 2.500 veces en el Antiguo Testamento. A lo largo de los cinco libros del Pentateuco o Torá (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), Dios recibe diferentes nombres: El Shadday (que significa montaña y omnipotente), Yavé (en realidad YHWH) y Elohim, entre otros (Yehová aparecería en el siglo XIII después de Cristo).
Consulté a los exégetas y demás estudiosos de la Biblia, pero no recibí una respuesta satisfactoria. Las interpretaciones de los teólogos son tan diferentes como peregrinas. Fue más adelante, al leer otros pasajes del Antiguo Testamento (especialmente el Éxodo) cuando llegó aquella idea: elohim podían ser los tripulantes de naves no humanas, llegados de mundos o dimensiones desconocidos. Su tecnología —avanzadísima— no fue comprendida por los humanos y, lógicamente, fueron tomados por dioses.
Pero vayamos por partes.
Y siguieron llegando ideas: los elohim concibieron un formidable plan para aquel bello planeta azul. En primer lugar decidieron crear al hombre. Y entró en juego la genética. Heredamos los genes de los «dioses» y el resto lo hizo una adecuada «evolución vigilada». Fue así, con seguridad, como surgió el humano inteligente. De esas ramas fueron seleccionados ejemplares robustos y las proteínas y los ácidos nucleicos se pusieron a trabajar, dando lugar a criaturas híbridas.
Estaríamos hablando de seres —los elohim— no sujetos al tiempo o con una expectativa de vida que nada tiene que ver con la humana. Estaríamos hablando de seres que podrían llevarnos un millón de años o, sencillamente, disfrutar de unas características físicas y mentales distintas a las nuestras. Y, como digo, empecé a comprender la famosa frase: «Hagamos al Hombre a nuestra imagen y semejanza».
Pero ese plan para la Tierra contemplaba también algo especialmente importante: la futura encarnación de un Dios (Jesús de Nazaret). Ello exigía la selección de una época histórica, un lugar geográfico y, sobre todo, un pueblo en el que debía residir ese Dios.
Fue así, de forma progresiva, como empecé a entender quiénes eran los elohim y por qué se presentaron en la Tierra.
Copiaron y copiaron
«Los creó macho y hembra… Y plantó Dios, el Eterno, un jardín del Edén, al oriente, y allí puso al hombre que había formado». (Génesis)
Sinceramente, no creí una sola palabra… La historia de la creación de Adán y Eva, la absurda aventura con la serpiente, la manzana y la expulsión del paraíso siempre me parecieron un cuento. Más exactamente, un cuento chino. Es más que probable que los judíos, al tratar de edificar su historia, copiaron y copiaron de los pueblos que los rodeaban.
Esdras, sacerdote y escriba judío, desterrado a Babilonia en el siglo V antes de Cristo, fue el motor de ese intento de reconstrucción de lo que se sabía sobre el pasado del pueblo israelita. Se rodeó de sabios y ancianos y puso por escrito buena parte de lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento. Naturalmente, Esdras y los suyos contaron lo que rezaba la tradición y se apropiaron de muchas de las leyendas de los babilonios y de los asirios. Ejemplo: la llamada Enuma Elish, una epopeya de origen akádico que fue escrita unos 1.500 años antes de Esdras. Las siete tablillas con escritura cuneiforme (156 líneas por tablilla) describen la creación del mundo por parte de los dioses.
Se cree que la primera redacción de la creación del mundo y de Adán y Eva (Génesis) fue llevada a cabo por el referido Esdras después del año 458 antes de Cristo. Fue redactado en la ciudad de Jerusalén, cuando Esdras retornó de Babilonia. Esdras y su gente, como es lógico, conocían la versión babilónica de la creación del mundo. Y, como digo, la copiaron y la adornaron.
Y algo parecido sucedió con el cuento de la serpiente. Esdras lo tomó de la epopeya de Gilgamesh, el héroe de origen sumerio. La historia fue narrada casi 2.200 años antes de Esdras. Gilgamesh (y toda la humanidad) perdió la inmortalidad por culpa de una serpiente.
Pregunté igualmente a los exégetas: ¿quién era Nod? Tras la muerte de Abel, su hermano Caín —dice el Génesis— huyó a la tierra de Nod, al oriente del Edén. Si Adán y Eva fueron los primeros padres, ¿quién fue el tal Nod? Me respondieron con el silencio.
Y termino el presente capítulo con otra duda. Dice el citado Génesis «que vio Dios todo lo que había hecho y he aquí que era muy bueno». Y me pregunto: si todo era muy bueno, ¿qué pasó con la serpiente que tentó a Eva? Pero estas interrogantes y contradicciones bíblicas son lo de menos. Lo importante está por empezar…
Los sospechosos hijos de Dios
«Y sucedió, cuando los hombres comenzaron a multiplicarse en la faz de la tierra y les nacieron hijas, que vieron los hijos de Dios a las hijas del hombre que eran hermosas y tomaron por mujeres a las que más les agradaban. Y dijo el Eterno: “No permanecerá Mi espíritu en el hombre para siempre, porque él es carne, y serán sus días ciento veinte años…”. En aquellos tiempos había gigantes en la tierra, y también luego de que se unieran los hijos de Dios con las hijas del hombre, engendraron hijos poderosos que desde antiguo fueron varones de fama». (Génesis)
No conseguí que los expertos en la Biblia —fueran judíos o cristianos— se pusieran de acuerdo en la interpretación del presente texto. Para algunos, como los célebres Nácar y Colunga, profesores de la Universidad de Salamanca (España), la expresión «hijos de Dios» equivale a ángeles. Así lo vieron igualmente los traductores griegos alejandrinos de la versión de los Setenta. Los judíos, por su parte, opinan de la misma manera. Yo no lo tengo tan claro…
Según mis noticias, los ángeles son criaturas perfectas (o casi perfectas) cuya naturaleza es básicamente espiritual. En consecuencia, no pueden sentir atracción sexual hacia los seres humanos. Dicho de otra manera: los «hijos de Dios» que menciona el Génesis no creo que disfrutaran de la naturaleza angelical. Más bien podríamos identificarlos con seres de carne y hueso, sujetos a la lujuria (como sucede con las criaturas humanas). Y regresamos —necesariamente— a los elohim, al «equipo» de astronautas que fue identificado con Yavé. Eso sí me cuadra. Fueron estos seres (lógicamente llamados «hijos de Dios») quienes pudieron cruzarse con las hijas de los hombres. Resultado: criaturas con una genética distinta. ¿Gigantes? Posiblemente. Las leyendas y la mitología de muchos pueblos hablan de aquellos «héroes».
Después fueron llegando otras interpretaciones, a cual más absurda y peregrina. La de Julio el Africano fue la más estúpida. Este afirmó que los «hijos de Dios» a los que alude el Génesis «eran los descendientes de Set, el tercer hijo de Adán y Eva». Pero no quedó la cosa ahí. Para el Africano, «las hijas de los hombres» eran las hijas y nietas de Caín. Y se quedó tan ancho…
Naturalmente, ninguna iglesia acepta mis proposiciones: ¿astronautas hace miles de años?, ¿seres no humanos eligieron mujeres humanas y les hicieron hijos? ¿Ese «equipo» adoptó el nombre de Yavé?
Como decía el Maestro, quien tenga oídos que oiga…