Silvana Cortelezzi y Waldo Vazquez Guijo se conocieron ejerciendo el derecho corporativo en una multinacional, ocupándose de grandes adquisiciones. Cuando no viajaban por el mundo estaban en sus jaulas de cristal en Puerto Madero, trajeados ambos como abogados.
Les gustaba lo que hacían. “Siempre ejercí el derecho con pasión”, dice él. Pero un día decidieron dejar ese mundo y cambiar completamente de rumbo. Pasaron algunas cosas en sus vidas. Ella fue la que dio el primer paso volviendo a la universidad para estudiar sobre semillas y cultivo orgánico.
Finalmente, tras un período de búsqueda, se decidieron por un campo de cría en San Miguel del Monte. En su entorno, pocos apostaban por el éxito de esa empresa. ¿Están seguros? Pronto van a estar de vuelta...
Ya pasaron más de diez años y se los ve activos, en forma y felices cuando reciben a Infobae en su departamento de Barrio Norte, donde pasan la mitad de la semana. El resto están en el campo donde ellos mismos hacen casi todo el trabajo.
No tienen hijos en común, pero él tiene dos de un matrimonio anterior, y ella, una hija. Los tres haciendo sus vidas.
— ¿Cuántos años de ejercicio de la abogacía?
Silvana: — Un montón. Yo me recibí en el 89 y trabajé hasta los 45 años como abogada. Nos conocimos trabajando para el mismo grupo empresario, un grupo multinacional. Él era abogado externo y yo en ese momento era la abogada interna. En el 95, tuvimos que hacer unos juicios contra empresas del Estado. Somisa, al astillero Domecq García, varias. Y ahí le pasamos los juicios al estudio externo donde Waldo trabajaba, que era muy conocido.
Waldo: — El de Horacio Fargosi, que fue el redactor de la Ley de Sociedades. Yo trabajé trece años en la cátedra de él como profesor adjunto. Y me asocié al estudio de él un tiempo antes de que la empresa de ella llegara con ese tema. Trabajamos varios años, hasta que el dueño de la empresa de Silvana habló con Horacio Fargosi para que yo pasara a ser interno en ese grupo empresario.
Silvana: — Pero empezamos a salir mucho tiempo después, en 2001.
Waldo: — Antes ella hizo el máster en Estados Unidos, en Pittsburgh. Sacó magna cum laude.
Silvana: — Me da vergüenza que lo diga, pero siempre lo dice.
Waldo: — Es que estoy orgulloso.
Silvana: — Cuando empezamos a salir, era complicado. Nadie nos dijo nada pero era medio raro. Yo había quedado en la corporación, en el grupo madre, y él en una de las empresas aseguradoras. Entonces yo me fui, estuve en estudios grandes bastante tiempo, de esos que tienen un time basis, o sea, vida completa dentro del estudio. Waldo viajaba un montón. Se la pasaba en Malasia, Viena, New York...
Waldo: — Holanda.
Silvana: — Atlanta. Pero por nueve meses. Yo iba por ahí el fin de semana a Atlanta, volvía. Y un día dijimos: “Mmm…” Particularmente yo. Me descubrieron un tumor en el hígado, que por suerte superé bien.
— Tuviste suerte.
Silvana: — Sí, tuve mucha suerte.
— Te hace pensar.
Silvana: — ¿Viste? Y ahí dijimos: “Mmm”. Yo particularmente. La primera fui yo.
Waldo: — Sí, ella fue un poco la movilizadora. Yo tengo doce años más que ella. Me di cuenta de que algunos proyectos nuevos que entraban al grupo ya no me movilizaban tanto. Yo ejercí la profesión con mucha pasión, siempre. Yo me recibí en el 75.
— ¿Qué hacían exactamente ustedes?
Silvana: — Adquisiciones de empresas grandes. Esta compañía era de centrales hidroeléctricas en el mundo; normalmente era con ley americana.
Waldo: — Eran muy intensas las negociaciones. Siempre viví eso con mucha pasión. Yo trabajé en derechos humanos en la época de la dictadura también, así que siempre viví mi profesión como una cosa muy querida. Pero ya cuando ella empezó a movilizarse, con cambiar y qué sé yo... Era mucho estrés ese trabajo, y me perdí muchas cosas de la familia, viajando tanto.
— ¿Y cómo se decidieron por el campo?
Silvana: — Yo tenía el hobby de las plantitas. La producción me gustaba, poner la semillita y a ver si salía. Me encanta ver crecer. Entonces dije: voy a cambiar un poco. Y empecé a estudiar Producción Vegetal Orgánica en la UBA.
— ¿Es una carrera nueva?
Silvana: — Bueno, en el 2008 empecé y soy de la primera camada. O sea, no hace tanto que comenzó, por lo menos en el país. Me encontré con un mundo que... no estaba preparada para eso: física, química, ciencias naturales, todo eso.
Waldo: — Empezó a sacarse 9 en química, es una bestia.
Silvana: — Empecé a apasionarme. Y la verdad es que fue una apertura, un cambio radical. O sea, yo venía de una multinacional, todo el día vestidita de abogada, de golpe… encima en agro-orgánico es más “hipposo” el ambiente... Fue realmente maravilloso.
— ¿Empezaste a estudiar ya con la idea de dedicarte a eso?
Waldo: — Nosotros queríamos un cambio, estábamos pensando en eso, y el cambio apuntaba al campo. Alguna forma de campo. Empezamos a buscar chacras primero, de treinta hectáreas. Pero luego por una serie de circunstancias decidimos buscar un campo. Juntamos todos los ahorros y en el año 2011 compramos 300 hectáreas en San Miguel del Monte.
Silvana: — El típico campo de cría ganadero. Y ahí empezamos.
Waldo: Yo tenía 59 y vos 47.
— ¿Cuántos animales?
Silvana: — Trescientas vacas.
Waldo: — Mantuvimos siempre más o menos esa capacidad para que fuera un poco rentable el campo. Igual pasamos un montón de cosas, pero bueno, ella con el conocimiento que tenía sobre el tema de siembra, forraje, pastura…
— Ah, la carrera incluía toda esa formación.
Waldo: — Claro, ella tiene una base muy sólida sobre eso. Ella diagramaba la comida de las vacas y yo atendía todo lo que era la producción ganadera.
— ¿En ese momento renunciaron a su trabajo y se fueron al campo?
Waldo: — Sí. Ahí tomamos la decisión. La dura decisión, pero no la vivimos tan así... Estábamos tan emocionados y entusiasmados con el nuevo proyecto que no miramos lo que quedaba atrás, la verdad, mirábamos lo que estaba por delante.
— Las vacas eran para carne, ¿no hicieron tambo?
Waldo: — No, no. Si bien tenía un tambo que había funcionado años atrás, estaba abandonado, así que nunca lo usamos. Este campo es de cría y eso hicimos. Después le dimos una vueltita más e hicimos recría de hembras. Vendíamos los terneros machos, y nos quedábamos con las terneras hembras, que las recriábamos para madres.
Silvana: — Raza Angus colorado.
Waldo: — Y ganamos premios, llegamos a tener muy buena genética.
— ¿Y tenían algún asesor, un agrónomo?
Waldo: — Sí, nuestro veterinario, que siempre fue el mismo, y un grupo de ingenieros agrónomos que fuimos cambiando.
— ¿Cómo los contrataban? ¿A través del INTA?
Waldo: — No, no, por recomendación.
Silvana: — Porque empezamos a estar en (el programa) Cambio Rural.
Waldo: — Cambio Rural es un grupo de productores que tienen asesores, son ingenieros agrónomos. En un momento el Estado dejó de subvencionarlos. Pero muchos grupos de Cambio Rural seguimos trabajando. Nos hicimos amigos, éramos diez productores, todos con campos similares en la zona. Y bueno, seguimos. La Asociación Angus nos dio siempre una gran ayuda con respecto a mejorar la genética, la inseminación. O sea, la última vez, inseminamos el rodeo completo con un toro espectacular.
— ¿Funciona el negocio?
Waldo: — Funciona, sí, sí, funciona.
— ¿Desde el principio funcionó o…?
Silvana: — No, pasamos de todo (ríe).
Waldo: — Yo tuve que aprender a sembrar. Subirme al tractor.
— ¿Qué sembraban?
Waldo: — Las pasturas. Ella señalaba las semillas, los porcentajes que teníamos que poner de semillas: de trébol blanco tanto, de ryegrass tanto, de lotus tanto, tanto porcentaje. Comprábamos los productos, con el ayudante que teníamos mezclábamos todo en la sembradora, comprábamos el fertilizante, que venía en bolsas de cincuenta kilos.
Silvana: — No teníamos pinche elevador.
Waldo: — Todo a mano era.
Silvana: — Los rollos hacías también.
Waldo: — Aprendí a vacunar, a capar, a marcar, a señalar, aprendí todo. Este...
— ¿Hacías todo solo?
Waldo: — Es un gasto físico enorme eso, necesitás gente que te dé una mano. Cuando encerrábamos a los animales para hacer esos trabajos, contratábamos a algún chico de la zona, éramos dos, tres, cuatro.
Silvana: — Teníamos un encargado además. Aunque también al encargado fuimos cambiando.
Waldo: — Tuvimos cuatro hasta ahora.
— ¿No funcionaban?
Silvana: — A veces, el tiempo va pasando y... como que se achanchan.
Waldo: — Ella quería que por lo menos le regaran la huerta. Imposible. Todas las mujeres de los encargados le decían: “A mí me encanta la huerta” y a los diez, quince días, al mes, “se te murió porque no te llovió”, le decían.
— No tienen costumbre de huerta.
Waldo: — Ellos comen carne, papa y pan. Y fideos. Uno anterior era chúcaro el tipo, por ahí te enfrentaba. O traía gente a la casa de él que nosotros no conocíamos.
Silvana: — Lo más difícil para nosotros fue la gente. El personal, porque después, entre los dos nos complementábamos bien. Yo hacía toda la parte administrativa, él la parte más productiva de los animales. Y en ese aspecto estábamos bien, pero la gente...
Waldo: — Cuando hay más trabajo, contratamos gente en la manga.
Silvana: — Porque tienen que traer a todos los animales.
Waldo: — Tenés que encerrar un día antes a todos los animales...
— ¿Carnean también allí?
Waldo: — No, se venden para engorde. El ternero macho lo vendemos en 180, 200 kilos. Tardan unos seis meses en llegar a ese peso.
— ¿La abogacía nunca más?
Waldo: — La abogacía alguna vez... Yo soy miembro de la Comisión Directiva de la Sociedad Rural de Monte. Y en las reuniones por ahí había consultas. Soy delegado de la Sociedad Rural de Monte en Carbap. Voy a las reuniones de Carbap.
Silvana: — La abogacía nunca te abandona, porque tenemos dos sociedades, dos empresas, y siempre tenés que hacer los contratos de alquiler, de esto, lo otro.
— ¿Por qué dos?
Silvana: — Porque tenemos otras actividades y, bueno...
— ¿También rurales?
Silvana: — Agricultura. Pero con un contratista. Lo trabaja otro señor.
— ¿Qué producen ahí?
Silvana: — Cereales. Trigo, maíz, soja.
— A Mercedes Lalor, que tiene campo en Villegas, le pregunté qué le diría a una persona de 50 ó 60 que quiera cambiar de rubro y dedicarse al campo, y ella decía: “Sí, pero que no apueste todo a una cosa”.
Waldo: — Es así, eso es verdad. Porque cuando no nos va bien con la agricultura, tenemos las vacas. Hasta hemos ganado premios. (Mostrando los trofeos). Esta fue por el mejor lote de madres Angus seleccionadas. Remate en la rural. En el 2015 y 2016 ganamos el tercer y el primer premio de terneras Angus de destete.
— ¿Hiciste algún curso para esto de la cría...?
Silvana: —Yo hice forraje y Administración Rural.
— Pero de cría de vacas, ¿sabían algo?
Waldo: — Aprendimos a los golpes. Nos equivocamos un poquito.
Silvana: — Un montón de veces, sí. (risas) Pero bueno, enderezamos al terminar. Lo más importante fue que trabajamos mucho en genética con el apoyo de la Asociación Angus. Y así logramos esos premios. Esto es Madre Angus Seleccionada. Para llegar a esto...
¿La raza es Angus?
Silvana: — Angus Colorado.
Waldo: — La copa esta, no se la dan a cualquiera. Tiene que ser muy buena la hacienda para ganarte esa copa.
Silvana: — Lo que realmente me gustaría y es lo que estoy intentando ahora, es hacer paisajismo sustentable, porque tengo la idea fija de generar corredores de biodiversidad...
— Volver a plantar árboles autóctonos.
Silvana: — Lo que pasa es que los árboles de acá a nadie le gustan porque todos tienen espinas. Así que hice un montón de seminarios sobre eso, ahí estaría el foco de mi atención hoy.
Waldo: —Tiene un don para eso.
Silviana: — Voy asesorando a diferentes personas y por ahí me llaman y me dicen: “Tengo una plaga tremenda en la planta”. Y eran las orugas de la mariposa espejito, por ejemplo. Le digo: “Buenísimo”. Me dice: “Son como cien” (risas).
Waldo: — Estaba a punto de ver el milagro de la vida y...
Silvana: — Sí, pero se asustó. Me dijo: “Me gustó la naturaleza, pero no sé si tanto” (risas).
— Esa sería entonces tu vocación.
Silvana: — Así es. O sea, asesorar en plantas. Me puedo pasar horas, literal, en el cantero, porque aparte yo soy la única que puede identificar si es planta o es…, es decir si la quiero o no la quiero.
— ¿Y la huerta que tenés es grande?
Silvana: — La huerta la abandoné.
— ¿Porque no había quién la mantuviera?
Silvana: — Porque es muy físico-dependiente, y hay una edad en la que podés estar todo el día agachada y otra que… mejor no...
— ¿Este trabajo físico en el campo los ayudó a estar más en forma?
Waldo: — Yo tengo 74 años y me siento de 45. Tuve cáncer de colon, por suerte agarrado a tiempo. Tengo Macroglobulinemia de Waldenström, que es una suerte de leucemia leve, pero está asintomática y dormida. La controlo hace 10 años, pero no pasa nada, con lo cual podría morirme a los 90 de otra cosa. Pero eso está como un aviso, son alertas. Y tuve un accidente en la retina, en el ojo.
— ¿Por un golpe?
Waldo: — No, de pronto empecé a ver como con una cortina de agua. Y gracias a ella —como siempre digo, ella me salvó la vida cada tanto— fuimos a la guardia y no me dejaron salir.
— ¿Un desprendimiento de retina?
Waldo: — Era un completo desprendimiento de la retina, casi pierdo la visión. Tres horas y media de operación. Tengo una banda que sostiene la retina. Me sacó de circulación tres meses y fue bravo.
— ¿Pero los mantiene en forma la actividad del campo?
Silvana: — Sí, pero igual nos ocupamos un montón. Vamos al gimnasio. Nos ocupamos de mantenernos física e intelectualmente. Yo soy adicta a la lectura, también voy a los cursos de (Carlos) Gamerro desde hace 17 años.
— ¿Qué gimnasia hacen?
Waldo: — Yo hago aparatos y tengo dos rutinas, voy dos veces por semana, hago una rutina un día y otra otro día. Practico arquería, me gusta el tiro al blanco también.
— ¿Vos también hacés aparatos?
Silvana: — Sí, aparatos, porque ahora hay que mantener...
Waldo: — Yo remé hasta los 60 años y desarrollé un físico acorde al deporte ese que es muscularmente exigente. Así que tengo una estructura muscular que la tengo que mantener, si no a los 70 años te desinflás, te venís abajo.
Silvana: — La endocrinóloga me dijo: ejercicio de fuerza, fuerza, fuerza. A mí me gusta bailar, en realidad, pero eso lo hago de hobby.
Waldo: — Yo creo que lo que nos alumbró en los cambios que hicimos fue la pasión de empezar algo nuevo, algo que te movilice, que te emocione. Eso es lo que tenés que buscar. Yo a mis hijos siempre les dije que sigan su corazón, que no la van a errar con esa. Se me fue una a Jujuy y el otro a San Luis, con lo cual los extraño, pero están felices. ¿Qué te emociona? Hay gente que no sabe ni siquiera si le gusta algo.
— O se deja llevar por la rutina y el miedo a cambiar.
Silvana: — Igual nosotros en algún momento también… No es todo tan color de rosa. En un momento dijimos: che, pero ¿ganábamos más en la otra? Estábamos más tranquilos porque la producción... no es fácil. Aparte, cuando hicimos el cambio, no es que nos iba mal en lo que hacíamos. Al contrario, nos iba re bien.
— ¿Y alrededor de ustedes, qué decían? ¿Están locos?
Walter: — Alguno me decía que si estaba seguro, otro pregonaba que nos iba a ir muy mal.
Silvana: — Que íbamos a volver. E incluso en algún momento pensamos: mmm…
Waldo: — Después, cuando estábamos solos acá, decíamos: “Si pasa una cosa tremenda, comida vamos a tener para nosotros y nuestros hijos y nuestros nietos, porque están las vacas.
Silvana: — Las vacas, el suelo, la tierra.
— Gran tesoro, las vacas.
Waldo: — De hambre, por lo menos, no nos íbamos a morir.
Silvana: — Aparte, cuando íbamos por la ruta para un lado y para el otro, decíamos: ¡Qué libertad!
Waldo: — Tu propio proyecto. Después de haber trabajado años para proyectos de otros y de haber dejado media vida en esos proyectos, te hacés uno para vos y no lo podés creer. Haciendo un asado el lunes o el martes en el campo, porque se te canta o yo comiendo un bife a la mañana, desayunando un bife.
Silvana: — Bueno, eso no está tan bien.
— Justo les iba a preguntar por la comida. Veganos no son, obviamente.
Silvana: — No, pero tampoco hipercarnívoros. Comemos de todo. Y somos cocineros, nos gusta cocinar. En realidad, empezamos a cocinar después de nuestro cambio, en nuestra segunda vida.
— ¿Y los hijos?
Waldo: — Se los ve muy bien, felices... Están grandes: 43, 40 y 37. Ahora a lo que apuntamos nosotros es a no necesitar de ellos, tratar de hacer nosotros el colchón necesario para la vejez que viene. Estamos bárbaros, pero no sé cuáles son los planes de Dios para nosotros.
Silvana: — No se nos pasa por la cabeza estar jubilados y de golpe no hacer nada.
FOTOS: Adrián Escandar y gentileza Silvana Cortelezzi