Odisea gráfica de dos premios nacionales sobre la tragedia de la inmigración

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Sergio Andreu

Barcelona, 26 oct (EFE)- No parece haber final feliz posible para "El cielo en la cabeza", la novela gráfica con la que dos Premios Nacionales, el guionista Antonio Altarriba (Cómic) y el dibujante Sergio García (Ilustración), se han juntado para narrar la violenta Odisea en su viaje hacia Europa de un joven emigrante congoleño.

De principio a fin, la epopeya de Nivek, sus tribulaciones para alcanzar el primer mundo, pueden ser, a juicio del lector occidental, una consecución de situaciones inverosímiles, casi grotescas pero que, según ha explicado este jueves el propio Altarriba en la presentación, se basan en historias verdaderas, que han tenido que atenuar, incluso, para que resultaran asumibles.

"El cielo en la cabeza" (Norma) cuenta la historia de un joven arrancado de su esclavitud en una mina de Coltán (el "oro negro" necesario para teléfonos y tablets) para convertirlo, a la fuerza, en guerrillero, tras matar a su propia familia y tener que comer la carne de los seres queridos, un crudo punto de partida que hace difícil atisbar cualquier rendija de esperanza posterior.

Altarriba (Zaragoza, 1952) y García (Guadix, 1967) construyen en "El cielo en la cabeza" (Norma) un fresco con el trasfondo de una historia dura, muy dura, que sólo gracias a la dignidad de los personajes y a unos toques de realismo mágico, de animismo africano, el lector pueda mantener la respiración y seguir a Nivek en la larga travesía desde el Congo, atravesando selvas y desiertos antes de subirse a una patera que le deberá llevar a Italia.

A pesar de la violencia que acompaña al protagonista -violaciones, traiciones y asesinatos de todo tipo- el guionista de "El arte de volar" huye del morbo en su relato, avanza sin regodearse en los momentos truculentos, ayudado, sin duda, por los dibujos de García, que dotan a las escenas de una poética que alivia, que mitiga (sólo en parte) la brutalidad de lo que se cuenta.

"La migración se repite a lo largo de la historia, hileras de personas con la mirada perdida y acarreando trastos, desde la Primera Guerra Mundial, Bosnia... ahora África. Es una constante, una realidad que llama a nuestras puertas, de personas ahogadas, que no queremos ni ver ni analizar", ha denunciado el escritor.

Altarriba, que para la elaboración del guión contó con la información de ong desplegadas sobre el terreno, critica la visión que desde Europa atribuye el drama de los ahogados en el Mediterráneo de forma exclusiva a las mafias del tráfico humano de las pateras.

"No queremos ver que la emigración obedece a su vida cotidiana, sin capacidad de subsistencia, como en el Congo, donde se levantan sin saber si van a comer ese día, sometidos a la violencia de las guerrillas, atrapados por multinacionales mineras que les explotan. Huyen de la muerte, de la ausencia total de futuro, sólo les impulsa ese cielo de un futuro mejor", defiende el guionista.

Altarriba apunta que "El cielo en la cabeza" es una "epopeya humana" que incorpora tragedia, monarquías tribales, supersticiones, pero también emociones y sentimientos, que se concede una breve pero intensa historia de amor en ese trayecto, un instante de belleza con un trasfondo permanente de crueldad, alérgica a los finales felices.

"Mi padre conoció el exilio, la emigración, ése momento en el que dejas tu hogar, cuando inicias una ruta que no sabes a dónde te va a llevar, pero que estás obligado a irte, un miedo y una incertidumbre traumática que te marcan de por vida", señala el guionista para intentar explicar cómo, salvando las distancias, se ha acercado al tema.

Desde el punto de vista gráfico, el libro se despliega apabullante gracias a los giros estilísticos de Sergio García, que se ha inspirado en el arte de las culturas primitivas y el Renacimiento, exagerando algunos rasgos del cuerpo, en la proyección ortogonal, y que ha tenido que documentarse con imágenes de mutilaciones, en un trabajo que, reconoce, "resultó muy duro".

García ha contado con toda la libertad para dibujar e interpretar las escenas del guión de Altarriba, que ha resuelto de forma brillante.

El dibujante varía de estilo en cada uno de los escenarios que cruza el personaje, introduce las sombras (que no hay) en las viñetas del desierto, la sensación de claustrofobia al llegar a Libia, y ofrece su clímax visual en la travesía final por el mar, cuando el cielo y el mar se entremezclan, al igual que los vivos y los muertos.

Las labores del color, que en esta novela gráfica tiene una gran importancia, para reflejar las diferentes etapas del viaje por el continente, han recaído en Lola Moral, que ha buscado el equilibrio, sin aumentar el dramatismo, y así, el rojo de la sangre, que hubiera saturado casi cada página, lo convierte en negro, sin redundancias, porque la violencia ya viene descrita. EFE

saf/mg/aam

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